C
Camila Colombo


Kiera Harrison es una de esas personas que llevan una vida equivocada. Una no correspondida. Ha sufrido lo suficiente como para ocultar sus sentimientos y alejarse del resto. Al terminar el instituto, lo único que le impide irse de su casa es que todavía no cumple los dieciocho años, por lo tanto, no es mayor de edad y deberá seguir en su temible casa por cuatro meses más. Mason Wate no se haya ni cerca de la familia perfecta que todo joven desea tener. Piensa que el dolor será lo único que ocupará su vida para siempre y que no será capaz de amar a nadie sin tener que contarle la verdad. Y sabe que eso no va a suceder. Como un golpe de suerte, ambos se conocen en la Universidad de Eastern. Mason, con sólo ver a la pequeña Kiera sabe que ella es diferente al resto de las chicas. Aunque no sabe qué de todo ella lo es. Sin embargo, se volverá más complicado para ellos ya que ambos tienen secretos lastimándolos desde adentro hacia afuera. Ellos se sienten no amados, se sienten… Intocables.


No-ficción Sólo para mayores de 18.

#romance #abuso #non-fiction
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Prólogo

MASON

Dos años atrás

Las cajas de cartón que había tomado del supermercado habían sido de gran ayuda a la hora de empacar para la Universidad desde que mis padres no pensaban hacerlo conmigo. Me encontraba en mi cuarto, donde las cajas ya estaban listas y encintadas para poder utilizarlas como valijas, trasladando así todo hacia mi nueva habitación. Tomándome mi tiempo para guardar las cosas que en verdad eran importantes para mí, agarré en mis manos las distintas medallas que había ganado a lo largo de mis años en la secundaria y las deposité dentro de una caja más pequeña. Libros, música, todo lo que necesitaba para sobrevivir cuatro o cinco años de carrera allí dentro estaban empacados dentro de estas cajas.

Suspiré y utilicé la camiseta sucia que se hallaba a un lado para limpiar mi rostro sudado. Había esperado este momento por los pasados diez años o incluso más, queriendo salir de esta casa de una maldita vez. Tan sólo necesitaba una salida, un lugar al cual pudiera escaparme sin tener que temer por mi vida cada vez que regresaba más tarde de lo que me estaba permitido o algo malo sucedía en el mundo. Nadie más estaba en casa además de mis padres y yo a causa de un terrible accidente. No obstante, continuaron aparentando que éramos una familia como toda otra: amorosa y llena de vida. Aunque no era así, esos adjetivos no describían a la familia a la cual pertenecía ni se acercaban a éstos.

Ya había empacado todo para la universidad, estaba listo para partir. De hecho, había comenzado a empacar hacía bastante tiempo ya si debía ser honesto porque el simple hecho de esperar me ponía nervioso. No necesitaba esperar mucho más para irme de aquí antes de que mi padre tuviera una excusa para pegarme y mi madre para desilusionarse de mí. Dios, sólo esperaba que fuera como todo el mundo describía esta etapa de nuestras vidas: refrescante, distinta y llena de vida y pasión.

Desde niños, mi mejor amigo, Blake Moore, y yo, habíamos jurado que asistiríamos a la misma universidad una vez que dejáramos atrás todos esos años en la escuela secundaria y, asimismo, apoyarnos en todo aquello que necesitásemos a pesar de que muchas veces fue casi imposible. La verdad era que Blake lo sabía todo sobre mí, no había secreto que él no supiera. Estaba al tanto de toda la mierda que había dentro de mi vida, lo malo y lo bueno, lo que me hacía pensar que él en verdad era una buena persona si continuaba siendo mi amigo luego de tantas noches apareciendo en su casa con un ojo hinchado o nuevas lastimaduras en mis brazos.

Él era mi verdadero y único amigo.

El resto podía irse al Infierno. Ninguno de mis “amigos” estaba junto a mí por ser un chico listo e increíble, por ser yo mismo o una de las pocas personas que se paraba delante de aquel que fuera a pegarle a un chico por llevar anteojos. Realmente deseaba que me vieran de ese modo, como alguien en quien pudieran confiar en caso de necesitarme. Al contrario, la mayoría de mis compañeros solía estar conmigo porque muchas de las chicas de la escuela creían que era muy tierno por alistarme en muchas de las actividades extracurriculares, corriendo detrás de mí con sus delicados y altos tacones de aguja con tal de obtener un poco más del misterioso Mason Wate. Algunas chicas también habían apostado que podrían abrir mi frío e intocable corazón hasta que me enamorase de ellas. Lo siento, chicas, pero esas actividades extracurriculares apestan. El único motivo por el cual asistía era porque mejorarían mi perfil académico y porque significaría que pasaría menos tiempo en mi hogar.

Las personas hoy en día eran todo lo que no quería en mi vida, llenas de odio y de resentimiento. No quería pasar el resto de mi vida rodeado de personas que cubrían sus rostros con máscaras para aparentar ser alguien que no eran. Estas caretas habían sido pintadas por cada dueño en base a ideales sociales, con el objetivo de escalar la pirámide de popularidad escolar. Idiotas… Mi vida apestaba, e incluso así, nunca antes había fingido ser alguien que no quería ser. Al final del día sólo eres lo que quieres que los demás vean.

De todas maneras, ahora que estaba listo para comenzar la segunda fase de mi vida y estudiar algo en lo que en verdad era bueno y en lo que quería basar toda mi vida, sabía con cada parte de mi cuerpo que mi vida daría un giro hasta ponerme patas para arriba. Ya no tendría que tolerar a mis “padres” ni escuchar sus voces las veinticuatro horas del día, expresando su odio hacia mí y cómo era un completo y total error. Claro estaba que mi vida no cambiaría tanto como creí de chico, cuando mis sueños eran largarme de la casa de mis papás y construir una vida para mí mismo.

El hombre que me había criado a su manera —creyendo que esa era la mejor forma de demostrarle cariño a su hijo—, se mostró dispuesto a pagar mi carrera universitaria. ¿El motivo por el cual lo había hecho si tanto me detestaba? No lo sabía y quizás era mejor de ese modo. Sin embargo, jugué a adivinar varias noches antes de partir. Una noche en mi cama me planteé que se podía deber al hecho de que tenía un alto rango entre la sociedad y que posiblemente debía parecer un padre concerniente con respecto a mi futuro, por lo que no podría decirle a todos que se había negado a pagar mi carrera. También pasó por mi cabeza el hecho de que quería tener una especie de garantía, como si el hecho de que pagara una carrera universitaria tan costosa fuera a borrar cada momento dentro de esa casa de mi mente. Compraba mi silencio, nada mal para un hombre tan patético como él. Y por último, creí que finalmente estaba reconociendo sus errores luego de tantos años y que había entendido que éste no era el camino para formar una relación con su hijo.

Pff, ¿a quién diablos engañaba? Las dos primeras opciones podían aplicarse a la perfección desde que mi padre era uno de los abogados más exitosos de aquí, teniendo que mantener su imagen pública intacta y mi boca cerrada.

Observé mi reflejo en el pequeño y rectangular espejo hallado sobre el lavado en mi nueva habitación. Sí, mi nueva habitación. Después de una larga discusión con mi padre acerca de cómo debía cerrar la boca o él la cerraría por mí, dejó que tomara las llaves de la camioneta que había pagado con mi propio dinero y me fui. ¿Ven? Mi coche era uno de esos pocos lujos que el trabajo de verano me había conseguido para poder irme lejos de esta casa. Era vieja y estaba oxidada, ¿pero qué importaba? Con una mano de pintura, parecía nueva. La figura que me miraba del otro lado del vidrio tenía mis ojos esmeraldas, los cuales volvían locas a muchas chicas, y a pesar de que quise ver entusiasmo en ellos, sólo encontré miedo. Miedo a herir a alguien tanto que podría perderlo por siempre.

Jalé mi cabello con fuerza y mis ojos se achicaron hasta formar una expresión seria en mi rostro, mis cejas frunciéndose y mi mandíbula tensándose. Por dentro, me recordé la única frase que me había acostumbrado a repetir, porque luego de todo lo que había sucedido en la escuela, había perdido a algunas personas muy importantes para mí. No sucedería de nuevo. Y no porque ocultaría mi pasado de tal modo que creerían que era invencible, sino porque no estaba entre mi lista de cosas que hacer acercarme a los demás y hacer amigos.

No puedes enamorarte, no puedes. Solamente le harías daño a una persona que no merece tu jodida vida.

Odiaba admitirlo pero así sería. No sólo se trataba de amistad como bien había ocurrido en la escuela. Luego de tantos años evitando enamorarme de toda chica que mostrara un mínimo interés en mí, debía cumplir esa promesa por cuatro años más. Al menos hasta que pudiera trabajar, tener el dinero necesario para proveerle a otra persona la vida que se merecían y alejarme para siempre de aquí. Sin embargo, no lo lograría en caso de enamorarme de una chica. Detestaba encontrarme en esta situación, e inclusive Blake me pedía que viviera un poco, ya que privarme de tal emoción era imposible para todo ser humano. Sacudí mi cabeza, asegurándome que si me enamoraba de una chica, la hundiría conmigo. Haría que su vida fuera un desastre, un mar de sucesos horribles y malos recuerdos. Nadie se merecía eso.

Era por ese motivo que luego de mudarme aquí, un mes antes de que las clases comenzasen, que me había acercado a Laureen Waters. La había conocido en una reunión de nuevos alumnos una noche. Mientras bebíamos cervezas y comíamos hamburguesas, ella se me había insinuado al menos tres veces. No tenía que ser muy listo para darme cuenta de eso, ¿o sí? Laureen había pegado su escote a mi rostro en busca del “kétchup”, se había reído de mis chistes absurdos y se había sentado en mi regazo una vez que todos estábamos lo suficientemente ebrios como para recordarlo al día siguiente. Sí recordaba que sus amigas reían desde el otro lado de la mesa y susurraban entre sí cosas que apenas era capaz de oír.

Tenerla para descargar mis penas por la noche era algo que en verdad había necesitado antes debido a que no tenía por qué preocuparme si se enamoraba de mí o no. ¿Cómo lo sabía? Pues, la chica buscaba sexo de una noche y sin duda no estaba lista para una relación. En verdad no podía juzgarla, yo tampoco quería una relación amorosa en este momento. Además, apenas teníamos dieciocho años, debíamos vivir nuestras vidas. De sus labios jamás saldrían murmullos acerca de cuánto amaba cada parte de mí ni ninguno de esas cosas que las chicas suelen decir cuando creen que aman a alguien.

Sólo tenía que superar mi miedo a ello, pues nadie sería capaz de amarme aunque lo quisiera.

Nunca.

22 de Abril de 2021 a las 23:46 0 Reporte Insertar Seguir historia
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