¿Sabéis cuando todo se va a la mierda?, cuando él que ha sido tu maldito novio durante tres largos años, te deja por ser una estrecha. En mi cabeza se repiten todos esos te quiero insignificantes que nos dijimos a lo largo de todo este maldito tiempo. Porque al fin y al cabo, para él siempre he sido una estrecha.
Estoy en uno de esos momentos, en los que me miro al espejo que tengo en mi habitación y a más de querer llorar y gritar por lo gilipollas que he sido, pero la sutil verdad es que ahora únicamente me dan ganas de subirme encima de mi cama, subir más y más el volumen de la música de la radio y ponerme a cantar y que la gente se dé cuenta de que nada de esto me ha afectado. ¡Porque no me ha afectado absolutamente nada!
Miro en el espejo mi reflejo: mi cabello rubio —herencia de mi querida madre—, y esos increíbles —nótese el sarcasmo— ojazos azules. Toda yo, era perfecta, o eso decía la gente, pero para ser sincera yo no me veía nada perfecta, es más yo me sentía más que rota. Rota. Porque al final todo lo bonito se acaba rompiendo, y solo era cuestión de tiempo que yo me acabará rompiendo, ¿no creéis?
—¿Aisha? —mi madre como siempre tiene que estar interrumpiendo mi momento de paz— ¿Podrías bajar a ayudarme con unas cosas? —como odio que se haga la dulce conmigo.
—Ahora estoy ocupada —menciono recolocándome la blusa—, en otro momento mejor.
—Vas a bajar —su afirmación es tajante—, ahora.
¿Pero sabéis lo que pasa? Qué a mí nunca me ha gustado recibir ordenes. Mi madre, con su mal carácter me reta con la mirada y hasta el día de hoy yo no tenía ni la más remota idea de lo que sucedería en los próximos quince minutos.
—¿Aisha? —me pregunta preocupada— ¡¿Aisha?!
—Lo siento mamá.
Gracias por leer!