yara_zasa Yara Zasa

Linda es una secretaria en un pequeño consultorio. Nerón es un asesino en serie que trabaja en una organización criminal. Pero no son tan diferentes; ambos tienen peligrosos secretos; ambos sufren constantemente pesadillas que ya han vivido, pesadillas que jamás superarán. Sin embargo, su verdadera condena empezará cuando surja un deseo mortífero entre los dos. Uno que los puede destruir..., y ellos lo saben.


Suspenso/Misterio Sólo para mayores de 18.

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Capítulo 1

—¿Dormiste bien? —me preguntó Miranda en cuanto me notó entrando a la cocina.

—Algo —le respondí mientras agarraba un vaso.

—¿Saldrás hoy? Quería que me acompañaras a una fiesta. Tengo un amigo que quiero presentarte. ¿Quieres ir?

—No, gracias —le respondí, mientras me servía agua, y posteriormente me tomaba la pastilla que traía en mi mano.

—No entiendo por qué últimamente no quieres salir más que al trabajo. No eras así de introvertida hasta hace poco.

No respondí. Sólo continué bebiendo el resto del agua.

De reojo noté que me estaba mirando con atención.

—¿Otro ataque de migraña?

—Sí.

—¿Por qué últimamente tienes tantos constantemente?

—Siempre los he padecido, no sólo últimamente, Miranda.

—Lo sé, pero no eran tan seguidos. ¿Estás bien?

Blanqueé los ojos.

—No sé cuántas veces me has preguntado lo mismo. Ya te dije que sí —farfullé, irritada.

No había amanecido de buen humor.

No la dejé que dijera nada más, me fui a mi habitación.

Las gotas de la llovizna golpeaban mi ventana. Odiaba cuando llovía. Odiaba el maldito clima frío. Y odiaba tener que ir a trabajar con esta lluvia. No era para nada un buen día, ni lo iba a ser, ya lo había decidido.

No quería mojarme, ni que los tacones de mi uniforme me hicieran torcer un tobillo en un bache. Pero el trabajo era el trabajo. Por poco que me gustara.

Sacudí la cabeza, pues si divagaba se me haría tarde. Caminé hasta mi armario. Saqué la misma falda de tubo con la blusa blanca de botones, y los tacones negros. Mis medias estaban rotas, así que no me las puse por esta vez. Me vestí rápidamente y al final me coloqué un abrigo largo oscuro. Agarré mi bolso y salí de mi habitación, Miranda ya no estaba en la cocina, seguramente también se había ido a cambiar, ella entraba a trabajar a la misma hora que yo. Yo era secretaria en el pequeño consultorio de urología de Gabriel (mi jefe). Y Miranda era recepcionista en un hotel prestigioso. Un puesto que yo también quería, pero al menos estaba bien con el que tenía, me servía para sobrevivir.

Salí del edificio y caminé poco hasta la estación subterránea del metro. Bajé las escaleras, y caminé por los largos pasillos hasta la terminal de la línea 5 que era la que yo tomaba para ir al trabajo. Pasé mi tarjeta frente al lector, y los torniquetes se movieron, permitiéndome el acceso.

No tuve que esperar mucho para la salida de mi línea. A esta hora los vagones estaban llenos, por lo que me tocó ir parada por 10 minutos.

Al llegar a mi parada, salí de la estación subterránea, y caminé hasta el pequeño consultorio, a mí me tocaba llegar antes que Gabriel para abrir el local. Aquí estaba más acogedor el ambiente así que me quité el abrigo y lo puse en el perchero al lado de mi escritorio.

Me senté y coloqué los codos en la mesa al mismo tiempo que masajeaba mis sienes con los dedos índices. La migraña ya había cesado, pero, como últimamente me pasaba, tenía todo el cuerpo tenso, y un estrés que me estaba matando.

—¿Por qué lo hiciste? —susurré para mí misma—. ¿Por qué? ¿Por qué?

Una pregunta que se repetía una y otra vez. Y de la que hasta ahora seguía sin obtener una respuesta razonable.

Suspiré, frotándome los ojos irritados.

Me sentía tan contrariada, y aún en shock. No sabía cómo es que aún podía continuar como si nada. Como si el remordimiento no pesara.

¿Y si sí fue un sueño? Ojalá que lo fuera, tendría que serlo. No era lógico.

Tuvo que ser una pesadilla. Tuvo que serlo.

—Hola, Linda —me sobresalté cuando escuché a Gabriel entrar. Alcé la cabeza para mirarlo, iba concentrado en su celular, ni me miró, sólo entró a su oficina.

Decidí ponerme a trabajar desde ya, alejando todos mis pensamientos para después. Como todos los días, revisé la agenda para ordenar las citas que tenía Gabriel. Hasta las once llegaría el paciente que fue programado para esa hora. Hoy no iba a ser un día ajetreado, lo cual era bueno.

Miré mi computadora, mordiéndome el labio, inquieta.

Entré al buscador y empecé a teclear: "Desap...".

Me detuve, con las manos suspendidas sobre el teclado, pensando en si era una buena idea.

No lo hagas, no lo busques.

Apreté los labios y cerré mis puños, alejándome un poco de mi computadora. Era mala idea. No debía hacerlo.

Un carraspeo me hizo girar la cabeza. Casi emito un quejido de fastidio, era Gulanda; la prometida de mi jefe. Me caía tan mal. Tenía una manera tan despectiva de mirar y hablar. Me asqueaba cuando venía; desde que Gabriel y ella eran novios yo tenía que soportar sus gemidos a través de la puerta nada silenciosa. Era más que desagradable. Parece que sus más grandes fantasías eran el sexo en el trabajo. Ew.

Gulanda me recorrió de arriba abajo, aunque el escritorio me tapaba la mitad del cuerpo. Traté de mantenerme pacífica.

—Anúnciame con mi esposo.

Casi blanqueé los ojos. Ellos aún no eran esposos, y ella sabía perfectamente que no era necesario que fuera anunciada pues podía pasar cuando se le diera la gana ya que era su prometida, pero a Gulanda le gustaba —no sé por qué motivo— recalcarme que eran pareja. Ridícula.

La anuncié, y obviamente entró a la oficina de mi jefe. Y, con lo que sucedió después hice oídos sordos para tratar de concentrarme en otra cosa mientras a veces se me salía una mueca de disgusto.

Una hora después, ella salió con el pelo esponjado, la ropa algo arrugada y mal colocada, y una sonrisa de superioridad, de soslayo me dirigió una mirada igual. Sí, ridícula.

Luego de irse fueron llegando los pacientes y con ellos el trabajo intenso.

Hoy no iba a salir temprano, normalmente mi trabajo terminaba a las 7 u 8 de la noche, pero Gabriel me había pedido quedarme tres horas más para adelantar algunos pendientes importantes, también para ordenar en la bodega algunos productos e instrumentos nuevos que habían llegado hoy. De eso se encargaba otra persona, pero esta vez no había venido. Así que me tocaba quedarme.

Para cuando terminé la jornada mis pies ya estaban más que adoloridos, hasta sentía que me punzaban y que me sobresalían del tacón por lo hinchado que estaban. Mi espalda crujía en cada movimiento, y ni hablar de mis ojos que ya estaban cansados.

Gabriel ya se había retirado, sólo quedaba yo para cerrar el consultorio.

Lo que menos me gustaba de terminar a esta hora era que me daba un poco de miedo caminar por la noche hasta el edificio.

Con los ojos ya casi cerrándoseme del sueño, agarré mi bolso y las llaves. Eran casi las 11 de la noche, y finalmente cerré el local.

Caminé hasta la estación para tomar de nuevo el metro ahora de vuelta al departamento. El vagón al que me metí estaba vacío, pero por la puerta corrediza que separaba los vagones podía ver que había un hombre en el otro.

Miré hacia el frente donde se proyectaba mi reflejo en la ventana. Me di cuenta inmediatamente al verme que no traía mi abrigo. Diablos, lo había dejado en mi escritorio. Bueno, no había problema, mañana podría recogerlo.

Me recargué en el asiento, y cerré un momento los ojos ya que sentí un pequeño mareo.

¿Quieres un trago?

Tal vez quiera más que eso.

Su mano se deslizó por mi muslo. Yo apreté las piernas, mientras me mordía el labio.

Él metió la otra mano a su chaqueta y de allí sacó una bolsita con polvo blanco, una que hizo que mis ojos brillaran.

Su boca se acercó a mi oído.

Si eres una chica buena, obtendrás un poco.

Sonreí, complacida.

Su palma subió hasta mi pecho, y yo fruncí el ceño al sentir un mareo que fue intensificándose poco a poco hasta que todo me daba vueltas y se me nublaba la mente.

Su rostro se estaba distorsionando, me seguía hablando, pero lo escuchaba lejos.

No...

Sentí arcadas.

Tranquila, pequeña, será inolvidable.

Su voz...

—Déjame. Basta. Suéltame —solté atropelladamente.

¿Qué sucede? ¿Estás bien?

Sentía mi cuello húmedo, me estaba besando.

Puse resistencia y me removí inquieta. Su mano se enroscó en mi cuello.

Por favor, por favor no.

Un golpe.

Dos.

Abrí los ojos rápidamente, algo agitada. Un ruido fuerte parecido a golpes contra metal se escuchaba no muy lejos, en algún vagón. No le tomé importancia y me traté de recomponer de ese sueño tan... extraño. Me toqué la frente, estaba sudando.

Noté que mi parada ya era la siguiente. El metro se detuvo, y las puertas se abrieron, así que salí apresurada.

Subí las escaleras para salir del subterráneo. Hacía mucho más frío que en la mañana. Y lucía tenebroso. Odiaba salir tan tarde del trabajo porque andar entre la espesa negrura y las calles desoladas me hacían sentir insegura. Caminé dando pasos largos, y abrazándome para darme calor. Vaho de aire helado salía de mi boca.

Ningún local estaba abierto, nadie pasaba por las calles, ningún carro siquiera. Estaba demasiado solo. Mis tacones contra el asfalto era el único sonido a mi alrededor. Sin parar, empecé a hurgar en mi bolso buscando mi teléfono. Lo necesitaba.

Y, entonces, no sabía si era porque mis nervios y paranoia me estaban jugando una mala pasada, pero mi piel se había erizado. Por instinto miré hacia atrás, y... nada. Sacudí la cabeza y caminé más rápido. Mi respiración empezaba a ser entrecortada debido a que el frío me estaba haciendo arder el pecho. Un sudor frío recorría mi espalda y mi frente.

Me faltaba poco para llegar a mi edificio.

Sin embargo, me detuve, me detuve paralizada cuando en un milisegundo había captado un sonido de unas pisadas detrás de mí que se dejaron de escuchar en cuanto paré. Alguien me seguía.

No lo pensé más, corrí. Corrí sintiendo clara la amenaza detrás de mí, e incluso sintiendo a alguien pisándome los talones.

Por la misma prisa que llevaba en intentar sacar desesperadamente el celular de mi bolso, correr y mirar hacia atrás; al cruzar la calle y subir la banqueta tropecé cuando mi tobillo se torció. Caí de rodillas, pero había alcanzado a meter las manos para evitar golpearme la cara. Hice una mueca de dolor por el golpe fuerte que me había llevado en las rodillas.

Sin embargo, no tardé en notar que mis manos habían salpicado en un charco de agua. De... de agua. No...

De un líquido caliente.

Mi corazón dio un vuelco.

No... no podía ser.

Miré hacia el charco, no distinguía qué era, estaba muy oscuro, se veía negro. Miré las palmas de mis manos temblorosas, con el corazón doliendo contra mi pecho.

Sangre.

Mi rostro se contrajo en terror.

Era sangre.

Abrí la boca para gritar, pero estaba completamente petrificada, sin poder creerlo.

Pero, lo peor vino cuando seguí el rastro espero oscuro que llegaba hasta el cadáver de un hombre.

Un hombre que... era arrastrado por otro hacia el callejón sin salida.

Dejé de respirar. No puede ser.

El asesino me notó, y entonces la adrenalina y el instinto de supervivencia me hicieron salir de mi trance para intentar huir. Me levanté rápidamente e intenté correr, pero él fue más rápido, me atrapó tomándome con fuerza de la espalda. Grité, pero él alcanzó a tapar mi boca.

Y mi condena empezó mientras él me arrastraba al callejón y mis gritos quedaban asfixiados en sus manos.

2 de Enero de 2022 a las 01:06 1 Reporte Insertar Seguir historia
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AA Alberto Ramón Althaus
Muy interesante la historia y muy bien redactada. En mi época no se utilizaba "agarrar" porque significaba que tenía garras pero no sé si eso ha cambiado. La escritora utiliza ese verbo tres veces. Los nombres de los personajes desagradables no deben necesariamente ser desagradables, por ejemplo, Nerón o Galunda. En mi caso hubiera escrito de forma distinta ciertas frases: "salir más que para ir al trabajo", "¿Por qué últimamente tienes tantos?", "Allí estaba" o "Aquí estoy", "¿Y si fue un sueño? Ojalá lo fuera", "Decidí ponerme a trabajar, alejando", "A las once", "su mayor fantasía era", "Y a lo que sucedió después hice oídos sordos", "mientras hacía una mueca de disgusto", "Él metió la otra mano en su chaqueta", "todo empezó a dar vueltas y se me nubló la mente", "Su rostro estaba distorsionado", "No le di importancia", "a poner las manos para evitar", "que me había dado en las rodillas". Hay una dificultad para entender por qué si salió al frío de la noche no se dio cuenta enseguida de que no llevaba el tapado puesto. Sería conveniente introducir que el clima había cambiado para justificar el olvido o que se había estado moviendo, miró la hora y corrió para llegar al subterráneo, una vez sentada se le enfrió el cuerpo y empezó a sentir frío, pero puede pasar sin ser notado por los lectores. Migrañas, estrés, nervios y paranoia??? Cambiaría "condena" que supone que la protagonista ha hecho algo mal a "suplicio" pero depende del pasado de Linda. Saludos y gracias por la lectura
February 25, 2023, 14:19
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