littlekookiessi 𝐋. (littlekookiessi)

El amor también duele para los dioses. (Cuento para el concurso de Gea)


Cuento Todo público.

#geaconcurso
Cuento corto
14
834 VISITAS
Completado
tiempo de lectura
AA Compartir

Lief

El joven muchacho se desenvolvió en el tupido bosque como de costumbre: con gracia y sigilo. Conocía cada rama y cada raíz, reconocería cada gota de rocío si éstas no fueran tan caprichosas y se mostraran al azar. Hacía tiempo que había aprendido ya a no tropezar con las piedras, y cómo sonaba el cántico de los animales nocturnos. El bosque era su hogar y su refugio desde hacía años. Y aún así, algo extraño pasaba ese día; el olor de las hojas no era el mismo de siempre, y la tierra bajo sus pies tenía un tacto distinto. El aire no era ni tan húmedo, ni tan contundente como lo era habitualmente. Esos pequeños detalles no hacían el boscaje menos perfecto, pero le desagradó la sensación.

Las piernas hoy le estaban conduciendo hacia el río por otro camino distinto al habitual, pero quién era él para no dejarse llevar por los instintos, si siempre había sobrevivido gracias a ellos. Casi había alcanzado la frontera donde los árboles se difuminaban y clareaba la espesura, cuando un sonido que no pertenecía al monte le detuvo. Su agudo oído le decía que no pertenecía a un animal, y por un segundo se halló desconcertado. Se escondió raudo tras el tronco más cercano y enfocó su mirada verde. Y entonces la vio: una joven muchacha se encontraba en el borde del riachuelo unos metros más allá. El agua le llegaba hasta los tobillos, y el agradable sonido del burbujeo combinaba a la perfección con su figura esbelta y su vestido pálido y ligero como la seda. Su cabello castaño, radiante, competía con la fuerza del sol, y se encontraba suelto a la par que recogido en ciertos puntos por trenzas desordenadas. A pesar de su finura, algo le decía que la muchacha era brava, y se encontró apreciando sus contradicciones, que lejos de parecerle caóticas se le antojaban un misterio; tez pálida, pero mirada negra e intensa. Pestañas morenas y rizadas, pero labios rosas y suaves como un pétalo de flor. ¿Quién era la joven que osaba trastocar todavía más su ya enrarecido día? Con ella, era otra cosa más que añadir a la lista de aquello que desconocía del bosque, y eso no le gustaba.

La desconocida se agachó lo suficiente para rozar el agua cristalina con la punta de los dedos, volvió a erguirse y coló la mano fresca en su nuca atravesando sus mechones avellana. Sus ojos se cerraron, dejando sus pestañas descansar en sus mejillas, y un suspiro escapó de sus labios de flor.

Un paso tras otro, sin siquiera saber que había salido de su escondite, el joven cerraba la distancia que le separaba de la chica. Quizá fuera una sirena, porque la cuerda invisible que le atraía hacia ella era irrefrenable, incluso hasta cuando se dio cuenta de la poca distancia que ya les separaba. La muchacha dejó de mostrar su frágil perfil para enfrentarle ahora por completo, y él no estuvo preparado para su expresión interrogante y esos ojos negros tan grandes. Ahora que se encontraba tan cerca y podía apreciar las salvajes pequitas espolvoreadas en sus mejillas de melocotón, la “sirena” se le antojó la criatura más hermosa que había visto en su vida. Más que los miles de animales indomables que había deseado atrapar alguna vez en su infancia, sin haberlo conseguido. Más que el bello brote que descuidó y dejó marchitar, haciéndole llorar por días su pérdida. Ella era el alma, su alma. Aquello de lo que hablaban sin parar los adultos. ¿Cómo era aquello...? Sí, eso: su media naranja. Nunca entendió a lo que se referían esos chiflados del pueblo donde vivía, cuando decían que sus corazones latían con fuerza y la sangre se les subía a la cabeza cuando veían a la persona que les gustaba, pero, ¿qué podría ser si no el golpeteo fiero que atormentaba su pecho? Tantas mariposas en su estómago le estaban dando dolor de tripa.

—¿Cómo te llamas? —preguntó la preciosa jovencita con la cabeza inclinada.

Los ojos del chico se abrieron de par en par, porque (Dios le pillara confesado), su voz era más hermosa que el canto de las aves en la madrugada. Sus labios se abrieron para contestar, pero nada salió de su boca, haciéndole sentirse un ser ridículo.

La chica le sonrió con una luminosa dentadura, haciendo que sus pequitas se extendieran un poco más, pareciendo decidida a aguardar su respuesta. Al joven no le quedó más remedio que aclarar su garganta y obligarse a recomponerse.

—Lief. Me llamo Lief. ¿Cómo te llamas tú?

Un brillo resaltó las pupilas negras de la joven al escuchar su nombre, y su sonrisa se extendió aún más.

—¿Cómo crees que me llamo? —dijo con voz juguetona.

—¿<<Sirena>>? —claramente la respuesta sonaba estúpida, pero no le importó.

Una risa cantarina escapó de la chica, y Lief se sintió feliz sin razón. El amor desde luego, era una cosa incomprensible.

—Puedes llamarme así entonces.

Ambos jóvenes pasaron todo el día juntos, Sirena haciéndole preguntas sobre su vida en el pueblo, y Lief contestándole cada una de ellas encantado. Se perdió en la chica, y sintió enamorarse de ella cada vez más con cada minuto que pasaba. Hablaron y hablaron, hasta que el sol descendió y la penumbra empezó a amenazar el paisaje. Lief no tenía problemas para atravesar el bosque de noche, pero quizá para Sirena fuese distinto, y tuviera dificultades para llegar a su casa. Así que, a regañadientes, sin quererse separarse aún de la chica, le preguntó si no debería partir pronto. Su pequeña cara pensativa en respuesta se le antojó divertida a Lief.

—Quizá tengas razón, se está haciendo tarde y los animales nocturnos no tardarán en salir.

Pero Lief no quería despedirse. Aún no. Se removió incómodo en su sitio, cambiando el peso de su cuerpo de un pie a otro.

—¿Volveré a verte? —se atrevió a cuestionar por fin.

Los ojos de la muchacha se entrecerraron. Parecieron haberse oscurecido todavía más con la entrada de la noche, y eso le gustó a Lief, pero no la inexpresión de su rostro que le siguió.

—Lief, ¿alguna vez has besado a alguien?

A pesar de haberse acostumbrado a la chica con el tiempo, y haber conseguido regular sus latidos, su corazón traicionero volvió a desbocarse de nuevo y a resonar con contundencia.

—¿Q-qué?

Sirena le sonrió con dulzura.

—Un beso. Que si te gustaría darme uno.

Lief fue incapaz de contestar porque un nudo se instaló en su garganta, pero deseando como agua en el desierto el contacto, cerró los ojos para afirmar su respuesta. El tacto no tardó en llegar; frágil y tenue. Y corto. Más corto de lo que al chico le habría gustado. Todavía con los párpados caídos, saboreó la calidez de la piel contraria que perduraba en sus labios, queriendo extenderla lo máximo posible en el tiempo. Su sabor era..., sí, como un sueño. Dulce pero sin resultar empalagoso, con la presión perfecta. Disfrutó del hormigueo que quedaba en la zona un poco más, y segundos más tarde parpadeó para volverse a encontrar con la chica. Pero Sirena había desaparecido. Lief la buscó plantado desde donde estaba con la vista, completamente descolocado. Cuando no la encontró, buscó a la muchacha por todas partes, al final durante horas, debajo de cada piedra y cada arbusto, gritando su nombre a los cuatro vientos, pero se había desvanecido como un fantasma. Al final no le quedó más remedio que regresar al pueblo derrotado, arrastrando por completo sus pies.

Gea observó desde la linde del bosque al humano del que se había enamorado, y con el que a causa de su inmortalidad, nunca podría estar, pues el dolor al perderle la mataría. Lo observó cuando se alejó a pasos cortos del bosque, y lo siguió observando cada día de su vida. Desde el dolor, le vio criar a sus hijos y ganar las primeras arrugas enmarcando los hermosos ojos verdes que ostentaban el color de sus prados frescos, y aún así, seguir amando a su propio retoño: el bosque. Ardió en celos por su esposa, pero no se presentó de nuevo ante él. Quiso ocupar su lugar infinidad de veces, pero no lo hizo. El chico que una vez conoció, merecía la mortalidad y no el sufrimiento que la vida eterna aguardaba.

Y a pesar de la pena, la melancolía y el dolor de que su humano hubiese encontrado una nueva alma, Gea también observó algo más; como Lief había pasado su don a su descendencia, el obsequio que le regaló en aquel beso: la gracia de sanar heridas físicas, aunque no las del corazón, lo que le salvó una vez la vida y le permitió volver a enamorarse de otra mujer.

Gea se alejó por el camino de piedra, de regreso hacia su verde hogar, dejando a la unida familia a la que espiaba con frecuencia con una espina en el corazón de la que nunca se libraría, pensando: <<si aquella vez, buscándome desesperado, me hubiera llamado por mi verdadero nombre, no habría encontrado el valor para marcharme>>.

6 de Junio de 2021 a las 21:01 0 Reporte Insertar Seguir historia
2
Fin

Conoce al autor

𝐋. (littlekookiessi) Todas mis historias están registradas y protegidas por Safe Creative 🌟 Tw, Ig: @littlekookiessi

Comenta algo

Publica!
No hay comentarios aún. ¡Conviértete en el primero en decir algo!
~