u15519752281551975228 Ibán José Velázquez de Castro Castillo

Historia que nos narra que es o lo que ha hecho la sombra del "pobre" protagonista de esta historia que sabrá mantener en vilo a cualquier lector avezado que se interne entre sus hojas.


Suspenso/Misterio No para niños menores de 13.

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Cuento corto
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Mi sombra

El cuerpo de mi madre yacía sin vida en el suelo. Todos pensaron que la había matado, pero no fui yo. Al otro lado de la habitación, podía ver a la persona que lo hizo, pero denunciarla me condenaría por completo.

La sargento García me acababa de leer mis derechos. Hincó una pierna sobre mi espalda y con agilidad dobló mi brazo y me puso las esposas. Sabía que no tenían nada claro para poder inculparme, sin embargo, siempre existía una pequeña voz que iba creciendo en tu interior hasta convertirse en lo único que eras capaz de escuchar. Sembraba la sombra de cada duda de mi existencia.

Siempre he sido un hombre alto y desgarbado. Mi mandíbula es redondeada y mis rasgos, afables, lo cual siempre ha contrastado con el excesivo vello corporal que he tenido y mi fuerte complexión. Es como si mi madre al nacer hubiera intercambiado la cabeza de un tierno gatito por la de un gorila enorme. Era frustrante.

La sargento García tenía un cuerpo atlético, no por eso poco femenino. Notaba sus pechos por debajo de la tela del uniforme. Eran dos frutas afrodisiacas perfectas, coronadas por una guinda que no era capaz de ocultar.

Me levantó con brusquedad y me llevó al coche patrulla. La gente había formado un corro alrededor del portal de mi casa, dónde me habían detenido.

Al otro lado de la calle estaba mi yo, el otro, el malvado. Tenía mis huellas dactilares y mi complexión y fuerza, pero nadie más podía verlo: era mi sombra. Se proyectaba en la pared cercana y me vigilaba.

A los siete años me leyeron por primera vez el cuento de Peter Pan. Me quedé maravillado de como una vulgar sombra podía causar tantos problemas, aunque jamás imaginé que pudiera llegar a asesinar a sangre fría a nadie.

El coche patrulla arrancó. Observé por la ventanilla como se cargaba el cadáver de mi madre en la camilla. Su cuerpo estaba envuelto con una sábana blanca. Una débil lágrima asomo entre mis párpados.

No había podido pasar el suficiente tiempo con su cuerpo.


Recordé el primer día que ocurrió aquello.

Mi mente viajó a los tiempos de colegio, cuando una niña llamadas “Soles” jugaba conmigo a las muñecas. Otros chicos se burlaban de mí, pero yo disfrutaba mucho ese tiempo que pasaba con la niña más bonita de todo infantil. Ella solía ser la que hacía la comida y yo el que rebuscaba en “el carro de la compra” las verduras y fruta variada de plástico que se escondían entre los coches y otros muñecos mal colocados allí.

Aquella tarde observé a la niña justo antes de que pasara y pensé: “va a caerse”. Debería haberla ayudado. Podía haberlo hecho pero… era un niño. Dejé que su cuerpo se precipitará contra el suelo, su cabeza rebotó en el pico de una mesa de madera cercana.

Sonreí.

La niña quedó tendida en el suelo. Perdió el conocimiento. La profesora nos apartó a todos.

Enseguida noté que a mí me faltaba algo…

Busqué y busqué…Mi sombra había desaparecido.

Era escalofriante ver las del resto de los chicos, que incluso me sonrieron y, no poder encontrar la tuya.

Cerca del cuerpo de la niña la vi. Tenía ojos hechos de luz, y un cuerpo negro que se confundía con el resto de sus congéneres. Mi sombra se estaba escondiendo y parecía querer tocar a la niña.

Mi gritó pero no llegó a tiempo.

Toda la clase volteó la cabeza.

La niña se salvó, al menos esa vez.


Dos años más tarde, recordé cuando estaba en los recreativos con Marcos, mi mejor amigo. Llevaba dos horas ganándome a todos los juegos a los que jugábamos. Eso era exasperante. A pesar de tener seis años, yo ya tenía el cuerpo de un niño de ocho. Empecé a enfadarme. Mis manos agarraron con fuerza la muñeca de Marcos. Él fue más rápido, me conocía. En ese momento el juego terminó.

Marcos me miró a los ojos y me sacó la lengua. Echó a correr.

Aún recuerdo con cariño como jugamos a perseguirnos. Atravesamos todo el parque hasta llegar al muro. Allí el tropezó y yo pude alcanzarlo finalmente. Me miró con miedo.

Yo era su mejor amigo, sin embargo estaba aterrado.

Era medio día y el sol estaba en lo alto.

Lo supe al instante. Mi sombra había desaparecido de nuevo. Marcos tuvo que notarlo, sino no explicaba ese temor.

Marcos estaba encima del muro, me miraba, separando su cuerpo del mío. Intenté acercarme y decirle que no era mi culpa, que no se asustara, que yo no era un vampiro o algo parecido, pero no entró en razón.

La sombra rondaba cerca de sus pies., incluso intentó conectar sus pies de sombra con los de mi amigo. Pretendía algo y no podía ser bueno.

Intenté acercarme, quitarle la sombra de un manotazo, pero sin darme cuenta golpeé la tibia de mi amigo. Sus pies se resbalaron y su cabeza golpeó con fuerza contra el muro, tras lo cual su cuerpo se volteó en el aire y cayó a plomo sobre el hormigón del fondo, dos metros más abajo.

Un hilillo de sangre manchó la charca que pasaba por el centro del gran cauce.

Aún lloro la pérdida. No pude jugar más con él.

Desde ese momento he odiado a mi sombra.

A las horas, no puedo precisar cuándo, volvió a mí. Sentí una debilidad creciente las dos veces que mi parte oscura me abandonó. Supe que podría ser peligroso que terminara escapando de mi cuerpo para siempre. Terminaría debilitándome hasta a saber que podría pasarme.


Mi infancia se vio repleta de escenas similares a estas. La gente del pueblo pensaba que estaba maldito. Tal vez creían que era yo alguien malvado… Me sentí muy solo esos años. Nadie quería acercarse a mí.

La rabia fue creciendo dentro de mi alma, no sabía dónde liberar mi frustración. Empecé a hacer ejercicio de forma continuada. Me mataba a correr durante cerca de una hora todos los días y hasta me apunté a un gimnasio cuando ya cumplí la edad de diecisiete años. Mi musculatura aún fue más impactante. Por aquel entonces rondaba ya el metro ochenta. Seguía teniendo una cara redondeada, falta de cualquier tipo de malicia.

Una de mis profesoras se había ahorcado. La verdad es que nunca me cayó bien, me había puesto un insignificante seis en un trabajo al que tuve que dedicar mucho esfuerzo. El profesor de gimnasia pidió la baja, aún no sé por qué, creo que era algo supersticioso.

Las gemelas que se liaron conmigo en una discoteca en noche buena desaparecieron y así fue aumentándose la leyenda alrededor mío.


Ayer, dos años más tarde, cumplí veinte años y esa rabia se había vuelto asfixiante. No podía mantenerla bajo control. Mi madre había salido tarde de trabajar. Siempre me tenía preparada la cena cuando yo llegaba a casa.

Ayer no la tuvo.

La sombra desapareció de mi cuerpo, lo noté. Fue algo súbito. Mi energía disminuyó, así como mi cólera. Pero no lo suficiente. Golpeé con la mano abierta la cara de mi madre.

Me sentí dolido. Nunca la había golpeado así.

Pero la sombra me había obligado. Se estaba riendo de mí. Incluso se posó debajo del cuerpo de Laura y amortiguó su caída, a saber con qué malvado fin. Ahí noté que adquirió volumen, se estaba independizando. No lo iba a permitir.

Si había acudido a salvar a mi madre eso le debía de afectar de alguna forma. Tenía que castigarla.

La primera patada en la cabeza fue algo inesperado. Pero sonreí.

En la segunda ya tomé consciencia de lo que hacía, lo disfruté.

Esa “puta ramera” que había seducido a mi padre gritaba mientras la sangre se mezclaba con lo que qué sería su orina. Había manchado su falda y el suelo. El olor llegaba hasta mí. La sombra se interpuso entre mi pierna y el cuerpo. Se había solidificado.

Se llevó un duro golpe en su abdomen.

Aproveché para intentar derribarla conectando varios puñetazos seguidos. Los esquivó como habría hecho yo. Parecía que sabía de artes marciales. ¿Por qué no aproveché para aprender yo?

No lo sé. Me pareció aburrido. Me desapunté el día que tomé el control definitivamente.

Mi sombra era yo. Le robé su sitio y su vida. Pobre diablo. Aún sentía apreció por su madre. Era la mía en definitiva, pero yo no sentía nada. Las sombras nunca sentimos nada. Quería acabar con ella. Hacer sufrir a ese engendro que se negaba a desaparecer.

Su cuerpo ahora era el mío y no podía hacer nada para cambiar eso. Durante años habíamos jugado a intercambiar nuestros cuerpos, siempre me impedía divertirme.

No pude rematar a Soles y casi salva a Marcos, pero no siempre llegó a tiempo.

Ahora tenía claro que ese sería su punto débil. Se estaba haciendo fuerte, lo notaba, volvería a convertirme en lo que era cuando él nació, su yo esclavo, pero antes de eso, iba a marcar su vida para siempre.

Lo agarré de uno de sus oscuros brazos y ladeé su cuerpo lo suficiente para propinar una patada limpia directa al cráneo de su madre.

No volvió a levantarse.

En unos días habré perdido mi fuerza y estaré convertido en un ser de sombra de nuevo, pero él nunca podrá abandonar ya su lado oscuro, he conseguido por fin, arrebatárselo todo. Estoy feliz.

15 de Octubre de 2020 a las 21:32 1 Reporte Insertar Seguir historia
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Fin

Conoce al autor

Ibán José Velázquez de Castro Castillo Soy un pequeño alma errante devoradora de historias que quiera aportar su pequeño granito de arena a las cientos de palabras escritas para el deleite de las personas. La historia que traigo lleva muchos años en mi cabeza y algunos otros en el papel. Ya tenía cerca de 60 páginas escritas a máquina hasta que pasó lo impensable, me atasqué, la di de leer a más gente y decidí reestructurarla toda y dar más profundidad y un enfoque de tiempos a mi novela diferente.

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Giles Le Coste Giles Le Coste
Hola La historia es fantástica. Me gusta mucho como escribes. Te he seguido, ¿me harias el favor de seguirme de vuelta? Si estas interesado te invito a leer mis historias publicadas.
April 09, 2021, 10:59
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