jhojanguerra Jhojan Guerra

Los sueños crean espacios entre la realidad que sirven, a menudo, como puertas y nos entregan la experiencia de algo que parece inexplicable, pero a la vez mágico y que, de alguna manera, nos marca para toda nuestra vida.


Paranormal Lúcido Todo público.

#fantasmas #sueños #341 #310 #mundodemuertos
Cuento corto
3
1.5mil VISITAS
Completado
tiempo de lectura
AA Compartir

Una fantástica despedida

Desperté de golpe, jadeando y sintiendo mi cuerpo sudado bajo las sábanas. Había tenido un muy raro sueño, con seres extraños que venían por mí y me llevaban a un lugar lejano. Me destapé y esperé sentado a que se me pasara aquel sentimiento perturbador que recorría mi ser. La luna se alzaba en todo lo alto, dejándose ver a través de mi ventana, aunque nunca la había visto tan grande ni tan completa.


Mis padres aun dormían, lo sabía porque podía escuchar los ronquidos de mi padre provenientes desde el otro lado del pasadizo, no entendía como mamá dormía con tanta bulla al lado de sus oídos. La costumbre, pensé, o quizás ya estaría sorda luego de todos estos años.


Decidí ir al piso de abajo por un poco de agua porque había perdido muchos líquidos y no quería secarme como una pasa. El estar hidratado siempre es muy importante, decía mamá. Bajé las escaleras, pasé por la sala y llegué a la cocina, cogí un poco de agua de la jarra y la tomé ahí mismo para no perder tiempo. Sabía que si hubiera ido a la sala a sentarme para beber correctamente hubiera hecho mucho ruido y despertaría a mis padres —o al abuelo—, esa no era una buena idea. No había llevado mis pantuflas porque tenía la idea de hacer menos ruido con los pies descalzos, aunque eso provocó que el frío se colara por mis piernas.


En la cocina había una ventana encima del lavadero por donde se podía ver el patio y más allá de la valla que limitaba la casa con la oscuridad de un pequeño bosque, pero todo estaba oscuro y cubierto por la penumbra, no podía escuchar otro ruido más que mi propia respiración. Recordé, entonces, lo que dijo mi padre cuando habíamos ido a acampar a aquel bosque hace tiempo: ¿Sabes lo que significa cuando no escuchas ningún ruido en donde debería haber alguno? Puede ser una de dos cosas: O es que eres sordo o es que te están acechando.


Traté de enfocarme en encontrar algún sonido a parte del mío, cerré los ojos y dejé que mis sentidos me guiaran. El viento estaba helado a pesar de que estábamos a mitad del verano, también podía sentir un tenue aroma dulce, un dulce amargo, pero intenso que provenía de algún sitio; aun así, no logré escuchar mucho, realmente nada. Seguí intentando, cerré los ojos nuevamente y fue entonces cuando comencé a escucharlo: Una pequeña vibración que parecía estar llegando desde algún lugar lejano, en poco tiempo inundó todo el espacio, no sabía de dónde venía, pero cada vez se hacía más fuerte. Abrí los ojos cuando comencé a sentir miedo de aquella inminente y grave vibración, pero, aun así, no se detuvo, se escuchaba cada vez más cerca, cada vez más potente, sentía su inminente llegada.


Estaba seguro de que se había enojado conmigo por intentar escuchar algo que no debía. Me agaché y me cubrí los oídos para intentar callar aquella vibración, intenté decir algo, pero no podía oír ni mis propias palabras. Esperé, entonces, hasta que terminara conmigo, no podía hacer más. Cerré los ojos.


Los minutos pasaron, aquella vibración había pasado de largo o quizás había perdido su fuerza de arranque, abrí los ojos, estaba bien, nada me había pasado. Lo único extraño fue aquel brillo blanquecino que venía de la habitación del abuelo, lo podía ver por el pequeño espacio del entreabierto de la puerta. La habitación del abuelo, desde donde estaba, parecía estar bañada completamente en luz. Me acerqué lentamente, preguntándome si el abuelo estaría bien y si no le molestaría tanta luz en su cuarto. Me puse contra la pared contigua al marco de la puerta y traté de mirar adentro de la habitación, pero la luz era tanta que inevitablemente hacía que cerrara los ojos. Estaba seguro de que esta situación ya la había visto en alguna película de terror en donde el protagonista no terminaba para nada bien. Aun así, no me quedaba otra cosa más que entrar, sentía miedo, pero también estaba preocupado por el abuelo, cerré los ojos, tomé aire y entré.


Cuando los abrí me di cuenta de que la luz se había atenuado y esparcido por toda la habitación, como si se escondiera de mí, no existía ninguna sombra dentro de aquel lugar, parecía un espacio completamente diferente al que conocía.


—Oh David, pequeño, ¿qué haces despierto a esta hora? —Preguntó el abuelo.


—Tuve una pesadilla que no me dejó dormir. —Mi atención fue atraída inevitablemente hacia aquel sujeto al lado de él—. ¿Quién es el señor de negro?


Era muy alto, silencioso y llevaba una túnica tan oscura que costaba distinguir las costuras de su ropa, le quedaba de una manera tan particular y extraña que era casi como si formara parte de su cuerpo. No lograba verle los pies, es más, parecía no tocar el suelo. La única parte de su cuerpo que lograba ver era su mentón, la cual tenía una apariencia afilada y dura.


—Es un amigo, estábamos hablando sobre cosas de viejos —el abuelo se levantó de la cama, como si nunca hubiera tenido ese problema en la cadera—. Mira —señaló con alegría hacia la ventana que daba a la calle—, han venido a visitarte algunos familiares.


Di una mirada rápida a donde señalaba y solo pude ver la calle solitaria y silenciosa, como nunca la había visto.


—No veo nada, abuelo.


—Espera... —Él seguía mirando al mismo punto. Lo hice.


Entonces, de un momento a otro, aparecieron, atravesando la pared y materializándose en frente mío, aunque aún conservaban una cierta transparencia. Uno a uno, se dejaban ver en el cuarto de mi abuelo, era casi como un espectáculo de magia.


De entre todos, una mujer con un cabello negrísimo comenzó a acercarse, tenía una mirada risueña y compasiva, además llevaba un collar muy parecido al de mi madre.


—Hola..., soy tu tía Judith.


—¿Eres hermana de mi mamá?


—Lo soy. —Me sonrió.


—Estabas en el cielo. Al menos, eso fue lo que me dijo. —Por un momento, me sentí engañado.


—Sí... —Me hizo levantar la cabeza—, ahora vivo ahí, vine un momento para visitar a mi padre y, ¡mira mi suerte! También puedo verte a ti.


Cuando ponía atención de aquellas reuniones familiares, siempre había escuchado que eran parecidas, casi gemelas. Sentí una mano apoyarse en mi hombro, volteé la mirada y sorprendentemente pude ver a mi primo Joseph.


—¡Hola, Joseph! —Me apresuré en abrazarlo a pesar de que a él nunca le gustaron los abrazos.


Él también parecía tan alegre como yo, más que la última vez que lo vi hace un par de años en el hospital en donde apenas parecía estar consciente de lo que sucedía.


—Tranquilo, David, haces mucho ruido. —Comencé a llorar sin querer.


—Pensé que jamás te volvería a ver..., me he sentido tan solo desde que te fuiste. —Dije entre sollozos.


—Luego de las operaciones me mudé con la tía Judith y desde entonces he estado viviendo con ella.


—¿Por qué no vienes más seguido? ¿Qué tal si te quedas unos días acá? Podemos jugar en la cancha como antes, te quiero mostrar los pases que he estado practicando con papá. Estaba esperando a que salieras del hospital para volver a jugar, pero nunca te volví a ver.


—Sería divertido. Quisiera venir más seguido, pero el lugar en donde vivo está muy lejos de aquí.


—¿Enserio? —Comenté con tristeza.


—Sí..., es un lugar en donde es muy difícil salir, al dueño no le gusta que salgamos y nos vayamos por ahí.


—Parece un lugar malo.


—No, no, te equivocas, es bastante agradable, solo que tiene algunas reglas que le gusta que las respeten. —Sonrió.


Dijera lo que dijera, me sentía triste. Sabía que se iría de nuevo y nuevamente me sentiría solo.


—Entiendo...


—David, no pongas esa cara, aunque estemos en sitios bastante lejanos, siempre estaré a tu lado y, no solo yo, también la tía Judith y todos los que están presentes. Aún si tú no te das cuenta o si te olvidas en algún momento, nosotros siempre estaremos ahí.


Volví la mirada a los demás, eran bastantes personas. Todos distintos, tan diferentes, pero, a la vez, me miraban como si me conocieran, como si me hubieran visto crecer, sentía que era parte de ellos y ellos eran parte de mí. Algunos llevaban ropas tan antiguas, tan diversa y de tantas épocas, los que estaban más cerca de mí eran más parecidos a mí. Una buena parte de los hombres llevaban trajes de militares, como el de papá. Los otros llevaban trajes extraños de muchos colores y otros tenían unos bigotes bastante llamativos, alguno llevaba un bastón y el más lejano llevaba una armadura completa de plata. A decir verdad, a la mayoría no la conocía, pero, aun así, me sentía tan cómodo entre ellos. Varios eran tan mayores como el abuelo, otros más jóvenes, hasta había un bebé entre ellos, cargado por una chica que lo miraba como mamá me mira a veces.


El abuelo se acercó a mí, se puso a mi lado y juntos contemplamos a todos los presentes hasta que rompió el silencio.


—Todos nosotros somos familia... —Me dijo—, todos y cada uno de ellos han velado por nuestro futuro y seguirán haciéndolo hasta el fin de los tiempos. Al igual que tú, es la primera vez que los veo después de mucho tiempo. —Su rostro parecía contener una nostalgia que pocas veces había visto.


El sujeto misterioso que se había quedado en su lugar desde su llegada comenzó a moverse, no escuché ningún paso mientras lo hacía, no parecía estar siquiera caminando. Por un momento creí que estaba flotando a una distancia muy corta sobre el suelo. Se detuvo en frente de mí y agachó la mirada para observarme. Esperé en mi lugar, no quería levantar la cabeza para verle el rostro, sentía un miedo terrible por alguna razón, como si fuera un límite que si me atrevía cruzar no habría vuelta atrás. Tomé valor, oculté mi temor y lo miré a los ojos, solo que..., no tenía. Aquel sujeto no tenía ojos en su cabeza, solo unas inmensas cuencas vacías que contenían unos profundos abismos. En ese momento, me invadió un terror infernal, era como si estuviera viviendo una de mis peores pesadillas, velozmente me oculté a las espaldas de mi abuelo. Estaba hiperventilando y sentía mi corazón a punto de estallar. No podía..., no podía verlo a la cara, era demasiado, demasiado para cualquiera. Entonces, la mano de mi abuelo se posó en mi hombro, tranquilizándome en su tacto, él volteó y me miró como si viera en mí algo divertido. No sé qué de divertido había en esto, ese sujeto era un monstruo.


—No tengas miedo, David, él es solo un trabajador del cielo.


—¿Un trabajador? ¿De ese lugar? Parece un sitio muy malo.


—No digas eso... Solo estás juzgando por las apariencias. —Mi abuelo parecía apenado por mi actitud—. ¿Sabes una cosa? Es por él que estás aquí.


Lo miré incrédulo. No sabía a lo que se refería. Siguió hablando.


—Él te ha dado esta oportunidad única para que puedas estar con todos nosotros, con la familia y conmigo. —Rio con altanería—. Y créeme que eso no sucede muy comúnmente.


—¿Enserio?


—Lo digo muy enserio, él sabe que eres alguien que se lo merece. —Se agachó y me habló en voz baja, casi como un susurro—. Además, me debía un favor, pero esto último no se lo recuerdes que se molesta, eh. —Se volvió a levantar—. Vamos, agradécele como es debido.


Tragué saliva, me acerqué a aquel misterioso sujeto aun cuando mi cuerpo me decía que corriera en la otra dirección. Seguí así hasta que pude ver la parte de debajo de su túnica que levitaba tenuemente en el suelo. Me detuve y, en ese momento, dejé de pensar, dejé que mi cuerpo fuera libre y comencé a creer que solo el presente existía, todo parecía menos pesado y sin importancia, podía sentir todo lo que me rodeaba, era un estado que nunca había experimentado, pero era algo hermoso y bello, incluso la existencia misma parecía diferente. Nada importaba y todo lo que es y siempre será era el ahora. Lo miré sin ningún prejuicio y pude ver su cara completa sin ningún temor. Era muy pálido, sus oscuras cuencas oculares sabían ubicarme de alguna manera y su boca parecía estar cocida con los mismos hilos extraños de su túnica tan particular. A pesar de todo, su rostro parecía expresar un estado de suma amabilidad, hacían denotar que era alguien bondadoso y compasivo, un ser tan amable que le daba a quien se lo pidiera una segunda, tercera, cuarta o quinta oportunidad para que lograra lo que tanto habías buscado.


Le sonreí, él me devolvió la sonrisa.


—Muchas gracias, señor.


Él solo asintió, pero su simple gesto me decía mucho más que un libro entero.


—Muy bien, pequeño, siempre es bueno agradecer cuando alguien hace algo por ti.


Lo miré.


—Sí, abuelo, lo sé.


Su expresión contenida me decía que tenía algo más que decirme, pero que no sería una buena noticia. El abuelo jamás fue bueno cuando se trataba de guardarse algo.


—¿Qué es lo que pasa? —Pregunté.


—David... —Puso su mano en mi hombro—, tengo que irme con ellos.


—¿Qué? ¿Te irás tú también?


—Ya no puedo quedarme, mi cuerpo no es tan fuerte como antes... —Se agachó nuevamente para estar a la misma altura que yo—, pequeño, ya estoy viejo. —Sonrió—. Mis huesos están muy débiles, apenas veo por culpa de las cataratas y mi vejiga me hace mucho daño cuando quiero ir al baño. Allá en el cielo me esperan cosas mejores..., lo único que lamentaré es no poder verte de nuevo ni a tu madre ni a tu padre que tanto esfuerzo han puesto en cuidarme todos estos años. No llores... —Mis lágrimas comenzaron a empapar todo mi rostro, era incapaz de pronunciar una sola palabra—. Ven. —Me acerqué lentamente y lo abracé lo más fuerte que pude.


—Quiero..., quedarme contigo.


—Lo sé, pequeño, pero no te preocupes. Estaré aquí, aunque tú no me veas, así como todos los que están presentes, te estaremos observando desde algún lugar, asegurándonos que estés bien y viéndote crecer para que puedas ser la maravillosa persona que sabemos que llegarás a ser.


Los miré y sentí una tristeza inmensa en mi corazón. Todos ellos se preocupaban por mí, pero yo, en cambio, los conocía tan poco. Hubiera querido tener más tiempo para hablar con todos y cada uno de ellos.


—Quisiera tener más tiempo. —Le dije.


—Yo también lo quisiera... —El abuelo solo parecía tener ese pesar en su corazón.


Mi primo se acercó a nosotros, también la tía Judith, la abuela apareció entre la multitud y le dio un dulce beso al abuelo. Todos nos reímos por última vez juntos, sintiendo esa unión que marcaba nuestras vidas, éramos familia y eso nos hacía felices.


—Te voy a extrañar, abuelo.


—Yo también te extrañaré, pequeño.


El abuelo frotó mi cabeza una última vez, como solía hacerlo cuando íbamos al parque y jugábamos al fútbol con mi primo y mi padre hace años. Inevitablemente cerré los ojos y, en ese instante, volví a mi cama.


Algunos rayos de luz se colaban por el entreabierto de las cortinas de mi habitación, dándome directamente en los ojos. Toqué mi almohada al sentirla algo fría y me di cuenta de que estaba mojada, había estado llorando. Me senté lentamente al borde de mi cama, pensando en todo lo que había pasado. ¿Había sido un sueño?

—¡David! —Escuché decir a mi madre desde la parte de abajo.


Salté de la cama, me puse las pantuflas y me dirigí rápidamente hacia abajo, bajé las escaleras y crucé la sala a toda velocidad. Casi me caigo en una esquina cuando quise voltear, seguramente me hubiera hecho un moretón, pero me detuve unos instantes antes y conseguí evitarlo, llegué hasta donde estaban, parados en la habitación del abuelo.


Me detuve antes de cruzar por esa puerta y recobré el aliento mientras escuchaba algunos sollozos dentro del cuarto, abrí la puerta suavemente y entré. Fue, entonces, cuando vi a mamá llorando en los brazos de papá, quien miraba el cuerpo inerte del abuelo en la cama. Mamá me vio de reojo y con toda la pena del mundo me dijo: —Hijo..., el abuelo..., se ha ido. —Rompió en llanto de nuevo y se ocultó en los brazos de papá, el único lugar en donde podía sentir la seguridad que tanto necesitaba.


Lentamente me acerqué al abuelo, había perdido algo de color, no sentía su respiración subir y bajar con la fuerza con la que antes lo hacía, cuando aún le costaba respirar. Sus palabras surgieron en mi mente. Es mejor así, pensé. A pesar de todo, su expresión no era de sufrimiento ni de pena, era una de suma tranquilidad. Ya no volveríamos a reír por las tardes ni me contaría historias de su juventud, pero, ahora, estaba con el resto de la familia y eso me hacía feliz porque sabía que por fin estaba en paz.


Volteé hacia mis padres con una sonrisa tenue en el rostro.


—Por favor, mamá, no llores. El abuelo aún está con nosotros, así como la tía Judith y mi primo Joseph y el resto de la familia. Ellos... —La miré a los ojos—, ellos me lo prometieron.


Sus llantos finalmente cesaron. Limpió sus lágrimas con un pañuelo y esbozó una pequeña sonrisa al darse cuenta de que el abuelo ya no sufriría más aquí, que ahora estaba en un lugar mejor.


Miré al abuelo. Parecía simplemente dormido, en un sueño tan plácido que no valía la pena despertarse. Puse mi mano sobre su cabeza y se la froté delicadamente, como él lo había hecho conmigo durante tantos años.


—Despierta en el cielo, abuelito.

11 de Diciembre de 2020 a las 23:50 4 Reporte Insertar Seguir historia
4
Fin

Conoce al autor

Jhojan Guerra La vida no es tan corta como parece.

Comenta algo

Publica!
Marcela A. R. Marcela A. R.
Una historia realmente bonita, en donde se muestra desde una perspectiva distinta la muerte.
December 24, 2021, 00:56

Yorgelis QR Yorgelis QR
Me ha gustado bastante.
January 11, 2021, 23:17

~