mazzaro José Mazzaro

«El tiempo-espacio, tal cual lo conocemos, no es otra cosa que una banda elástica que se estira y contrae a voluntad de una entidad superior. O tal vez no, quizás solo haya tiempo-espacio como una representación espontánea y podamos alterarla a necesidad» pensó el Dr. Kairo, mientras observaba el tablero de comandos del portal. «¿Podré salvarla entonces?».


Drama No para niños menores de 13.

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Parte 1: el destino llama a la puerta

Ana María cruzó la calle en dirección a la panadería. Era un domingo por la mañana, de esos donde el clima se encuentra indeciso, como a la espera de su tormenta.

Despertándose mientras tanto, tuvo ese sabor dulce de los feriados golpeando su paladar. De todos los días de la semana, los domingos eran sus favoritos. Ana María trabajaba hasta tarde en el colegio Dr. Nahuel Pujol enseñando Física I y II a sus alumnos del Nivel Secundario, mientras que Enrique era ingenio electrónico en una de las fábricas de microprocesadores de la región.

No tenían hijos, habían demorado la decisión por la situación pandémica debido a la expansión del virus SARS-CoV-2, causante de la nueva enfermedad por coronavirus COVID-19. Básicamente, dependiendo del organismo del infectado -edad, enfermedades subyacentes, acceso a tratamientos inmediatos, entre otras cuestiones-, el COVID-19 podía transitarse desde un estado totalmente asintomático o llegar hasta la muerte. Por suerte, un gran porcentaje de enfermos cursaban la afección, principalmente respiratoria, sin sintomatología alguna (prácticamente un 80%).

La declaración de la pandemia llevaba los cercanos cinco meses, a fines de enero de 2020, China informó a la Organización Mundial de la Salud la existencia de un nuevo tipo de virus que había infectado a sesenta y dos personas y provocado la muerte de dos de ellas en la ciudad de Wuhan, la capital de la provincia Hubei en China central. Para el miércoles 11 de marzo del 2020, el director general de la OMS, había declarado al CORONAVIRUS COVID 19 que la enfermedad pasaba de ser una epidemia, a una pandemia, o sea, su alcance era ya global. Ni la ficción más grande de todas hubiese previsto una situación tan compleja.

Gran parte del secreto de sobrevivir durante la pandemia, tanto física como psicológicamente, era estar atentos a las medidas de bioseguridad y mantener la calma. Ana María era mucho más precavida que Enrique en ese sentido. Salía a las calles solo si era necesario y no dejaba de higienizarse. Él, por su parte, solía perder la noción de lo importante que era el distanciamiento social al momento de interactuar con otras personas.

Ana María realizada la totalidad de su trabajo desde la casa, la escuela había encontrado la forma de organizarse con las plataformas virtuales y todos los alumnos, para su suerte, adoptaron de manera bastante rápida el sistema. Ana María dictaba clases por la mañana y por la tarde. Los grupos de la tarde eran un poco más complicados que los de la mañana, jóvenes más inquietos y no tan sedientos de saber. Por lo general, estaba tranquila la mayor parte del tiempo.

Enrique, por su parte, caminaba todos los días hacia la oficina, a unas doce cuadras de la casa que arrendaban a los límites de la ciudad. Tenía a su cargo el taller de experimentación para futuros proyectos. Cuando volvía, por las tardes, se dedicaba a realizar distintos trabajos en su propio taller, una habitación en el fondo de la casa especialmente equipada para sus labores. A veces Ana María lo acompañaba al tiempo de recitarle extensas y monótonas clases de Física. Si bien Enrique había dado la materia -en realidad, cuatro variantes o modelos de ella- en su formación de grado, no estaba para nada interesado en ese campo. Lo suyo era lo puramente material, aquello que funcionase a favor de las personas. Sin embargo, escuchar la voz de Ana María lo tranquilizaba, había algo en sus palabras que lograba contener el fuego interior propio de un carácter espinoso. Enrique no prestaba más atención que al tono dulce e incansable de ella.

Esa mañana, mientras Ana María volvía de la panadería, Enrique colocaba la mesa para el desayuno. Los domingos no se trabajaba para nada, esa era una de sus reglas. Los domingos eran para abrazarse y escucharse el uno al otro, contarse sobre la semana e ir esquematizando los planes a futuro.

Enrique escuchó la ambulancia a toda velocidad desde la cocina. Ya estaban acostumbrados a las sirenas de todo tipo. No era algo inusual desde que había comenzado la pandemia. Pero lo distinto le siguió a continuación: un fuerte estruendo calló cualquier otro sonido del barrio. Luego le siguieron un par de gritos, otras sirenas acercándose. Enrique quedó petrificado mientras colocaba una de las tazas sobre la mesa del comedor. Cuando escuchó el acceso de su hogar retumbando por los golpes desesperados y repetitivos, esperó lo peor. A los golpes, le siguió el timbre que chillaba como nunca antes, y finalmente, llegaron los gritos a su puerta:

—¡Enrique!, Enrique!, ¡vení rápido!, ¡es tu mujer!, ¡Enrique!

Sus rodillas se aflojaron.

«Ana María» pensó, y de pronto sus últimas palabras quedaron grabadas con fuego en el fondo de su cráneo: «ya vengo mi amor, voy a buscar pan y unas facturas, vos prepará la mesa».

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11 de Noviembre de 2020 a las 15:39 0 Reporte Insertar Seguir historia
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