virgilio-zetina Virgilio Zetina

Hace unos meses, por las tardes, volví costumbre sentarme o recostarme sobre la cama, el único mueble para descansar que poseo en mi habitación, y me dediqué a estar pensando y re pensando mis acciones pasadas; en lo que hice y lo que no, y en aquello que dejé inconcluso. Y dolió. Dolió más lo inconcluso, porque pude haber hecho más por mí, pero, me detuve a esperar, a creer, a juzgar, a ignorar, a retar todo, y a todos. A sabiendas de que "un hubiera" no existe, quise que muchos aspectos de mi vida, hubieran sucedido distintos a la realidad, maldije y me recriminé. Terminé perdiendo. Tuve que aprender a aceptar, sobretodo mi homosexualidad, no hubo más. Comprendí que todo lo vivido después de ocho años, tuvo que haber sucedido así. Resignación descartada, porque por "un algo" incierto -que no niego me gustaría saber qué es- lo experimenté, y en la vida es imposible tratar de luchar contra eso, contra lo que se desconoce. Me resulta difícil aprender lecciones. A cualquiera, supongo. De esa historia mía, quise volver a escribir. Años atrás comencé con pequeños episodios que sucedían durante un día cualquiera, sin tener un conocimiento exacto en gramática, ortografía y literatura, y tampoco tenía claridad de lo que quise expresar, así que lo dejé de lado. Ahora, en parte, sigo en la misma situación; no tengo estudios de literatura, y lo poco de gramática y de ortografía que pongo en práctica es porque la he ido aprendiendo al leer uno que otro libro, y documentándome por demandas de mi profesión. Pero sí tengo una visión distinta de lo que soy, de lo que hago y de lo que quiero. Al expresar mi sentir, fuese escrito o verbal, me importaba el agrado que pudiera obtener de los demás, la aprobación estaba por encima de mí. Y hoy estoy decidido a escribir, quiero saber si puedo hacerlo bien. Quiero saber si tengo o no un estilo propio. Esta vez quiero empezar a escribir siendo yo...


Historias de vida Todo público. © Virgilio Zetina

#lgbt #drama #historiasdevida
0
126 VISITAS
En progreso - Nuevo capítulo Todos los viernes
tiempo de lectura
AA Compartir

Capítulo 1

La temperatura es muy alta, parece disminuir cuando una débil corriente de aire golpea mi cuerpo. Segundos después, regresa a ser la misma y mi piel continúa húmeda.

Un aroma seduce mi olfato. De tan agradable que lo encuentro, doy una profunda y larga inhalación… abro los ojos y observo a mí alrededor, todo está en blanco, vacío.

Miro con asombro las dimensiones de mis manos, de todo mi cuerpo, de mi ropa y de mi calzado: son pequeñas. No me reconozco aun sabiendo que soy yo. Me intriga. Llevo lentamente las manos a mi rostro, no hay imperfecciones palpables sobre mi piel, no al menos las que recuerdo tener, sin duda he vuelto a ser niño.

Es un sueño, lo sé. Suprimo la inquietud, y comienzo a sentirme extraordinario porque estoy logrando retroceder en el tiempo, lo cual me causa placer, aunque sea un sueño. Es extraño... pero, se siente bien, nunca antes me había sucedido algo así.

<<¿Dónde estoy?>> Me cuestiono confundido al percibir un ambiente en completa calma y absoluto silencio mientras mi corazón late a toda prisa, lo hace siempre que el miedo intenta apoderarse de mí.

Doy un paso al frente con temor de que algo suceda y, con lentitud, de la nada emerge un escenario frente a mí que comienza a andar: un largo y amplio camino inicia desde aquí, donde estoy, y atrás de mí, hay un árbol del cual encuentro apoyo. Doy un pasito más al frente apartándome de él, hay personas deambulando que no reconozco, pero me resultan familiares. Retrocedo y vuelvo a quedar donde mismo, observando curioso.

Ese aroma tan exquisito sigue presente, y se incrementa con cada corriente de aire, conquistándome más y más. Olfateo buscando encontrar de dónde proviene, tal cual un cachorro hambriento en busca de alimento; me inclino al frente, hay unos rollitos de corteza esparcidos por el suelo, tomo uno y lo llevo a mi nariz, huele a... <<¡canela!>> Lo verbalizo, mis labios dejan escapar una sonrisita. Alzo la mirada, las ramas del árbol tienen hojas alargadas y brillantes. Enseguida, me incorporo y deslizo mi mano derecha sobre el tronco, arranco un poco de corteza, lo huelo y es el mismo olor.

Volteo hacia mi izquierda. <<¡Claro! Estoy cerca de casa, una calle abajo, y este árbol de canela sobre el cual me sitúo, de mis amigos del barrio y yo, es nuestro punto de reunión>> Verbalizo por segunda vez.

Si estoy aquí, si soy niño otra vez, todos mis amigos tienen que aparecer también. <<Sí, seguro sucederá>> Digo, sonriendo inundado de emoción.

Un ruido estruendoso rompe el momento. Por reflejo, atrapo un objeto que pasa frente a mis ojos: es redondo y está sujeto a una cadenilla de metal blanco, plata quizá. Lo observo con mayor detenimiento, he visto con anterioridad uno de estos, en las películas, pero los he visto.

<<¡Sí, un reloj de bolsillo!>> Enuncio con euforia, tanto así que, dejo de creer que estoy dentro de un sueño, porque sé que hablé, me escuché. Los números que tiene dentro son grandes, los ignoro y me centro sobre las manecillas que están avanzando muy rápido. Me asusta, lo arrojo al suelo.

Cuando el reloj apenas toca el suelo, desaparece fundiéndose en él. Una voz susurra a mis oídos: <<El tiempo avanza; todo es y todo crece. Todo cambia... y también muere>>.

Despierto de un sobresalto, mirando de inmediato hacía la ventana. Por la posición en la que amanecí, está justo a mi derecha. Los acelerados latidos de mi corazón están provocando que me sofoque; alzo mi cuello, tomo un poco de aire —lo que alcanzo a robar en sí—, y logro sentir cómo mis pulmones se sienten satisfechos de él. Cuando recupero mi respiración normal, puedo toser quedito.

Necesito darme vuelta para apoyarme sobre la cabecera de la cama, pero no consigo mover un dedo, tengo un ligero dolor en el cuello y los ojos me parpadean incesantemente, me quedo tendido boca abajo.

Es la última semana de abril del dos mil quince. Me agrada estar vivo, y se lo agradezco a Dios, las palabras quedan atrapadas en mi mente, porque no logro articular. Intento incorporarme por segunda vez, y el dolor sobre mi cuello se incrementa. <<¡Mierda!>> Susurro, al sentirlo con el mínimo esfuerzo por moverme, y al menos esta vez, logro alzar la cabeza.

Busco ver la luz del sol, sin embargo, la prolongada barda que divide este terreno del otro y el árbol de tamarindo que está junto, me lo impiden. Además, el reciente cambio de horario (de verano) sigue confundiéndome y permanece oscuro. Hasta hace unos días bastaba con un pestañeo para ver las cortinas iluminadas por los rayos de sol, y sabía entonces, que era hora de levantarme. Tendré que darme otra estrategia —o maña— para despertar, porque hay ocasiones en las que olvido programar la alarma de mi teléfono celular. Por fortuna, recuerdo que anoche lo hice, y estoy buscándolo a tientas por encima de mi improvisado buró (un banco de plástico color amarillo de reciente adquisición), esto hice como cuatro veces durante la noche, pues con este destanteo por el cambio de horario y con el calor que hace en este sitio, es imposible que no te sude todo (y todo, es todo). De no haber conciliado el sueño después de las 2:30 diría que permanecí en vigilia.

Miro el móvil, marca las 6:43. Desperté dos minutos antes de que sonara la alarma. Frecuentemente me encuentro en esta situación, a veces, creo absurdo programarlo en modo despertador porque el canto de los gallos que cría mi casero en una galera frente al patio, es una de mis peores pesadillas. Pero hoy no es así, pues, aunque los gallos hagan su aporte y, aunque haya ganado al timbre de la alarma, lo único que quiero en este preciso instante, es seguir tumbado boca abajo en la cama, me quedan dos fugaces y valiosos minutos para disfrutar antes de empezar mi rutina.

<<Dos minutos o una jornada completa, Zetina>>.

Vaya, esa vocecita interna está dando señales de haber despertado también, y con mucho ánimo. No importa. Sigo atravesado a media cama con la sábana enredada a mi tronco y con las piernas descubiertas. ¡No puede ser! El dolor en mi cuello se expande por todo mi cuerpo. Mi sistema motor está afectado, mis párpados no responden a lo que mi cerebro está indicando una y otra vez: ¡Despierta! ¡Despierta!, y alzar la cabeza o elevar mi espalda, ni se diga, duele horrible.

Me rindo, cierro los ojos. En ocasiones como esta, encuentro agradable seguir retando al tiempo. No sé por qué, pero quiero continuar con mi sueño y estoy tratando de evocar la escena final una y otra vez. Forzo mis ojos como si eso fuese la llave mágica que me permitiese el acceso. De tanta insistencia solo consigo que una punzadita aparezca sobre mis sienes. Resulta inútil, no quiero más dolores por el momento. Se acabó. El sonido intermitente de la alarma me regresa. ¡Las 6:50! Siete minutos tarde, esto me costará.

<<En realidad fueron cinco minutos más, la mayoría de las personas suele aplicarlo. ¡Tranquilízate!>>

Un día de estos me temo que terminaré perturbado, mi subconsciente por ratos me anima, me consuela, o me reprocha.

Estoy sudoroso y siento el cuerpo quebrantado, lentamente puedo darme vuelta y quedo sentado al bordo de la cama con un punto fijo: el suelo. Minutos posteriores, caigo en cuenta que el dolor que siento debe ser por el ejercicio que retomé después de dos meses, y por el aíre del ventilador que pongo cerca de mí, de ser posible dormiría abrazado a él, porque de verdad, el calor aquí es fastidioso. Es momento de irme a bañar, y a toda prisa.

Logro ponerme erguido con dificultad, sí que me he ganado una buena contracción muscular, y las coyunturas están doliendo demasiado, cada movimiento me hace dar un quejido. Antes de meterme al baño, me dirijo hacia la cocina para poner en marcha unos de mis mejores hábitos, calentar sobre la parrilla un pequeño tazón de peltre que guarda café del que me sobra por la noche. El estar aquí, con mi sueldo —que no es mucho ni poco, digamos lo necesario para sobrevivir en este pueblo, porque es más caro que hacerlo en una gran urbe, sobre todo para comer— y con los gastos que debo cubrir al llegar la quincena por el pago de la renta de esta pequeña casa, estoy forzado en aprovechar todo, desde media taza de café, hasta la simplicidad que pueda provocarme una sonrisa.

Abro la llave de la regadera y sale el primer chorro de agua, está fresca, siento relajarme mientras cubre mi cuerpo. ¡Mierda! Ahora el agua sale tibia. No hay tiempo para más quejas, esto es lo que hay, ya llevo muchos reproches después de haber agradecido por un día más.

Quince minutos más tarde, el dolor en mi cuerpo disminuye. Estoy apresurado ajustándome el cinturón, calzándome y con el bote de cera para peinarme entre mis brazos. Es primavera y debo estar acorde al clima, así que escogí un par de tenis blancos de tela porque, si uso los botines que compré en invierno, terminaré cociéndome los pies, aunque... son bastante cómodos y combinan con cualquier prenda, pero en sí, me decidí por ellos porque quedan muy bien con los jeans que llevo puestos. Minutos después el toque final, mi perfume, me vuelve loco ese olor a especias frescas de mi 212 VIP de Carolina Herrera.

Regreso hacia la cocina y el café está consumiéndose, rescato lo que apenas y llega a ser media taza, lo endulzo con una generosa cucharadita de azúcar. Bebo de un solo sorbo sintiendo como se abre camino quemando mi lengua y mi esófago, aprieto los dientes y contraigo el abdomen como si pudiera librarme de sentir tal ardor. Me encojo. << ¡Maldita sea, me quemé la lengua! >> Digo, con molestia.

De vuelta a mi recámara localizo mis llaves, agarro mi maletín vacío y las echo dentro. Llevo el maletín de un lugar a otro colgando de mi hombro derecho, y termino en el lavadero cepillándome los dientes. Para variar, me veo al espejo y tengo que afeitarme, me desagrada que la barba me crezca de forma irregular.

Estoy por terminar; tiendo la cama, reviso conectores, y me cercioro de que todas las ventanas permanezcan cerradas, aun sabiendo que no las he abierto desde anoche, es un hábito que tengo desde niño, aprendido de mi madre. Supongo que, por eso no soporto las altas temperaturas por la noche, pero todavía no me fio de la zona y, bueno… siempre le he temido a la oscuridad.

Luces apagadas, perfecto. Es turno de acomodar en mi maletín todo lo necesario para la jornada de hoy. La computadora portátil, mi carpeta de trabajo, materiales y lo que vea mal puesto que me pueda servir, pues en el magisterio y con tantas carencias de recursos en las escuelas, aprendes a valerte de todo para sacar las clases adelante.

Después de mi revolución diaria, estoy listo y la casa queda impecable. Me desagrada el desorden, aunque a ratos, parezca lo contrario y haga una revolución, mi vida personal reflejada como tal. Camino hacia la puerta, doy vuelta a la manija, pongo seguro y abro. Aunque no del todo convencido, es hora de salir a trabajar.

10 de Abril de 2021 a las 00:11 0 Reporte Insertar Seguir historia
0
Continuará… Nuevo capítulo Todos los viernes.

Conoce al autor

Virgilio Zetina Mexicano... Autor Veracruzano de historias de auto ficción LGBT.

Comenta algo

Publica!
No hay comentarios aún. ¡Conviértete en el primero en decir algo!
~