ignarodriguez I. Rodríguez

Diego se ve obligado a acompañar a su hermana a una fiesta de Halloween, allí conoce a la bruja más atractiva que ha visto en la vida y a partir de entonces su vida está en tus manos. ¿Puedes salvar a Diego? (Historia Interactiva)


Horror Sólo para mayores de 18.

#interactive #theauthorscup #thehorrorshow
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I

Respiró profundo apenas el aire fresco de la noche golpeó su rostro. «Odio las discos», pensó alejándose a paso rápido de la entrada y del ruido de la discoteca. Sacó un cigarrillo cuando estuvo a una distancia prudente de los otros jóvenes que se reunían afuera, si sacaba la cajetilla en frente de ellos no iba a faltar el que mendigara cigarros y no tenía ninguna intención de compartir algo tan costoso con desconocidos. «Mejor sería dejar el vicio... Pero después de esta cajetilla». Se entregó al vicio después de ese pensamiento, observó distraídamente cómo el humo se arremolinaba y jugueteaba con la brisa.

«Por favor que se aburra pronto», pensó acercándose el cigarro a los labios. «Si quería juntarse con sus amigas podía hacerlo en alguna casa, no tenía para qué venir… seguro que vinieron porque hay algún tipo que le gusta a más de una…»

A pesar de su molestia por no poder quedarse descansando en casa con una buena película de terror y una cerveza, no podía enojarse con su hermana por querer salir de fiesta alguna vez, no era culpa de Carla que sus padres no la dejaran salir sola aunque estuviera con sus amigas. A Diego le enfermaban las fiestas y peor si tenía que ir disfrazado, pero hace mucho que su hermanita estuvo hablando de ir a esa fiesta de Halloween con sus amigas y había conseguido un trato razonable con ella a cambio de acompañarlas: sin quehaceres hogareños por una semana. Además, siendo honesto, le preocupaba la gran cantidad de desapariciones que se registraba en esa área alrededor de esas fechas. Decían que era algún enfermo que secuestraba personas cerca del primero de noviembre para hacer algún ritual, otros decían que la zona estaba maldita o que había fantasmas, demonios y esas tonterías que se inventaban a falta de una explicación lógica. Lo único cierto era que las personas desaparecían sin dejar rastro hasta que, varios meses después, sus ropas aparecían a orillas de la carretera. La explicación más lógica para Diego era que había un asesino aprovechándose de la gran cantidad de jóvenes que iba a esas fiestas de Halloween, mataba hasta estar satisfecho y luego lo dejaba hasta el año siguiente. Probablemente, y conociendo a la policía del sector, no lo habían encontrado solo por falta de una investigación seria de los casos.

«Este lugar es ideal para un asesino en serie», pensó avanzando hasta el enorme portón de entrada. El establecimiento estaba en el centro de un terreno que daba a la carretera, sin casas alrededor, lo que convertía al sitio en el lugar perfecto para hacer ruido sin recibir quejas, pero también estaba casi en medio de la nada y nadie iba a escucharte pedir auxilio ni aunque te desgarraras la garganta gritando. Del otro lado de la carretera estaban las colinas, ahora invisibles debido a la profunda oscuridad. La única fuente de iluminación de ese lado eran los rudimentarios postes de luz que se encontraban en algunos caminos habilitados para subir a las colinas, solo una parte del trayecto podía hacerse en vehículo, en general la gente subía en bicicleta o a pie. En los primeros tramos había uno que otro desvío que daba el acceso a las pocas casas de campo en el área, todas ellas ubicadas a distancia suficiente como para no ver ni escuchar a nadie más que a sus propios habitantes. Más allá de ese par de familias viviendo en la zona, era un área bastante solitaria. Pero, a pesar de su ubicación, la discoteca estaba a solo unos 20 minutos en coche del pueblo… también era la única disco que había cerca del mismo, de ahí su popularidad.

Miró la hora en su celular dejando escapar un suspiro de cansancio, no había pasado ni media hora desde que empezara la fiesta y su hermana seguro que iba a quedarse hasta el final, es decir, unas 4 horas más. Lo peor era que su celular estaba a punto de apagarse, siempre se olvidaba de cargarlo.

—El cigarro complementa bien el disfraz, señor Detective —comentó una voz femenina a sus espaldas—. ¿Tiene fuego?

Sonrió y se volteó dispuesto a por lo menos hacer algo interesante esa noche. Pero se intimidó apenas vio a la mujer que le había hablado. Lucía mayor que él, debía tener unos 30 años, pero era una belleza en todo sentido: cabello negro y ondulado, brillantes ojos negros, labios carnosos pintados de rojo que formaban una sonrisa pecaminosa, pechos perfectos que destacaban gracias al enorme escote de su vestido, caderas anchas, muslos firmes y piernas largas. Era lo que Diego llamaría su tipo.

—¿Qué pasa? ¿Es usted mudo, señor Detective?

—N-no, perdón. Sí, sí tengo fuego —balbuceó y sacó su encendedor. Ella puso el cigarro en su boca y se acercó a la llama, a él le temblaron las piernas—. Gracias. ¿Tiene usted nombre, señor Detective?

—Diego. Me… me llamo Diego. ¿Y tú? —Trató de sonar seguro y más maduro, pero ella le sonrió de forma condescendiente. Seguro que a sus ojos más que hombre él era un niño.

—Soy la Bruja Roja. Secuestro chiquillos en sus 20 para llevárselos al demonio que es mi padre —respondió sonriente. Diego se la quedó mirando y luego se largó a reír, ella lo imitó.

—De verdad te metiste en el personaje, ¿eh?

—Más de lo que crees. ¿Qué hace usted fuera, Detective?

—Estaba investigando un crimen —respondió siguiéndole el juego, le daba más confianza—. ¿Ha escuchado la señorita acerca de las desapariciones? Me parece usted muy sospechosa, ¿le molesta si le hago algunas preguntas?

—Para nada, Detective —dijo entre risas y luego se acercó de forma peligrosa, sonriendo coqueta y sus dedos bajando delicadamente por el pecho de Diego—. ¿Me va a encerrar si soy culpable?

—Puede ser, quizás le gustaría seguir con el interrogatorio en un lugar más privado —comentó Diego olvidándose de lo intimidante que era, pensando que el que no arriesga no gana, quizás a ella le gustaban menores y por eso andaba en esa fiesta.

Ella le guiñó un ojo y se alejó, Diego la observó caminar idiotizado por el vaivén de sus caderas hasta que la mujer volteó a mirar desde el portón de entrada dedicándole la misma sonrisa coqueta de antes. El joven no necesitó más, se olvidó por completo de la fiesta, de su hermana menor y de las desapariciones, aceptó la invitación sin pensar en nada más que en las curvas de la mujer que lo esperaba a orillas de la carretera. Caminó a pasó rápido hasta alcanzarla, ella lo tomó del brazo, jugueteó con su corbata y se acercó a su oído para susurrarle «Mi casa está al frente, queda a unos 15 minutos». Él asintió, mudo. No podía creer su suerte, bendijo a su hermana por arrastrarlo hasta esa fiesta.

Cruzaron la carretera y avanzaron tomados del brazo por uno de los caminos escasamente iluminados que llevaban colina arriba. Ella se aferraba a él y le susurraba al oído todo lo que le apetecía probar esa noche, de vez en cuando le daba un mordisco en el lóbulo de la oreja, le regalaba uno que otro beso fugaz y su tacto se volvía cada vez más osado. Diego le respondía siguiendo sus provocaciones, estaba tan extasiado que ni siquiera prestó atención al entorno. No fue consciente del minuto en que dejaron atrás el camino principal con sus postes rudimentarios ni de que ya no había más desvíos para llegar a alguna casa más adelante. Tampoco notó que hace mucho habían dejado atrás los ecos de la fiesta, ni que la naturaleza comenzaba a dibujarse a su alrededor, lo único que rompía el silencio eran los susurros, los besos, sus pasos y los grillos. Reaccionó cuando escuchó a un ave nocturna.

—¿Nos perdimos? —preguntó mirando alrededor.

—¿Qué importa? La compañía es buena, ¿no?

—Sí, pero no es seguro estar aquí —comentó sin caer en sus encantos otra vez. Miró abajo, a lo lejos podía ver las luces de la fiesta—. Sigamos las luces para bajar y nos vamos a tu casa.

—¿No quieres probar una experiencia en la naturaleza? —dijo cerrando la distancia entre ellos. Diego sintió que cierta zona de su cuerpo reaccionaba al tacto de esa mujer, pero hizo un esfuerzo sobre humano por pensar con la cabeza.

—Prefiero algo más tradicional, y sé que no hay más casas arriba. El camino no deja pasar vehículos a esta altura —respondió apartándola solo lo suficiente.

—Eres de lo más aburrido.

La escuchó resoplar y luego sus pasos alejándose, pero no iba hacia abajo, sino que seguía subiendo. Se sintió un idiota, ella tenía razón ¿qué podía pasar allí? Si había algún loco suelto por ahí, iba a enfocarse en los que salían ebrios de la fiesta no a buscar gente en medio de la nada. Los pasos se detuvieron, no supo por dónde continuar así que pensó en llamarla, pero recordó que se había presentado como «Bruja Roja» y no le parecía muy acertado gritarle eso considerando que ya estaba molesta con él.

El rumor de las hojas y unas ramas rompiéndose le indicaron el camino a seguir, había avanzado rápido, ya estaba a algunos metros de su posición. Sacó el celular con la intención de iluminar el camino, pero el aparato estaba muerto.

«¡Pero si le daba para por lo menos una hora! ¿Tanto tiempo estuvimos caminando?». Algo hizo “clic” en su cabeza con ese pensamiento y se detuvo en seco. «¿Y si es una trampa? ¿Y si ella es la asesina?». Un grito de auxilio interrumpió sus cavilaciones, corrió en su dirección, tropezó más de una vez con algunas piedras y se estrelló con un par de árboles, pero se las arregló para llegar hasta el lugar. El cielo se despejó haciendo más fácil la tarea de buscarla gracias a la tenue luz de la luna.

—¡Ayuda! —gritó ella una vez más.

Diego miró en su dirección y vio su silueta arrastrándose en el piso. Corrió de nuevo, pero su cuerpo dejó de responder con la escena que tenía frente a sus ojos. Lo que había atacado a la mujer no era un animal salvaje ni un ser humano. Jamás en su vida había visto algo así fuera de una película: era un monstruo de unos dos metros y medio de alto; cuerpo robusto y fuerte; la mitad inferior de su cuerpo era peluda como la de un animal; su rostro no tenía ojos, en vez de nariz había dos agujeros alargados, de su boca sobresalían cuatro colmillos que perforaban la piel para salir al exterior; su cabeza estaba coronada por una abundante melena negra.

«¡Muévete, imbécil! ¡Es obvio que es un disfraz! ¡Es Halloween!», se dijo a sí mismo cuando superó esa primera impresión. «Es grande, tiene que ser lento. Tómala y te escapas». Hizo ademán de correr, pero el monstruo soltó un rugido ensordecedor que hizo que sus músculos dejaran de responder. Su corazón comenzó a bombear con fuerza, dejó de respirar, las rodillas amenazaron con ceder y su rostro se empapó de un sudor frío cuando la tierra tembló a sus pies con solo un paso de esa bestia. Solo entonces fue consciente de las cadenas que sostenía el monstruo en sus manos, azotó el suelo con ellas, provocando más temblores. El cielo se nubló otra vez y la oscuridad los consumió, el aire se volvió más frío y hasta los insectos se quedaron en silencio.

Algo comenzó a moverse en las sombras, no podía ver casi nada, solo pudo distinguir varios pares de brillantes ojos rasgados de color blanco que al enfocarse en él se tornaron de color rojo. La luna decidió alumbrar una vez más y pudo distinguir los cuerpos amorfos que se acercaban hasta él con un lento movimiento ameboide. Los gritos y el llanto desesperado la mujer lo obligaron a mirar en su dirección, una de esas cosas la estaba engullendo, ella se arrastraba pidiéndole auxilio, pero Diego no podía moverse. Eso no podía ser real, esas cosas tenían que ser algún truco, eso tenía que ser una broma. Algo crujió y el grito desgarrador de la mujer inundó el lugar, se la estaban comiendo viva… Entonces reaccionó, estaba a menos de un metro de ella, pero dudaba que fuera posible huir con una persona herida a cuestas.

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29 de Octubre de 2020 a las 18:29 0 Reporte Insertar Seguir historia
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