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Alan es un hombre atormentado por el deseo de un amor imposible, y por aquella obsesión caerá en una cruel decisión.


Crimen No para niños menores de 13.

#relato #crimen #ciudad #socieda #noir
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El laurel de las rosas

Alan estaba desesperado, observaba la ciudad y esta lo miraba con sus luces destellantes. Una inclemente procesión de antenas y de cables que daba siluetas al viento, frío e inclemente. El balcón de un edificio lo estrangulaba mientras unos pasos desesperados hacían eco en sus pensamientos, lo pisoteaban, le desgarraban las vestiduras.

La noche lo golpeaba por la culpa, la culpa de haber cometido un cruel crimen. Alana yacía sin vida en la cama, desnuda, fría y hermosa. Tan hermosa como la primera vez que la vio en aquel bar. Era una diosa bajada del olimpo.

Alan quedó prendado con solo el olor de su perfume esparcido en el local. ¿Quién habrá dejado escapar una flor de su jardín? ¿Quién en tan infame noche olvidó cerrar las puertas del cielo y dejó salir a un ángel?

Alan estaba hipnotizado. En su cabeza le daba vueltas la imaginación perversa de poseerla. ¡Era una locura! ¿Por qué querría hacer eso? Era la primera vez que la veía, pero a su vez ella era la perfección hecha mujer. La que tanto había soñado, ella, la que en sus noches más solitarias lo acompañaba en sus momentos de necesidades, angustia y dolor. Ella, la que lo calmó una vez cuando fue herido por una cruel mujer, una desgarradura en el alma que lo atormentó hasta ver su rostro. La esencia misma de la belleza. Ella.

La música era ensordecedora, el olor a licor ambientaba en bar. Los amantes desataban toda su ira y los vertederos de amor se llenaban los bolsillos por algunos que anhelaban algo de compañía a cambio de unas monedas.

El triste andar de los desamparados, los que les son negados los placeres más solemnes. Allí estaba Alan, un patito feo en medio de los cisnes. Las únicas caricias que recibía eran los falsos besos de las gatas nocturnas. ¡Pobre hombre! ¿Por qué? ¿Por qué creer que aquella hermosa joven lo vería? ¿Por qué hacerse a la idea de una relación? ¿Por qué seguir soñando con imposibles?

¿Por qué...?

Y allí pasó ella. Alana, la diosa, la hermosa, la venus de sus pensamientos. ¿Qué quería Alan? Que tan solo ella notara la presencia de un hombre que había quedado enamorado. Que sintiera el latir de su corazón, que observara que alguien muy lejos la había mirado, que pensaba en ella mucho antes de conocerla.

Pero algo ocurrió y el corazón el un hombre inseguro es volátil. Alana si lo miró, a la cara, a sus ojos, pero allí Alan sintió el desprecio hacia su incipiente presencia. Para ella él no existía, no era mas que un pobre ser maltrecho por la edad y el horror.

¡Pobre Alan! ¡Pobre alma que sufre y que nadie consuela! Otra vez había sido rechazado sin pronunciar palabra alguna. De nuevo cayó en desgracia delante de todos. Su honor fue quebrantado y su ego echado a los perros. ¡Era inaceptable!

¡Ella lo iba a amar! A desear, a querer. Era su meta, su razón de ser. Porque nadie puede existir sin ningún propósito, y Alana era el suyo.

Se ideó un plan.

Alana salía a una hora en específico del bar. Porque su impulsividad de saciar el humo de la ciudad era necesaria a las diez de la noche. Él la esperaría luego que ella diera las últimas caladas de su cigarrillo. El frío era cruel para las pobres almas de la metrópoli en aquella época invernal.

Alana salió a buscar un poco de aire fresco. Pero no eran las diez de la noche como solía hacerlo; discutió con un hombre que parecía muy molesto. El sujeto la sostuvo dentro del bar con mucha fuerza por el brazo a pesar de los gritos de ella. El ruido, el olor, las personas y el licor en el alma ocultaban todo rastro de discusión en el Laurel de las Rosas.

Ella era una rosa danzante del local. La más codiciada y la más triste. Soñaba con el amor perfecto, ese que solo aparecía en los libros. Un hombre misterioso, inundado en silencio y con presencia viril por los cuatro costados. Deseaba ser amada de verdad y no ser vista como un trofeo.

El hombre, aquel que le daría su puesto y llenaría de dignidad su corazón un día apareció, bajo los ojos de un apuesto joven de nombre Santiago. Tanto su sonrisa como la oscuridad de sus pensamientos la intrigaron a tal manera que ella decidió adentrarse en sus más profundos deseos.

Ella le entregó todo, Santiago la recibió como —según para él—, se lo merecía: como una rosa del laurel. Cada noche que estaban juntos le pagaba por sus servicios. Alana se sintió humillada, traicionada, pero bastaba una sonrisa y una flor para que de nuevo cayera enredada en la más ardiente de las pasiones con aquel joven. El misterioso hombre que tanto hablaban las chicas que frecuentaban el bar.

Aquel hombre resultó ser cruel y perverso, no solo con Alana, sino con varias rosas del laurel, pero... ¿Por qué seguía atada a él? ¿Por qué esa ilógica razón de que "él va a cambiar"?

Alana estaba herida de nuevo. Su "amor" la había traicionado con su mejor amiga. Ambos dejando escapar los suspiros de los amantes en un rincón del bar. Reclamos, gritos y hasta una bofetada se sintió en la mejilla dorada de Alana. Pero ella seguía allí, aguardando que él la siguiera a la salida y le pidiera perdón.

¿Por qué? ¿Por qué...?

Porque en el corazón de una mujer no manda ni Dios.

Alana sabía que era un castigo divino toparse como un hombre como Santiago. Ella era superficial y arrogante, lo sabía, lo sabía y no le importaba. Total, no le hacía daño a nadie querer a un hombre tan perfecto, ególatra y viril como aquel hombre de ojos claros y labios gruesos. Ella se lo merecía, era lo que tanto anhelaba.

La noche era cruel y el viento no quería acariciar a las almas. Alana se abrazó al fuego de su cigarrillo, observó el juego de sombras en los edificios y las luces de neón de los anuncios. Observó caminar a un pobre mendigo que al parecer se acercaba a ella. ¿Qué querrá? ¿Dinero? No pensaba darle sus ganancias a un desconocido y hundido en la miseria.

Miró su rostro y le pareció conocido.

Era alguien sin importancia que estaba hace unas noches en el bar, ¿Qué hacía allí? ¡Qué ni siquiera se le ocurriera hablarle y que nadie viera aquello! ¡Qué vergüenza!

Un golpe en la puerta se oyó después, era Santiago que venía como una locomotora sin dirección alguna. Iba al encuentro de su más preciada flor.

Alana se giró y con una sonrisa recibió a su tierno amante.

Pero luego de un abrazo y un beso apasionado, vino un reclamo. Un golpe al pecho de la joven, que cayendo sentada intento pedir ayuda, pero era imposible escapar de los brazos fuertes de un hombre en buena forma.

Alan no pudo evitar el intentar detener aquella paliza que estaba recibiendo su amada Alana, pero él no era un héroe, no podía si quiera hacerle frente a semejante portento que azotaba la pobre mejilla de Alana.

Pero su deseo propio de protegerla era más fuerte. Logró sujetar el brazo de Santiago que con ojos sorprendidos se abalanzó hacia él y recibió todos los golpes que dibujarían en el cuerpo de su amada Alana.

El amor duele...

Luego de un fuerte viento y el comienzo de una incipiente lluvia ambos luchadores se separaron, la única sangre que se perdería en el charco sería la de Alan, pero todo aquel sacrificio valía la pena, pues Alana estaba intacta y su delicada piel seguiría inmaculada.

Pero de nuevo Alan sintió la humillación cuando Alana se abalanzó a los brazos de Santiago y otorgándole aquellos besos que por una vez pensó recibir Alan por tal acto de noble valentía. Ambos se retiraron del laurel dejando al pobre hombre tendido en el cruel suelo de la desdicha.

Su corazón no aguantó más y decidió perseguir a los amantes calle adentro. El boulevard estaba atestado de faroles de distintos colores. Parejas conversando en los bancos, amigos de farras y mujeres charlando cosas agradables y felices. Todos cubriéndose de la lluvia en los toldos de los locales, y algo retirado estaban Alana y Santiago caminando tomados de las manos.

Llegaron a un hotel de los suburbios. Pagaron al recepcionista y subieron. Alan como pudo logró colarse con una pareja de hombres que deseaban un tiempo a solas. Lo invitaron a pasar y este aceptó a seguirlos.

A lo lejos vio entrar a Alana con su amante a una habitación.

¡Qué dolor en el alma observar a su amada en los brazos de otro hombre! Santiago la besaría, la acariciaría y le haría el amor a su querida flor, a su amada venus, a su dulce amante de los sueños.

Tenía que conformarse con recibir algo de amor por parte de un par de jóvenes chicos que no le importaba su físico, pero Alan no quería aquello, deseaba estar en la otra habitación, junto a su querida flor de la noche. Pero algo ocurrió y los gritos no se hicieron escuchar. Los gritos de su amada eran desgarradores y el alma de un pobre hombre como Alan se desvanecía entre las penumbras de un hotel desgastado.

Alan corrió hacia la habitación, había rastros de sangre cuando con algo de fortuna pudo tumbar la puerta. Allí estaba su amada apuñalada por un costado tendida en el piso. Santiago, con la desnudez a la vista se echó de nuevo hacia el pobre Alan que esta vez pudo esquivar los envistes de un hombre desquiciado. Pudo sostener su brazo ¡Lucha Alan! ¡Salva tu vida! ¡Protege a tu amada!

La fuerza de su corazón era más fuerte que la voluntad de su adversario y con un solo tirón pudo empujar a Santiago hacia el balcón y con los pies descalzos y la lluvia mojando por doquier se resbaló y cayó al vacío de la ciudad.

Alana gritó con lágrimas el destino de su amado, golpeó con fuerza a su salvador, causando una herida en su mejilla, ¿Qué haces? ¡Te ha salvado de alguien malo!

Pero nadie podía calmar el dolor de Alana y con gritos desoladores y confrontando a Alan ella quería lanzarse al vacío en busca de su amado. Así que ya con la derrota a cuestas, Alan ayudó a su amada a perseguir su destino. Tomó el cuchillo y le encestó un par de ellos en el vientre.

Su amada, su preciada joya entre lágrimas y gritos dio el último susurro de vida y se dejó abrazar por la muerte en la cama de aquella habitación.

—¡Adiós, amor mío! —fueron las últimas palabras de su eterno enamorado.

16 de Febrero de 2021 a las 12:12 0 Reporte Insertar Seguir historia
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Fin

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Polo FB Escritor para fantasmas

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