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Abo Ablereortiz


Todos tenemos deseos, algunos van más allá de lo que alguna vez podremos lograr, pero ¿Qué sucedería si no existieran límites? Un grupo de chicos descubrirá la respuesta. En un mundo donde los valores son más importantes que nunca, estos jóvenes demostrarán si pueden cargar con el peso de sus actos con el objetivo de lograr sus sueños o si caerán antes de lograrlos.


Ficción adolescente No para niños menores de 13.

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El último día del mejor hombre

La ciudad de México nunca se ha caracterizado por ser la ciudad más tranquila, ni el lugar más relajante; mucha de la gente que residía en ella lo hacía más que nada por trabajo, pero no era algo que disfrutaran. Sin embargo, esa mañana el ambiente era distinto, era como si los automóviles y todo tipo de vehículos que tanto ruido hacían por la mañana hoy no hubieran salido, sin duda era un alivio para Jorge Martínez.

Jorge había llegado puntual a su oficina en el centro de la ciudad. Había salido justo a las 7:23 am de su casa, uno de los pocos en su oficina que tenía el lujo de poseer una casa propia, sus compañeros vivían mayormente en departamentos, siempre buscando los que estuvieran más cercanos a su oficina. Jorge llegó a la oficina pocos minutos después de las 8 am tras una relajante caminata, ese día se sentía con la energía de hacerlo. Tras llegar a su oficina, saludó al portero del edificio, el portero lo reconoció al instante, Jorge era de los pocos empleados de ese lugar con los que podía charlar sin sentirse como si le hablara a un superior, eso le agradaba de él. Jorge entró al edificio y le dio los buenos días a una joven secretaria que apenas había comenzado y se encontraba tras un escritorio a la derecha de la puerta de entrada, ella le correspondió con una sonrisa amable; las personas normalmente intentan no mostrarse amables en esta ciudad, pero algo en Jorge los hacía sentirse seguros, era un hombre ejemplar, cumplía de manera excelente su oficio como contador en una empresa importante y siempre se comportaba de manera amable pero manteniendo el respeto. Jorge presionó el botón del elevador y este se abrió a los pocos segundos, al entrar, oprimió el décimo piso y espero que se cerrarán las ´puertas, pero a lo lejos pudo ver como una mujer de aspecto elegante pero un poco desarreglada entraba con prisas al edificio, fue en ese momento que las puertas del elevador comenzaron a cerrarse y la mujer corrió como pudo en sus tacones para intentar llegar a tiempo, pero era imposible con tacones tan elegantes. Jorge evitó que las puertas se cerraran y miró a la mujer haciendo una señal con la cabeza para que entrara, aquella mujer sonrió y fue directo al elevador.

- Muchísimas gracias, es bueno ver que aún quedan caballeros.

Las puertas del elevador se cerraron.

- No se preocupe, nunca está de más ayudar. – Respondió Jorge.

La mujer sonrió y procedió a peinar su cabello, el cual estaba hecho un desastre.

- ¿Una mañana difícil?

- Ni que lo diga. Esta mañana mi alarma no sonó, de todos los días tenía que ser este.

- No la había visto por aquí ¿Es nueva?

La mujer sonrió nuevamente mientras se hacía una coleta en su cabello para no verse tan desarreglada.

- Vengo por la entrevista de trabajo, por eso la prisa.

- Oh claro. – Jorge la miró detenidamente. – Me da gusto ver jóvenes trabajadores.

- ¿Está coqueteándome?

Jorge soltó una carcajada y levantó su mano señalando un hermoso anillo.

- Eso no detiene a la mayoría de los hombres en este tipo de lugares.

- Buen punto, pero a este hombre sí. Descuida, estoy seguro de que te irá bien en la entrevista.

- ¿Por qué lo dice?

- Te ves muy trabajadora, y un error lo comete cualquiera, estoy seguro de que los entrevistadores entenderán eso.

La mujer había terminado con su cabello, así que recogió el maletín que traía con ella y miró a Jorge una última vez antes de que las puertas se abrieran.

- Entonces esperemos que así sea, muchas gracias.

Las puertas se abrieron, revelando un cuarto lleno de escritorios con computadoras en cada uno y gente trabajando en ellos, así como una buena vista a través de las ventanas que permitían ver la ciudad en su máximo esplendor.

- Un placer, espero tener el honor de trabajar con usted señorita.

La mujer salió y tras de ella Jorge. Ella se dirigió hacia el lado izquierdo del lugar, donde se encontraban las oficinas de los jefes de este piso, antes de entrar, volteó hacia atrás para fijarse en donde se encontraba Jorge.

Aunque no lo parezca, hay pequeñas acciones que nos diferencian de los demás, aquella mujer había asistido a más de tres entrevistas de trabajo este mes, en las cuales había sido rechazado por su corta edad y según una idea que ella tenía, también era por ser mujer, pero era algo de lo que ella no estaba segura; pero lo más irritante de esas entrevistas, era si se encontraba con algún sujeto con cierta autoridad en el lugar, ya que siempre la miraban con deseo debido a su buena figura y a su joven apariencia, ella odiaba eso, pero esta vez no fue así, Jorge no la miró de manera irrespetuosa en ningún momento ni intentó sobrepasarse, puede parecer lo normal para muchos, pero en su caso, fue un alivio. Ella vio a Jorge dirigirse a su puesto sin que él la mirara, eso la hizo sonreír y entrar con confianza a su entrevista.

Las horas pasaron en aquel lugar, Jorge estaba agotado, su turno casi terminaba, lo que significaba que podría ir a comer y eso era algo que necesitaba. Él se encontraba mirando constantemente la hora en su monitor esperando a que dieran las 2 pm. Antes de que el reloj llegara a esa hora, una voz interrumpió su tranquilidad:

- Hey, Martínez no había escuchado nada de ti esta mañana. – Uno de sus compañeros se encontraba en el borde de su escritorio mirándolo con una sonrisa desafiante.

- Hoy tenía mucho trabajo, no podía perder tiempo.

- Típico de ti, siempre trabajando. – El hombre se acercó más a Jorge. – Es por eso por lo que pensé que podríamos hacer un viaje. Ten, mira.

El hombre sacó un folleto de su bolsillo, en el cual se podía ver que era acerca de un campamento en un bosque que contaba con cabañas, un hermoso lago y con un teléfono de emergencias en caso de que algo sucediera.

- ¿Primal Camp? – Preguntó Jorge. - ¿Qué sucede con estos nombres? Estamos en México ¿Por qué los nombran en inglés?

- No tengo idea. – El hombre se encogió de hombros. – Ya sabes como son todos por aquí, la idea de que sea gringo vende más.

- Sí, eso me molesta.

- Entonces ¿Qué dice? Mis hijos han querido ir a un campamento hace mucho, así que pensé que este fin de semana sería una buena oportunidad, así podrían volver a ver a tu hija.

Jorge volteó hacia su escritorio, el cual contaba con una impresora, hojas blancas, un bote de plumas y lápices, pero lo más importante, una foto de él con una mujer con cabello castaño y una sonrisa encantadora y una pequeña niña de unos seis años entre ellos, todos sonreían en esa foto.

- Las quieres demasiado ¿No es así? – Preguntó el hombre.

- Sí, claro que sí.

- Entonces vayamos, mis hijos me confesaron que disfrutaron la última vez que nos reunimos.

- ¿Cuándo dices que es?

- En dos días, el fin de semana.

- Uh, eso será un problema. – Jorge bajó la mirada.

- ¿Qué ocurrió?

- Sofía pescó un resfriado ayer en la noche, por eso hoy no la llevé a la escuela.

- Qué mal…

- Sí, no sé si pueda estar lista para este fin.

- No se preocupen, podremos viajar en otra ocasión. Que se mejore.

- Muchas gracias.

La última vez que Jorge se había reunido con aquel hombre fue en el cumpleaños número seis de su hija, Sofía, en él, sus familias se conocieron y congeniaron muy bien, los hijos de ese hombre eran dos años mayor que Sofía, gemelos, pero les había agradado demasiado, ya que él sólo quería verlos felices, pensó que podría verse una vez más, es una pena que esto haya ocurrido.

Llegó la hora del almuerzo, todos en aquella oficina bajaron a la cafetería en el piso dos y se dedicaron a comer mientras charlaban en las mesas que se encontraban en el lugar, la mesa en la que Jorge se sentó estaba llena, todos platicaban y se reían, Jorge sabía cómo hacer sentir a todos parte de la plática, por eso lo apreciaban tanto en ese lugar, es una pena.

El día acabó sin ningún problema, llegaron las 8 pm y todos se dirigían fuera de la oficina, salvo por Jorge, que aún seguía en su monitor.

- ¿Qué estás esperando Martínez? – Preguntó el mismo hombre, quien ya estaba en la puerta del elevador junto con otros cinco compañeros. – Ya se terminó por hoy, apagarán las luces muy pronto.

- Lo siento, ya casi acabó, prefiero no dejar nada para mañana.

El hombre se rio.

- Clásico de ti.

Él, junto con el resto de los compañeros se dirigieron afuera y Jorge los vio salir del edificio desde la ventana del décimo piso. Jorge tomó un gran respiro de alivio por haber acabado y apagó su monitor; ya que él había sido el último, tenía que apagar todo el lugar, pero no había problema con eso, él era alguien muy responsable. Al encargarse de todo, salió del lugar y pudo ver que el portero aún seguía ahí y este le abrió la puerta una vez más.

- Muy buenas noches, señor.

- Ya te he dicho que me puedes llamar Jorge, no soy tu jefe.

- Lo siento, no me acostumbro.

- Tranquilo, por cierto ¿Por qué sigues aquí tan tarde?

- Lo estaba esperando.

- ¿A mí?

El portero asintió con la cabeza.

- La señorita con la que se encontró esta mañana me pidió que le comunicara que no la contrataron, pero preguntó por usted y dijo que aprecia no haberse comportado como, en palabras suyas, “un idiota”.

Jorge sonrió.

- Es una pena, parecía alguien trabajadora.

- Supongo que nunca lo sabremos.

- De todos modos, gracias, Roberto, descansa.

- Hasta mañana, Jorge.

Jorge le sonrió una última vez y se fue.

La noche en esta ciudad era todo menos tranquila, es especial comparada con esta mañana; las calles se encontraban llenas de vehículos y los puestos de comida abundaban, pero eso tranquilizaba a Jorge. El camino a su casa era de unos veinte minutos y fueron bastante tranquilos, lo único importante, es que a mitad del camino chocó con un sujeto al que no le pudo ver el rostro debido a que cargaba una sudadera tan negra como la noche, Jorge se detuvo frente a él un momento, sabía que había algo malo con aquel sujeto, pero cuando le iba a preguntar algo, el sujeto salió corriendo como si lo hubieran descubierto y Jorge lo perdió de vista, aunque realmente no hizo un intento por alcanzarlo, se sentía cansado, lo menos que quería eran problemas, así que decidió seguir hasta su casa.

Un vecindario lleno donde la calle principal era alumbrada por los focos en la calle, pero también podía ver las luces de los segundos pisos de sus vecinos, ya que la mayoría de ellos mantenía la planta baja cubierta con portones para sus vehículos, al igual que Jorge, pero este día no había sacado el suyo. Jorge llegó hasta la altura de su casa, y pudo ver que las luces de la segunda planta estaban apagadas, pero eso no le extrañó. Justo cuando estaba por entrar, cuando las llaves ya estaban por abrir el portón, uno de sus vecinos salió a sacar la basura y lo saludó.

- Buenos noches, Jorge.

- Buenas noches. – Jorge miró que estaba cargando unas tres bolsas. - ¿Necesitas ayuda?

- Eso me vendría bien.

Jorge se acercó a ayudarlo y juntos llevaron las bolsas hasta los botes de basura que se encontraban en la esquina de la calle.

- ¿Algún evento especial? – Preguntó Jorge.

- ¿Ah?

- Por toda la basura.

- Ah, claro. Sí, fue el cumpleaños de mi madre, así que le hicimos un pequeño pastel.

- Qué gusto.

- Sí, si gustas puedo darles un poco a ustedes.

- No gracias, intentamos comer un poco más sano.

El hombre rio.

- Claro, hay que cuidarnos, tienes razón.

- Eso intento.

- Siempre es un gusto saludarte, gracias por la mano extra. – Se despidió el hombre antes de entrar a su casa.

Jorge se despidió y ahora sí entró a su casa.

Al entrar al portón, pudo ver, a través de su auto, que las luces de la planta baja estaban encendidas, eso lo extrañó un poco, así que se apresuró a entrar.

“¿Acaso las dejé encendidas?” se preguntó.

Abrió la puerta de su casa y lo que vio, nunca se lo podría haber imaginado.

Un rastro de sangre atravesaba toda su sala, el camino que esta marcaba era hacia la puerta de su cocina, pero lo que más lo perturbó, fue darse cuenta de que el rastro venía de su sótano, un lugar al que nadie entraba. ¿Por qué había sangre? ¿De quién era?

Jorge se dirigió hacia el sótano y siguió el rastro de sangre, se dio cuenta de que la sangre llevaba ahí probablemente más de una hora. Estaba temblando, al llegar a la puerta de la cocina, no quería abrirla, no estaba listo, pero lo hizo.

“Es imposible, no es verdad ¡No puede ser!”

La cabeza de la que alguna vez fue su pequeña hija Sofía se encontraba en el frutero a mitad de la mesa, la cual ahora estaba llena de sangre escurriéndose por todos lados. Uno de los ojos de Sofía se encontraba colgando fuera de su espacio y la cabeza parecía haber sido arrancada de manera histérica y sin precisión, todo era una pesadilla, ni siquiera estaba el cuerpo.

Jorge se acercó temblando hacia la cabeza y acarició su cabello ensangrentado una última vez. Las lágrimas comenzaron a salir de sus ojos y caes sobre la cabeza de su ahora difunta hija, cada vez los detalles eran peores. Las orejas de la niña parecían cortadas por tijeras sin filo, le faltaban algunos dientes y su nariz estaba rota, era como si un monstruo hubiera atacado el lugar.

Jorge cayó de rodillas sólo para ver de frente a su hija, era asqueroso.

- Era una chica linda. – Una voz interrumpió el llanto de Jorge.

Él miró de prisa y con miedo hacia atrás, pero no había nada, rápidamente se puso de pie en busca de aquella voz, pero no podía ver nada.

- Por aquí. – La misma voz sonó detrás de Jorge.

Él volteó con prisa, pero otra vez, nada.

- Estúpido.

Como si fuera una película de terror, ahora Jorge pudo escuchar claramente cómo algo, mejor dicho, alguien caía detrás de él, al voltear, vio el cuerpo de su hija en el suelo, completamente ensangrentado y lleno de moretones con la ropa y las piernas rotas y torcidas.

Jorge volteó con miedo hacia arriba, pero no había nada.

- Ahora sí estoy aquí. – Sonó detrás suyo.

Se dio la vuelta y se alejó con miedo.

Una chica que apenas parecía tener dieciocho años estaba parada frente a él con el rostro y una camisa rosada llenos de sangre y mirándolo directamente.

Jorge estaba completamente aterrado en el suelo, sus ojos temblaban y no podía dejar de mirarla, mientras ella se mantenía seria ante él.

Ella se puso en cuclillas para verlo más de cerca, pero él se alejó hasta chocar con la pared, donde no había más salida.

- No tienes a donde ir, maldito engendro.

- Déjame…. ¡Déjame tranquilo! – Gritó, pero se arrepentiría de eso.

Apenas terminó esa oración, uno de sus brazos fue cortado por completo sin que el pudiera ver qué pasó y sin que aquella chica se moviera.

Él gritó con todas sus fuerzas de dolor y se retorció en el suelo.

- Eres patético…. – Dijo ella.

Jorge se estaba desangrando y lloraba de dolor mientras intentaba detener el sangrada como pudiera.

- No hay nada qué hacer. – Siguió ella. – Esto no es más que tu culpa.

Jorge la miró entre todo el sufrimiento. Pudo notar que sus ojos estaban vacíos, tanto, que eso lo aterró todavía más.

De pronto, una fuerza que Jorge no pudo describir lo levantó del suelo y lo mantuvo en la pared, inmovilizando sus piernas y su brazo restante, mientras podía sentir que algo presionaba su pecho por igual.

La chica se acercó más a él y lo admiró llorando y sufriendo unos minutos más.

- Mi mundo… será mejor… - Dijo ella.

Al terminar, las piernas y el brazo de Jorge se rompieron como si se tratara de un juguete al que se le arrancan las piezas, el lugar se llenó de un grito aun mayor de sufrimiento, pero pronto se acabó. La mandíbula de Jorge había sido arrancada de su rostro y ahora todo su cuerpo se llenaba de esa sangre, fue ahí cuando el cuerpo cayó al suelo y se desangró hasta morir lentamente.

La chica miró sin remordimiento el cuerpo sin vida de aquel hombre y salió de la cocina; podía escuchar a sus vecinos fuera de su casa, así que tomó una sudadera negra que ella había dejado en los sillones de la estancia y salió hacia el patio de la casa, ahí saltó la barda al final de la casa, la cual llevaba a un callejón oscuro vacío y se bajó en él.

Ella caminó por él, hasta que se detuvo un momento, se inclinó un poco hacia la pared del callejón y sin previo aviso el vómito salió.

- Qué asco… una niña pequeña… todavía no me acostumbro a esto.

La chica continuó por unos segundos y se limpió para seguir su camino, dejando atrás a toda una familia masacrada en su propio casa, es una pena.

25 de Mayo de 2021 a las 06:21 0 Reporte Insertar Seguir historia
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