wingzemonx Wingzemon X

La Dra. Matilda Honey ha dedicado toda su vida a ayudar a los niños, especialmente a aquellos con el "Resplandor", niños con habilidades especiales como ella misma lo fue. Desde hace muchos años, ha ayudado activamente en la Fundación Eleven, una organización dedicada a apoyar a este tipo de niños. Siguiendo esta misión, es llamada al Hospital Psiquiátrico de Eola, para entrevistar a una niña de doce años llamada Samara Morgan, quien presenta enormes habilidades psíquicas, que parecen salirse de los patrones normales que hubieran visto antes. Todos los que tienen algún contacto con ella, dicen que hay algo extraño detrás de ella, algo que sólo pueden describir como "maligno". Pero Matilda no cree en el mal, y está decida a ayudar a Samara, así como alguien la ayudó a ella en su juventud. Pero se dará cuenta más temprano que tarde que el mal es de hecho bastante real, y que se ha metido en algo que está más allá de lo que puede entender... [Multicrossover de varias películas y series] + «Matilda» © Jersey Films, Danny DeVito, Roald Dahl. + «The Ring» © DreamWorks Pictures, Gore Verbinski, Koji Suzuki. + «The Shining» © Warner Bros., Stanley Kubrick, Stephen King. + «Stranger Things» © Netflix, Matt Duffer y Ross Duffer. + «Before I Wake» © Intrepid Pictures, Mike Flanagan y Jeff Howard. + «Orphan» © Dark Castle Entertainment, Jaume Collet-Serra, David Leslie Johnson. + «The Omen» © 20th Century Fox, Richard Donner, David Seltzer. + «Sixth Sense» © Hollywood Pictures, Buena Vista Pictures Distribution, M. Night Shyamalan. + «Case 39» © Paramount Vantage, Paramount Pictures, Christian Alvart. + «Doctor Sleep» © Stephen King. + «Carrie» © Stephen King. + «Firestarter» © Stephen King. + «Rosemary’s Baby» © Ira Levin, Roman Polański, William Castle.


Fanfiction Películas Sólo para mayores de 18.

#stephenking #crossover #multicrossover #paranormal #terror #misterio #novela #película #series #drama #acción
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Capítulo 01. El Sujeto

Notas Previas:

¿Cómo están todos? La historia que están por leer es quizás uno de los Multicrossovers más ambiciosos que he hecho, por la cantidad diferente de películas y series que va a involucrar. No les puedo decir ahora mismo todas las que serán, ya que eso quizás traería consigo algunos Spoilers, pero conforme vayan apareciendo en la historia, las iré señalando en las Notas del Autor. Sin embargo, cómo pueden intuir por el resumen (y el título), al menos hay tres fandoms involucrados: Matilda, película de 1996; The Ring, película del 2002; y The Shining, película de 1980. Pero les aseguro que no serán los únicos, sino que habrá varios más que se irán entrelazando.

En su mayoría, yo considero que esta historia puede leerse sin ningún problema, y sin haber visto alguna de las películas o series que se pueden llegar a mencionar, como si fuera una historia totalmente independiente (o al menos de esa forma la he intentado diseñar). Aunque claro, habrá muchos guiños y referencias al material original, que sólo aquellos que lo hayan visto podrán llegar a entender. Pero ya saben, si tienen alguna duda, pueden preguntarme lo que sea con toda confianza.

Hay una cosa más que deseo decir antes de comenzar ya con el Primer Capítulo. Varios de los personajes que serán protagonista, en su material original los conocimos como niños, de doce o diez años, o incluso mucho más jóvenes que eso. Sin embargo, algunos de dichos niños, aquí serían presentados como adultos, veinte años más grandes que la última vez que los vimos, o incluso muchos más. Por lo mismo, sus descripciones físicas obviamente serán diferentes, pero también sus personalidades, ya que concordemos en que cualquier persona es diferente a los treinta años que a los seis, o incluso a los dieciséis años que a los cinco. Por ello, sus personalidades en esta historia serían algo así como mi interpretación personal de cómo podrían ser ya grandes, también considerando el rumbo y papel que tendrán. Esto lo digo para advertir que no vayan a sentir que estoy usando Out of Character o algo parecido, sino más bien es en respuesta a esto que comento.

Sin más, los dejo con el primer capítulo. Quedo al pendiente de sus comentarios y opiniones.

- - - -

Resplandor entre Tinieblas

Por

WingzemonX

Capítulo 01.

El Sujeto


No era la primera vez que la Dra. Matilda Honey visitaba el frío y húmedo Oregón. La primera fue durante sus años de preparatoria, para asistir a un congreso juvenil de lectura en Portland; en aquel entonces era una pequeña enana de trece, o quizás doce, caminando entre un mar de gigantes de quince y dieciséis. Sin embargo, aunque su labor la había llevado a recorrer varias partes del país en el pasado, rara vez la llevaba hacia la Costa Oeste desde se instaló en Boston. Las veces que se dirigía a esas zonas horarias, solían ser en épocas de fiestas, cuando tomaba un avión para ir de punta a punta, desde Massachusetts hasta California, dónde vivía su madre… Madre adoptiva, para ser exactos, aunque para ella igual no había diferencia.

Pensaba aprovechar ese viaje y bajar desde ese paraje lluvioso y nublado, hacia la cálida y soleada Arcadia, para pasar unos días con ella, en la misma vieja, pero cada cierto lapso de tiempo remodelada, casa blanca de inicios del siglo pasado, a las afueras de la ciudad. Claro, eso sería una vez que tuviera un hueco en el asunto que la había llevado hasta ahí en un inicio.

Alquiló un vehículo en el Aeropuerto de Portland, y condujo los casi cien kilómetros al suroeste, directo a Salem. La lluvia la agarró a medio camino por la I-5, y ello frenó un poco su avance. No era ni cerca fanática de conducir en el pavimento mojado, especialmente en carretera. Llegó al Grand Hotel en Salem un poco después de las seis y media de la tarde, pero solamente para registrarse y dejar su maleta en la habitación, pues minutos después ya iba de regreso al camino.

Tras volar siete horas, más el viaje en auto que le sumaba una hora extra, cualquier persona lo que querría en esos momentos es tirarse en la cama a descansar, y dejar cualquier tema que resolver para el día siguiente. Pero Matilda Honey no era cualquier persona. Tenía una cita a las siete en punto ese mismo día, y pensaba asistir sin falta; no por nada la había agendado de esa forma, calculando todo lo que le tomaría el viaje a su destino final.

Sacarle provecho a cada segundo; una mentalidad bastante adulta, que ella no tardó mucho en asimilar mientras crecía. Adelantar grados, hasta el punto de terminar su posgrado en Yale a los veintiún años, no lo había logrado acostada en la cama descansando, eso era seguro.

Se destino era la comunidad de Eola, que se encontraba a unos seis kilómetros de Salem, por la Ruta 22. Era uno de esos puntos en el mapa que muchos describirían como “a la mitad de la nada”, compuesto de sólo unas cuantas casas, y pocas tiendas. Lo más resaltante de ese sitio era sin lugar a duda el Hospital Psiquiátrico, construido en épocas en las que la gente deseaba tener a sus enfermos mentales lo más alejados y aislados posible. Aunque eso, en realidad, no había cambiado mucho.

Llamó para avisar que ya iba en camino, pero más tardó en lograr que alguien la comunicara con la persona que vería, que en llegar al lugar. Se estacionó en el escaso aparcamiento frente al edificio blanco de tres plantas. Su fachada necesitaba ya una remodelación, tras años de erosión, casi seguro por las constantes lluvias.

El agua no caía con tanta fuerza cuando bajó del vehículo, pero sí con la suficiente para tener que recorrer el pequeño tramo entre éste y la puerta del recibidor, cubierta con su paraguas azul celeste, con estampado de nubes blancas. Definitivamente no la hacía ver muy profesional, pero había sido un regalo de uno de sus niños, y eso era suficiente.

Sus niños.

De vez en cuando se sorprendía a sí misma pensando en esa expresión, y a veces incluso usándola al hablar. Lo correcto sería decirles sus pacientes; sus niños, era un término más usado por su madre para referirse a sus alumnos. Pero ambas cosas no eran lo mismo.

Entró por la puerta principal, no sin antes escurrir un poco el paraguas para mojar lo menos posible. Caminó por un largo pasillo, con sillas de espera a los lados, y la casi cliché lámpara fluorescente tintineando en el techo, aproximadamente a la mitad. En el extremo, se encontraba una pequeña recepción, donde una jovencita flacucha de cabellos rubios, con traje color verde de enfermería, observaba con interés su celular; lo tenía oculto bajó la pequeña bardita que la separaba a ella de los visitantes, pero era obvio por su mirada y sus movimientos que eso era justo lo que hacía.

El pasillo estaba totalmente solo, por lo que el sonido de sus tacones bajos contra el suelo brillante de poliuretano, resonaban con un claro eco. Al pararse frente a la señorita de recepción, ésta apenas y alzó lo suficiente su rostro para mirarle. A pesar del maquillaje que llevaba, más del que uno esperaría en una enfermera en turno, no se disimulaba del todo su expresión cansada, sus marcadas ojeras, y su ojos ligeramente rojizos.

—Buenas noches —le saludó con un tono neutro, pero lo suficientemente cordial—. Soy la Dra. Matilda Honey, de la Fundación Eleven. El Dr. Scott me está esperando. Tenemos una cita a las siete en punto.

La enfermera ni siquiera se mutó. Bajó su mirada, de nuevo sólo lo necesario, hacia la pantalla de su celular escondido.

—Faltan quince minutos —le informó como si fuera la revelación más obvia, pero escurridiza, del mundo.

Matilda respiró hondo.

—Lo sé, se me hizo un poco temprano —dicha afirmación dependía mucho de a quién le preguntarás, pues en su plan original se suponía que llegaría a su hotel con suficiente tiempo para darse un baño y descansar aunque fuera una hora—. ¿Podría ver si puede atenderme de una vez?

La joven se quedó unos instantes cavilando, como si la respuesta a esa pregunta le resultara difícil de procesar. Matilda se preguntó si ese aletargamiento se debía a estrés, falta de sueño, o quizás al efecto de alguna sustancia indebida; esperaba que no fuera eso último. Al final, la enfermera extendió su mano hacia su teléfono, y presionó el auricular entre su hombro y oído izquierdo, al tiempo que sus manos hojeaba una pequeña libreta café que tenía sobre su área de trabajo.

—Aguarde un segundo, por favor. Enseguida el doctor estará aquí.

Su tono no le transmitía mucha confianza. Igual hizo lo que le indicó, y se sentó en una de las sillas del pasillo. Colocó su maletín en el suelo a sus pies, y su bolso en la silla de al lado, y esperó.

Esperó más de lo que creyó.

Los quince minutos que la separaban de la hora pactada, se pasaron relativamente rápidos. Los que le siguieron, no tanto. Cada vez que volteaba a ver a la enfermera rubia, ésta tenía de vuelta sus ojos en su teléfono, y no demostraba el menor interés en el tiempo que llevaba ahí sentada.

Decidió que igual era buena oportunidad de revisar el suyo, un iPhone 7, regalo de Navidad de su madre, que no le había dicho el precio pero estaba segura de que había sido exagerado. Aunque sus ansias de aprender y conocer la hicieron abrazar con entusiasmo el boom de la computación y la llegada del internet cuando aún era joven, parecía que al fin la brecha generacional la estaba alcanzando con esos llamados smartphones. Aun así, era la primera en aceptar su utilidad en cuestiones de comunicación, para estar al pendiente de sus pacientes y de su madre.

Revisó un par de correos nuevos que le habían llegado mientras volaba, ninguno de suma importancia, y como trescientos mensajes de WhatsApp y Messenger; la mayoría, igualmente no muy relevantes. El más importante fue un mensaje de Jane Wheeler, cabeza de la fundación a la que representaba en ese viaje, por lo que se podría decir que era de cierta forma su jefa; aunque en realidad era mucho más que eso. Sólo le preguntaba cómo estaba y cómo había estado el viaje. Le respondió que todo había estado bien y que estaba esperando a que la dejaran entrar. La respuesta fue enviada, pero no leída en ese momento. No le extrañó; debían de ser más de las diez de la noche en Indiana, y era lunes. Igual habían acordado hablar el miércoles, así que de momento sólo debía informarle que había llegado con bien.

Una vez que terminó de revisar todos sus mensajes, seguía sin haber señal alguna de movimiento. La espera se prolongó hasta más de las siete con veinte minutos. Estaba por ponerse de pie y pedirle explicaciones a la señorita, cuando unos pasos tranquilos por el pasillo izquierdo, que igualmente llegaba al área de recepción, se hicieron presentes en el silencio sepulcral.

Un hombre alto en bata blanca, apareció al otro lado de la esquina, y se dirigió unos segundos a la enfermera, que no tardó en usar sus irritados ojos para señalar en su dirección. El hombre de hombros anchos, cabeza algo cuadrada, y cabello negro y corto, se giró hacia ella, y la miró con curiosidad a través de sus grandes anteojos redondos, de armazón grueso. Su apariencia a Matilda le pareció algo curiosa; era como si intencionalmente quisiera verse como un personaje sitcom de los ochentas, de esas que de vez en cuando repetían por televisión, ya muy entrada la noche.

El hombre se le acercó, esbozando la que Matilda pensó era la sonrisa más verdadera que le era posible hacer en esos momentos, pero no dejaba de ser claramente falsa.

—¿Señorita Honey? —preguntó con un tono jovial, tras haberse parado a su lado e introducido sus manos en los bolsillos de su bata. Matilda ya se había puesto de pie, y se colocaba de nuevo su bolsa al hombro.

—Doctora, por favor —le corrigió más tajante de lo que había sido su intención original; quizás la molestia de la larga espera había influido.

El hombre, que por el gafete colgando de su bolsillo derecho supo que era en efecto el Dr. John Scott, le echó un vistazo de arriba abajo tras su aclaración.

—Claro —exclamó despacio, más como un gesto involuntario que se le hubiera escapado que un comentario real—. Es mucho más joven de lo que esperaba.

—Me lo han dicho seguido.

Y vaya que era sí.

El Dr. Scott se aclaró un poco su garganta, y luego se giró en la dirección en la que venía.

—Bueno, por aquí, si es tan amable.

Él comenzó a caminar, y ella lo siguió. Los pasos de ambos resonaron al unísono en el silencioso pasillo.

—Ya casi está todo preparado —le informó Scott con reservado entusiasmo–, y el sujeto ha sido informado de que hablará con usted. Pareció sentirse… moderadamente interesada en ello.

Matilda no externó nada visible o audible, pero la forma en la que había pronunciado “el sujeto”, le había molestado considerablemente. Cuando una persona pasaba de ser un paciente, a ser un “sujeto”, era señal de que algo no estaba bien.

—Espero que haya podido revisar toda la información que le proporcionamos al respecto, y que ésta le haya sido de utilidad para prepararse.

—Obtuve toda la información que necesito de momento —le respondió Matilda sin apuro—, incluyendo toda aquella que deliberadamente omitió o decidió ignorar en los reportes que nos enviaron.

Esas palabras tomaron tan por sorpresa a John Scott, que se detuvo en seco en su sitio; Matilda avanzó unos cuantos pasos más, antes de darse cuenta de ello y detenerse también.

—¿Disculpe? —exclamó el John, incrédulo, lo que hizo que se dibujara una sonrisa de ligera satisfacción en los labios de la chica californiana.

—Lo disculpo —le respondió con suma calma, justo antes de virarse de nuevo al camino que seguían, y continuar avanzando. Desde su postura hasta su andar, parecía querer dar a entender que sabía exactamente a dónde ir. Él no tardó en seguirla, unos cuantos pasos por detrás—. Necesito que las primeras sesiones sean privadas, sólo la niña y yo. Sin un tercero, sin cámaras, sin micrófonos, y sin gente mirando al otro lado del espejo.

—No lo creo.

—No era una petición.

Eso quizás fue suficiente para poner a prueba la tolerancia del buen doctor, ya que cuando menos lo pensó, éste se adelantó a ella y se paró justo delante, cortándole el camino. Sólo hasta ese momento, Matilda se volvió consciente de lo alto que era aquel individuo en comparación a ella; a lo mucho le llegaba a la mitad de su pecho, y eso que estaba un poco encorvado hacia ella, como si quisiera intimidarla de esa forma. Su rostro, además, había dejado ir cualquier rastro de falsa o verdadera hospitalidad que hubiera tenido hasta hace unos momentos.

John Scott respiró hondo, se acomodó sus anteojos con sus gruesas manos, y posteriormente comenzó a hablar con la mayor tranquilidad que su muy evidente molestia le permitía.

—Dejemos algo muy claro, Doctora —el sarcasmo se encontraba fuertemente adherido a esa última palabra—. Esta niña es mi paciente, y ésta es mi investigación. Si accedí a que usted la viera, fue sólo por mera cortesía. Pero cualquier cosa que obtenga de su charla, debe compartirlo conmigo y mi equipo —presionó entonces su propio pecho con el pulgar derecho de su mano; a Matilda le parecieron por unos momentos los dedos grandes y peludos de algún primate—. ¿Estamos claros?

—Cómo el cristal —le respondió con absoluta tranquilidad. Aun así, al parecer dicha respuesta había sido suficiente para él, pues rápidamente se disponía a darle la espalda y seguir caminando. Sin embargo, la voz de Matilda, ya no tan tranquila como en un inicio, hizo que se quedara sólo en ello: intenciones—. Pero ahora permítame a mí dejar algo más claro —Dio un paso sin miedo hacia él, encarándolo de frente sin vacilación—. Yo no estoy aquí para apoyar su investigación, ni a usted, ni a su equipo. Yo estoy aquí por petición directa del señor Morgan, y mi único fin es ayudar a esta niña, a la que, por lo que visto, se han esforzado por tratar como rata de laboratorio durante su estancia aquí. Y no sé a quién quiere engañar, porque ambos sabemos que su supuesta cortesía, sólo se debe a que el señor Morgan le advirtió que aceptara, o retiraría a la niña de este sitio. Y de paso, también ambos sabemos que en todo este tiempo no han logrado realmente llegar a ella u obtener algo con todos sus… experimentos y métodos de hace más de treinta años, y quieren ver si nosotros podemos hacer algún progreso que ustedes no.

»Así que, como agradecimiento por su apertura, y como “cortesía” profesional, le proporcionaré toda la información que obtenga y sienta que sea pertinente o necesaria para su investigación, pero no más. Y si siento por un instante que lo mejor para ella es que la saquen de aquí, no dudaré en transmitirle ese sentimiento a su padre.

Hizo una pequeña pausa. Aspiró hondo por la nariz, sin dejar de sostenerle la mirada, y concluyó.

—Dicho eso, repito: necesito que las primeras sesiones sean privadas; sólo la niña y yo. ¿Estamos claros?

La primera reacción visible en John Scott, fueron varios balbuceos, de seguro involuntarios. Luego se aclaró la garganta con fuerza, y se aplanó la corbata con insistencia con sus grandes manos.

—De acuerdo —respondió después de unos instantes—. Por aquí…

Volvió a reanudar la marcha, ahora con mucho más apuro. Aunque radiaba en su mayoría tranquilidad, un ojo observador detectaría sin problema esa dosis de molestia que se había sumado a su ya de por sí mala disposición, disfrazada de “cortesía”.

Eso de seguro no haría las cosas más sencillas.

Antes de seguirlo, Matilda se tomó unos segundos para respirar profundo, y soltar después el aire en un pesado suspiro. Quizás se había pasado un poco, pero muchas veces no le quedaba de otra. Le era muy difícil en ocasiones que personas ajenas a la fundación, o al tipo de personas que solía ayudar, la tomaran enserio. Su complexión algo pequeña y esbelta, acompañada de su rostro que radiaba un aire mucho más aniñado de lo que debería a sus veintisiete años, hacían que la gente, especialmente los hombres adultos considerablemente mayores que ella, la miraran hacia abajo con desdén. Y cuando eso ocurría, postrarse firme ante ellos, e incluso algo agresiva, resultaba ser la única medida que le servía. Si no, y si la situación realmente lo ameritaba, siempre había otros métodos; su primera directora de primaria lo había vivido en carne propia.

“Cuando una persona es mala se le debe dar una lección”, le había dicho su padre hace muchos años atrás. Quizás la única sabiduría real que aquel hombre le había transmitido, aunque estaba segura de que esa no había su intención.

Su guía la llevó hacia otro pasillo largo, pero éste no tenía salida. Del lado izquierdo, había cuatro puertas de madera, todas con un lector de tarjetas magnéticas montado en la pared a su lado. Del lado derecho, había cuatro sillas, iguales a las que había en el área de espera de recepción; las cuatro estaban vacías.

—Por favor, aguarde aquí sólo unos minutos —le indicó Scott, dirigiéndose hacia la última puerta.

—Creí que ya estaba todo preparado.

—Casi. Creo recordar que dije que casi estaba todo preparado.

Con esa única explicación, Scott acercó su gafete al lector, y un pitido, seguido de un chasquido en la puerta, indicó que ésta se encontraba abierta. Entró rápidamente por ella, y la cerró detrás de sí, antes de que Matilda hiciera el intento siquiera de mirar del otro lado.

No tuvo más remedio que volver a sentarse, y esperar.

No era una de sus habilidades primordiales, pero tenía el presentimiento de que dicha espera no sería corta.

- - - -

El cuarto al que John Scott se había metido tan apresuradamente, era estrecho, de forma rectangular. De mano izquierda justo al entrar, había una gran ventana que prácticamente abarcaba toda la pared de ese lado. Por ella, se podía ver la habitación contigua, al menos tres veces más grande, cuadrada, de paredes, techo y piso totalmente blanco; una persona aguardaba sentada en el centro de aquel otro cuarto. Frente al cristal, había dos escritorios, colocados uno a lado del otro, y sobre cada uno los monitores de dos computadoras, además de sus teclados y ratones. En dichos monitores, se repetía la misma escena del cuarto visible por el cristal. A su vez, frente a cada escritorio, había una silla. La más próxima a la puerta de entrada estaba vacía. La otra, era ocupada por otro hombre de anteojos y bata blanca, aunque de cabello rubio oscuro, y, al menos en apariencia, varios años más joven que John Scott, pero quizás cerca de diez mayor que la mujer que aguardaba en el pasillo.

En cuanto entró, aquel otro doctor lo volteó a ver, curioso. La molestia que Matilda había notado, parecía también haber sido bastante evidente para este otro hombre, pues lo miró algo sorprendido y confundido, en parte por la manera en la que había entrado.

—¿Y qué tal, Dr. Scott? —le cuestionó sin mucho rodeo—. ¿Cómo es la misteriosa doctora genio que viene a resolver este complicado enigma?

Scott bufó, entre divertido y hastiado por su comentario. Su atención se centró en el otro cuarto, aunque más específicamente en la persona que se encontraba sentada, con sus manos sobre sus piernas, y su mirada puesta en el suelo.

—Con problema le dobla la edad —señaló—. Y además es toda una diva. Encima de que permitimos que viniera hasta aquí y la viera, se atrevió a ponerme condiciones. Cómo si hubiéramos sido nosotros quienes la llamamos.

El doctor más joven, esbozó una sonrisa.

—¿Creé que realmente ella tenga experiencia con casos como éste?

—Por supuesto que no —le respondió Scott de inmediato—. Esta Fundación Eleven, o como sea que se hagan llamar, sólo son otro grupo de sacadineros a cuestas de los miedos de la gente. Si realmente tuvieran la experiencia y el conocimiento de otros sujetos como éste, ¿no crees que hace mucho que ya hubieran publicado algo al respecto? ¿O lo hubieran logrado probar públicamente? Nunca nadie había estado tan cerca de probar científicamente la existencia de habilidades psíquicas reales como nosotros, y no dejaré que esta niña que juega ser psiquiatra se quede con el crédito.

Inhaló hondó y exhaló, buscando calmarse.

Miró una vez más a la persona al otro lado del cristal; seguía en la misma posición, sin moverse ni un poco; apenas y pestañeaba cada cierto rato.

—Pero igual, veamos si podemos sacar algo bueno de esto. Quizás se abra más con alguien como ella. Tiene un aire más… amistoso, por decirlo de alguna forma. Pero no con los adultos, eso es seguro.

El otro doctor no hizo comentario alguno para contradecir o reafirmar su observación, y en su lugar se limitó sólo a asentir.

—¿No la hará pasar?

Scott miró rápidamente la hora en la parte inferior del monitor que tenía más próximo, y la corroboró con la de su reloj de muñeca.

—Dejémosla esperando un poco más —añadió con cierta picaría en su tono.

- - - -

Matilda sabía que tendría que pagar algún precio por su pequeño exabrupto, si acaso era la forma correcta de describirlo. Sólo llevaba unos pocos minutos de haber conocido al Dr. Scott, pero si se fiaba de la experiencia que tenía de situaciones anteriores similares, y la manera en la que le había querido “dejar en claro” su postura, podía darse cuenta de que era el tipo de individuo que no le gustaba en lo más mínimo que una mujer, en especial una tan joven, intentara imponérsele. Por más mente abierta que muchas personas intentaran presentarse, en el fondo todos tenían aún ideas anticuadas que regían, incluso de manera inconsciente, sus conductas.

Estaba acostumbrada a ello, y por el bien del trabajo que había ido a desempeñar, que era lo que más le importaba en esos momentos, estaba dispuesta intentar dejar las cosas en paz dentro de lo posible, y esperar ahí el tiempo que el buen Dr. John “yo mando aquí” Scott creyera justo.

Sin embargo, no pensó que dicho precio sería tan largo. La tuvieron esperando un poco más de media hora, sin darle ninguna pequeña señal de vida. Había llegado antes de las siete, pero sólo hasta un poco antes de las ocho al fin la puerta por la que el Dr. Scott se había ido, se abrió y éste salió de nuevo a su encuentro, ahora al parecer con mucho mejor humor.

—Lamento la demora. Ya puede pasar.

—Claro —fue lo único que surgió a modo de susurro de los labios la joven doctora. Tenía muchas otras cosas en mente que le hubiera gustado compartir, pero prefirió simplemente guardárselas; al menos de momento.

John se dirigió a la puerta contigua a la que acababa de usar, e igualmente pasó su gafete por el lector postrado en la pared a su lado. Los seguros de la puerta se abrieron, y la empujó hacia adentro con una mano, dejándole el paso libre.

—Le recuerdo lo de la privacidad, Dr. Scott —le recalcó Matilda, justo al comenzar a avanzar hacia el interior de la habitación—. Por lo que descubrí, me parece que ella puede decirme muy fácilmente si está cumpliendo su palabra o no. ¿Verdad?

John se sobresaltó ligeramente ante esas palabras, que parecían más que nada una amenaza. Matilda fue consciente de ello un segundo después de haberlo dicho, pero no se arrepintió en lo absoluto.

Ya se enteraría después como se lo cobraría.

Una vez que entró y se alejó apenas lo suficiente de la puerta, escuchó como ésta se cerró con fuerza a sus espaldas y los seguros se volvían a poner. El cuarto al que acababa de entrar, era cuadrado, un poco amplio, de quizás cinco metros por cinco metros. Las paredes y el techo estaban pintados totalmente blanco, y acompañados de la brillante luz blanca que colgaban del techo, hacían que todo el lugar brillara de una forma casi irreal, como sacado de algún extraño sueño. En la pared de su lado derecho, había un gran espejo, que estaba segura era de doble vista. De seguro daba a la habitación en la que John Scott se había metido durante media hora a… Sólo Dios sabía qué, para hacer tiempo. Jugar solitario, quizás.

Frente al espejo, había un escritorio de madera, con una silla de un lado. Había además una cámara de video, montada sobre un tripié. Y justo en el centro, se encontraba lo que la había llevado hasta ese lugar.

Sentada de una silla, igual a la que había detrás del escritorio, se encontraba una niña, de rostro blanco, muy blanco. Tenía la cabeza algo agachada, pero aun así la miraba, aunque su ojo izquierdo estuviera cubierto casi por completo por su largo cabello negro y lacio, que le caía hacia el frente sobre sus hombros. Sus ojos eran totalmente negros, y debajo de estos se marcaban unas oscuras ojeras, resultado evidente de algunos días sin poder dormir bien. Usaba una bata larga de hospital, totalmente blanca, y unas sandalias negras. Se veía ya algo grande, de doce o no más de trece. Tenía sus manos, delgadas y de apariencia frágil, posadas sobre sus piernas. Lo que alcanzó a ver de la expresión de su rostro, le pareció fría, bastante fría, hasta casi rozar en lo aterrador.

La palidez de su rostro, sus ojeras, y esa vibra de mal humor que transmitía a su alrededor, eran señales de cansancio, de molestia, y quizás de fastidio. Y no era para menos considerando el lugar en el que estaba, y no sólo por esa habitación tan extraña.

El semblante y la actitud de Matilda cambiaron totalmente en ese momento. Pasó de estar en un estado prácticamente a la defensiva, a tomar una postura mucho más calmada y relajada.

—Hola, ¿cómo estás? —la saludó sin dudarlo, esbozando su primera sonrisa sincera de esa noche—. Éste no es el lugar más bonito para hablar, ¿no crees? Hubiera sido mejor sentarnos en la cafetería mientras comemos y bebemos algo.

A pesar de la jovilidad natural que Matilda transmitía, la niña no dio señal alguna de respuesta. En su lugar, se quedó inmóvil, apenas mirándola o notando su presencia. Esto no le extrañó; venía ya preparada con la idea de que no sería sencillo.

Se acercó con cautela a la mesa; la niña la siguió con la mirada, apenas moviendo su cuello. Dejó su maletín y bolso sobre ésta, y luego le sacó la vuelta. Por un momento parecía que tomaría asiento en la silla, pero en su lugar la tomó con su mano derecha, y sin pronunciar palabra alguna, empezó a arrastrarla por el suelo hacia el centro del cuarto. La silla chirriaba con fuerza contra el piso, casi como si lo estuviera haciendo apropósito. Sólo en ese momento se logró ver una pequeña seña de reacción el rostro de aquella chiquilla, aunque era prácticamente un gesto de confusión.

Matilda colocó la silla justo frente a la otra, con apenas un poco más de un metro de distancia entre ambas.

—¿Puedo sentarme? —le preguntó animosa, sin dejar de sonreír.

La pequeña la miró de reojo, y simplemente se encogió de hombros como respuesta. Aunque en algo era una respuesta de notoria indiferencia, igual decidió tomarla como un asentimiento y sentarse. Se acomodó su larga falda color verde olivo, se cruzó de piernas, y contempló con detenimiento a la pequeña delante de ella. En cuanto posó sus grandes y brillantes ojos azules en aquel rostro pálido y estoico, éste se viró hacia otro lado, quizás algo intimidada por la repentina cercanía.

—Me llamo Matilda. ¿Tú cómo te llamas?

—Usted ya lo sabe —soltó de pronto la chica de ojos oscuros.

Bien, eso era un progreso. Le sorprendió escuchar que su voz era bastante más suave y dulce de lo que su apariencia casi amenazante pudiera dar a suponer.

—No tienes que hablarme de usted; puedes llamarme simplemente Matilda. Y tal vez sí lo sé, pero me gustaría que me lo dijeras tú misma. Ya sabes, para conocernos mejor.

La niña la miró en silencio. A pesar de que su mirada seguía tan fría como cuando entró al cuarto, Matilda pudo notar como dudaba y vacilaba entre responderle o no. Sus dedos, posados aún sobre sus piernas, se cruzaban y frotaban entre sí. ¿Señal de nervios?

—Samara —Susurró despacio tras varios segundos de silencio—. Me llamo Samara Morgan…

FIN DEL CAPÍTULO 01

Notas del Autor:

- Matilda Honey se basa íntegramente en el respectivo personaje de la película Matilda de 1996. Originalmente tenía sólo 6 años y medio, mientras que aquí tendría ya entre 26 y 27 años. Su apellido original era Wormwood, pero aquí se especula que cambió su apellido a Honey en algún punto tras ser adoptada al final de los acontecimientos de la película.

- Samara Morgan se basa casi por completo en el respectivo personaje de las películas The Ring del 2002, The Ring 2 del 2005 y Rings del 2017. Samara tendría aquí 12 años, como los tiene en la película original (antes de su muerte). Para ello he trasladado su historia a la época actual, ya que originalmente ocurría hace casi cuarenta años. Esto traerá algunos cambios, y algunos iré especificando en los capítulos posteriores.

- El Dr. Scott es un personaje de película de The Ring del 2002, pero ya que su participación es muy reducida y nunca vemos de hecho su apariencia, tanto ésta como su personalidad fueron adaptadas por mí.

- En la película de The Ring del 2002, no se específica con claridad la ubicación del Hospital Psiquiátricos de Eola. Bajo el contexto de la película, se podría especular que el Condado de Eola podría ser algún condado ficticio en el estado Washington, inventado en la película. Aquí, sin embargo, lo he ubicado en la comunidad de Eola en Oregón, que es un sitio real. Esto aprovechando los nombres iguales, darle una ubicación más exacta, y también esto obedece a algunos eventos planeados para más adelante.

14 de Diciembre de 2020 a las 23:17 0 Reporte Insertar Seguir historia
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Resplandor entre Tinieblas
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En este mundo existen personas con la capacidad de hacer y ver cosas que los otros no. Muchos llaman y clasifican estas habilidades de diferentes formas. Algunos, lo llaman "Resplandor." (Crossover de varios personajes de películas, series y novelas de terror conviviendo en el mismo mundo). Leer más sobre Resplandor entre Tinieblas.