pablorhyal Pablo Rhyal

El ego, la avaricia y la crueldad sumieron a Fallen en una era oscura de terror. Las brujas, vampiros, aquelarres y horripilantes criaturas campan a sus anchas por toda la nación. Es labor de héroes descubrir la manera de librar su mundo de los horrores que la moran y de su reina.


#56 en Fantasía #15 en Fantasía oscura No para niños menores de 13.

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Prefacio

Esta es la historia donde las brujas, los vampiros y los aquelarres toman lugar. Una era asolada por la oscuridad, la muerte y el terror. Los cazadores de brujas y otros entes estaban muy solicitados. El aire en todo Fallen estaba viciado, el olor a carne y madera quemada era el aroma que se respiraba. En todos los pueblos habían piras donde quemar a las brujas, de las demás criaturas se encargaban los cazadores. Eran un monumento común.

Los campos de cultivo sanos escaseaban, los rayos de sol que se colaban entre las negras nubes de humo solo eran visibles en las regiones más cercanas a la costa. La hambruna consumía las aldeas. Eran las casas de los barones y duques las que mejor aprovisionadas estaban. Las caravanas de comida y armamento estaban fuertemente protegidas. A pesar de no haber nada para llevarse a la boca, los mercenarios seguían prefiriendo el oro a un plato de sopa. Eran lo suficientemente hábiles para cazar su propia comida. Todavía quedaban bosques, bosques oscuros, peligrosos y horriblemente tenebrosos. Solo los más capacitados mental y físicamente podían entrar allí.

La región de Litleden, en el asolado Reino del Oso, era el epicentro del mal en Fallen. Una catástrofe, una horrible desgracia. Un pecado que condenó a toda la región a un infierno en la tierra. El egoísmo de una mujer y su ansia de poder, la condenó a liderar, contra su voluntad, una horda de horribles criaturas. Coronada a la fuerza como Reina del Aquelarre debe mantener el orden entre sus vasallos.

Cada uno de ellos con deseos de arrancar de la cabeza la imaginaria carga que Erzebeth Bowles de Litleden tenía el horripilante honor de poseer.



La Baronesa Erzebeth Bowles de Litleden tenía todo cuanto quería y más. Era entre las de su estatus social, la más rica, hermosa y poderosa. Una enorme casa, un ejército de criados y un esposo que nunca estaba en la hacienda. Kirk Bowles era un comerciante que hizo fortuna gracias a un golpe de suerte. Era el Barón de Litleden, un hombre gordo y medio calvo con un bigote enorme en su cara. Por azares del destino recibió un antiguo artefacto como pago: una caja con engarces de esmeralda y con forma de pirámide, bañada en oro. Eso fue lo que le contaron, un recipiente que poseía un tesoro mayor del recubrimiento que tenía. Tal era el valor de su interior que le convertiría en Rey solo por triplicar la fortuna del actual.

Nada más lejos de la realidad, el barón Bowles se pasó una década tratando de descifrar como podría abrir aquella caja que lo convertiría en todo lo que, desde pequeño, deseaba. Poder. Por supuesto, este lo mantenía en secreto. Ni tan siquiera su esposa Erzebeth, la cual era unos 15 años más joven, sabía de la existencia del tesoro que albergaba en su casa. Un matrimonio de conveniencia que beneficiaba más a ella por sus ganas de poder que a él, que pudo haberse casado con cualquier mujer joven y más adinerada pero se había encaprichado de la hija de un comerciante con el que hacía tratos de vez en cuando. Para el barón, Erzebeth era más que suficiente. Le obedecía, no daba problemas y le mantenía la cama caliente siempre que su miembro le permitía operar.

Erzebeth sabía que acabaría heredando la fortuna de su esposo. Vivía lo suficiente bien para no intentar terminar antes con su vida. Un par de asquerosos revolcones al mes, si tenía mala suerte. Era un precio bastante bajo a pagar por lo que había conseguido. El barón estaba lo suficientemente mayor y senil para dejar a la baronesa operar en sus negocios. Había falsificado tantas veces la firma de Kirk que casi la sentía como la suya propia. Ordenanzas de venta, compras, contratos de servicio… Erzebeth controlaba la hacienda de Litleden. El barón estaba tan ensimismado en descubrir como abrir la caja que había olvidado los deberes esenciales de su negocio y familia. Cosa que favorecía a ella.

La baronesa llevaba sus propias cuentas en un libro a escondidas de Kirk. En el marcaba todos los gastos privados que producía. Hombres de compañía, joyas… Un sin fin de caprichos que el barón no iba a dejar pasar por alto, luego editaba los valores en el libro de la casa con gastos mundanos. Se podía decir que Erzebeth Bowles de Litleden era dueña y señora de todo.

La desesperación de Kirk Bowles por tratar de abrir aquella misteriosa caja le produjo tremendos dolores de cabeza, horribles ulceras y una locura persistente. Erzebeth desconocía el porque de que su esposo se pusiese tan malo en tan poco tiempo. Podría ser la edad, una enfermedad que hubiese cogido en sus viajes por medio Fallen o una que alguna puta le hubiese pegado la sífilis. No estaba demasiado claro, ni tan siquiera los mas de 10 médicos que pasaron por la hacienda de Litleden para tratar al enfermizo barón lo sabían. Las causas parecían sobrenaturales, habían descartado enfermedades comunes y venéreas. Todo era un misterio.

Erzebeth no conforme con los diagnósticos de los doctores, empezó a investigar por su cuenta. Lo cierto es que la muerte del barón le hubiese ascendido a reina y señora de la hacienda, aunque en la practica ya lo era, así que no le corría demasiada prisa por que Kirk acabase sepultado. El barón ya no salía de la cama, pero su obsesión con la caja todavía persistía. Cada comida que el servicio le llevaba a la cama era arrojada al suelo.

—¡Quiero la caja, traedme la maldita caja!— gritaba el barón arrojando sangre por la boca y tirándose de los restantes pelos de su cabeza.

Había perdido muchos kilos, apenas comía y las enfermedades lo estaban destrozando por dentro. No dormía a causa de como él los llamaba, «los cantos». Erzebeth había decidido dormir en otra habitación, de las tantas que tenía la mansión, era una en el ala opuesta a donde dormía Kirk. Las noches eran duras para el servicio ya que debían turnarse para mantener al anciano tranquilo. Gritos, llantos y vómitos. Los tosidos sangrientos habían pasado a ser vómitos escarlatas. Aún así, lo único que al barón le importaba era la caja. Algo que resultaba extremadamente raro a la baronesa. Una caja de la que jamás había oído hablar a su esposo. Era lo suficientemente inteligente para hilar conceptos y hurdir triquiñuelas en su juego particular de reina de la casa. Así que obligó a todo el personal a traerle todas las cajas que hubiese en la casa. Antiguas, nuevas, rotas… Cualquier objeto que pudiese parecerse a una caja. Una orden dada a primera hora de la mañana que llevó a más de 15 empleados a buscar todo aquello que pudiese parecerse a una caja. Aggie Periculum, una de las sirvientas que más tiempo llevaba en la casa y por ende, la que daba las ordenes al servicio nuevo, había obligado a todos a poner todo lo que habían encontrado en el gran salón.

Tras horas de trabajo, se habían amontonado cientos de objetos en el centro de la sala. Tras estar satisfecha, la baronesa dio la orden de llevar uno a uno los objetos a Kirk. Los empleados estaban visiblemente cansados y hastiados. Jamás los habían obligado a trabajar tantas horas sin descanso. Obedecieron a rajatabla las ordenes de Erzebeth y Aggie llevando las «cajas» al barón encamado. Uno tras otro fueron estrellados contra la pared, lanzados por la ventana o ensuciados con sangre. Ninguno era lo que Kirk ansiaba y moría por tener entre sus manos. La baronesa se digno por fin a parecer por los aposentos de su esposo. No había ido, posiblemente por asco, había gente a la que pagaba para que se ocupase de él. Ahora era algo personal y que le estaba trayendo a ella también de cabeza. No porque oyese cantos ni voces, sino por curiosidad.

—Dime, esposo mío. ¿Qué es lo que te aflije, que puedo hacer por ti?— dijo Erzebeth con voz tenue y con falsas lágrimas.

El barón sujeto a su esposa, sentada en la cama a su lado, por los hombros.

—Necesito que me traigas la caja dorada. En mi escritorio, segundo cajón. La llave esta bajo el tapete—respondió el moribundo barón, que parecía sentirse calmado con la voz de su esposa.

Erzebeth chasqueó un par de veces los dedos a Aggie y esta se movió rauda al despacho de Kirk. Entró en la habitación, una enorme sala llena de librerías. Todas ellas estaban repletas de libros de historia, de medicina, relatos fantásticos y biografías de famosos mercaderes. Una perdición para quien le tocase limpiar el despacho. Había tantos libros que apilados uno encima del otro podía sobrepasar varias veces la altura de la mansión. Aggie se acercó al escritorio, levantó el tapete de cuero marcado por los años y encontró la llave. Una llave pequeña que encajaba, como pudo observar, en el segundo cajón. Tras un par de vueltas en el sentido de las agujas del reloj, el cajón se abrió. En cuanto la caja piramidal se postró ante ella, unos cantos, como había narrado el barón, aparecieron en su cabeza.


Los murciélagos se balancean en la brisa

Pero un alma yace ansiosa y despierta...

Temiendo que no haya ningún tipo de demonios, brujas y espectros...

No te atrevas a dejarla temblar sola.


Los ojos Aggie se tornaron blancos por un momento antes de coger la caja. Cerró el cajón y anduvo con ella por los pasillos de la mansión, con una calma que la sirvienta más longeva de la casa no acostumbraba. Por fin, llegó a los aposentos del barón donde seguía hablando con Erzebeth y vomitando en un cubo, a partes iguales.

Aggie le enseñó la pirámide revestida en oro a Erzebeth. Los ojos de la baronesa parecían salirse de sus órbitas, aquel revestimiento de oro era espectacular. No escuchó ni una sola voz en su cabeza. Cogió la caja con sumo cuidado y se la acercó a su marido que parecía desquiciado por tenerla entre sus manos una vez mas. Este la agarró con brusquedad y se la acercó a la frente. Una fría brisa les estaba congelando los tobillos. Las llamas de las velas empezaban a apagarse. Hacía horas que el sol se había puesto y la habitación se estaba quedando a oscuras. Tanto Erzebeth como los sirvientes que esperaban fuera de la habitación se miraban los unos a los otros sin saber que hacer. Tanto Aggie como Kirk permanecían ahora quietos.

—¡Aggie, enciende las velas!—gritó la baronesa hacia la sirvienta que tenía los ojos cerrados pero mirando al suelo.—¡Aggie!—volvió a gritar.

La mujer por fin volvió en sí, pero al igual que cuando cogió la caja, sus ojos estaban completamente en blanco. Levanto una mano hacia Erzebeth y la señaló. Sentado en la cama, Kirk dejó la pirámide sobre las mantas e imitó a Aggie. Ambos la estaban señalando, la baronesa se levantó de la cama. Agarró la caja y trató de huir de la habitación. Antes de llegar a la puerta esta se cerró con brusquedad. La pirámide dorada en las manos de Erzebeth se abrió. Los tres vértices se separaron y cayeron al suelo. Por inercia la baronesa dejó caer el pedazo que aun conservaba en su manos. Cuando tocó el suelo, volvió a separarse, esta vez en dos pedazos iguales. Dentro de ella, una esfera de color verde que emanaba una luz muy fuerte se dejó ver. Kirk se levantó rápidamente y agarró del brazo a Erzebeth. Aggie hizo lo mismo, la baronesa estaba atrapada. Hicieron que se pusiera de rodillas frente al orbe.

Los gritos de la mujer eran un acto inútil de suplica. La puerta era imposible de abrir. Estaba condena a saber que había condenado a su esposo a la muerte y posiblemente a ella también. Del orbe empezó a emanar un humo negro que se introdujo por las fosas nasales de Erzebeth, esta trataba de revolverse pero era como estar pegada a la pared. Aggie y Kirk estaban tan inmóviles que parecían hechos de piedra. Cuando todo el humo se introdujo en ella, Erzebeth dió un fuerte grito que rompió los cristales de toda la mansión. Sus esposas humanas la soltaron.

Abrió los ojos. Su vello color azul había desaparecido, ahora brillaban con la misma intensidad y color que el orbe que tenía ante ella. Lo recogió y lo dejó reposar entre sus manos. Caminó hacia la puerta, escoltada por Aggie y el barón. Esta se abrió sin tan siquiera tocarla. Los sirvientes que todavía esperaban al otro lado miraban horrorizados la escena que tenían ante ellos. Erzebeth levitaba, sus pelos ondeaban como si estuvieran bajo el agua. Su piel se había vuelto de un color gris oscuro y parecía un cadáver. La baronesa no es que fuese una mujer rellena pero tampoco estaba escuálida. Ahora estaba en los huesos. Sus pies habían crecido y los zapatos que llevaba se había rajado por completo, dejando ver en las punteras sus asquerosos dedos huesudos.

Erzebeth los miró. Su boca estaba dislocada y colgaba hacia un lado. Era una terrible vista para quien estuviese ante ella. Extendió el orbe y el humo comenzó a salir en todas las direcciones. Se introducía, al igual que con la baronesa, por las fosas nasales de todos los sirvientes. El humo recorría la casa, era imposible esconderse. Dentro de sus cabezas sonaba la voz de Erzebeth.

—Venid, hijos mios. Acompañadme

La voz tenía un leve eco de lo que fue cuando la baronesa podía considerarse humana.

Los sirvientes anduvieron hasta los sótanos de la mansión. Allí Erzebeth había creado en un momento un enorme trono. La magia oscura se había apoderado de ella. El orbe la acompañaba, levitando a su vera.

—Hijas mías, ahora sois las hacedoras de la muerte y portadoras de la mano negra. Salid, esparcid la peste. Que el aquelarre eterno se cierne sobre Fallen.—dijo Erzebeth, sentada en su trono.

Las sirvientas, convertidas en brujas, habían cambiado su aspecto. Sus iris se habían tornado de color blanco y sus manos se habían puesto negras. Ahora podían ver a Erzebeth con el aspecto que tenía cuando era humana.

—Esparcios por el mundo. Convertid a cuantas podáis—ordenó la baronesa.

Las brujas salieron de la mansión con rumbos totalmente diferentes en plena noche. La mansión de Litleden se convirtió en una zona cero de magia negra. Portales del mismo color que el orbe empezaron a aparecer en los alrededores. De ellos emanaban burdas criaturas, algunas eran del tamaño de perros pero otras doblaban en tamaño a un oso.

Desde ese día, Litleden es conocida como el inicio del infierno en la tierra. Desde ese día vivimos en continuo terror. Las brujas que consiguen capturar son quemadas pero cada bruja puede reclutar a otras cien más. No hay suficientes cazadores en Fallen para acabar con este mal. No hay suficientes para devolver la esperanza.


Fallen está muerta.



16 de Enero de 2021 a las 19:33 8 Reporte Insertar Seguir historia
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Daiana Monsalvo Daiana Monsalvo
Me ha gustado mucho la historia. La presentación es amena y se entiende, sin embargo te aconsejaría reducir el texto de este primer capítulo. El primer capítulo debe intentar atrapar a lector, dejarlo con un regusto en la boca, un deseo, un antojo de continuar leyendo; sin embargo has decidido por una introducción mas larga que puede llegar a cansar. Te aconsejo que en este primer capítulo solo pongas lo justo y necesario, no te excedas, a veces menos es mas. Pero por lo demás, excelente me ha gustado mucho.
June 24, 2021, 20:45
Lily Estrada Lily Estrada
Hola, me agrada la idea de tu historia. La planteaste muy bien y das una introducción completa. La única anotación, sería la que ya te mencionaron antes, sobre la extensión del texto. Es bueno, pero podía ser excelente si solo dejaras los datos de mayor relevancia para lograr atrapar al lector desde el inicio. Tu narración es genial y llega a transportarte hacia los lugares descritos. Seguiré de cerca cada actualización. ¡Saludos!
February 04, 2021, 17:49
María Elena María Elena
Muy interesante el inicio, se ve prometedor
February 01, 2021, 14:12
Ana Rodriguez Rial Ana Rodriguez Rial
Me encanta!! Seguiré cada capítulo. Tú forma de narrarlo es fluido y fácil de seguir. Puedes imaginarte la escena perfectamente. Seguiré esta historia con muchas ganas ☺️
January 29, 2021, 00:00
I. Rodríguez I. Rodríguez
Me ha gustado este mundo que planteas, tu forma de narrar también me parece fluida y la historia pinta interesante. Seguiré leyendo, estaba esperando encontrar una historia de este tipo por aquí.
January 24, 2021, 14:21

Jolly Fortune Jolly Fortune
Voy a ser sincera. Me ha parecido un planteamiento interesante y con un mundo que parece haber sido hecho con cierto esmero. Pero la narrativa me ha pesado demasiado. O sea, ya son gustos más personales. Es perfectamente válido escribir como si fuese una crónica. Aunque no es lo que yo escogería para contar una historia. Demasiada información que no es relevante y que puede exponerse de forma más orgánica. Sobre todo si va a ser tan largo. Creí que el Prefacio estaría así narrado para darte un contexto de forma opcional a la historia, pero veo que es bastante importante y muy extenso.
January 21, 2021, 13:44

  • Pablo Rhyal Pablo Rhyal
    Muchas gracias por tu comentario Jolly. No eres la primera que me dice que el prefacio es muy largo. Quizá deba reescribirlo y acortarlo. January 21, 2021, 13:49
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Fallen es un mundo asolado por la magia negra y los demonios. Un horrible accidente y un secreto tenebroso tienen a los ciudadanos de 4 reinos sumidos en el caos y el miedo. Leer más sobre Fallen.