El sueño de las calaveras
Los sueños dice Homero que son de Júpiter y que él los
envía, y en otro lugar que se han de creer. Es así cuando tocan en cosas
importantes y piadosas o las sueñan reyes y grandes señores, como se colige del
doctísimo y admirable Propercio en estos versos: Nec tu sperne piis venientia
somnia portis cum pia venerunt somnia pondus habent Dígolo a propósito que
tengo por caído del cielo uno que yo tuve en estas noches pasadas, habiendo
cerrado los ojos con el libro del Dante, lo cual fue causa de soñar que veía un
tropel de visiones. Y aunque en casa de un poeta es cosa dificultosa creer que
haya cosa de juicio aunque por sueños, le hubo en mí por la razón que da
Claudiano en la prefación al libro 2 del Rapto , diciendo que todos los animales
sueñan de noche como sombras de lo que trataron de día; y Petronio Arbitro
dice: Et canis in somnis leporis vestigia latrat y hablando de los jueces: Et
pauido cernit inclusum corde tribunal Parecióme, pues, que veía un mancebo que
discurriendo por el aire daba voz de su aliento a una trompeta, afeando con su
fuerza en parte su hermosura. Halló el son obediencia en los mármoles y oídos
en los muertos, y así al punto comenzó a moverse toda la tierra y a dar
licencia a los güesos que anduviesen unos en busca de otros; y pasando tiempo,
aunque fue breve, vi a los que habían sido soldados y capitanes levantarse de
los sepulcros con ira, juzgándola por seña de guerra; a los avarientos con
ansias y congojas, recelando algún rebato; y los dados a vanidad y gula, con
ser áspero el son, lo tuvieron por cosa de sarao o caza. Esto conocía yo en los
semblantes de cada uno y no vi que llegase el ruido de la trompeta a oreja que
se persuadiese a lo que era. Después noté de la manera que algunas almas huían,
unas con asco y otras con miedo, de sus 8 antiguos cuerpos. A cuál faltaba un
brazo, a cuál un ojo, y diome risa ver la diversidad de figuras y admiróme la
providencia en que estando barajados unos con otros, nadie por yerro de cuenta
se ponía las piernas ni los miembros de los vecinos. Solo en un cementerio me
pareció que andaban destrocando cabezas y que vi a un escribano que no le venía
bien el alma y quiso decir que no era suya por descartarse della. Después ya
que a noticia de todos llegó que era el día del Juicio, fue de ver cómo los
lujuriosos no querían que los hallasen sus ojos por no llevar al tribunal
testigos contra sí, los maldicientes las lenguas, los ladrones y matadores
gastaban los pies en huir de sus mismas manos. Y volviéndome a un lado vi a un
avariento que estaba preguntando a uno, que por haber sido embalsamado y estar
lejos sus tripas no hablaba, porque no habían llegado, si habían de resucitar
aquel día todos los enterrados, si resucitarían unos bolsones suyos. Riérame si
no me lastimara a otra parte el afán con que una gran chusma de escribanos
andaban huyendo de sus orejas, deseando no las llevar por no oír lo que
esperaban, mas solos fueron sin ellas los que acá las habían perdido por
ladrones, que por descuido no fueron los más. Pero lo que más me espantó fue
ver los cuerpos de dos o tres mercaderes que se habían vestido las almas del
revés y tenían todos los cinco sentidos en las uñas de la mano derecha. Yo veía
todo esto de una cuesta muy alta, cuando oí dar voces a mis pies que me apartase,
y no bien lo hice cuando comenzaron a sacar las cabezas muchas mujeres
hermosas, llamándome descortés y grosero porque no había tenido más respeto a
las damas, que aun en el infierno están las tales y aun no pierden esta locura.
Salieron fuera muy alegres de verse gallardas y desnudas entre tanta gente que
las mirase, aunque luego, conociendo que era el día de la ira y que la
hermosura las estaba acusando de secreto, comenzaron a caminar al valle con
pasos más entretenidos. Una que había sido casada siete veces, iba trazando
disculpas para todos los maridos. Otra dellas, que había sido pública ramera,
por no llegar al valle no hacía sino decir que se le habían olvidado las muelas
y una ceja, y volvía y deteníase, pero al fin llegó a vista del teatro, y fue
tanta la gente de los que había ayudado a perder y que señalándola daban gritos
contra ella, que se quiso esconder entre 9 una caterva de corchetes,
pareciéndole que aquella no era gente de cuenta aun en aquel día. Divirtióme
desto un gran ruido, que por la orilla de un río venía de gente en cantidad
tras un médico (que después supe que lo era en la sentencia). Eran hombres que
había despachado sin razón antes de tiempo, y venían por hacerle que pareciese,
y al fin, por fuerza le pusieron delante del trono. A mi lado izquierdo oí como
ruido de alguno que nadaba, y vi un juez que lo había sido, que estaba en medio
de un arroyo lavándose las manos, y esto hacía muchas veces. Lleguéme a
preguntarle por qué se lavaba tanto y díjome que en vida, sobre ciertos negocios,
se las habían untado, y que estaba porfiando allí por no parecer con ellas de
aquella suerte delante la universal residencia. Era de ver una legión de
verdugos con azotes, palos y otros instrumentos, cómo traían a la audiencia una
muchedumbre de taberneros, sastres, y zapateros, que de miedo se hacían sordos,
y aunque habían resucitado no querían salir de la sepultura. En el camino por
donde pasaban, al ruido sacó un abogado la cabeza y preguntóles que a dónde
iban, y respondiéronle: «Al tribunal de Radamanto»; a lo cual, metiéndose más
adentro, dijo: -Esto me ahorraré de andar después, si he de ir más abajo. Iba
sudando un tabernero de congoja tanto que, cansado, se dejaba caer a cada paso,
y a mí me pareció que le dijo un verdugo: -Harto es que sudéis el agua y no nos
la vendáis por vino. Uno de los sastres, pequeño de cuerpo, redondo de cara,
malas barbas y peores hechos, no hacía sino decir: -¿Qué pude hurtar yo, si
andaba siempre muriéndome de hambre? Y los otros le decían, viendo que negaba haber
sido ladrón, qué cosa era despreciarse de su oficio. Toparon con unos
salteadores y capeadores públicos que andaban huyendo unos de otros, y luego
los verdugos cerraron con ellos diciendo que los salteadores bien podían entrar
en el número, porque eran a su modo sastres silvestres y monteses, como gatos
del campo. Hubo pendencia entre ellos sobre afrentarse los unos de ir con los
otros, y al fin juntos llegaron al valle. Tras ellos venía la Locura en una
tropa con sus cuatro costados: poetas, músicos, 10 enamorados y valientes,
gente en todo ajena deste día. Pusié- ronse a un lado. Andaban contándose dos o
tres procuradores las caras que tenían y espantábanse que les sobrasen tantas
habiendo vivido descaradamente. Al fin vi hacer silencio a todos. El trono era
obra donde trabajaron la omnipotencia y el milagro. Júpiter estaba vestido de
sí mismo, hermoso para los unos y enojado para los otros, el sol y las
estrellas colgando de la boca, el viento tullido y mudo, el agua recostada en
sus orillas, suspensa la tierra temerosa en sus hijos; de los hombres algunos
amenazaban al que les enseñó con su mal ejemplo peores costumbres. Todos en
general pensativos: los piadosos en qué gracias le darían, cómo rogarían por
sí, y los malos en dar disculpas. Andaban los procuradores mostrando en sus
pasos y colores las cuentas que tenían que dar de sus encomendados, y los
verdugos repasando sus copias, tarjas y procesos; al fin todos los defensores
estaban de la parte de adentro y los acusadores de la de afuera. Estaban guardas
a una puerta tan angosta, que los que estaban a puros ayunos flacos aún tenían
algo que dejar en la estrechura. A un lado estaban juntas las Desgracias, Peste
y Pesadumbres dando voces con los médicos. Decía la Peste que ella los había
herido, pero que ellos los habían despachado; las Pesadumbres, que no habían
muerto ninguno sin ayuda de los doctores; y las Desgracias, que todos los que
habían enterrado habían ido por entrambos. Con eso los médicos quedaron con
cargo de dar cuenta de los difuntos, y así, aunque los necios decían que ellos
habían muerto más, se pusieron los médicos con papel y tinta en un alto, con su
arancel, y en nombrando la gente luego salía uno dellos y en alta voz decía:
-Ante mí pasó a tantos de tal mes, etc. Pilatos se andaba lavando las manos muy
apriesa para irse con sus manos lavadas al brasero. Era de ver cómo se entraban
algunos pobres entre media docena de reyes que tropezaban con las coronas,
viendo entrar las de los sacerdotes tan sin detenerse. Llegó en esto un hombre
desaforado de ceño y alargando la mano dijo: -Esta es la carta de examen. 11
Admiráronse todos; dijeron los porteros que quién era, y él en altas voces
respondió: -Maestro de esgrima examinado, y de los más diestros del mundo-, y
sacando unos papeles del pecho, dijo que aquellos eran los testimonios de sus
hazañas. Cayéronsele en el suelo por descuido los testimonios y fueron a un
tiempo a levantarlos dos furias y un alguacil y él los levantó primero que las
furias. Llegó un abogado y alargó el brazo para asille y metelle dentro, y él,
retirándose, alargó el suyo y dando un salto dijo: -Esta de puño es
irreparable, y pues enseño a matar, bien puedo pretender que me llamen Galeno,
que si mis heridas anduvieran en mula, pasaran por médicos malos; si me queréis
probar yo daré buena cuenta. Riéronse todos, y un oficial algo moreno le
preguntó qué nuevas tenía de su alma; pidiéronle no sé qué cosas y respondió
que no sabía tretas contra los enemigos della. Mandáronle que se fuese y
diciendo: «Entre otro», se arrojó. Y llegaron unos despenseros a cuentas (y no
rezándolas) y en el ruido con que venía la trulla dijo un ministro:
-Despenseros son-. Y otros dijeron: -No son-. Y otros: -Sí son-, y dioles tanta
pesadumbre la palabra «sisón», que se turbaron mucho. Con todo, pidieron que se
les buscase su abogado, y dijo un verdugo: -Ahí está Judas, que es apóstol
descartado. Cuando ellos oyeron esto, volviéndose a otra furia que no se daba
manos a señalar hojas para leer, dijeron: -Nadie mire y vamos a partido y
tomamos infinitos siglos de fuego. El verdugo, como buen jugador, dijo:
-¿Partido pedís? No tenéis buen juego. Comenzó a descubrir y ellos, viendo que
miraba, se echaron en baraja de su bella gracia. Pero tales voces como venían
tras de un malaventurado pastelero no se oyeron jamás, de hombres hechos
cuartos, y pidiéndole que declarase en qué les había acomodado sus carnes,
confesó que en los pasteles, y mandaron que les fuesen restituidos sus miembros
de cualquier estómago en que se hallasen. Dijéronle si quería ser juzgado y
respondió que sí, a Dios y a la ventura. La primera acusación decía no sé qué
de 12 gato por liebre, tanto de güesos (y no de la misma carne, sino
advenedizos), tanto de oveja y cabra, caballo y perro. Y cuando él vio que se
les probaba a sus pasteles haberse hallado en ellos más animales que en el arca
de Noé, porque en ella no hubo ratones ni moscas y en ellos sí, volvió las
espaldas y dejó- los con la palabra en la boca. Fueron juzgados filósofos, y
fue de ver cómo ocupaban sus entendimientos en hacer silogismos contra su
salvación. Mas lo de los poetas fue de notar, que de puro locos querían hacer a
Júpiter malilla de todas las cosas. Y Virgilio andaba con su Sicelides musae
diciendo que era el nacimiento. Mas saltó un verdugo y dijo no sé qué de
Mecenas y Octavia, y que había mil veces adorado unos cuernecillos suyos, que
los traía por ser día de más fiesta; contó no sé qué cosas. Y al fin, llegando
Orfeo, como más antiguo, a hablar por todos, le mandaron que se volviese otra
vez a hacer el experimento de entrar en el infierno para salir, y a los demás,
por hacérseles camino, que le acompañasen. Llegó tras ellos un avariento a la
puerta y fue preguntado qué quería, diciéndole que los precetos guardaban
aquella puerta de quien no los había guardado, y él dijo que en cosas de
guardar era imposible que hubiese pecado. Leyó el primero, «Amar a Dios sobre
todas las cosas», y dijo que él solo aguardaba a tenerlas todas para amar a
Dios sobre ellas. «No jurar», dijo que aun jurando falsamente siempre había
sido por muy grande interés, y que así no había sido en vano. «Guardar las
fiestas», éstas y aun los días de trabajo guardaba y escondía. «Honrar padre y
madre»: -Siempre les quité el sombrero-. «No matar»: -Por guardar esto no
comía, por ser matar la hambre comer. De mujeres, en cosas que cuestan dinero,
ya está dicho. «No levantar falso testimonio». -Aquí -dijo un verdugo- es el
negocio, avariento; que si confiesas haberle levantado te condenas, y si no,
delante del juez te le levantarás a ti mismo. Enfadóse el avariento y dijo: -Si
no he de entrar no gastemos tiempo-, que hasta aquello rehusó de gastar.
Convencióse con su vida y fue llevado a donde merecía. Entraron en esto muchos
ladrones y salváronse dellos algunos ahorcados; y fue de manera el ánimo que
tomaron los 13 escribanos, que estaban delante de Mahoma, Lutero y Judas,
viendo salvar ladrones, que entraron de golpe a ser sentenciados, de que les
tomó a los verdugos muy gran risa. Los procuradores comenzaron a esforzarse y a
llamar abogados. Dieron principio a la acusación los verdugos, y no la hacían
en los procesos que tenían hechos de sus culpas, sino con los que ellos habían
hecho en esta vida. Dijeron lo primero: -Estos, Señor, la mayor culpa suya es
ser escribanos-; y ellos respondieron a voces, pensando que disimularían algo,
que no eran sino secretarios. Los abogados comenzaron a dar descargo, que se
acabó en «es hombre, y no lo hará otra vez, y alcen el dedo». Al fin se
salvaron dos o tres, y a los demás dijeron los verdugos: -Ya entienden.
Hiciéronles del ojo diciendo que importaban allí para jurar contra cierta
gente. Uno azuzaba testigos y repartía orejas de lo que no se había dicho, y
ojos de lo que no había sucedido, salpicando de culpas postizas la inocencia.
Estaba engordando la mentira a puros enredos, y vi a Judas, y a Mahoma y a
Lutero recatar desta vecindad, el uno la bolsa y el otro el zancarrón. Lutero
decía: «Lo mismo hago yo escribiendo». Solo se lo estorbó aquel médico que
dije, que forzado de los que le habí- an traído, parecieron él y un boticario y
un barbero, a los cuales dijo un verdugo que tenía las copias: -Ante este
doctor han pasado los más difuntos, con ayuda deste boticario y barbero, y a
ellos se les debe gran parte deste día. Alegó un procurador por el boticario
que daba de balde a los pobres, pero dijo un verdugo que hallaba por su cuenta
que habían sido más dañosos dos botes de su tienda que diez mil de pica en la
guerra, porque todas sus medicinas eran espurias, y que con esto había hecho
liga con una peste y había destruido dos lugares. El médico se disculpaba con
él, y al fin el boticario se desapareció, y el médico y el barbero andaban a
daca mis muertes y toma las tuyas. Fue condenado un abogado porque tenía todos
los derechos con corcovas, cuando, descubierto un hombre que estaba detrás
deste a gatas, porque no le viesen, y preguntado quién era, dijo que cómico;
pero un verdugo, muy enfadado, replicó: 14 -Farandulero es el señor; y pudiera
haber ahorrado aquesta venida, sabiendo lo que hay. Juró de irse y fuese sobre
su palabra. En esto dieron con muchos taberneros en el puesto y fueron acusados
de que habían muerto mucha cantidad de sed a traición vendiendo agua por vino.
Estos venían confiados en que habían dado a un hospital siempre vino puro para
los sacrificios, pero no les valió, ni a los sastres decir que habían vestido
niños. Y así, todos fueron despachados como siempre se esperaba. Llegaron tres
o cuatro extranjeros ricos pidiendo asientos, y dijo un ministro: -¿Piensan
ganar en ellos? Pues esto es lo que les mata. Esta vez han dado mala cuenta y
no hay donde se asienten, porque han quebrado el banco de su crédito. Y
volviéndose a Júpiter, dijo un ministro: -Todos los demás hombres, Señor, dan
cuenta de lo que es suyo, mas estos de lo ajeno y todo. Pronuncióse la
sentencia contra ellos; yo no la oí bien, pero ellos desaparecieron. Vino un
caballero tan derecho que, al parecer, quería competir con la misma justicia
que le aguardaba. Hizo muchas reverencias a todos y con la mano una ceremonia
usada de los que beben en charco. Traía un cuello tan grande que no se le
echaba de ver si tenía cabeza. Preguntóle un portero, de parte de Júpiter, si
era hombre, y él respondió con grandes cortesías que sí, y que por más señas se
llamaba don Fulano, a fe de caballero. Rióse un ministro y dijo: -De cudicia es
el mancebo para el infierno. Preguntáronle qué pretendía, y respondió: -Ser
salvado-, y fue remitido a los verdugos para que le moliesen, y él sólo reparó
en que le ajarían el cuello. Entró tras él un hombre dando voces, diciendo:
-Aunque las doy no tengo mal pleito, que a cuantos simulacros hay, o a los más,
he sacudido el polvo. Todos esperaban ver un Diocleciano o Nerón, por lo de
sacudir el polvo, y vino a ser un sacristán que azotaba los retablos. Y se había
ya con esto puesto en salvo, sino que dijo un ministro que se bebía el aceite
de las lámparas y echaba la culpa a una lechuza, por lo cual habían muerto sin
ella; que pellizcaba de los ornamentos para vestirse; que heredaba en vida las
15 vinajeras y que tomaba alforzas a los oficios. No sé qué descargo se dio,
que le enseñaron el camino de la mano izquierda, dando lugar unas damas
alcorzadas que comenzaron a hacer melindres de las malas figuras de los
verdugos. Dijo un procurador a Vesta que habían sido devotas de su nombre
aquellas, que las amparase, y replicó un ministro que también fueron enemigas
de su castidad. -Sí por cierto-, dijo una que había sido adúltera. Y el demonio
la acusó que había tenido un marido en ocho cuerpos, que se había casado de por
junto en uno para mil. Condenóse esta sola, y iba diciendo: -¡Ojalá supiera que
me había de condenar, que no hubiera cansádome en hacer buenas obras! En esto,
que era todo acabado, quedaron descubiertos Judas, Mahoma y Martín Lutero, y
preguntando un ministro cuál de los tres era Judas, Lutero y Mahoma dijeron
cada uno que él, y corrióse Judas tanto, que dijo en altas voces: -Señor, yo
soy Judas; y bien conocéis vos que soy mucho mejor que estos, porque si os
vendí remedié al mundo, y estos, vendiéndose a sí y a vos, lo han destruido
todo. Fueron mandados quitar delante. Y un abogado que tenía la copia halló que
faltaban por juzgar los malos alguaciles y corchetes. Llamáronlos y fue de ver
que asomaron al puesto muy tristes y dijeron: -Aquí lo damos por condenado; no
es menester nada. No bien lo dijeron cuando, cargado de astrolabios y globos,
entró un astrólogo dando voces y diciendo que se habían enga- ñado, que no
había de ser aquel día el del Juicio, porque Saturno no había acabado sus
movimientos ni el de trepidación el suyo. Volvióse un verdugo y viéndole tan
cargado de madera y papel, le dijo: -Ya os traéis la leña con vos como si
supiérades que de cuantos cielos habéis tratado en vida, estáis de manera que
por la falta de uno solo en muerte, os iréis al infierno. -Eso no iré yo-, dijo
él. -Pues llevaros han-. Y así se hizo. Con esto se acabó la residencia y
tribunal; huyeron las sombras a su lugar, quedó el aire con nuevo aliento,
floreció la tierra, rióse el cielo. Y Júpiter subió consigo a descansar en sí
los dichosos, y yo me quedé en el valle, y discurriendo por él oí 16 mucho
ruido y quejas en la tierra. Lleguéme por ver lo que había y vi en una cueva
honda (garganta del Averno) penar muchos, y entre otros un letrado revolviendo
no tanto leyes como caldos; un escribano comiendo solo letras que no había
querido solo leer en esta vida; todos ajuares del infierno, las ropas y tocados
de los condenados, estaban prendidos, en vez de clavos y alfileres, con
alguaciles; un avariento contando más duelos que dineros; un médico penando en
un orinal, y un boticario en una melecina. Diome tanta risa ver esto que me
despertaron las carcajadas, y fue mucho quedar de tan triste sueño más alegre
que espantado. Sueños son estos que si se duerme V. m. sobre ellos, verá que,
por ver las cosas como las veo, las esperará como las digo. Fin del Sueño de
las calaveras. 17 El alguacil endemoniado AL CONDE DE LEMOS, PRESIDENTE DE
INDIAS. Bien sé que a los ojos de V. Excelencia es más endemoniado el autor que
el sujeto; si lo fuere también el discurso habré dado lo que se esperaba de mis
pocas letras, que amparadas, como dueño, de V. Excelencia y su grandeza,
despreciarán cualquier temor. Ofrézcole este discurso del alguacil endemoniado
(aunque fuera mejor y más propriamente, a los diablos mismos): recíbale V.
Excelencia con la humanidad que me hace merced, así yo vea en su casa la
succesión que tanta nobleza y méritos piden. Esté advertida V. Excelencia que
los seis géneros de demonios que cuentan los supersticiosos y los hechiceros
(los cuales por esta orden divide Pselo en el capítulo once del libro de los
demonios) son los mismos que las órdenes en que se destribuyen los alguaciles
malos. Los primeros llaman leliurios, que quiere decir ígneos; los segundos
aéreos; los terceros terrenos; los cuartos acuáticos; los quintos subterráneos,
los sextos lucí- fugos, que huyen de la luz. Los ígneos son los criminales que
a sangre y fuego persiguen los hombres; los aéreos son los soplones que dan
viento; ácueos son los porteros que prenden por si vació o no vació sin decir
"¡agua va!", fuera de tiempo, y son ácueos con ser casi todos
borrachos y vinosos; terrenos son los civiles que a puras comisiones y
ejecuciones destruyen la tierra; lucífugos los rondadores que huyen de la luz,
debiendo la luz huir dellos; los subterráneos, que están debajo de tierra, son
los escudriñadores de vidas y fiscales de honras, y levantadores de falsos
testimonios, que de bajo de tierra sacan qué acusar, y andan siempre
desenterrando los muertos y enterrando los vivos. AL PÍO LECTOR. Y si fuéredes
cruel y no pío, perdona, que este epíteto, natural del pollo, has heredado de
Eneas. Y en agradecimiento de que te hago cortesía en no llamarte benigno
lector, advierte que hay tres géneros de hombres en el mundo: los unos que, por
hallarse ignorantes, no escriben, y estos merecen disculpa por haber callado y
alabanza por haberse conocido; otros que 18 no comunican lo que saben: a estos
se les ha de tener lástima de la condición y envidia del ingenio, pidiendo a Dios
que les perdone lo pasado y les enmiende lo por venir; los últimos no escriben
de miedo de las malas lenguas: estos merecen reprehensión, pues si la obra
llega a manos de hombres sabios, no saben decir mal de nadie; si de ignorantes,
¿cómo pueden decir mal, sabiendo que si lo dicen de lo malo lo dicen de sí
mismos, y si del bueno no importa, que ya saben todos que no lo entienden? Esta
razón me animó a escribir el sueño del Juicio y me permitió osadía para
publicar este discurso. Si le quisieres leer, léele, y si no, déjale, que no
hay pena para quien no le leyere. Si le empezares a leer y te enfadare, en tu
mano está con que tenga fin donde te fuere enfadoso. Solo he querido advertirte
en la primera hoja que este papel es sola una reprehensión de malos ministros
de justicia, guardando el decoro que se debe a muchos que hay loables por
virtud y nobleza; poniendo todo lo que en él hay debajo la corrección de la
Iglesia Romana y ministros de buenas costumbres. DISCURSO. Fue el caso que
entré en San Pedro a buscar al licenciado Calabrés, clérigo de bonete de tres
altos hecho a modo de medio celemín, orillo por ceñidor y no muy apretado,
puños de Corinto, asomo de camisa por cuello, rosario en mano, disciplina en
cinto, zapato grande y de ramplón y oreja sorda, habla entre penitente y
disciplinante, derribado el cuello al hombro como el buen tirador que apunta al
blanco, mayormente si es blanco de Méjico o de Segovia, los ojos bajos y muy
clavados en el suelo, como el que cudicioso busca en él cuartos, y los pensamientos
tiples, color a partes hendida y a partes quebrada, tardón en la mesa y
abreviador en la misa, gran cazador de diablos, tanto que sustentaba el cuerpo
a puros espíritus. Entendí- asele de ensalmar, haciendo al bendecir unas cruces
mayores que las de los malcasados. Traía en la capa remiendos sobre sano, hacía
del desaliño santidad, contaba revelaciones, y si se descuidaban a creerle,
hacía milagros. ¿Qué me canso? Este, señor, era uno de los que Cristo llamó
sepulcros hermosos por de fuera, blanqueados y llenos de molduras, y por de
dentro pudrición y gusanos, fingiendo en lo exterior honestidad, siendo en lo
interior del alma disoluto y de muy ancha y rasgada 19 conciencia. Era, en buen
romance, hipócrita, embeleco vivo, mentira con alma y fábula con voz. Halléle
en la sacristía solo con un hombre que atadas las manos en el cíngulo y puesta
la estola descompuestamente, daba voces con frenéticos movimientos. -¿Qué es
esto?- le pregunté espantado. Respondióme: -Un hombre endemoniado-, y al punto,
el espíritu que en él tiranizaba la posesión a Dios, respondió: -No es hombre,
sino alguacil. Mirad cómo habláis, que en la pregunta del uno y en la respuesta
del otro se vee que sabéis poco. Y se ha de advertir que los diablos en los
alguaciles estamos por fuerza y de mala gana; por lo cual, si queréis acertar,
debéis llamarme a mí demonio enaguacilado, y no a éste alguacil endemoniado. Y
avenísos tanto mejor los hombres con nosotros que con ellos cuanto no se puede
encarecer, pues nosotros huimos de la cruz y ellos la toman por instrumento
para hacer mal. ¿Quién podrá negar que demonios y alguaciles no tenemos un
mismo oficio, pues bien mirado nosotros procuramos condenar y los alguaciles
también; nosotros que haya vicios y pecados en el mundo, y los alguaciles lo
desean y procuran con más ahínco, porque ellos lo han menester para su sustento
y nosotros para nuestra compañía. Y es mucho más de culpar este oficio en los
alguaciles que en nosotros, pues ellos hacen mal a hombres como ellos y a los
de su género, y nosotros no, que somos ángeles, aunque sin gracia. Fuera desto,
los demonios lo fuimos por querer ser más que Dios y los alguaciles son
alguaciles por querer ser menos que todos. Así que por demás te cansas, padre,
en poner reliquias a este, pues no hay santo que si entra en sus manos no quede
para ellas. Persuádete que el alguacil y nosotros todos somos de una orden,
sino que los alguaciles son diablos calzados y nosotros diablos recoletos, que
hacemos áspera vida en el infierno. Admiráronme las sutilezas del diablo.
Enojóse Calabrés, revolvió sus conjuros, quísole enmudecer, y al echarle agua
bendita a cuestas comenzó a huir y a dar voces, diciendo: -Clérigo, cata que no
hace estos sentimientos el alguacil por la parte de bendita, sino por ser agua.
No hay cosa que tanto aborrezcan, pues en su nombre (se llama alguacil) es
encajada una l enmedio, y porque acabéis de conocer quién son y cuán 20 poco
tienen de cristianos, advertid que de pocos nombres que del tiempo de los moros
quedaron en España, llamándose ellos merinos, le han dejado por llamarse
alguaciles (que alguacil es palabra morisca), y hacen bien, que conviene el
nombre con la vida y ella con sus hechos. -Eso es muy insolente cosa oírlo
-dijo furioso mi licenciado-, y si le damos licencia a este enredador, dirá
otras mil bellaquerí- as y mucho mal de la justicia porque corrige el mundo y
le quita, con su temor y diligencia, las almas que tiene negociadas. -No lo
hago por eso -replicó el diablo-, sino porque ése es tu enemigo que es de tu
oficio. Y ten lástima de mí y sácame del cuerpo deste alguacil, que soy demonio
de prendas y calidad, y perderé dempués mucho en el infierno por haber estado
acá con malas compañías. -Yo te echaré hoy fuera -dijo Calabrés- de lástima de
ese hombre que aporreas por momentos y maltratas, que tus culpas no merecen
piedad ni tu obstinación es capaz della. -Pídeme albricias-respondió el diablo-
si me sacas hoy. Y advierte que estos golpes que le doy y lo que le aporreo, no
es sino que yo y su alma venimos acá sobre quién ha de estar en mejor lugar y
andamos a "más diablo es él". Acabó esto con una gran risada;
corrióse mi bueno de conjurador y determinóse a enmudecerle. Yo, que había
comenzado a gustar de las sutilezas del diablo, le pedí que, pues estábamos solos
y él como mi confesor sabía mis cosas secretas y yo como amigo las suyas, que
le dejase hablar, apremiándole solo a que no maltratase el cuerpo del alguacil.
Hízose así, y al punto dijo: -Donde hay poetas, parientes tenemos en corte los
diablos, y todos nos lo debéis por lo que en el infierno os sufrimos, que
habéis hallado tan fácil modo de condenaros que hierve todo él en poetas y
hemos hecho una ensancha a su cuartel; y son tantos que compiten en los votos y
elecciones con los escribanos. Y no hay cosa tan graciosa como el primer año de
noviciado de un poeta en penas, porque hay quien le lleva de acá cartas de
favor para ministros, y créese que ha de topar con Radamanto y pregunta por el
Cerbero y Aqueronte y no puede creer sino que se los esconden. -¿Qué géneros de
penas les dan a los poetas?-repliqué yo. 21 -Muchas -dijo- y propias. Unos se
atormentan oyendo las obras de otros, y a los más es la pena el limpiarlos. Hay
poeta que tiene mil años de infierno y aún no acaba de leer unas endechillas a
los celos. Otros verás en otra parte aporrearse y darse de tizonazos sobre si
dirá faz o cara. Cuál, para hallar un consonante, no hay cerco en el infierno
que no haya rodado mordiéndose las uñas. Mas los que peor lo pasan y más mal
lugar tienen son los poetas de comedias, por las muchas reinas que han hecho,
las infantas de Bretaña que han deshonrado, los casamientos desiguales que han
hecho en los fines de las comedias y los palos que han dado a muchos hombres
honrados por acabar los entremeses. Mas es de advertir que los poetas de
comedias no están entre los demás, sino que, por cuanto tratan de hacer enredos
y marañas, se ponen entre los procuradores y solicitadores, gente que solo
trata deso. Y en el infierno están todos aposentados con tal orden, que un
artillero que bajó allá el otro día, queriendo que le pusiesen entre la gente
de guerra, como al preguntarle del oficio que había tenido dijese que hacer
tiros en el mundo, fue remitido al cuartel de los escribanos, pues son los que
hacen tiros en el mundo. Un sastre, porque dijo que había vivido de cortar de
vestir, fue aposentado en los maldicientes. Un ciego, que quiso encajarse con
los poetas, fue llevado a los enamorados, por serlo todos. Otro que dijo:
"Yo enterraba difuntos", fue acomodado con los pasteleros. Los que
venían por el camino de los locos ponemos con los astrólogos, y a los por
mentecatos con los alquimistas. Uno vino por unas muertes y está con los
médicos. Los mercaderes, que se condenan por vender, están con Judas. Los malos
ministros, por lo que han tomado, alojan con el mal ladrón. Los necios están
con los verdugos. Y un aguador que dijo que había vendido agua fría, fue
llevado con los taberneros. Llegó un mohatrero tres días ha, y dijo que él se
condenaba por haber vendido gato por liebre, y pusímoslo de pies con los
venteros, que dan lo mismo. Al fin todo el infierno está repartido en partes
con esta cuenta y razón. -Oíte decir antes de los enamorados, y por ser cosa
que a mí me toca, gustaría saber si hay muchos. -Mancha es la de los enamorados
-respondió- que lo toma todo, porque todos lo son de sí mismos; algunos de sus
dineros; otros de sus palabras; otros de sus obras; y algunos de las 22
mujeres, y destos postreros hay menos que todos en el infierno, porque las
mujeres son tales que con ruindades, con malos tratos y peores
correspondencias, les dan ocasiones de arrepentimiento cada día a los hombres.
Como digo, hay pocos destos, pero buenos y de entretenimiento, si allá cupiera.
Algunos hay que en celos y esperanzas amortajados y en deseos, se van por la
posta al infierno, sin saber cómo ni cuándo ni de qué manera. Hay amantes
lacayuelos, que arden llenos de cintas; otros crinitos como cometas, llenos de
cabellos; y otros que en los billetes solos que llevan de sus damas ahorran
veinte años de le- ña a la fábrica de la casa, abrasándose lardeados en ellos.
Son de ver los que han querido doncellas, enamorados de doncellas con las bocas
abiertas y las manos extendidas: destos unos se condenan por tocar sin tocar
pieza, hechos bufones de los otros, siempre en víspera del contento sin tener
jamás el día y con solo el título de pretendientes; otros se condenan por el
beso, como Judas, brujuleando siempre los gustos sin poderlos descubrir. Detrás
destos, en una mazmorra, están los adúlteros: estos son los que mejor viven y
peor lo pasan, pues otros les sustentan la cabalgadura y ellos lo gozan. -Gente
es esta -dije yo- cuyos agravios y favores todos son de una manera. -Abajo, en
un apartado muy sucio lleno de mondaduras de rastro (quiero decir cuernos) están
los que acá llamamos cornudos; gente que aun en el infierno no pierde la
paciencia, que como la llevan hecha a prueba de la mala mujer que han tenido,
ninguna cosa los espanta. Tras ellos están los que se enamoran de viejas, con
cadenas; que los diablos, de hombres de tan mal gusto, aún no pensamos que
estamos seguros, y si no estuviesen con prisiones Barrabás aún no tendría bien
guardadas las asentaderas dellos, y tales como somos les parecemos blancos y
rubios. Lo primero que con estos se hace es condenarles la lujuria y su
herramienta a perpetua cárcel. Mas dejando estos, os quiero decir que estamos
muy sentidos de los potajes que hacéis de nosotros, pintándonos con garra sin
ser aguiluchos; con colas, habiendo diablos rabones; con cuernos, no siendo
casados; y mal barbados siempre, habiendo diablos de nosotros que podemos ser
ermitaños y corregidores. Remediad esto, que poco ha que fue Jerónimo Bosco
allá, y preguntándole por qué había hecho tantos guisados de nosotros en 23 sus
sueños, dijo:"Porque no había creído nunca que había demonios de
veras". Lo otro, y lo que más sentimos, es que hablando comúnmente soléis
decir: "¡Miren el diablo del sastre!", o "¡Diablo es el
sastrecillo!" ¿A sastres nos comparáis, que damos leña con ellos al
infierno y aun nos hacemos de rogar para recibirlos, que si no es la póliza de
quinientos nunca hacemos recibo, por no malvezarnos y que ellos no aleguen
posesión "Quoniam consuetudo est altera lex", y como tienen posesión
en el hurtar y quebrantar las fiestas, fundan agravio si no les abrimos las
puertas grandes, como si fuesen de casa. También nos quejamos de que no hay
cosa, por mala que sea, que no la deis al diablo, y en enfadándoos algo, luego
decís: "¡Pues el diablo te lleve!". Pues advertid que son más los que
se van allá que los que traemos, que no de todo hacemos caso. Dais al diablo un
mal trapillo y no le toma el diablo, porque hay algún mal trapillo que no le
tomará el diablo; dais al diablo un italiano y no le toma el diablo, porque hay
italiano que tomará al diablo. Y advertid que las más veces dais al diablo lo
que él ya se tiene, digo, nos tenemos. -¿Hay reyes en el infierno?- le pregunté
yo, y satisfizo a mi duda diciendo: -Todo el infierno es figuras, y hay muchos,
porque el poder, libertad y mando les hace sacar a las virtudes de su medio y
llegan los vicios a su extremo, y viéndose en la suma reverencia de sus
vasallos y con la grandeza opuestos a dioses, quieren valer punto menos y
parecerlo; y tienen muchos caminos para condenarse y muchos que los ayudan,
porque uno se condena por la crueldad, y matando y destruyendo es una grandeza
coronada de vicios de sus vasallos y suyos y una peste real de sus reinos;
otros se pierden por la cudicia, haciendo amazonas sus villas y ciudades a
fuerza de grandes pechos que en vez de criar desustancian; y otros se van al
infierno por terceras personas, y se condenan por poderes, fiándose de infames
ministros. Y es gusto verles penar, porque como bozales en trabajos, se les
dobla el dolor con cualquier cosa. Solo tienen bueno los reyes que, como es
gente honrada, nunca vienen solos, sino con pinta de dos o tres privados, y a
veces va el encaje y se traen todo el reino tras sí, pues todos se gobiernan
por ellos. Dichosos vosotros, españoles, que sin merecerlo sois vasallos y
gobernados por un rey tan vigilante y católico, a cuya imitación 24 os vais al
cielo (y esto si hacéis buenas obras, y no entendáis por ellas palacios
sumptuosos, que estos a Dios son enfadosos, pues vemos nació en Betlén en un
portal destruido), no cual otros malos reyes que se van al infierno por el
camino real, y los mercaderes por el de la plata. -¿Quién te mete ahora con los
mercaderes?- dijo Calabrés. -Manjar es que nos tiene ya empalagados a los
diablos, y ahí- tos, y aun los vomitamos. Vienen allá a millares, condenándose
en castellano y en guarismo. Y habéis de saber que en España los misterios de
las cuentas de los ginoveses son dolorosos para los millones que vienen de las
Indias y que los cañones de sus plumas son de batería contra las bolsas, y no
hay renta que si la cogen en medio el Tajo de sus plumas y el Jarama de su
tinta no la ahoguen. Y en fin, han hecho entre nosotros sospechoso este nombre
de asientos, que como significan otra cosa que me corro de nombrarla, no
sabemos cuándo hablan a lo negociante o cuando a lo deshonesto. Hombre destos
ha ido al infierno, que viendo la leña y fuego que se gasta, ha querido hacer
estanque de la lumbre, y otro quiso arrendar los tormentos, pareciéndole que
ganara con ellos mucho. Estos tenemos allá junto a los jueces que acá los
permitieron. -Luego ¿algunos jueces hay allá? -¡Pues no!-dijo el espíritu-. Los
jueces son nuestros faisanes, nuestros platos regalados, y la simiente que más
provecho y fruto nos da a los diablos, porque de cada juez que sembramos
cogemos seis procuradores, dos relatores, cuatro escribanos, cinco letrados y
cinco mil negociantes, y esto cada día. De cada escribano cogemos veinte
oficiales; de cada oficial treinta alguaciles; de cada alguacil diez corchetes;
y si el año es fértil de trampas, no hay trojes en el infierno donde recoger el
fruto de un mal ministro. -¿También querrás decir que no hay justicia en la
tierra, rebelde a Dios, y sujeta a sus ministros? -¡Y cómo que no hay justicia!
¿Pues no has sabido lo de Astrea, que es la justicia, cuando huyendo de la
tierra se subió al cielo? Pues por si no lo sabes te lo quiero contar. Vinieron
la Verdad y la Justicia a la tierra; la una no halló comodidad por desnuda, ni
la otra por rigurosa. Anduvieron mucho tiempo ansí, hasta que la Verdad, de
puro necesitada, asentó con un mudo. La Justicia, desacomodada, anduvo por la
tierra rogando a 25 todos, y viendo que no hacían caso della y que le usurpaban
su nombre para honrar tiranías, determinó volverse huyendo al cielo. Salióse de
las grandes ciudades y cortes y fuese a las aldeas de villanos, donde por
algunos días, escondida en su pobreza, fue hospedada de la Simplicidad, hasta
que invió contra ella requisitorias la Malicia. Huyó entonces de todo punto y
fue de casa en casa pidiendo que la recogiesen. Preguntaban todos quién era, y
ella, que no sabe mentir, decía que la Justicia; respondíanle todos: -¿Justicia
y por mi casa? Vaya por otra. Y ansí no estuvo en ninguna. Subióse al cielo y
apenas dejó acá pisadas. Los hombres, que esto vieron, bautizaron con su nombre
algunas varas que, fuera de las cruces, arden algunas muy bien allá, y acá solo
tienen nombre de justicia ellas y los que las traen, porque hay muchos destos
en quien la vara hurta más que el ladrón con ganzúa y llave falsa y escala. Y
habéis de advertir que la cudicia de los hombres ha hecho instrumento para
hurtar todas sus partes, sentidos y potencias que Dios les dio las unas para
vivir y las otras para vivir bien. ¿No hurta la honra de la doncella, con la
voluntad, el enamorado? ¿No hurta con el entendimiento el letrado que le da
malo y torcido a la ley? ¿No hurta con la memoria el representante que nos
lleva el tiempo? ¿No hurta el amor con los ojos, el discreto con la boca, el
poderoso con los brazos (pues no medra quien no tiene los suyos), el valiente
con las manos, el músico con los dedos, el gitano y cicatero con las uñas, el
médico con la muerte, el boticario con la salud, el astrólogo con el cielo? Y
al fin, cada uno hurta con una parte o con otra. Solo el alguacil hurta con
todo el cuerpo, pues acecha con los ojos, sigue con los pies, ase con las manos
y atestigua con la boca; y al fin son tales los alguaciles que dellos y de
nosotros defiende a los hombres la santa Iglesia Romana. -Espántome -dije yo-
de ver que entre los ladrones no has metido a las mujeres, pues son de casa.
-No me las nombres -respondió-, que nos tienen enfadados y cansados, y a no
haber tantas allá, no era muy mala la habitación del infierno. Diéramos, para
que enviúdaramos, en el infierno, mucho, que como se urden enredos, y ellas,
desde que murió Medusa la hechicera, no platican otro, temo no haya alguna tan
atrevida que quiera probar su habilidad con alguno 26 de nosotros, por ver si
sabrá dos puntos más. Aunque sola una cosa tienen buena las condenadas, por la
cual se puede tratar con ellas: que como están desesperadas no piden nada. -¿De
cuáles se condenan más, feas o hermosas? -Feas -dijo al instante- seis veces
más, porque los pecados para cometerlos no es menester más que admitirlos, y las
hermosas, que hallan tantos que las satisfagan el apetito carnal, hártanse y
arrepiéntense, pero las feas, como no hallan nadie, allá se nos van en ayunas y
con la misma hambre rogando a los hombres, y después que se usan ojinegras y
cariaguileñas, hierve el infierno en blancas y rubias y en viejas más que en
todo, que de envidia de las mozas, obstinadas, expiran gruñiendo. El otro día
llevé yo una de setenta años que comía barro y hacía ejercicio para remediar
las opilaciones y se quejaba de dolor de muelas porque pensasen que las tenía,
y con tener ya amortajadas las sienes con la sábana blanca de sus canas y arada
la frente, huía de los ratones y traía galas, pensando agradarnos a nosotros.
Pusímosla allá, por tormento, al lado de un lindo destos que se van allá con
zapatos blancos y de puntillas, informados de que es tierra seca y sin lodos.
-En todo eso estoy bien -le dije-; solo querría saber si hay en el infierno
muchos pobres. -¿Qué es pobres?-replicó. -El hombre -dije yo- que no tiene nada
de cuanto tiene el mundo. -¡Hablara yo para mañana!-dijo el diablo-. Si lo que
condena a los hombres es lo que tienen del mundo, y esos no tienen nada, ¿cómo
se condenan? Por acá los libros nos tienen en blanco. Y no os espantéis, porque
aun diablos les faltan a los pobres; y a veces más diablos sois unos para otros
que nosotros mismos. ¿Hay diablo como un adulador, como un envidioso, como un
amigo falso y como una mala compañía? Pues todos estos le faltan al pobre, que
no le adulan, ni le envidian, ni tiene amigo malo ni bueno, ni le acompaña
nadie. Estos son los que verdaderamente viven bien y mueren mejor. ¿Cuál de
vosotros sabe estimar el tiempo y poner precio al día, sabiendo que todo lo que
pasó lo tiene la muerte en su poder, y gobierna lo presente y aguarda todo lo
porvenir, como todos ellos? 27 -Cuando el diablo predica, el mundo se acaba.
¿Pues cómo, siendo tú padre de la mentira-dijo Calabrés-, dices cosas que
bastan a convertir una piedra? -¿Cómo?-respondió-; por haceros mal y que no
podáis decir que faltó quien os lo dijese. Y adviértase que en vuestros ojos
veo muchas lágrimas de tristeza y pocas de arrepentimiento, y de las más se
deben las gracias al pecado que os harta o cansa, y no a la voluntad que por
malo le aborresca. -Mientes -dijo Calabrés-, que muchos santos y santas hay
hoy; y ahora veo que en todo cuanto has dicho has mentido; y en pena saldrás
hoy deste hombre. Usó de sus exorcismos y, sin poder yo con él, le apremió a
que callase. Y si un diablo por sí es malo, mudo es peor que diablo. Vuestra
Excelencia con curiosa atención mire esto y no mire a quien lo dijo; que
Herodes profetizó, y por la boca de una sierpe de piedra sale un caño de agua,
en la quijada de un león hay miel, y el psalmo dice que a veces recebimos salud
de nuestros enemigos y de mano de aquellos que nos aborrecen. Fin del Alguacil
endemoniado. 28 Las zahúrdas de Plutón CARTA A UN AMIGO SUYO. Envío a v. m.
este discurso, tercero al Sueño y al Alguacil, donde puedo decir que he
rematado las pocas fuerzas de mi ingenio, no sé si con alguna dicha. Quiera
Dios halle algún agradecimiento mi deseo, cuando no merezca alabanza mi
trabajo, que con esto tendré algún premio de los que da el vulgo con mano
escasa, que no soy tan soberbio que me precie de tener envidiosos, pues de
tenerlos tuviera por gloriosa recompensa el merecerlos tener. V. m. comunique
este papel, haciéndole la acogida que a todas mis cosas, mientras yo acá
esfuerzo la paciencia a maliciosas calumnias que al parto de mis obras (sea
aborto) suelen anticipar mis enemigos. Dé Dios a v. m. paz y salud. Del Fresno
y mayo 3 de 1608. Don Francisco Quevedo Villegas. PRÓLOGO AL INGRATO Y
DESCONOCIDO LECTOR. Eres tan perverso que ni te obligué llamándote pío,
benévolo ni benigno en los demás discursos porque no me persiguieses; y ya
desengañado quiero hablar contigo claramente. Este discurso es el del infierno;
no me arguyas de maldiciente porque digo mal de los que hay en él, pues no es
posible que haya dentro nadie que bueno sea. Si te parece largo, en tu mano
está: toma el infierno que te bastare y calla. Y si algo no te parece bien, o
lo disimula piadoso o lo emienda docto, que errar es de hombres y ser herrado
de bestias o esclavos. Si fuere oscuro, nunca el infierno fue claro; si triste
y melancólico, yo no he prometido risa. Solo te pido, lector, y aun te conjuro
por todos los prólogos, que no tuerzas las razones ni ofendas con malicia mi
buen celo. Pues, lo primero, guardo el decoro a las personas y solo reprehendo
los vicios; murmuro los descuidos y demasí- as de algunos oficiales sin tocar
en la pureza de los oficios; y al fin, si te agradare el discurso, tú te
holgarás, y si no, poco importa, que a mí de ti ni dél se me da nada. Vale.
DISCURSO. Yo, que en el Sueño vi tantas cosas y en El alguacil alguacilado oí
parte de las que no había visto, como sé que los sueños las más veces son burla
de la fantasía y ocio del alma, y que el 29 malo nunca dijo verdad, por no
tener cierta noticia de las cosas que justamente se nos esconden, vi, guiado de
mi genio, lo que se sigue, por particular providencia; que fue para traerme, en
el miedo, la verdadera paz. Halléme en un lugar favorecido de naturaleza por el
sosiego amable, donde sin malicia la hermosura entretenía la vista (muda
recreación), y sin respuesta humana platicaban las fuentes entre las guijas y
los árboles por las hojas, tal vez cantaba el pájaro, ni sé determinadamente si
en competencia suya o agradeciéndoles su armonía. Ved cuál es de peregrino
nuestro deseo, que no halló paz en nada desto. Tendí los ojos, cudicioso de ver
algún camino por buscar compañía, y veo, cosa digna de admiración, dos sendas
que nacían de un mismo lugar, y una se iba apartando de la otra como que
huyesen de acompañarse. Era la de mano derecha tan angosta que no admite
encarecimiento, y estaba, de la poca gente que por ella iba, llena de abrojos y
asperezas y malos pasos. Con todo, vi algunos que trabajaban en pasarla, pero
por ir descalzos y desnudos, se iban dejando en el camino unos el pellejo,
otros los brazos, otros las cabezas, otros los pies, y todos iban amarillos y
flacos. Pero noté que ninguno de los que iban por aquí miraba atrás, sino todos
adelante. Decir que puede ir alguno a caballo es cosa de risa. Uno de los que
allí estaban, preguntándole si podría yo caminar aquel desierto a caballo, me
dijo: -Déjese de caballerías y caiga de su asno. Y miré, con todo eso, y no vi
huella de bestia ninguna. Y es cosa de admirar que no había señal de rueda de
coche ni memoria apenas de que hubiese nadie caminado en él por allí jamás.
Pregunté, espantado desto, a un mendigo que estaba descansando y tomando
aliento, si acaso había ventas en aquel camino o mesones en los paraderos.
Respondióme: -¿Venta aquí, señor, ni mesón? ¿Cómo queréis que le haya en este
camino, si es el de la virtud? En el camino de la vida -dijoel partir es nacer,
el vivir es caminar, la venta es el mundo, y en saliendo della, es una jornada
sola y breve desde él a la pena o a la gloria. Diciendo esto se levantó y dijo:
-¡Quedaos con Dios!; que en el camino de la virtud es perder tiempo el pararse
uno y peligroso responder a quien pregunta por curiosidad y no por provecho. 30
Comenzó a andar dando tropezones y zancadillas y suspirando; parecía que los
ojos con lágrimas osaban ablandar los pe- ñascos a los pies y hacer tratables
los abrojos. -¡Pesia tal!-dije yo entre mí-¿Pues tras ser el camino tan
trabajoso es la gente que en él anda tan seca y poco entretenida? ¡Para mi
humor es bueno! Di un paso atrás y salíme del camino del bien, que jamás quise
retirarme de la virtud que tuviese mucho que desandar ni que descansar. Volví a
la mano izquierda y vi un acompañamiento tan reverendo, tanto coche, tanta
carroza cargada de competencias al sol en humanas hermosuras, y gran cantidad
de galas y libreas, lindos caballos, mucha gente de capa negra y muchos
caballeros. Yo, que siempre oí decir ´Dime con quién andas y diréte quién
eres’, por ir con buena compañía puse el pie en el umbral del camino, y sin
sentirlo me hallé resbalado en medio dél como el que se desliza por el hielo, y
topé con lo que había menester, porque aquí todos eran bailes y fiestas, juegos
y saraos, y no el otro camino, que por falta de sastres iban en él desnudos y
rotos, y aquí nos sobraban mercaderes, joyeros y todos oficios. Pues ventas, a
cada paso, y bodegones sin número. No podré encarecer qué contento me hallé en
ir en compañía de gente tan honrada, aunque el camino estaba algo embarazado,
no tanto con las mulas de los médicos como con las barbas de los letrados, que
era terrible la escuadra dellos que iba delante de unos jueces. No digo eso
porque fuese menor el batallón de los doctores, a quien nueva elocuencia llama
ponzoñas graduadas, pues se sabe que en las universidades se estudia para
tósigos. Animóme para proseguir mi camino el ver no solo que iban muchos por él,
sino la alegría que llevaban, y que del otro se pasaban algunos al nuestro, y
del nuestro al otro por sendas secretas. Otros caían, que no se podían tener, y
entre ellos fue de ver el cruel resbalón que una lechigada de taberneros dio en
las lágrimas que otros habían derramado en el camino, que por ser agua se les
fueron los pies y dieron en nuestra senda unos sobre otros. Íbamos dando vaya a
los que veíamos por el camino de la virtud más atrabajados. Hacíamos burla
dellos, llamábamosles heces del mundo y desecho de la tierra. Algunos se
tapaban los oídos y pasaban adelante, otros que se paraban a escucharnos,
dellos desvanecidos de las muchas voces y dellos persuadidos de las razones y
corridos de las vayas, caían y se bajaban. Vi una senda por donde iban muchos
hombres de la misma suerte que los buenos, y desde lejos parecía que iban con
ellos mismos; y llegado que hube vi que iban entre nosotros. Estos me dijeron
que eran los hipócritas, gente en quien la penitencia, el ayuno, que en otros
son mercancía, es noviciado del Infierno. Iban muchas mujeres tras estos, los
cuales, siendo enredos con barba y maraña con ojos y embeleco, andaban
salpicando de mentira a todos, siendo estanques donde pescan adrollas los
embustidores. Otros se encomiendan a ellos, que es como encomendarse al diablo
por tercera persona. Estos hacen oficio la humildad y pretenden honra yendo de
estrado en estrado y de mesa en mesa. Al fin conocí que iban arrebozados para
nosotros, mas para los ojos eternos, que abiertos sobre todos juzgan el secreto
más escuro de los retiramientos del alma, no tienen máscara. Bien que hay
muchos buenos, mas son diferentes destos a quien antes se les ve la
disimulación que la cara y alimentan su ambiciosa felicidad del aplauso de los
pueblos, y diciendo que son unos indignos y grandísimos pecadores y los más
malos de la tierra, llamándose jumentos engañan con la verdad, pues siendo
hipócritas, lo son al fin. Iban estos solos aparte y reputados por más necios
que los moros, más zafios que los bárbaros y sin ley, pues aquellos, ya que no
conocieron la vida eterna ni la van a gozar, conocieron la presente y
holgáronse en ella, pero los hipócritas ni la una ni la otra conocen, pues en
esta se atormentan y en la otra son atormentados, y en conclusión, destos se dice
con toda verdad que ganan el infierno con trabajos. Todos íbamos diciendo mal
unos de otros, los ricos tras la riqueza, los pobres pidiendo a los ricos lo
que Dios les quitó. Van por un camino los discretos, por no dejarse gobernar de
otros, y los necios, por no entender a quien los gobierna, aguijan a todo
andar. Las justicias llevan tras sí los negociantes, la pasión a las mal
gobernadas justicias, y los reyes desvanecidos y ambiciosos, todas las
repúblicas. Vi algunos soldados, pero pocos, que por la otra senda, infinitos
iban en hileras ordenados honradamente triunfando; pero los pocos que nos
cupieron acá era gente, que si como habían extendido el nombre de Dios jurando,
lo hubieran hecho peleando, fueran famosos. Dos chorrilleros solos iban muy desnudos,
que por la mayor parte los tales que viven por su culpa, traen los golpes en
los vestidos y sanos los 32 cuerpos. Andaban contando entre sí las ocasiones en
que se habían visto, los malos pasos que habían andado (que nunca estos andan
en buenos pasos); nada los oíamos; solo cuando, por encarecer sus servicios,
dijo uno a los otros: ´¡Qué digo, camarada! ¡Qué trances hemos pasado y qué
tragos!’, lo de los tragos se les creyó. Miraban a estos pocos los muchos
capitanes, maestres de campo, generales de ejércitos, que iban por el camino de
la mano derecha enternecidos, y oí decir a uno dellos que no lo pudo sufrir,
mirando las hojas de lata llenas de papeles inútiles que llevaban estos ciegos
que digo: -¡Soldados, por acá! ¿Esto es de valientes, dejar este camino de
miedo de sus dificultades? Venid, que por aquí de cierto sabemos que solo
coronan al que vence. ¿Qué vana esperanza os arrastra con anticipadas promesas
de los reyes? No siempre, con almas vendidas, es bien que temerosamente suene
en vuestros oídos ´Mata o muere’. Reprehended la hambre del premio, que de buen
varón es seguir la virtud sola, y de cudiciosos los premios no más, y quien no
sosiega en la virtud y la sigue por el interés y mercedes que se siguen, más es
mercader que virtuoso, pues la hace a precio de perecedores bienes. Ella es don
de sí misma, quietaos en ella. Y aquí alzó la voz, y dijo: -Advertid que la
vida del hombre es guerra consigo mismo, y que toda la vida nos tienen en armas
los enemigos del alma, que nos amenazan más dañoso vencimiento. Y advertid que
ya los príncipes tienen por deuda nuestra sangre y vida, pues perdiéndolas por
ellos, los más dicen que los pagamos y no que los servimos. ¡Volved, volved!
Oyéronlo ellos muy atentamente, y enternecidos y enseñados se encaminaron bien
con los demás soldados. Iban las mujeres al infierno tras el dinero de los
hombres y los hombres tras ellas y su dinero, tropezando unos con otros. Noté
cómo al fin del camino de los buenos algunos se engañaban y pasaban al de la
perdición, porque como ellos saben que el camino es angosto y el del infierno
ancho, y al acabar veían al suyo ancho y el nuestro angosto, pensando que
habían errado o trocado los caminos, se pasaban acá, y de acá allá los que se
desengañaban del remate del nuestro. Vi una mujer que iba a pie, y espantado de
que mujer se fuese al infierno sin silla o coche, busqué un escribano que me
diera fe dello y en todo el 33 camino del infierno pude hallar ningún escribano
ni alguacil, y como no los vi en él, luego colegí que era aquel el camino y
este otro al revés. Quedé algo consolado, y solo me quedaba duda que como yo
había oído decir que iban con grandes asperezas y penitencias por el camino
dél, y veía que todos se iban holgando… , cuando me sacó desta duda una gran
parva de casados que venían con sus mujeres de las manos, y que la mujer era
ayuno del marido, pues por darle la perdiz y el capón no comía; y que era su
desnudez, pues por darle galas demasiadas y joyas impertinentes iba en cueros;
y al fin conocí que un mal casado tiene en su mujer toda la herramienta
necesaria para la muerte, y ellos y ellas, a veces, el infierno portátil. Ver
esta asperísima penitencia me confirmó de nuevo en que íbamos bien, mas duróme
poco, porque oí decir a mis espaldas: -Dejen pasar los boticarios. -¿Boticarios
pasan?-dije yo entre mí-. Al infierno vamos. Y fue así, porque al punto nos
hallamos dentro por una puerta como de ratonera, fácil de entrar y imposible de
salir. Y fue de ver que nadie en todo el camino dijo ´Al infierno vamos’, y
todos, estando en él, dijeron muy espantados: ´En el infierno estamos’. -¿En el
infierno?-dije yo muy afligido-. No puede ser. Quíselo poner a pleito.
Comencéme a lamentar de las cosas que dejaba en el mundo, los parientes, los
amigos, los conocidos, las damas, y estando llorando esto, volví la cara hacia
el mundo y vi venir por el mismo camino despeñándose a todo correr cuanto había
conocido allá, poco menos. Consoléme algo en ver esto, y que según se daban
prisa a llegar al infierno, estarían conmigo presto. Comenzóseme a hacer áspera
la morada y desapacibles los zaguanes. Fui entrando poco a poco entre unos
sastres que se me llegaron, que iban medrosos de los diablos. En la primera
entrada hallamos siete demonios escribiendo los que íbamos entrando. Preguntáronme
mi nombre, díjele y pasé; llegaron a mis compañeros y dijeron que eran
remendones; y dijo uno de los diablos: -Deben entender los remendones en el
mundo que no se hizo el infierno sino para ellos, según se vienen por acá.
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