“Que no se puede absolver al que no se arrepiente, ni arrepentirse y querer es posible pues la contradicción no lo consiente.”
-Dante-
Entonces una silueta se levantó de entre la oscuridad, la luna y las estrellas presenciaron la muerte del hombre y el posterior despertar de la bestia, un aullido anunció la matanza venidera. El fulgor celeste y los fluidos rojizos le cubrieron como una armadura. Del cuerpo destrozado se alzó un ser invulnerable, de su mente corrupta surgió una voluntad inquebrantable y del espíritu doblegado nació un corazón voraz.
La rosa entre sus dedos se había quedado sin pétalos, pero en su tallo las espinas remanentes reclamaban el trono. Bestias brutas entonaron macabros cantos de fuego y batalla; el fin de los tiempos profetizado y la ira de Dios desatada en la tierra. Demonios empuñando palabras como espadas, ángeles ladrando guillotinas, lobos cazando hombres y brujas compartiendo ojos.
La visión desquiciante le hizo despertar exaltado, era la misma pesadilla de siempre, la premonición constante de un extraño futuro, destino del cuál intentaba huir. Se quedó sentado a la orilla del colchón. La soledad nocturna y el silencio no hicieron más que aumentar su ansiedad, se puso de pie y caminó descalzo hasta la cocina del apartamento. Sirvió agua en un vaso directo desde el grifo, su taquicardia y nervios le hicieron derramar un poco en el lavabo.
Con el pasar de los años aquella pesadilla se sentía más real y aterradora, él sabía que algún día rompería los límites de lo onírico e infectaría la realidad. Era cuestión de tiempo, esa noche estaba cada vez más cercana, lo alcanzaría, desconocía la fecha exacta y las circunstancias que lo convertirían en ese monstruo. Se castigaba por las atrocidades que todavía no cometía, sufría por sus visiones y usaba cada oportunidad para detener a aquel demonio ahora inexistente.
Bebió el agua cristalina y rellenó el recipiente otra vez, la sed no se fue, seguía temblando, necesitaba calor pero no le quedaba más compañía que la de él mismo. Lágrimas de desesperación y ansiedad le cubrieron el rostro, un alarido se ahogó en su garganta. Se dejó caer recargando su espalda contra la puerta del refrigerador, se encogió de pies y brazos cubriéndose la cabeza con ellos.
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