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Sir Goi


Año 1017 de la Nueva Era, en las Islas Gefrait corre el rumor sobre un guerrero de Éirand. Un guerrero jurado a derrotar al dragón rojo Scal´drag. Para confirmar estos rumores, la Corte manda a un monje para hallar el origen de estos rumores. Descubre en este breve relato la figura de las cacofonías que plagan Éirand acompañado de un monje y su peculiar escolta.


Fantasía Medieval No para niños menores de 13.

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El bardo

El barco se balanzeaba furiosamente de lado a lado de manera que una persona no acostumbrada pudiese caer por la borda. En uno de los camarotes se encontraba una figura arrodillada sobre una manta, dicha figura arropada en una túnica de teijdo grueso repetía rítmicamente unos cánticos en voz baja con las manos juntas de las cuales colgaba un abalorio con una extraña forma geométrica. Un sonido sacó al monje de sus rezos, la puerta del camarote se abrió con un estruendo. Al otro lado se encontraba uno de los tripulantes, ignorante de la situación del monje abrió la puerte sin pensar.


— Perdón, señor monje — balbuceó.

— No importa — dijo tranquilo el monje mientras se levantaba —, ¿hay algún problema?

— Para nada — le calmó el hombre —, solo es que la comida ya está lista. Si quiere unírseno´ pues a su gusto.

— Ya veo — respondió el monje —, ¿sabe algo de mi escolta ?

— ¿Lo qué? — dijo confundido — ¿Dice el maromo con el que vino? Ese se puso fino a licor, decía que no aguantaba los barcos el hideputa, pa mí que quería empinar el codo un poquillo. Estará durmiendo la mona en algún lado.


El monje suspiró, cuando lo asignaron a esta misión fue con la condición de que un representante de la Corte lo acompañase para proteger a él y los intereses del Rey. Acto seguido se dirigió hacia la puerta acompañando al marinero a la bodega, donde se encontraba la cantina. Cuando llegó a su destino se encontró en una de las mesas a su escolta. Este estaba en un regular estado pero parecía sobrio mientras sorbía profundamente del sopa de pescado que había preparado el cocinero. Se sentó en el lado opuesto de la mesa con un recipiente con la sopa de pescado que escaseaba en lo segundo.


— Saludos, Earl Malfich — inclinó suavemente la cabeza a modo de ademán —, se encuentra usted mejor, ¿sí?

— El Earl es mi padre — musitó Malefich —, y sí, me encuentro mejor. Solo he tenido un pequeño percance.

—Sí, — ladró burlonamente uno de los tripulantes — ha tenío un percance de esos con el fondo de la botella.


Todos los demás se pusieron a reírse a carcajadas manchando sus barbas descuidadas con comida y cerveza mientras el joven señor se sonrojaba de la vergüenza y la rabia.


— ¿Qué son estos malditos ladridos? — Se escuchaba una voz desde de fuera. A medida que se acercaba se distinguía mas la respiración ronca de la que provenía esa voz . Era el capitán del barco, su rostro estaba marcado por las cicatrices de alguna enfermedad ya sufrida que no conseguía tapar del todo su bien cuidada barba negra.

— Vosotros aquí inflado vuestras barrigas, y el barco está apunto de llegar al puerto. ¡Andando todo el mundo a la cubierta panda de perros sarnosos!


Sin dilación alguna, todos los tripulantes dejaron su comida y subieron la escalera apresuradamente. El monje terminó a trompicones su comida y subió sin dilación a la cubierta. No era lugar suyo el ocuparse de cabos ni velas, pero quería antes de llegar al puerto ver la costa de Éirand. La vista no decepcionaba, a pesar del frío que calaba su túnica tosca se quedó inmóvil en la cubiera. Un paisaje verde como nunca antes había visto se alzaba de las tormentosas olas que sacudían el navío. Con unos acantilados escarpados, la línea costera de la isla era tan rocosa como todos los monjes de su orden que habían peregrinado hasta aquí se lo habían contado. Era a toda razón una isla mágica.


Llegaron ya al puerto, mientras los marineros descargaban la mercancía que habían traido consigo. El monje y Malefich bajaron de la cubierta al muelle. Estaba plagado de navíos cada uno mas grande que otro. Las inmensas redes llenas de pesca eran recogidas por fornidos hombres. Tuvo problemas para contemplar todo esto sin tropezar con los ajetreados portadores de voluminosas cajas. Sin embargo quería percibir todo acontecimiento todo detalle, así después podría escribir sobre ello. Eran escasos los libros que trataban sobre la isla de Éirand.


Muchos de ellos recopilaban las historias y mitos que los bardos recitaban en los poblados y ciudades. Pero pocos de ellos hablaban del paisaje, las gentes, las casas; la vida que viven los habitantes de Éirand. mientras se adentraban en la ciudad costera, veían a los diversos grupos de gente que recorrían las calles. Uno de estos grupos estaba atendiendo al pregón de un anciano subido a un atril.


— Así es, buenas gentes — aclamaba con gran elocuencia — , sangre ha sido derramada... ¿Y quién es responsable? ¡El jarl! Jarl Ashlon es el culpable de esto, ha mandado a sus perros del Cuervo Negro al poblado de Boglaturq a asesinar a nuestros hermanos y hermanas, a niños y ancianos por igual.

La sangre de la gente hervía con estas declaraciones, el monje miraba con preocupación al resto de personas. No quería que hubiera baño de sangre por disputas territoriales.


— Malditos salvajes — resopló el joven Malefich con notable indiferencia —, no sé por qué el Rey no ha sometido a estos bárbaros y hecho de esta isla pantanosa su condado.

— Si me permite recordarle — injirió el monje —, hubo ya intentos de conquista por parte de Sasaxnia de hacer de Éirand su vasallo. Sin embargo, todos fueron repelidos o ni llegaron a la isla debido a ataques navales.


El joven earl no replicó aquella lección. El monje se acercó a un anciano que estaba apoyado en un saliente de una ventana mirando a la turba agitada por el discurso del pregonero.


— Disculpe señor — le saludó cordialmente —, me podría usted explicar, si es de aquí, qué es lo que sucede. Soy un monje que está viajando para entender bien esta isla y sus gentes.


— Dicen las malas lenguas — comenzó a narrar el anciano —, que el Jarl Ashlon del clan de los Cuervos Negros ha atacado una villa que pertenece al Clan del Hijo del Dragón, cuyo Jarl es Collandur. Esto solo puede significar una cosa, chico: guerra, habrá una masacre. Ahora lo que queda es ver quién dará el siguiente golpe.

— ¿Pero si sabe si han sido los responsables los Cuervos? — preguntaba dudoso.

— Es cierto que esa es la idea que todo el mundo está aceptando — concedió el viejo —, aunque también se habla de que esto lo hizo un solo hombre.


El viejo hizo una pausa, Malefich se empezó a interesar después de lo último que dijo. Es imposible que una sola persona pueda acabar con un pueblo — pensó.

— Una... ¿sola persona? — esta vez habló Malefich, que estaba perplejo.

— Sí — continuó el anciano — , dicen que un gigante bárbaro de las montañas un día bajó hacia el pueblo y paso a todo el mundo por su filo.

— ¿Quién le ha contado esto? — dijo el monje ansioso de que tan pronto ya estuvieran cerca de su objetivo.

— Un bardo — contó el anciano —, se dedica a tocar en la posada de más adelante.


Continuaron por la calle después de despedirse del anciano, llegaron a una posada llamada Dos Ancas. Cuando entraron por la puerta, les llegó una armoniosa melodía de un laúd. Había mucha gente reunida en un lado de la posada, más concretamente de donde venía la música, estaban todos en silencio disfrutando de los cantares. Era verdad, este bardo sabía sobre la persona que estaban buscando. Esperaron a que terminase su actuación para hablar con él, pero antes de que pudieran el bardo se partió del lugar. Le siguieron a través de la puerta y aunque iba con paso ligero pudieron alcanzarlo.


— Disculpe, maestro — le llamó la atención el monje. El bardo se giró, cuando los vió a los dos salió corriendo.

— ¡Alto! — gritó Malefich mientras le perseguía.


Atravesaron el mercado y un par de callejones en su persecución. Sin embargo, terminaron en una callejón sin salida. El bardo se volvió hacia ellos sacando un estilete de la caña de su bota. Malefich se puso delante del monje y apoyo su mano sobre la empuñadura de su espada.


— No sé quienes sois, pero atrás, ¡le dije a Bertrull que no me acosté con su prometida! — gritó cortando con la daga el aire delante suya.

— Espera, ¿qué? — dijo Malefich confuso.

— No venimos a hacerte daño — le calmó el monje — , solo queremos hacerte unas preguntas.


Se sentaron en la posada, el bardo no paraba de juguetear con la jarra en sus mano: seguía nervioso.


— Así que no venís de parte de Bertrull, ¿verdad? — volvía a repetir inquieto.

— Por última vez — decía ya irritado y aburrido Malefich — , no venimos a partirte las piernas en nombre de ese tal Bertrull por acostarte con su prometido.

— ¡Que digo que no lo hice! — insistió de nuevo —. Pero de todas maneras, queréis saber sobre la persona de mis baladas: El heraldo de la Tormenta.

— ¿Ese es su título? — preguntó el monje curioso.

— Bueno, ese es el nombre que le he dado yo. Me parecía que el Carnicero de Boglaturq era de mal gusto, además tiene una razón de ser ese nombre...

— Antes de todo esto — le cortó Malefich —, ¿cómo has obtenido la información sobre esta persona?

— Ah, bueno, sí — decía nervioso — me encontré con un mercader que había estado en el pueblo.

— Osea que lo que nos estás contando ni siquiera lo has visto tú, ¿verdad?

— Puede decirse que eso es cierto — accedió el bardo.

— Bardos — escupió — , siempre cuentan historias de cosas que ni han visto. Y encima añaden otros elementos para darle "esencia dramática. ¡Vendemulas es lo que sois!

— ¡Un respeto! — se levantó del banco en un arrebato — Yo soy un transmisor de historias, un transmisor de sabiduría. Además, ¿cómo osas a menospreciar mi arte?, ¡un zopenco es lo que eres!

— ¡Repite eso! — dijo el joven Malefich levantándose violentamente de la silla, rojo como el acero fundido debido a las risas de toda la posada.

— Honorables señores — dijo el monje que no había hablado hasta ahora — , no será mejor que nos sentemos y pongamos todo lo que sabemos sobre la mesa, sin adornos, para entendernos mejor. ¿No creen ustedes?


Los dos ya más calmados se sentaron, aunque parecía que en cualquier momento se podían enzarpar y crear una camorra en el sitio.


— Mi nombre es Brandubh, ¿y el vuestro?

— El mío Beofik y él es el joven Malefich, hijo del earl Malefich — se presentó Beofik, el monje —. Ahora, cuéntanos que sabes, maestro Brandubh.


4 de Noviembre de 2020 a las 11:20 0 Reporte Insertar Seguir historia
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