Miré mis manos. Algo no estaba bien, éstas temblaban y se distorsionaban por instantes. Traté de lavarme la cara, el agua cayó como un baño de cianuro en mi piel. Me alejé del lavabo, algunas personas me miraron con disgusto y salieron del baño público del supermercado.
Salí tambaleante del lugar. Tenía que hacer algunas compras, pero aquellos malestares empezaron a acosar mi mente.
Caminé a lo largo del pasillo que me llevaría fuera del centro comercial. Muchas personas me observaban asustadas y malhumoradas, tal como si me vieran como un sucio drogadicto.
Fue ahí cuando mi cuerpo colapsó.
Caí al suelo. Servicios al cliente pidió auxilio para mi situación. Pero todo ello sería en vano.
Sentí como un crujir en e cuerpo se desplazaba rápidamente. Mis huesos se empezaban a romper y a dividir. Mi cabeza se empezó a alargar, l ojos cayeron y una sustancia púrpura salió de las cuencas craneo. Mis brazos se partieron en cinco extremidades, cada dedo fue tomando forma de una especie de tentáculo deforme. piel fue cambiando de color y l piernas comenzaron a endurecerse hasta forma una especie de exoesqueleto calcáreo, tal como un crustáceo.
Mi piel quedó dentro de toda aquella carcasa y tres extremidades más salieron de mi coxis, formando tres largas colas negras.
Toda la gente salió corriendo del lugar. El sitio se hallaba en total pánico y descontrol. Algunos agentes de policía se eencontraban a distancia observando aquella abominable transformación, apuntando sus armas monstruo de forma nerviosa.
Hubo un momento que mis sentidos volvieron. Sentía un hambre salvaje y ansias de sangre. Mi cabeza ahora era un óvalo grande con un sólo ojo, ambas orejas ahora se habían alargado y tenían forma de velas puntiagudas.
Me moví.
L movimientos fueron desquiciantes, pues de un mordisco partí en dos a un guardia. Mi fauce se había abierto como la de un caimán y gran parte de mis dientes filosos despedazaron al pobre hombre. Sus vísceras cayeron al suelo y un gran charco de sangre se esparció por todo el lugar. Los demás oficiales comenzaron a disparar. Ni intenté esquivar los proyectiles. Éstos entraron en mi piel y fueron pulverizados por fluidos internos.
Con mis colas agarré a dos niños que estaban cerca y salí corriendo del lugar. Mis extremidades serpentearon quitando todo a su paso, lanzando a las personas a metros de distancia. Sin duda tenía una destreza y fuerza descomunal.
Me dirigí hacia un sendero que me llevaría al cerro más cercano. No sabía exactamente qué haría continuación, pero deseaba devorar a aquellos niños.
La noche llegó y mi estómago estaba lleno. Aun así deseaba implantar el caos, deseaba liberar mis instintos. Puede que ahora me hubiese convertido en una cruel bestia, pero necesitaba seguir viviendo.
Ajedsus Balcázar Padilla
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