Había cambiado tantas veces que pensaba que era cosa del karma, había repetido su ciclo desde el principio de la misma vida, vida que comienza gracias a su presencia, pero esta vez era diferente, esta vez resurgía rebelde, malhumorada, rabiosa y hasta iracunda; porque tanta polución, tanto pesticida y tanto derroche del ser humano había hecho que el cristalino del que presumía se volviera moteado.
Mientras caía cielo abajo; maquinaba en la destrucción de la tierra, pero un planeta no tenía la culpa de la evolución de los seres que la habitaban, pensaba en un exterminio, en un nuevo diluvio universal, pero así también extinguiría a muchas otras especies, seres inocentes que el egoísmo del Homo sapiens no salvaría esta vez, si es que alguna vez lo hizo, pues para ellos era más importantes la señal de su teléfono inteligente que la vida de un semejante.
Por eso estaba enfurecida, porque en muchas de sus vidas había visto como almas cándidas habían muerto por la falta de ella, como había contagiado enfermedades mortales por un estancamiento que le había tocado convivir con parásitos y bacterias, y aunque ella era una simple gota de agua se sentía culpable de todo lo ocurrido desde el origen de la vida.
Odiaba al ser humano, odiaba su egocentrismo y su falta de moral y compasión, quería acabar con él. Mientras caía las palabras, desperdicio, contaminación, pesticidas, guerra biológica, contagio y muerte se podían leer a través de su pequeño cuerpo ovalado.
Esa maldad iba aumentando con la fuerza de la caída, no creía en más Dios que en el propio ciclo que una y otra vez repetía, y este ciclo le había devuelto cansada.
Apenas quedaba unos segundos para llegar a la tierra y su pensamiento era tan negro como parte del alma de la humanidad, ser al que despreciaba, al que quería ver humillado y ahogado entre multitud de gotas como ella.
Pero al fin aterrizó, y no fue en la tierra, floreció en ella una sensación fresca, acompañada de una risa contagiosa y un baile infantil;
-“Mama yankeza nyo nkunkya-
Mamá me despertó”
Cayó en una vida nueva;
-“eyo munsi zewale nya-muy temprano por la mañana”,
cargada de ilusión que celebraba su llegada con danzas tradicionales y una voz inocente;
–“nempulira obunyonyi-en la tierra muy lejana”.
Un cuerpo menudo, con pelo crespo y color azabache cantaba con la lengua fuera celebrando que la lluvia había llegado a sus tierras.
De todos los ciclos era la primera vez que caía en una lengua y pasó a formar parte de ese torrente sanguíneo que rebozaba vida, amor y pasión. Recorría el cuerpo al ritmo de tambores;
-“ nga buyimba bwebuti- oí los pájaros cantar así”
Y oxigenándose al compás de un corazón nuevo, su odio iba cambiando y aquellas palabras que antes la volvían turbia se transformaban con cada latido;
-” tri-li chi-li tri-li chi-li- tri-li chi-li tri-li chi-li “
derroche por generosidad, contaminación por pureza, egoísmo por sencillez, guerra por paz, muerte por vida y esperanza,
-“nange bwe nyimba bwentyo - y es así como también canto yo”.
La esperanza que le contagió ese pequeño corazón al recibirla con tanta alegría e ilusión que pensó que en su próximo ciclo quizás no creería en la perversión humana, sólo se limitaría a creer en lo que una vez oyó; “ A veces sentimos que lo que hacemos es tan sólo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara esa gota.”
Esther Torres Mije
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