L
Laura P


Una joven estudiante con necesidad económica consigue un trabajo como correctora de escritos para un doctor mayor, que está realizando una extraña investigación.


Cuento Sólo para mayores de 18.

#HORRORFEMINISMOCUENTOLARGO
Cuento corto
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Al fin del verano


I

Serafina vio la casa. El camino bajaba por la noche y se perdía en la oscuridad. Apretó lo puños y mantuvo la vista fija en el fondo. -Solo vine por eso…por eso-. Abrió las palmas. Le dolían los nudillos y notó un brillo rojo en su dedos. Se quedó viendo la sangre, hasta que ya no pudo ver nada más. Comenzó a caminar.

Un mes atrás había visto su anuncio en el periódico: Urgente, se solicita asistente para el verano, excelente redacción, conocimiento de inglés, sueldo elevado y horario flexible. Las clases habían terminado sin problemas ni oportunidades. La revista no había respondido su solicitud. Los siguientes dos meses se presentaban largos y no quedaba dinero, absolutamente nada.

Cuando vio el aviso, creyó que era una estupidez, estaba a punto de terminar la carrera y ninguna de sus amigas trabajaba de asistente, lo peor era ser mesera o recepcionista, pero asistente... Recordó los seis meses que le faltaban, sus trabajos anteriores y sintió vergüenza de solo pensarlo, de imaginar que alguien se la podría encontrar sirviéndole café a algún hombre en una oficina.

Esa tarde llegó al departamento y vio el mensaje de su madre. Sabía que pronto dejarían de mandarle dinero, pero creía que esperarían un poco más: Son los últimos que te mando. Perdón. La renta se pagaba el siete. Más de una vez había logrado posponerlo un día o dos, pero Doña Luisa tampoco tenía dinero…

Sacó su bolso, buscó el papel frenética, aunque sabía que estaba ahí, y terminó vaciando todo el contenido sobre la cama. Apareció frente a su cartera y se detuvo un momento antes de tomarlo. Con todo y la vergüenza había anotado el número, causa de un oscuro presentimiento. Marcó con una sensación incómoda, escuchó una voz de mujer, que respondió sus preguntas y con la que concertó una cita al día siguiente.

Solo un camión pasaba cerca y, para colmo, la dejaba a más de diez minutos caminando. La colonia no le dio buena impresión, era el típico barrió de ricos sin tiendas ni edificios, solo casas, y de una limpieza artificial, que daba testimonio de jardineros y conserjes trabajando todos los días sin que uno se percatara. Después de la parada tomaba un sendero, siempre solitario, el mismo que cruzaba en esos momentos, lleno de árboles frondosos, que desembocaba en una calle estrecha y hundida con pocas casas.

Tocó, la primera vez. No había visto una sola persona y había un silencio pesado en el aire. Tuvo la tentación de tocar una segunda vez, pero se contuvo al oír pasos. Una señora le abrió la puerta, era morena y de rasgos duros, como esculpidos a golpes, casi de negro, llevaba falda marino y blusa blanca, el poco pelo sin peinar.

-Buenos días, vengo a una cita con…

-El señor me avisó-, interrumpió.

La casa era bonita, le molestó aceptarlo; el dinero era capaz, incluso, de comprar el buen gusto. La señora la condujo hasta una sala. A pesar del frío, sudaba; no quería quitarse el suéter, pero sentía la tela pegándose a su brazos y una incomodidad súbita. La sirvienta se fue sin decir nada, al menos, por educación, hubiera podido ofrecerle un vaso de agua. Trató de levantarse, pero dudó, caminar así por casa ajena también era grosero, podrían pensar mal, de las mujeres pensaban mal con facilidad y lo mejor era esperar a que alguien fuera a buscarla.

Volvió a sentarse y sacó un libro, estuvo varios minutos así, hasta que escuchó nuevos pasos. No volteó, para ese tipo de trabajo preferían a la gente pasiva, un poco torpe. El sonido se detuvo, aún lejos y levantó la cabeza extrañada, el hombre la observaba desde el pasillo, alto, mayor, un poco feo en los rasgos, tan grandes que daban cierta apariencia deforme al rostro cuadrado. Serafina no dijo nada y él tampoco, la conversación se mantuvo silenciosa varios segundos. Él sonreía, los dientes también eran enormes y tenía el pelo largo y principios de barba. Pensó que había algo rudo en su mirada, en la mirada de cualquiera que veía así a una mujer.

Extrañamente, su sonrisa aumentó, parecía complacido por su nerviosismo, porque, era una tontería, pero ella se sonrojaba fácilmente con los desconocidos y en ese momento estaba roja, caliente...Imaginarse su propio rostro la llenó de coraje, puso su manos sobre el pantalón y luego se levantó molesta.

-Buenos días.

-Buenos días-, tardó un poco en contestar y continuó mirándola, ya estaba segura de que no aceptaría el trabajo, hasta daban ganas de irse sin decir nada y dejar a aquel viejecillo con cara de zorro ahí.

-Perdón por la demora, espero que comprenda que soy un poco lento ya y a veces me cuesta acomodar mis ideas y mis pies-, notó que traía un hermoso bastón de madera, largo y digno, renqueaba.

-No se preocupe.

-Fueron a avisarme de su llegada y la señora tuvo que ir a un mandado urgente, la estaba esperando.

-No se preocupe.

Pasaron a su despacho, era ginécologo, de sesenta años, aún trabajaba, dedicado a la investigación. Iba al hospital tres días de la semana y tres al consultorio, además daba dos clases. Cada tanto tenía algún congreso o ponencia y mantenía una vida muy activa, sí, activa, porque el estudio era la forma de actividad privilegiada. Había sido brusca, le gustaron sus palabras y el trabajo prometía.

Durante la charla, Serafina fue reconsiderando su postura. Aquel Doctor necesitaba una correctora, no una asistente. No, él quería alguien que leyera sus trabajos y corrigiera la ortografía y puntuación general, las ideas inconexas y se encargara de redactar algunos puntos en inglés para los resúmenes. Tenía, hasta ese momento cinco artículos, además de un libro en proceso, del cual ya tenía trescientas cuartillas sin revisar.

-Apenas tienes veintidos años, pero ¿Dices que ya has trabajado así antes?

-Sí, pero en un periódico y en un semanario digital-, omitió el hecho de que el primero habían sido sus prácticas, sin pago, y de que el segundo fue en un proyecto escolar.

-Varios de mis amigos me recomendaron buscar alguien de tu formación, ideal para este trabajo, ¿te agradaría?

-Sí-, el trabajo de la revista, que nunca había respondido,consistía en lo mismo. Había valor curricular, además de cierto aire de profesionalismo e independencia, “sí, trabajo corrigiendo textos de medicina. Es difícil, pero no tanto, una se acostumbra y aprende cosas interesantes”.

El sueldo, al igual que el horario, fue tan bueno que no pudo oponer nada. Podía empezar mañana mismo y como el profesor planeaba hacer un viaje importante en unas cuantas semanas, solo duraría hasta el fin del verano.

II

O eso había dicho. Continuó, estaba tan oscuro que, al caminar, sus pies aparecián y desaparecían frente a su rostro. En las mañanas los árboles robaban casi toda la luz y el sendero siempre se mantenía en la sombra. Las raíces habían roto parte de la banqueta, estaba segura de que si hubieran visto eso, habrían mandado al ayutamiento, pero, y se rió antes de continuar, nadie de ellos caminaba, todos tenían sus malditos autos.

Se secó el sudor de la frente, el calor del verano, a punto de terminar, parecía concentrarse en esos días como una combustión callada. Sintió la sangre tibia a medio coagular pegándose en su frente, faltaba poco. Aumentó la velocidad, tropzó con una raíz, estuvo a punto de caerse, no gritó.

La primera semana todo había salido con normalidad. Ella llegaba a las diez y terminaba a las cuatro, el Doctor le dejaba las hojas impresas e intrucciones cada día. Trabajaba en un pequeño estudio de la planta baja y la señora le llevaba café.

Varias de sus amigas, niñas ricas, tenían “muchacha”. En realidad, su familia también había tenido una durante mejores tiempos, cuando su padre aún no se iba. Todas eran parlanchinas y flojas, o eso decían sus amigas… Pero esta no, era callada, seria, con un aire casi varonil, ni siquiera le había preguntado su nombre y se dirigía a ella con puras acciones, “pase, tome, disfrute”.

En las tardes, Serafina salía un momento. Se ponía en el borde de las escaleras o se recargaba contra la pared y fumaba. Uno de esos días tuvo la primera señal. Estaba abstraída, aún no le contaba a nadie y pensaba si era oportuno decírselo a su madre. Había tenido problemas para dormir ese día e iba por su tercer cigarro. La renta estaba a dos días y, además, había visto un vestido muy lindo en la tienda. Ese día, tenían que pagarle, no ajustaba para las dos cosas, aunque con un poco más…

De repente, notó al vagabundo. Se sorprendió de no haberlo olido antes, porque el tufo, como de comida echándose a perder, le llegó con muchísima fuerza. Cuando se volteó, se dio cuenta de que el vagabundo estaba a unos cuantos pasos. Era gordo y en su cara había algo entre indio y negro, los ojos terriblemente amarillos, como los dientes, y la barriga saliéndole por la camisa rota. ¡Y qué barriga! grande y llena de grumos, pero tan flácida que se doblaba sobre sí misma cubriendo el cierre del pantalón lleno de manchas cafés y amarillentas.

-Madre, ¿tiene una moneda?-, Serafina no contestó nada, dejó de verlo y se acarició los brazos, odiaba las palabras que usaban para referirse a las muchachas, “madre”, algo sexual apestaba en la palabra, como el fermento de ese hombre, agresivo y sucio, genital.

-Madre, solo una moneda, por favor-, y de nuevo. Tiró su cigarro y luego lo pisoteó. Tenía cierto tono extranjero, tal vez Honduras o Colombia, quién podría decirlo. Se volteó para entrar en la casa y se vio de cara al vagabundo, cuyo cuerpo bloqueaba el camino. Apestaba tanto que tuvo un par de arcadas, sudor, fluidos, ¡Cuaánto asco! estaba tan cerca que si se movía terminaría tocándolo, la enorme barriga era lo más próximo y se agitaba con violencia, ahora también sonreía con una línea podrida. Era más alto que ella y sus ojos lo abarcaban todo.

-Un cigarro, un cigarro, hijita-, Serafina, trató de moverse, pero él siguió su movimiento y extendió el brazo. Se sintió nerviosa. En toda la semana, no había visto a una sola persona ahí, quién la escucharía gritar, y si lo hacía, quién haría algo, le gente es egoísta, cobarde. Buscaba la caja a tientas en su bolso, aquel tipo podía arráncarselo y adios al pago de la renta, ¿se acercaba o era su imaginación? Y esa peste de animal o carnicero, los enormes ojos.

-Baltasar, Baltasar-, el hombre volteó y la joven aprovechó para darle la vuelta y subir a las escalera de la casa. La sirvienta estaba parada ahí y le gritaba al vagabundo.

-El señor no está hoy, espera y te traigo la comida de la semana- El hombre se quedó quieto, como un perro obediente, pero su vista se movía de la puerta a Serafina. Ella entró, fue directamente al estudio y cerró la puerta.

La casa era algo así como un cuerpo dormido, tal vez muerto. Había terminado el sendero corriendo y un extraño dolor punzaba en sus rodillas, se inclinó un poco para estirar las piernas, jadeba y su aliento se oía muy fuerte en medio de la nada. Al comenzar el camino, supo que ya no iba a poder regresar y la idea, que volvía a su mente, le parecía ahora más imposible que nunca, no podía dar marcha atrás, por qué lo seguía pensando. Metió la mano en el bolso.

A las cuatro de aquel día, la sirvienta fue a buscarla. No había podido avanzar nada por pensar en el vagabundo y los golpes de la puerta la sobresaltaron. La mujer dijo que era ella con el pago. Serafina abrió la puerta, ella le acercó un pequeño sobre y se fue. Eran cinco billetes, contó el dinero dos veces y salió a buscarla.

-Señora, disculpe-, La sirvienta no volteó a verla, -creo que hubo un error quedamos que iba a ser…

-El señor cambió de opinión-, interrumpió, -me dijo que si comentaba, le dijera que está muy contento con su trabajo, además supo lo del vagabundo y quiso hacer algo al respecto.

Serafina sintió una sensacion extraña. Trató de balbucear algo pero ni ella misma se entendía, -¿qué cosa del vagabundo? No, nada pasó.

-El señor le da comida y algunas otras cosas-, respondió la mujer, -si supiera-, y se detuvo con una mirada casi obscena sobre ella, -viene cada dos o tres días. Son casi amigos. Le dan lástima los migrantes y que le pague así, hace un rato que vino, habló muy seriamente con él. No se repetirá.

-¿El Doctor vino?

La sirvienta la observó molesta, como diciéndole que se abstuviera de preguntar –Sí, siempre viene comer, sino habla por teléfono, pero es raro, nunca falta. Come en el despacho y se sale por la puerta de atrás, por eso nunca lo ve.

La joven tenía ganas de decir algo más, aunque no sabía muy bien qué. La idea de que llevaba cinco días trabajando a dos cuartos de ella, sin percatarse la hizo sentirse tonta. La sirvienta se fue al patio y ella quedó ahí parada, era el doble de lo acordado. Regresó con su bolso y ella seguía en el mismo lugar. -Vamos, yo ya acabé y tengo que cerrar con llave. Ya casi se oscurece y de noche no hay lugar seguro-. Salieron y esa noche, antes de entrar a casa, ella compró ese vestido tan bonito.

III

La semana siguiente, cuando llegó, el Doctor quiso hablar con ella. Estaba contento, muy contento. Había llevado el primer artículo a revisión y había sido aprobado. La gente estaba entusiasmada con su investigación y querían un adelanto del libro antes del fin del verano, al menos, cien hojas.

Esto suponía más trabajo. –Te puedo pagar y me gustaría que te quedaras hasta las cinco o seis, además, el fin de semana necesitaría que también trabajaras o que, al menos, te llevaras material a tu casa. Pagaré lo justo por todo, creo que no te queda duda de eso.

Ella juntaba sus manos. Aquella tarde había hablado con su madre, le había contado todo, excepto lo del vestido y el vagabundo. Su hermano trabajaba en un buffette de abogados sin ganar nada y ahora ella era el orgullo de la casa.

Su madre habló con emoción al escucharla, después cambio de tono súbitamente y comenzó. En el último mes, había perdido varias clientas y el auto se había descompuesto. Necesitaba repararlo, era costoso, pero le habían dado tiempo y con lo mucho que estaba ganando, podría enviarle un extra, ella hablaría después con su hermano y pediría un poco prestado, pero ese dinero llegaba en el mejor momento, comenzaba a desesperarse, pero no estaba sola en el mundo: tenía una hija.

Serafina la oyó sin decir nada, con una oscura molestia. Había dicho que ganaba un poco más para presumir. Le contestó que no habría problema y le mando el dinero una hora después. Había ido de compras el domingo, tenía todo lo necesario, aunque no podría comprar nada, ni más comida, hasta el viernes que le pagaran.

El Doctor guardó silencio y esperó la respuesta. Serafina ya había planeado la mentira, “necesitaría un adelanto, si quiere que trabaje así, tendría que dar un dinero que iba a llevar el sábado y”. Pero, en ese momento, frente al hombre, las palabras no salieron y se limitó a decir que no había problema. La sonrisa del Doctor tomó la respuesta con un enorme gusto y luego se levantó. Dio un par de vueltas por el despacho, ella notó que su bastón estaba roto en el mango y, al recargar su mano sobre él, se clavaba las astillas en la palma con un estremecimiento.

Se puso frente a ella y sacó un billete. –Tómalo como un adelanto. No quiero que bajes el nivel ni que haya malentendidos. -La gente-, y sonrió al decir esto, poniendo una mano sobre su hombro, -sabe que siempre doy lo justo. Se regresó a las siete y en taxi. Antes de entrar fue a la tienda y compró una caja de chocolates que se comió con lentitud hasta antes de dormir, mientras corregía varias hojas

Serafina se puso frente a la casa. Tocó el timbre una vez y al instante volvió a tocarlo, una vez, dos veces, tres veces, y luego los golpes, sus puños caían sobre la puerta y solo no gritaba por un rastro de vergüenza, “maldito…cerdo…ábrame”. Pateó la puerta y un horrendo espasmo reccorió toda su pierna. Imaginaba la sonrisa del muy hijo de puta, adentro, nunca reía, pero esa sonrisa era lo equivalente, aunque sucia. Se arrodilló, el zapato estaba roto en la punta, lo vio, como una horrenda revelación y entonces chilló y creyó escuchar murmullos en alguna parte cercana.

El dinero de las siguientes semanas fue tanto que se compró también más ropa y unos libros. La voracidad con la cual compraba era idéntica a la que usaba para trabajar. Antes del viernes, le había mandado a su madre un extra y planeaba empezar a pagar algunas trámites de titulación. La sirvienta y el Doctor reuían quedarse quietos, aunque sus movimientos fueran lentos o repetitivos siempre estaban haciendo algo, y, en el silencio de la casa, aprendió a distinguir el roce de la llave penetrando las cerraduras viejas o el suave crujir del colchón de ese momento.

Por eso, un día de la tercera semana notó el sonido extraño que se mezclaba con los anteriores y tuvo miedo. Casi eran las dos y salió a fumar su cigarro, el sollozo, porque era eso, se oía escondido y aumentaba a la par que sus pasos. Afuera, antes de salir, observó al vagabundo. No lloraba, pero había una pequeña queja en su boca sin dientes. Tenía la cara destrozada, los dos ojos morados y la nariz como fruta reventada, no se había lavado y la sangre seca se mezclaba con las costras de mugre. Lo peor eran la cabeza y la boca, en una ya no estaban los dientes y la lengua se movía como un gusano agonizante y en la otra, tenía un chichón enorme.

A veces, cuando alguien nos mira, lo sentimos. El vagabundo giró la cabeza y vio a Serafina a traves del vidrio. Era raro, rarísimo, el gesto mezclaba muchas emociones, la principal, en apariencia, era el miedo, aunque también cierto odio o no, reproche, los pómulos abotargados, la avertura de la frente y el vacío de la boca parecían hablar en conjunto, como un coro de niños, “tu culpa, una moneda, fue tu culpa, una moneda, tu culpa”.

Salió de la casa. El vagabundo se levantó y comenzó a caminar. Ella fue más rápida y corrió para ponerse en frente de él.

-¿Qué te pasó?-, el hombre se quedo viéndola con ese rencor parlante, estaban a un par de metros, en medio de la calle, él aún no dejaba de ver la casa y daba impresión de esperar cierta aprobación o respuesta de ella.

-¿Qué te pasó?-, volvió a decir ella. Seguía sin hablar y su rostro se deformaba en una mueca cínica.

-Madre, ¿Por qué me pregunta? ¿Por qué me pregunta, si…?- y guardó silencio, ¿también había oído ese sonido de la casa, como el caminar de una creatura con tres pies? Tal vez, el Doctor supiera, esos golpes tenían ya la apariencia de varios días, semanas, el chichón enorme y céntrico como una montaña en la cabeza y podía darle una aspirina. Viendo el golpe, Serafina recordó a su tía, que le había contado como su abuelo le había roto un palo de escoba en la cabeza, el día que descubrío que no había llegado a dormir. Sin saber por qué se estremeció.

-Toma, deja te doy una moneda…

-No, madre, por favor.

Se quedaron callados, él había retrocedido. El ruido de los tres pies volvía, -un cigarro, no te gustaría un cigarro-, pero fue inútil, el hombre fue presa de un miedo repentino salió corriendo.

Serafina volvió y se puso a buscar a la sirvienta, pero no la halló. Se quedó en la cocina. La mujer apareció con un gesto de cansancio y náusea colgándole de la boca varios minutos después. Pasó frente a Serafina y fue al refrigerador.

-Vi al vagabundo-, ni siquiera le respondió.

-Estaba muy golpeado, alguien lo atacó-, la mujer sacó una taza y puso un poco de agua en ella, bebió, pero luego fue al fregadero a escupir.

-Sí, vi como lo asustaste y se iba corriendo. No alcancé ni a darle su comida.

-¿Dónde estaba que nos vio?-, preguntó Serafina casi gritando.

-Con el señor…pero a ti qué te pasa, por qué te pones roja-, y comenzó a reírse. Serafina había notado los botones mal abotonados de la camisa, siempre los traía así, pero sentada alcanzaba a ver los senos de la vieja bamboleándose en el interior, sintió vergüenza al verlos.

-Vieja puerca-, respondió Serafina, la mujer se reía con la boca tan abierta y la cabeza casi dislocándose hacia atrás. El insulto solo aumentó la risa y ella salió, -Cerda…la gente como tú no avanza por eso-, le gritó, aunque se daba cuenta de lo infantil y clasista que era su comentario.

Fue al estudio y encontró un recado del Doctor. Más trabajo, también más dinero, indudablemente. Era un “género diferente de trabajo”, una investigación nueva que estaba realizando sobre mujeres jóvenes y para la cual deberían llenarse varios cuestionario, ¿podría ella contestar uno? ¿Podría conseguir chicas que respondieran? Era totalmente anónimo y solo se necesitaban pocos requerimientos, si se sentía incómoda con las preguntas, él comprendería, porque muchas personas aún tenían esas penas, decía la nota.

IV

El cuestionario le produjo asco desde el primer momento. Por suerte, podía responder que no a la mayoría de las preguntas. No, nunca había tenido que recurrir a un aborto, no, tampoco había tenido ninguna enfermedad venérea. La pregunta sobre si había tenido relaciones sexuales con una persona que había conocido en menos de veinticuatro horas, la hizo dudar. ¿A quién le interesaban esas cosas? ¿Por qué el Doctor o su universidad querían saberlo? Para colmo, imaginaba a los hombres contestando las mismas preguntas con orgullo, hasta mintiendo, ¿has practicado sexo…? Ni siquiera podía leer la pregunta completa, era tan infantil, imaginaba a un hombre riéndose, diciendo que sí a todo y compitiendo entre ellos.

En la noche, vio a unas amigas y les pidió el favor. La extrañeza aumentaba. Ellas no sentían la más mínima pena en responder, más aun, se reían en voz alta y compartían sus respuestas. Serafina ya las conocía antes y todas eran más grandes que ella, salvo una de su edad. Sin embargo, era el modo que tenían tan impúdico de hablar sobre ello lo que le desagradaba.

-¿Tú qué respondiste?

-Yo no hice el cuestionario.

-¿Por qué no?-, pregunto Alejandra con cierta malicia.

-El Doctor dice que no quiere que se contamine los datos o algo así, ya conozco varias de los postulados por los trabajos que le corrijo.

-¿Y está casado?

–No sé, no me importa.

Todas comenzaron a reirse y le preguntaron, si era atractivo. Y, otra vez, las nauseas. Fue la primera en regresar a casa. Pagó una ronda para todas como compensación y salió de del lugar con el monton de hojas. Aún no terminaba de corregir lo de ese día y faltaba, claro, el vaciado de datos. Solo eran cinco chicas y menos de veinte preguntas, podía hacerlo antes de dormir, mañana sacaría la ropa de la lavadora; ya no había diferencia a esa hora y le había entrado un horrendo cansancio, desde los inicios de ese nuevo mes. Dormía menos, porque le gustaba trabajar en la noche, pero seguía levantándose temprano, casi siempre.

No tenían nombre, pero reconocía la letra y hasta la forma de hablar en las respuestas. En la pregunta dieciocho, ¿alguna vez has tenido relaciones sexuales a cambio de dinero o favores?, le sorprendió encontrar un sí. ¿Cómo podía haberlo puesto? sabía que ella lo iba a leer, no le importaba que lo supiera, tenían la misma edad, no eran tan cercanas y esas cosas terminaban saliendo a la luz, y un segundo sí en esa pregunta de otra de ellas, además de las especificaciones que debían poner en el apartado siguiente...Se durmió.

Despertó tarde y con todo y el taxi llegó pasada la hora. Eran las 11:30 y el Doctor la estaba esperando.

-Perdón por la tardanza-, él no respondió nada y le acercó un par de hojas, era uno de los artículos, había sido rechazado. Ahí estaba en grandes letras rojas, “Mejorar redacción, las ideas de la página tres y cuatro son contradictorias, además de repetitivas. La página seis tiene claros errores de ortografía”. Ella no habló y él continuó observándola. Al poco rato no aguantó sus ojos y comenzó.

-Perdón, debe ser que he estado corrigiendo más y…-, el Doctor la miró sin la menor extrañeza, parecía no escuchar sus palabras y, al poco rato, Serafina se dio cuenta de que no valía la pena hablar.

-Tenemos un trato y es claro. Te pago por tu trabajo y, si no está bien hecho, no te pago. Descontaré esto de la semana, puedes ver tu “corrección”, hasta yo notó que está mal.

Serafina no creyó oportuno contestar, era claro y era cierto. No se podía hacer ese tipo de caridad y ella no la hubiera aceptado, aunque él se la ofreciera. Esa mañana, intentó esforzarse más y, sin embargo, nunca le había costado tanto la corrección. Estuvo varias horas trabajando en un solo capítulo del libro sin lograr acomodar las ideas tal y como deseaba. Pasadas las doce vio las hojas que le había dado el Doctor y se asustó leyendo sus propios errores. Se puso a arreglarlos durante dos horas más, fumando en el estudio y sin salir.

A la hora de la comida, fue al despacho para hablar con el Doctor. Tardó un poco en abrirle la puerta, estaba en camisa y pantalón, sin bastón ni bata. Tenía una charola con un filete casi crudo frente a él y la sirvienta limpiaba con apatía un librero cercano.

-Perdón por molestarlo.

-¿Qué se le ofrece?-, notaba cómo había cambiado el tono,ya no confiaba en ella. La mujer salió después de que él le hiciera un gesto y ella tuvo menos temor de hablar.

-Corregí el artículo lo más pronto posible.

-No te preocupes. La publicación que quería ya pasó.

Serafina se sintió inútil, pero no se rindió, sabía que aún tenía algo que le interesaba.

-También traje algunas encuestas. Solo cinco, pero creo que es un avance.

El rostro del hombre se iluminó, se levantó y fue hacia ella a grandes pasos, ¿necesitaba de verdad el bastón? Tomo las hojas que le ofrecía y se detuvo a verlas un rato, leía las preguntas e iba de un cuestionario a otro ¿qué estaba buscando?

-Muy bien, muy bien, esta investigación es prioritaria en estos momentos, está por delante del libro.

-Noté que le interesaba mucho y me centré en ello.

-Muy bien-, siguió leyendo, -tú también ya contestaste esto-, la pregunta la intimidó, lo mejor era responder algo, incluso una mentira.

-Sí. Yo también.

-Excelente. Te agradeceré mucho, si puedes conseguirnos más de estos cuestionarios…

Y eso había hecho. Le dolían las manos después de golpear la puerta varias veces. Se recargó contra la pared y sintió su pecho cálido inflarse con la noche. No se movería, adentro lo escuchaba, entre sus golpes había oído el inconfundible movimiento de alguien que iba de un lado a otro. Eso la había hecho golpear con mayor fuerza, hasta notar la risa. Nunca había escuchado al Doctor reirse, su risa sonaba extraña, como si no fuera propia de él y se detuvo después del primer sonido.

Miro la puerta con rencor y dio una segunda patada, el dolor recorrió su pierna otra vez, pero no se detuvo, una tercera y una cuarta.

-Ábreme, hijo de puta, hijo de puta. Ya vine.

V

Tras entregarle los primeros cuestionarios, se había centrado aún más en ello. Pidió a varias conocidas de la universidad e, incluso, buscó a algunas personas que rehuía para que contestaran las preguntas. Al final de la semana el Doctor le dijo que eran suficientes y ella pudo volver a centrarse en la corrección. Quedaban tres semanas de trabajo, pero, felizmente, una de sus maestras la había buscada para un pequeño proyecto de investigación, que comenzaría con el nuevo semestre, trabajo.

Había comprado una computadora nueva para poder trabajar con mayor facilidad y ansiaba poder terminar lo más rápido con el Doctor. Al centrarse en la nueva investigación, su relación se había hecho más estrecha y, aunque nunca había logrado definir lo que le perturbaba de él, cada vez tenía menos dudas sobre ese sentimiento de repulsión que la hacía querer terminar.

-Escribe, de acuerdo con el estudio, de mil chicas encuestadas entre 20 y 25 años, 150 han afirmado haber dado favores sexuales a cambio de benenficios económicos y/o personales…Esto nos pone frente a un 15% que afirma haber…

Los últimos dos días, se había quedado hasta la noche. Por alguna razón, la sirvienta también se había quedado. Cerca de las nueve había traído café y pan al despacho del Doctor, mientras él seguía dictándole, lo había hecho a lo largo de tres horas y se sorprendía de la facilidad que tenía para expresarse oralmente.

-Gracias, puede retirarse-, la mujer salió sin decir nada y Serafina notó la extraña mirada que le ponía, una mezcla de enojo y alegría que caía desde su rostro y la cubría, con una náusea extraña.

-Es hora de que te vayas-, le dijo un poco después el Doctor. –Ya es muy tarde. Puedo llevarte a tu casa.

-No hace falta.

Salió del despacho y oyó voces en el exterior, se asomó por la ventana y vio al mendigo y a la sirvienta juntos, comían sobras de un platón, fumaban en el jardín y reían, él lo hacía como un loco. Serafina salió y se acercó a ellos, mirando con fijeza al hombre. Aún tenían los golpes y las cicatrices, pero se notaba la mano amorosa de alguien sobre ellas. Tenía la nariz vendada y varios parches en el rostro, además de una pequeña sutura en la barbilla.

-¿Quién te curó?

-El Doctor lo curó-, la sirvienta la veía con esa misma expresión, sosteniendo la mirada, y se limpiaba las manos en el pantalón. Era claro que su presencia súbita les molestaba, él hombre había guardado silencio de repente.

-¿Qué hace el aquí?

–Ya es hora de que te vayas.

Serafina ignoró el comentario y notó la expresión extraña del mendigo sobre ella, tampoco la podía definir, estaba enojada y sabía que le escondían algo. Intentó acercarse un poco más, pero la aparición del Doctor la detuvo. Había salido al jardín y se había puesto delante del mendigo sosteniendo un botiquín.

-A ver-, dijo y empezó a remover los bendajes de la nariz, una masa de carne sin piel quedo a la vista y la muchacha no pudo evitar hacer un gesto de asco.

-Va bien-, aseguró el Doctor- pasa a mi oficina para que pueda revisarte mejor. Creo que voy a quitarte los puntos-. El mendigo caminó al interior, quedaron los tres.

-Acompáñala afuera, ya es hora de que se vaya-, dijo sin voltear a ver a ninguna.

Ambas mujeres fueron a la puerta. -Te dije que lo había curado, son como amigos, a él le gusta mucho hacer caridad, le da unas cosas que-, pero no terminó de decirle y se rió.

-Espera, te llevó a tu casa. No me había dado cuenta de que era tan tarde-, la sobresaltó la voz del Doctor, ¿no estaba curando al hombre?

-Pero, el mendigo.

-Baltasar dice que le duele mucho. Lo haré en un rato.

-No se preocupe.

-Te llevó-, el tono no dejó espacios para la duda, era una orden y ella debía acatarla. De la cochera, salió un auto plateado, era muy lindo y se notaba costoso. El Doctor le abrió la puerta y ella entró. Prefirió no decirle donde vivía y lo condujo hasta un restaurante que quedaba muy cerca de su casa.

-Tengo un poco de hambre, mejor comeré algo.

-¿Quieres que te acompañe?-, la pregunta la tomó por sorpresa. La familiaridad nunca había llegado hasta ese nivel y ella jamás lo hubiera permitido.

-Espero ver a alguien-, el rostro del Doctor endureció bruscamente.

-Quería traerte e ir contigo para hablar sobre algo del trabajo-, no habían dicho nada en todo el trayecto y la frase la inquietó.

-¿Qué cosa?

-Mi viaje se adelantará un par de semanas, saldré este viernes, por lo que ya no necesitaré de tus servicios, después de ese día.

-¿Qué?- La expresión de Serafina se endureció. Estaba recortando más de dos semanas de trabajo y tenía los gastos de su computadora y la renta. Su madre aún no había logrado recuperarse y contaban con ella.

-Pero…teníamos un acuerdo-, trató de calmarse, -y me parece muy poco profesional que lo rompa así. Yo contaba con el dinero para varios gastos personales, debió haberme avisado con más antelación.

-Lo sé, lo sé-, dijo el Doctor y continuó con el mismo tono, -pero, pensé que podríamos llegar a algún tipo de acuerdo.

Ella vio una esperanza, -sí, yo puedo seguir trabajando desde mi casa o puede confiarme encuestas o cualquier cosa, Doctor, no creo que dude de mí.

-Estoy muy contento con tu desempeño-, volteó a verla, -pero sería un género distinto de trabajo-, le pareció ver la expresión que había visto la primera vez en su rostro.

-¿Qué tipo de trabajo?-, aunque quiso no pudo evitar que su voz sonara quebrada.

-No te preocupes. Es algo que ya has hecho, por lo que pude ver en las…- pero no terminó la frase, no hacía falta y ella abrió la puerta del coche con coraje, el Doctor seguía sonriendo y le arrojó una pequeña tarjeta antes de que ella pudiera salir.

-Si te interesa, ahí está mi número. Te pagaré el quintuple de lo de la semana.

VI

Al día siguiente, fue a la casa. La había ofendido, pero no iba a permitir que se quedara con parte de su sueldo.Faltaban dos días para el viernes y le debía la semana, con eso tendría para la renta. Tardaron un rato en abrirle y vio a la sirvienta. Su gesto estaba complacido, lleno de un gozo extraño que se encendió al verla.

-El Doctor no está-, se sonrojó molesta por el comentario.

-No importa. Trabajo, aunque no esté el Doctor y lo sabe.

-No. Me dijo que le diera esto-, no se quitó de la puerta y le entregó un sobre con dinero y una nota. Era menos de lo acostumbrado, pero le explicaba que su trabajo de escribir lo que le dictaba merecía una remuneración menor, lo cual, suponía, ella entendería. No pudo evitar apretujar la nota entre sus manos, la estaba presionando, era un…

-Quiero hablar con él.

La sirvienta sonrió, -pues, debes tener ya su teléfono-, Serafina comprendió lo que significaba y dio media vuelta, una lara risa se escuchó a sus espaldas. La mujer volvió adentro y ella no volvió a la casa, hasta esa noche. Una luz se prendió en la planta alta, parecía querer burlarse de ella, decir, si hay gente en la casa, pero no te abriremos. Sin embargo, se apagó al instante y ella vio que el portón de la cochera activaba. Ni siquiera tendría el valor de abrirle la puerta. La idea de volver apareció imposible para ella, de nuevo. El interior de la cochera se veía obscuro y vacío, tan pronto entrara la suerte estaría echada, no habría vuelta atrás. Le había pedido que se arreglara para aquel día, llevaba un poco de maquillaje y aquel vestido que había comprado. Sin embargo, estaba llena de sudor, con un poco de sangre y con el zapato roto, qué le diría al verla. Entró a la casa por la cochera y escuchó el portón cerrándose tras ella.

Luego de su despido, estuvo varios días buscando trabajo. Ninguna escuela necesitaba maestra, tampoco vio oportunidad en periódicos o compañías. Además, nadie ofrecía el mismo sueldo y el tiempo se caía a pedazos…El viernes sacó todo el dinero que tenía y lo contó, no era suficiente ni para la renta, tampoco para su madre ni para la computadora y el resto de las cosas que había comprado. Solo quedaban dos días antes del pago del siguiente mes y su madre le había dicho…

Fue al bote y sacó la tarjeta del Doctor. La había tirado el llegar a la casa, pero no había sacado la basura en un par de días, le pareció la cosa más asquerosa que había entre sus desperdicios. Recordó lo que había leído en la encuesta de una de sus amigas, de muchas de sus conocidas, No estuvo mal, conseguí dinero fácil, rápido. Además, yo decidí. Marcó el número y, ¿quién sabría aparte de ella? Si tuviera que contestar alguna encuesta, mentiría antes de confesarlo.

La cita sería esa misma noche, tarde. El tenía su vuelo y dijo que le costaría poder concertar un rato con ella, pero que haría un esfuerzo, porque, y notó el tono con que lo dijo, ella le gustaba, tenía potencial. No quiso entrar en detalles, los pedidos de él fueron sencillos y ella no objetó nada. Tuvo la tentación de decirle que le había mentido, que la encuesta, no era suya, pero se dio cuenta de lo estúpido que habría sonado en ese momento, para qué.

-Ahí mismo te pagaré lo acordado-, ella no respondió.

-La persona quedará muy contenta-, le extrañaron las palabras, pero solo colgó, estuvo un rato sentada sin hacer nada, se arregló y esperó a que llegara la hora, tomó el autobús y eligió caminar, vio que su madre la llamaba, pero no contestó. Fue a la casa y ahora subía las escaleras. Arriba se escuchaba un caminar lento, pesado y una respiración difícil. Llegó al segundo piso, nunca había estado ahí y luego caminó hacia la derecha, donde notaba una pequeña luz saliendo de un cuarto. Se puso frente a la puerta, vio una cama y en ella la sombra de un cuerpo en la oscuridad, despierto y espectante, irreconocible. La luz provenía de una lampara pequeña, puesta sobre un buró donde brillaban varios billetes. Percibió el olor de algo echado a perder, muy cerca de ella, observó, de nuevo, el enorme cuerpo que la esperaba en la cama, tan distinto de aquel del Doctor. Dejó de pensar y entró a la habitación, sin dejar de ver el dinero y esperando que pronto todo se oscureciera.

23 de Abril de 2021 a las 03:43 0 Reporte Insertar Seguir historia
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