arroba_die Die Rz

Una noche normal para Dante: pesadillas, insomnio y Castiel durmiendo a su lado. ¿Qué podría arruinar el pequeño paraíso que ambos empezaban a construir?


Cuento Sólo para mayores de 18.

#256 #245 #376 # #suspenso #cuento
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Psicosis

Pasaban de las dos y media de la mañana cuando desperté sobresaltado. Mi cuerpo estaba cubierto con un sudor frío, sentía como mi cabeza palpitaba con fuerza, mi garganta estaba reseca y sentía como el pecho me ardía justamente por encima de donde se suponía tenía el corazón. Me senté en la cama y, tras comprobar que la lámpara de la mesita de noche no encendía, me levanté y masajeé mis sienes al notar como toda la habitación comenzaba a dar vueltas.

La habitación, el pasillo, la sala, la cocina, los postes de luz de la calle. La electricidad había fallado de nuevo en la cuadra. Volví a meterme en la cocina, ese reducido espacio tan familiar como desconocido para alguien con nulas capacidades culinarias como yo. Busqué en las alacenas un vaso y el bote de las aspirinas, tomé una con algo de agua y, recargándome en la barra, pensé en porque necesitaba una cocina tan amplia, reí al encontrar la respuesta en tan solo dos palabras: mi prometido. Él y su amor por cocinar para nosotros.

Llevábamos un par de años juntos, casi un año viviendo en el mismo apartamento y estábamos planeando mudarnos dentro de unos días a la casa que acabábamos de comprar en una de las colonias acomodadas de la ciudad. Teníamos tantos planes juntos, planes que bien podrían no cumplirse gracias a las vueltas de la vida. ¿Quién esperaba que su pareja corriera el riesgo de quedarse ciego de la nada? Nadie. Aún cuando no era de la nada, como en este caso. Él solía ser un cabezotas cuya torpeza y habilidad para meterse en problemas podía provocar accidentes.

Así lo amaba, así estaba feliz de planear un futuro a su lado. Me senté frente el piano de cola que había en la sala al aceptar que no podría dormir de nuevo en un rato, al principio jugueteaba con las teclas sin saber qué canción tocar realmente. Terminé decidiéndome por una de mis favoritas: Winter de Vivaldi.

Casi terminaba la pieza cuando sentí que me ardía el pecho nuevamente, tosí un poco y gracias a la luz que se colaba por el ventanal de la sala logre ver una mancha oscura en mi mano. Negando me levanté para acercarme más al ventanal, era más que obvio que aquella mancha en la palma de mi mano era sangre pero me negaba a aceptarlo sin comprobarlo. Mis intentos fueron en vano, la luz de la luna iluminaba de forma inadecuada para lograr identificar los colores.

Al notar que los postes de luz volvían a funcionar me dirigí apresuradamente al baño, buscando una forma de desengañarme cuanto antes. Al llegar y encender el foco me sorprendió no ver nada en la palma de mi mano, aquella mancha que había visto mientras estaba sentado en el banco del piano se había desvanecido. Me reí y pasé una mano por mi cabello, suspiré al notar que aún lo llevaba corto gracias a una crisis un poco a la Britney. Me quedé viendo el reflejo del par de iris verdes que tanto habían cambiado en el último par de años.

Por un segundo, como si mi imaginación me jugara una mala pasada, ví la silueta de aquél hombre que tanto me había jodido durante mi niñez reflejada detrás de mi. Me giré rápidamente, encontrándome con el pasillo vacío, suspiré y regresé mi mirada al espejo. El puño de aquella silueta proveniente del espejo estrujó mi cuello, evitando que un grito escapara desde lo más profundo de mis cuerdas vocales.

Un sudor frío recorrió mi espina dorsal al tiempo en que la figura de mi padre se asomaba más del helado pedazo de cristal recubierto de mercurio que había en la pared. Tragué saliva sintiendo el terror apoderarse de mi. ¿Qué hacía ahí? Él estaba muerto ¿no? Lo habíamos enterrado vivo en un ataúd lleno de hormigas hambrientas, nadie sale de eso ¿o sí? Apretó más mi cuello, como si leyera mis pensamientos. Venganza. Esa era la única palabra que sus ojos pronunciaban en silencio.

La energía falló y se fue la luz por unos segundos. De no ser porque la criatura del espejo me sostenía por el cuello me habría ido de espaldas al ver en lo que esta se había convertido. Tenía tres ojos enormes, con pupilas verticales e iris rojos llenos de ira; era completamente negro, esquelético, y sus manos tenían dedos alargados, con uñas afiladas y puntiagudas. Sonrío de forma perturbadora, sus dientes asemejaban a los que poseía un tiburón. Acercó la mano que tenía libre a mi rostro y traté de alejarme al notar como sus dedos se convertían en tentáculos. Un líquido espeso y amargo comenzó a descender por mi garganta haciéndome sentir arcadas. El sonido gutural de un gruñido por parte de la criatura del espejo llenó la habitación, escuché a Ivanna, mi perra, ladrando. Justo cuando sus ladridos se escuchaban cercanos la puerta del baño se azotó y la bestia abrió sus fauces para devorarme.

Me desperté de golpe en mi cama junto a mi prometido. Sentí mi corazón palpitando con fuerza y la garganta reseca. Bebí algo del agua que dejaba siempre en la mesita de noche y, aún sintiendo perturbación por el sueño que había tenido, me levanté y entré al baño de la recamara. El foco iluminaba de manera tenue y algo amarillenta el pequeño espacio en el que estaba. Mire mi reflejo sintiendo el terror creciendo en mi pecho. Ahí en mi cuello estaba la marca de una mano, justo como si me hubieran tratado de asfixiar.

Intenté llamar a mi novio con un grito pero un ataque de tos me hizo callar. Devolví el estómago en el lavabo y, tras enjuagarme la boca lo noté: bajo mi ojo derecho había una pequeña mancha negra. Frote el pequeño punto negro con el pulgar y cuando me di cuenta de que en vez de una mancha era un pequeño hilo lo jalé. Mordí mi labio al notar que el hilo salía del orificio en donde estaba mi ojo y tiré de él nuevamente. Mientras más tiraba de aquél cordón más me dolían las entrañas. Comenzaba a salir cubierto con pedazos de carne y con más y más sangre que goteaba manchando el lavamanos. Tuve arcadas de nuevo, aunque no por la escena que veía a través del espejo, sino porque sentí como algo tiraba de mi lengua desde mi garganta. Con un tirón mas fuerte fue suficiente para hacerme vomitar un líquido negro similar a la brea.

A estas alturas mi cuerpo estaba completamente petrificado, eso o alguien ajeno a mí lo estaba controlando. Lo único que sentía era dolor. Dolor proveniente del hueco en el que debía estar mi ojo. Sin embargo el pequeño globo se encontraba partido a la mitad en la palma de mi mano. De mi rostro chorreaba sangre, no carmesí como todos solían describir. Era sangre de un rojo oscuro y cuasi negro, con un aroma a putrefacción que tintaba todo de un color enfermizo.

De mí boca colgaba otro cordón igual al primero. Sin pensarlo, de manera autómata, deje mi globo ocular en el lavabo y comencé a tirar de esa hebra. “¡Detente!” gritó la voz de mi novio en algún lugar, sus súplicas eran en vano ya. No podía apartar la mirada del espejo ni podía controlar mis acciones a pesar de que estas fueran completamente estúpidas.

Diez, quince, veinticinco centímetros de filamento. Pedazos de tejido sanguinolento comenzaban a llenar la superficie del mueble frente a mí. De nuevo arcadas, un tirón del hilo en el momento preciso provocó una punzada en mis entrañas. Necesité sostenerme con una mano para poder continuar dando jalones al cordón.

Primero salió un pulmón que lucía apachurrado, algo roído y que tenía una coloración marrón, gracias al tabaco consumido a lo largo de la adolescencia seguramente. A pesar de que me temblaban las piernas seguí extrayendo el filamento invasor. Me tronó la columna vertebral y el cuello. Una, dos, tres vértebras mordisqueadas y de aspecto viejo. ¿Era una pesadilla no? Una oleada de bilis abandonó mi cuerpo manchando el suelo del baño justo antes de que yo acabara en el suelo sintiendo como con cada nuevo tirón que daba a la hebra mi corazón punzaba.

Sólo necesité usar bien mi fuerza para extraer lo último que ataba el fino invasor. Una sonrisa atravesó mi rostro cuando, en la palma de mi mano, mi corazón daba su latido final. “¡Dante! ¿Qué hiciste?” su grito sonaba desesperado. Yo solamente logré reír mientras todo alrededor se teñía de calma, una calma guinda que poco a poco se tornaba negra.

Logré llegar al final de aquél hilo que invadía mi ser y, una vez fuera de mi cuerpo, descubrí que fueron mis entrañas lo que llenaba el lavabo de la casa que alguna vez había sido mía. Las luces de la habitación se encendieron, Castiel ni siquiera llamó a una ambulancia al ver la escena del baño. ¿De qué hubiera servido? Le hubieran acusado de matar a su prometido, habría habido una infinidad de problemas gracias a…¿a qué? ¿A un reflejo?

Miré el espejo en busca de respuestas. Me encontré conmigo mismo, un yo que sonreía al más puro estilo del Joker de los cómics de DC. Negué al notar que el reflejo comenzaba a transfigurarse, volviéndose de nuevo la figura negra que me había manipulado hasta lograr que yo mismo me redujera a un montón de carne, huesos y sangre sin forma. Traté de gritarle que se alejara del hombre que amaba pero lo único que salió de mi boca fue un ruido gutural.

Solté una carcajada al descubrir que las garras que habían salido del espejo no eran más que mis manos; que el hilo con el que mis entrañas habían sido perforadas y reducidas a muertos trozos de carne era alambre de púas; que la sangre que bañaba el piso no era mía solamente. Escupí sangre y sonreí de lado, moví de lado a lado la cabeza sopesando las opciones que me quedaban en ese momento. Regresé a la habitación, dejando un rastro de sangre a mi paso, saqué la 9mm del cajón del buró de Castiel y regresé a su lado. “Ahora sí, jamás podrás tratar de alejarte de mi” susurré antes de poner el cañón del arma en mi boca y jalar el gatillo.

Ya sea en el cielo o en el infierno, los buenos amantes terminan juntos al final…

12 de Noviembre de 2020 a las 19:36 0 Reporte Insertar Seguir historia
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Fin

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Die Rz Solo alguien que trata de aprender a terminar una novela o algo decente. La presión es bienvenida, porque siempre olvido actualizar.

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