albalopez Alba Lopez

¿Malas citas? ¡Jessica es una experta en ellas! Aunque no más que su amigo Leo, que, ofreciéndole una simple salida al parque, causó que el mundo entero de la chica se sacudiera por completo.


Romance Romance adulto joven Todo público.

#Humor #amistad #friendstolovers #amor #romance #inkspiredstory #zodiaco
0
486 VISITAS
En progreso - Nuevo capítulo Todos los martes
tiempo de lectura
AA Compartir

Prólogo

Si alguien en algún momento de mi corta pero dramática existencia me hubiera preguntado cuál era el aspecto en el que peor me iba, mi respuesta automática habría sido un: "En las citas".


No soy creyente de ningún tipo; no creo en Dios, pero me atrevo a decir —en busca de echarle la culpa por mis fallos y defectos a alguien más— que ha sido él mismo quien me ha convertido en una completa gilipollas para llevar a cabo una salida en la que uno de los fines principales es seducir a la otra persona para conseguir vernos una segunda, tercera y hasta cuarta vez. Como para poder forjar una especie de relación que con el tiempo evolucionaría en noviazgo.


Contando todas las veces que me ha ido mal, únicamente me veo en la posibilidad de proclamarme la máxima palurda de palurdos. A raíz de esto también me tomo la molestia de colocar una corona de oro puro sobre mis castaños cabellos y una banda alrededor de mi torso con la leyenda DESGRACIADA #1.


Y tengo motivos de sobra para hacerlo: Tal vez, si mis amigos, familiares o personas cercanas a mi cotidianidad, hubiesen estado presentes en todas las veces que me ha ido del asco, me considerarían una atrayente de la mala suerte, daré ejemplos.


Podemos empezar hablando por la primera experiencia fatal de este año: Hendrix. Un tipazo de un metro ochenta, azabache, de ojos oscuros y profundos, acompañados con una sonrisa heredada de ángeles y pómulos rellenitos. Su cabello caía un poco por arriba de sus hombros y lucía increíblemente bien.


Además era astrónomo; me llevó al planetario y me habló de estrellas, comparando la belleza de las mismas con mi sonrisa y mis ojos, finalizando con su sesión informativa al darme el apodo de Galaxia por lucir como un misterio que refugia planetas y estrellas. Esa fue la explicación que dio.


Hendrix fue un amor conmigo en cada instante, se comportó de una manera tan espléndida que merecía todo el cariño del universo entero como respuesta, tanto que me daban ganas de proponerle matrimonio en esos instantes... Y no soy alguien que quiera casarse. Él quiso volver a verme; sin embargo, yo misma me lo impedí ya que, al estar terminando la cita, se me escapó una... flatulencia. Caí muertísima de vergüenza, pedí disculpas una y mil veces, consiguiendo que el efímero amor de mi vida se riera y me dijera con ligereza: "No te preocupes, las galaxias también tienen gases". Y lo sé, es un motivo estúpido y de completa cobarde no querer afrontar la situación de forma sensata, pero para enero, es decir, hace —casi— cuatro meses, era demasiado inmadura, por lo que un simple pedo no se me hacía un tema natural que a veces uno no era capaz de reprimir.


Comenzar con Hendrix es lo más ligero: Él fue un amor en cada segundo, yo soy una idiota vergonzosa de arriba a abajo, fin de nuestra fugaz y descabellada historia de amor.


Siguió en el juego Adam. Un hombre de ensueño por donde se le vea. Desde el primer match me hizo sentir plena en confianza con él e intentaba perdidamente que esa confianza también la llevara hacia mí misma: Me gritaba, a través de audios, love yourself. Un terrón de azúcar que se disolvía en agua, eso era él.


Cedía ante mis cariñosos mensajes cual perro ante hueso, no me dejaba espacio para sentirme sola ni un solo segundo y propuso múltiples planes a futuro, sin siquiera habernos visto en persona. Yo realmente me había ilusionado con él, sentía que sería la persona indicada que iluminaría mis días con una somnolienta sonrisa y los endulzaría con un ronco "Buenos días". Al contrario de lo que esperaba, al momento de vernos todo salió mal y la situación ocurrida me dejó patidifusa, haciéndome sentir ultrajada. La traición nunca había estado en mis planes pero había hecho presencia aquella noche de sábado, en forma de un compañero de trabajo. Sorpresa la mía cuando, al llegar al lugar de encuentro, vi a mi cita y al susodicho dándose un fuerte abrazo y despidiéndose con un beso. Un beso. Be-so. Estaban tocando sus labios, juntos. Beso. Dos sílabas, una felonía.


El chico se fue, yo sonreí ardiendo en cólera, sintiendo que un fuego abrasador me consumía por completo: En ese momento del año, mi cabello estaba teñido de rojo, iba a juego con mi estado de ánimo y quería hacérselo saber a ese enteco que me había endulzado el oído. Me acerqué a él dando zancadas y cuando le tuve de frente, antes de que siquiera me pusiera una de sus manos mugrientas de falsificaciones y calumnias comencé a hablar de forma clara. Exigí que pensara las cosas dos veces antes de hablarle por Tinder a alguna chica, o un chico, daba igual. Enfaticé en que podía dañar a la gente que amaba, o a mí, y sin oír sus excusas de que la relación no funcionaba bien o de que no era feliz, me fui con mi barbilla en alto y pasos decididos de la escena. Así concluyó, con el bochorno de tropezar con el bordillo de la vereda, la segunda cita del año.


Sigue, en orden cronológico, Miguel. Él me llevó al cine a ver una película de terror. Era una idea que desde el primer momento no me agradaba porque creo que las citas son para conocer a la otra persona, hablar, pasar un buen rato; personalmente, si me hablas mientras veo una película voy a tener ganas de partirte la cara. Sobre todo si estamos en el cine, ¿estoy pagando para ver una película o para que me cuentes cómo decidiste qué nombre ponerle a tu perro con un largometraje de fondo?


A pesar de estar en desacuerdo total con el plan me ofrecí a pagar las entradas por simple cordialidad, él me dijo que me lo iba a devolver con besos y abrazos calmantes mientras veíamos el filme. Según él, yo, completamente temerosa, me orinaría ante el miedo que sentiría y él me protegería de todo ante lo que pudiera verme horrorizada, seguramente cubriéndome los ojos con las manos, porque ¿cómo proteges a alguien de una película?


Aquí he de admitir que me dejé llevar: No me gustan que me traten de miedosa o insistan que van a protegerme y, en cualquier otra situación similar, habría desistido de ello a risas y exclamaciones... Pero el rostro de Miguel había sido tallado por deidades que sabían muy bien lo que hacían, hablaba con soberbia marcada y se movía de forma tan elegante que cedí completamente ante él.


Acabé viéndome asombrada cuando, en mitad del largometraje, un grito aterrorizado, idéntico al que daría una de mis primas de tres años, rompió la atmósfera de concentración que había en la sala y aturdió mi tímpano derecho. Acto seguido, sentí un pegajoso líquido humedecer mis pantalones y parte de mi abdomen, además de ver un montón de pequeños copos blancos barnizados en caramelo caer delante de mis ojos, adhiriéndose a mi ropa y, cómo no, a mi cabello.


Esa noche salí dando pasos enormes del cine, siendo perseguida por el chico que me gritaba repetidas veces que lo sentía. Estaba furiosa, pero aún así frené para darme la vuelta y escuchar sus disculpas mientras respiraba profundo y tranquilizaba el revoltijo de malas vibras que era mi cerebro. Lo conseguí y justo cuando fui a mencionar que todo estaba bien y que lamentaba mi exabrupto él se acercó a mí, tropezó y cayó encima de mi cuerpo, provocando que yo retrocediera, también tropezara y perdiera el equilibrio.


Mojada, pegajosa, sola, molesta y ligeramente humillada, volví a casa. Únicamente quería lloriquear un poco y jugar con Shaggy —mi perro— otro tanto. Mientras de fondo oía los diálogos de alguna película romántica que me hiciera pensar que mi vida no tenía sentido alguno.


Dos semanas después entró Matteo en juego: Él fue desde el primer momento un caso especial. No sé si es algo que está claro pero yo conozco gente y planifico mis citas a través de Tinder. Sí, esa aplicación de gente desesperada por tener relaciones sexuales con otras personas y puros tontos que creen que poner toda su vida en un par de palabras en las descripciones de su perfiles les dará algún tipo de oportunidad extra acerca de encontrar a alguien que quiera entablar una relación con ellos. Esa era mi mayor fuente de coqueteo y decepciones amorosas.


Matteo en su perfil simplemente tenía un «Prefiero conocer a las personas cara a cara». Fue quien me habló primero, cuestionando directamente cómo estaba, cuál era mi nombre completo y mi verdadera edad ya que decía que era imposible que tuviera veintitrés con la cara de nena que me cargaba. No mentía al respecto pero no me molesté y, en respuesta, le devolví la pregunta. Me cuestionó si me interesaba conocerle en persona. Yo estaba nerviosa, no es que sea súper desconfiada al salir con desconocidos, pero tampoco me daba completa tranquilidad conocer a alguien que apenas hablaba por chat. Lo que sentía en aquellos momentos eran nervios puros, más allá del riesgo, el hecho de pensar que la otra persona podía no ser de mi agrado me angustiaba un poco. Aunque sabía que no era mi obligación quedarme si no era de mi interés no quería ser una mala persona o del tipo cruel que rechaza al otro apenas llega.


Con Matteo fue particular: Él viajó desde otra ciudad para verme, un viaje de tres hermosas horas para ir, en forma de cita convencional, a cenar conmigo. Llegamos al restaurante, me dijo que él pagaría la comida y yo, queriendo ir cada uno a pagar lo propio o hacer mitad y mitad, le llevé la contra durante bastante tiempo, permitiéndome ordenar lo más caro del menú para que me diera opción a pagar mi consumo. No me dejó.


Quitando eso, comenzamos a hablar, o al menos intenté hacer que la conversación fluyera entre ambos; sin embargo, me encontré con un narcisista de primer nivel. Empezó a hablar de su familia, a contarme que su vida había sido dura y que era todo un guerrero por haber conseguido salir adelante. Cada vez que abría mi boca para acotar algo o intentar opinar, hacía un gesto con su mano dándome a entender que esperara a que acabara... Lo hizo unos cuántos minutos después, cuando yo había olvidado todo lo que tenía para decir y él tenía un nuevo foco en mente: ¿Qué buscaba en un chico o qué tipo de relación quería?


Era mi oportunidad para hablar pero la perdí al quedarme en silencio, pensando en una respuesta para ello. Así que mientras él mismo se respondía yo permanecí en silencio, pensando en cuál podría ser mi contestación.


Es una pregunta que detesto con mi vida. Jamás tengo muy claro lo que debo decir e improviso bastante porque cada ocasión de esas me toma desprevenida y la respuesta no serpa jamás igual a la otorgada a una situación anterior. Ignorando las náuseas nerviosas que me provoca esa interrogante, empecé a contestar lentamente, sin tener muy en claro lo que decía. Siempre supuse que el problema conmigo era la exigencia que tenía: Busco a alguien seguro de sí mismo, que sepa lo que quiere y que tenga planes a futuro, ideas de avanzar, de prosperar en la vida. También quiero a alguien que sea inteligente y tenga un grado alto de moralidad para poder tener conversaciones interesantes de temas delicados pero, a su vez, poder bromear sobre esos mismos tópicos. Que su intelecto y ética no le prohíba disfrutar de bromas estúpidas y de ser alguien divertido. Porque, de hecho, me gusta que la gente sea inteligente pero adoro cuando son absurdos, con pequeñas características que me hacen resoplar a causa de las estupideces que dice o hace.


Quizás suene a mucho, sí. Busco a alguien con quien poder mantener una relación estable, formal, algo serio: No quiero tonterías o que me tengan yendo de un lado a otro. Quiero a alguien que no tenga miedo de refugiarse en mí cuando se sienta mal, que cuente conmigo para cada aspecto de su vida y, obviamente, que esto sea recíproco. La gente me suele decir que no encontraré a alguien así jamás. Y en realidad no me importa, porque todo aquello que puedo pensar respecto a mi pareja ideal se desvanece cuando me hacen soltar una carcajada, me dan un abrazo o me escuchan en un momento de vulnerabilidad.


Exceptuando la última parte, dije todo lo anterior en voz alta y al instante Matteo alardeó de que era exactamente ese tipo de persona. Se describía como alguien capaz de ser quien yo buscaba y, a pesar de que desconfié totalmente de ello, se autoproclamó intelectual, moral, divertido y el mejor en cualquier aspecto que yo me imaginara. Recuerdo haber reído atontada por aquello y agregar un comentario, vacilando, acerca de su egocentrismo. Ofendido, comenzó a justificarse, a argumentar que cuando uno era el mejor no podía negarlo. Acto seguido me dijo que podía entregarme el mundo si yo así lo quisiera porque gracias a su trabajosa vida pasada —lo que implicaba dos o tres años atrás— , tenía muchísimo dinero e insinuó que eso me haría feliz. Pero se equivocó, por lo que me fui decidida, alejándome de él y bloqueando su número de mi celular a los días: No dejó de aturdirme en llamadas y no quería soportarlo.


Tercera cita del año fallida. Evidentemente le sigue una cuarta —esta no fue tan malograda pero tampoco terminó en relación así que califica—: Zach. Había nacido en Inglaterra y a la edad de veintidós años había llegado a España sin saber nada del idioma. Es decir, hacía cuatro años que había llegado y aún le costaba un poco hablar, pero lo manejaba demasiado bien. Nuestra conversación inicial había tratado de temas superfluos, algo que no me interesaba mucho pero que son esos asuntos que, por cordialidad, uno mantiene antes de ir a algo más profundo. ¡Profundo! Zach no solo profundizó sus habilidades lingüísticas en cuanto al idioma, sino que me dio una larga charla de lo bueno que era utilizando su lengua para propósitos... sexuales. Y estaba bien, realmente no tenía problema en que hablara del tema, sino que surgía cuando únicamente se centraba en ello y se las daba de auténtico fuck boy capaz de provocarte un orgasmo con tal solo mirarte. No tuve problema en decirle que no me interesaba mantener sexo en un principio y tampoco lo tuve al permitir que entrara en mi casa para demostrarme aquellas habilidades de las que tanto presumía... Ni en encontrarme otras tres veces con él para disfrutar de su compañía.


Zach no mentía, pude comprobarlo en carne propia. De cualquier forma, no era alguien con quien quisiera salir en plan formal, él lo entendió y tras una extaciante despedida nuestros encuentros cesaron.


Quien sigue es Pedro. Adorable desde el primer momento, predilecto por los espacios naturales y los aspectos sencillos del día. Nuestra cita fue en un parque en el que estuvimos toda la tarde. Habíamos caminado por todo el sitio en busca de un lugar en el que asentarnos, mientras conversamos un montón y coincidimos en varias cosas lo que provocó que nuestra conexión fuese realmente magnífica.


Tras tomar una merienda algo ligera nos recostamos en el césped y permanecimos con la vista hacia el cielo: El paisaje de las nubes era, posiblemente, hermoso: Pero al estar cubierto por árboles solo podíamos observar un patrón de hojas y espacios de luz aleatorios, sin embargo eso perdía relevancia cada vez que alguno volteaba la vista y observaba la compañía.


Personalmente puedo decir que Pedro es uno de los chicos más preciosos que conocí: Todo en él se ve tan puro y angelical que solo te dan ganas de querer protegerle de todo el mal del mundo. Sentía ganas intensas de querer tomar su rostro entre mis manos y llenarlo de besos inocentes mientras le repetía lo dulce que era. Él pensó lo mismo de mi persona y lo sé porque, a diferencia de mí, no se reprimió y se tomó su debido tiempo para darme caricias y tenerme en las nubes durante unos cuántos minutos.


Fue una buena cita, no lo voy a negar. El problema esta vez estuvo en que, al parecer, el karma por lo ocurrido en la cita con Hendrix me castigó. Cuando estábamos llegando a su casa —vivía cerca de donde nos encontrábamos— empezó a hablar de algunos problemas físicos que tenía. Con anterioridad me había invitado a dormir en su casa, aunque cerrar los ojos y soñar con angelitos no era lo que pensábamos hacer particularmente. No había ningún inconveniente con esa charla, aunque él sí lo creyó cuando, de relajado, llegó a la cúspide del tema y me mencionó que tenía hemorroides.


No fue algo que me aterrorizó ni que se me hizo especialmente extraño, él lo planteó como algo que le ponía en dudas a la hora de tener sexo. No puse trabas en ello, si no se sentía cómodo no tenía problema en recostarme sobre su pecho y dejarme mimar como hasta el momento había hecho. Desgraciadamente la pena fue más fuerte, antes de que pudiera manifestar que no tenía problemas con ello, estaba solo en la acera. Mi angelito había huido ante el bochorno de lo que había confesado. Supongo que él lo sintió más como una ignominia.


No contestó mis mensajes hasta una semana después, cuando se contactó fue para pedirme disculpas y prometer que no volvería a molestarme. Su falta de confianza le jugó muy en contra y terminó bloqueándome, acto por el que estoy apenada. Él realmente me gustaba.


Por último, llegamos al día de hoy: La séptima cita del año. Realmente no pensé que fuera a salir mal aunque debería haberlo previsto. Me sentía motivada para intentarlo una vez más... Tras unos pocos minutos en el lugar de encuentro supe que no terminaría en nada bueno.


Mi cita estaba allí para utilizarme como un comodín que le hiciera olvidarse de su ex un rato.


Notarlo fue fácil, después de presentarnos correctamente e intercambiar algunas preguntas triviales comenzó a hablarme de su vida. No tardó mucho en mencionar a su ex e inmediatamente me comentó toda la historia del romance vivido con ella. En un principio no me molestó pero cuando el tema concluyó, él lo trajo a colación cuantas veces pudo. Si yo decía que me gustaba sentarme en la plaza a lanzar migajas de pan y ver como las palomas me rodeaban como si fuera una diosa que llegaba a proveerles de alimento, él mencionaba que su ex hacía lo mismo. Y así con cada pequeña frase que decía, todo tuvo que ver con aquella chica. Hasta que no lo soportó, rompió en llanto y me abrazó para desahogarse con total libertad, mojando mi camisa blanca con un estampado de manchas negras.


Al final se marchó con la cabeza gacha y yo decidí irme a otro lugar para distraerme del desastre. Así que aquí estoy, en la casa de mi mejor amigo al que le va igual que a mí en el tema de las citas: Leonardo. Y a pesar de que llevamos la misma suerte, no consigo entender porqué le va mal. Él es, realmente, un partido perfecto. Todo lo que hace o dice se vuelve divertido, a mí me trata demasiado bien cuando me siento mal o débil, me abraza, me promete que las cosas mejorarán, si así es con un simple amigo, ¿cómo podría ser con un interés romántico?


Por si fuera poco, aunque parezca imbécil a primera vista, es realmente inteligente cuando quiere serlo y en el tema físico no va nada mal. Sobre todo porque sabe acompañar un buen estado físico con un estilo de eboy del que me he burlado libremente aunque en el fondo me enloquece un poco. Sin ser menos, el cabello rubio le queda genial y me entristece que mencionó querer volver a teñirlo de negro.


Lleva mucho tiempo en busca de pareja y, al igual que yo, utiliza Tinder. Una vez dimos un match y nos reímos de tal coincidencia, pero jamás se nos ocurrió tener una cita. La idea de quejarme con él de lo mucho que apesta buscar pareja y contarnos anécdotas de lo fatal que nos va suena bien en mi cabeza, pero tampoco creo que sea realmente bueno, al fin y al cabo, solo somos mejores amigos y una cita sería extraña, en especial cuando se trata de él y no de otra persona.


Hoy me recibió con una sonrisa adormilada y el cabello alborotado. Ni bien abrió la puerta me llevó a la cocina y me invitó a desayunar con él, a las siete de la tarde. No puse quejas y acepté, con mi maravillosa cita no había alcanzado a comer nada de nada, así que algún alimento en mi estómago no me haría mal.


—¿Y qué pasó hoy? —me pregunta con la boca repleta de galletitas, me está dando la espalda mientras sirve chocolatada en dos tazas.


—No supera al ex —suspiro—. Estoy pensando en darme por vencida, ¿sabes? Comienzo a creer que el amor no es para mí.


—Yo tengo la teoría de que sale mal porque lo forzamos —responde a la par que se voltea y deja la taza enfrente de mí—. Quizás si dejamos de buscar desesperadamente a alguien a quién amar, llegue a nosotros.


—Soy impaciente —refuto—. No quiero simplemente esperar.


—¿Y no crees que estando siempre al pendiente encontrarás algo malo? —cuestiona otra vez y vuelve a llenar su boca de galletitas, lo que me incita a tomar una—. Creo que sería mejor dejar de darle relevancia y que te quedes a dormir hoy, yo puedo hacerte mimitos y luego invitarte a jugar algún videojuego.


—A esta altura, con lo fatal que me ha ido, creo que puedo aceptar cualquier cosa. Aunque debería ir a darle de comer a Shaggy y luego volver —él asiente a aquello—. ¿No quieres llevarme en tu auto a casa y luego volemos juntos? En serio, me siento sin ánimos porque me va demasiado mal.


—Oh Jess, vamos, lo dices como si tuvieras la peor suerte en cuanto a citas —ríe—. Ese título es mío.


—Dices tonterías, amigo mío.


Es que para mí era eso, una tontería. La simple idea de que ambos llevábamos situaciones ecuánimes enlazadas a las citas era exagerar mi situación, pero no pensaba admitirlo.


—Con la suerte que tengo en citas puedo llevarte a la que creas que sería la mejor de todas: Los mejores lugares con planes extraordinarios y sería un desastre, simplemente porque yo estoy ahí y ser una catástrofe andante es mi destino.


—Yo puedo darte la peor cita de tu vida. En un segundo la situación se iría de tus manos y terminarías siendo el peor del mundo.


—¿Acaso me estás retando? La peor cita será la que yo te daré a ti —arrastra una silla hasta mi lado y, sin respetar mi espacio personal, se sienta junto a mí.


Le observo de costado y suelto una risa algo cansada tras relamer mis labios.


—¿Quieres apostar?


—Apostemos —dice con una sonrisa para acabarse el contenido de su taza con un largo sorbo—. Vamos, acaba con eso, quiero hacer algo.


Obedezco a lo que dice y me pongo en pie justo después de él para seguirle el paso hacia la sala de estar.


—¿Vas a contarme más a fondo cómo te fue hoy? —me encojo de hombros y él asiente—. Quiero estar cómodo, recuéstate en el sillón.


—¿Quieres jugar a ser psicólogo?


Me río al tener aquella idea de Leo psicólogo en mente. Al recostarme en el sofá cierro mis ojos y enseguida siento un peso sobre mi cuerpo. Al abrirlos veo su cabellera sobre mi estómago, siento su nariz restregarse contra el mismo y su respiración fuerte chocar contra la tela de mi camisa, removiéndose para hacerse un hueco entre los botones de la prenda y llegar a tener contacto con mi piel.


—Tal vez sea difícil perder, no entiendo cómo alguien podría permitirse arruinar algo contigo cuando hueles tan exquisito —Sus brazos se cuelan por debajo de mi cintura y me aprieta—. Ahora sí, cuéntame cómo te fue.

11 de Julio de 2021 a las 12:37 0 Reporte Insertar Seguir historia
1
Leer el siguiente capítulo Parte uno

Comenta algo

Publica!
No hay comentarios aún. ¡Conviértete en el primero en decir algo!
~

¿Estás disfrutando la lectura?

¡Hey! Todavía hay 2 otros capítulos en esta historia.
Para seguir leyendo, por favor regístrate o inicia sesión. ¡Gratis!

Ingresa con Facebook Ingresa con Twitter

o usa la forma tradicional de iniciar sesión