patypixie Patricia Pixie

Dina creció pensando que estaba condenada a irse al infierno ¿Qué pasaría si ella conociera el paraíso en la Tierra?


Cuento No para niños menores de 13.

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Paraíso Terrenal

En las noticias, los locutores gastaban ríos de saliva hablando sobre una joven europea que se sacrificó para salvar a sus hermanos en un incendio. Bella mártir de la era de redes sociales. Si algo similar se hubiera cruzado frente a los ojos de Dina años atrás, ella seguramente habría sentido un frío glaciar recorrer su cuerpo de punta a punta. Esos mártires, casi sin proponérselo, la habían hecho sentir ligeramente avergonzada de su propia existencia. Aunque a casi cualquier otro ser humano le hubiera resultado imposible comprender cómo unas acciones tan desinteresadas podrían haber fastidiado una vida ajena, para la joven tal idea tenía perfecto sentido.

Criada en una familia de las de antes, de esas en las que un crucifijo cuelga en cada uno de los dormitorios, era lógico que desde pequeña aprendiera a ver al sacrificio como única forma de vida. Le dijeron que amar a alguien de su mismo sexo era un pecado mortal, que le aseguraba un lugar en el círculo más profundo del infierno. Así, que cuando la joven de oscuros rizos llegó a la adolescencia, junto con los primeros amores, vinieron las lágrimas más amargas. No entendía por qué sus compañeros eran libres para poder expresar sus sentimientos libremente, mientras que ella tenía que guardar los suyos en un cajón.

Y la joven de rizos negros, casi termina por creer que ella era alguna clase de error de la naturaleza. ¿Qué persona joven no empieza a dudar de su propia cordura después de ser llamada “loca” mil veces? Al mismo tiempo que sus ojos se humedecían una y mil veces, su corazón se llenaba día a día de punzantes heridas. La dulce luz que emanaba de sus grandes ojos marrones, poco a poco se fue apagando, hasta transformarse en oscuridad pura.

Y un buen día, Dina decidió que ya nunca más volvería a hundirse en ese interminable mar de lágrimas. Secó sus grandes ojos marrones, se levantó del piso y juró jamás mirar hacia atrás. No fue fácil en un inicio. Los mismos que en un pasado la habían elogiado, llamándola “niña de oro”, fueron los primeros en írsele a la yugular, acusándola de ser un engendro satánico por haberse atrevido a ser honesta consigo misma.

Los primeros meses, esas hirientes palabras le abrieron un agujero en el alma. Lo intentó llenar de mil formas distintas; algunas de ellas que casi la hacen terminar con su vida antes de tiempo. Alcohol, píldoras o los besos impregnados de licor de algún amante ocasional: Cualquier cosa que le permitiera ahogar sus lágrimas por un rato. Cualquier cosa que le permitiera volar lejos de su dolorosa realidad, aunque fuera por un rato.

Pero ninguna de esas adicciones le logró llenar el corazón tanto como ese furtivo beso que una diminuta rubia le robó en una noche de fiesta. Quizás para los demás un beso era algo tan común como respirar, pero para Dina, el saber que podía rozar esos rojos labios sin temor alguno, significaba el mundo entero. El saber que en el mundo había un espíritu igual al suyo, la hizo sentirse más humana, y menos como un extraterrestre, así, como la hacía sentir su “familia” durante tantos años. Ellos, junto con todas esas personas que a cada paso que daba, únicamente se dedicaban a juzgarla, podían irse al demonio. Por primera vez en su vida había encontrado un dulce bálsamo para su alma, y no iba a permitir que el miedo a ser feliz de lo arrebatara…

En las noticias, los locutores gastaban ríos de saliva hablando sobre una joven europea que se sacrificó para salvar a sus hermanos en un incendio… Y francamente, A Dina le importaba un carajo. Quizás en ese pequeño bar de la costa oeste no llovía ambrosía del cielo, ni los asientos estaban hechos a base de suaves nubes. ¿Eso qué importaba? Al poder besar los suaves labios de su amada después de tomarse un par de cervezas bien heladas, ella se sentía en el mismo cielo. Aunque le había costado el derramar solitarios ríos de lágrimas, al final, la vida le había enseñado que el lenguaje del amor es el mejor antídoto donde la religión que parece reinar es el odio.

13 de Enero de 2021 a las 19:58 1 Reporte Insertar Seguir historia
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Fin

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Patricia Pixie Poesía y microrrelatos son mis pequeños grandes placeres a la hora de escribir.

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