Ya había entrado en la adolescencia la princesita cuando tomó la iniciativa de convertirse en un fenómeno mundial por una noche.
Decidida, llena de euforia, lista para cumplir uno de sus deseos más íntimos, la princesita practicó su coreografía guiándose por aquellas caderas colombianas inconfundibles y, la música, lograba que con los ojos cerrados devorara aquel baile sin que estuviera consciente de ello.
Al llegar el día de la fiesta patronal, la princesita subió al escenario con el atuendo de aquella artista inmortal, las trenzas, el vestido rojo y frente a los espectadores, comenzó su arte. Llegando a cantar 3 canciones logró permanecer en la mente de esa gente para siempre.
Años después, la princesita creció, formo una familia, laboró en distintos lugares y seguía disfrutando de su vida tal y como se debe: De manera presente y al máximo.
Un día de enero, por la tarde, la princesita se encontraba caminando por una calle del centro, en su mano, un libro situado en la ciudad del cementerio de los libros.
Se encontraría con su novio para celebrar sus meses juntos en un restaurante peculiar de la ciudad. Por un momento se detuvo afuera de un restaurante y a través del espejo lograba percibir un juego de futbol de ese famoso club español.
Suspiró con una pequeña sonrisa para sus adentros y al voltear a un lado, se ilumino su mirada cuando en la banqueta sin esquinas estaba su defensa español sentado en una banca esperándola.
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