Con nostalgia, Rhys miró la fotografía familiar sobre la cómoda junto a su cama. ¿En qué instante el tiempo comenzó a escurrirse como el agua entre sus dedos? Por mucho que buscó las respuestas, no encontró ninguna y su alma comenzó a doler.
Pero incluso si pudiera servirle de algo, él no iba a quejarse, trató de convencerse con la idea, sin importar que fuera una vulgar mentira.
Rhys tomó la fotografía y, despacio, deslizó el dedo sobre la superficie pulida del cristal sintiendo que casi acariciaba los rostros de su compañero e hijo mayor. Ambos con sus miradas fijas en la cámara, sonriéndole a él… Demonios, el recuerdo picó en lo más profundo y por poco consigue hacerle llorar.
Ahora, después de cinco años, Rhys ya ni siquiera podía soñar con tener momentos similares, no con Eóghan convertido en un rebelde chico malo, por supuesto.
Respirando profundo, Rhys dejó el retrato en su lugar y se levantó de la cama. Sin importar lo mal que se sintiese, continuaba siendo el Alfa de Crimson Lake. Los deberes no se ponían en pausa. Pero más importante: aún tenía una pequeña princesa por la cual sonreír.
Tal vez, en ocasiones, el mundo se cayese a pedazos en un montón a sus pies; sin embrago, siempre hallaría la fortaleza para renacer desde sus cenizas.
Tan pronto como salió de la habitación, Rhys percibió el aroma de waffles y tocino. Dibujando una sonrisa en su rostro, se dirigió hacia la cocina donde la encontró poniendo la mesa: un par de platos vacíos y tazas llenas de chocolate caliente; un jarrón con mimosas y campanillas de invierno, el cual reposaba sobre un círculo de foami que hizo como obsequio por el día del padre, y un par de servilletas decoradas con una cantidad pecaminosa de brillos.
—Eso huele delicioso.
Rhys habló en el momento en el cual la niña se volvía hacia la mesa. Con entusiasmo, ella asintió.
—Por supuesto —dijo ella—. Yo cocino delicioso.
Rhys no pudo evitar la risa que salió de sus labios.
—Lo haces. ¿Quieres ayuda con eso?
Ella negó.
—Ya terminé. Siéntate.
Incluso si lo hubiera pensado, no pondría ninguna objeción. Discutir con Seren jamás fue una buena idea. Ella era tan testaruda como pequeña y Rhys tenía suerte si lograba rebatir uno de sus argumentos.
Por lo que tomó asiento y esperó a que ella llenase su plato.
Comieron en silencio, Rhys lo sintió como otro golpe dentro de él. Esto era…, Dios, ni siquiera supo cómo describirlo; aunque se parecía demasiado a uno de esos sueños vívidos de los que despertabas a mitad de la noche, envuelto en llanto y pidiendo porque fuera real.
—Papi-Crimson —Seren titubeó—, ¿decoraremos esta noche?
Rhys tragó duro. Al mirar dentro de los grandes ojos color oro de Seren, encontró molestia en ellos.
—Creí que esperaríamos a papi-Snow.
Desanimada, Seren se encogió sobre la silla.
—Él no vendrá —murmuró.
Rhys detestó tener que admitirlo. Sería una terrible Navidad.
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