Cuento corto
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Perfecta melodía

Duelen mis dedos de rozar con sus yemas las finas y tensas cuerdas del chelo, y aunque sangre mi piel, la perfección sólo se encuentra en la práctica constante. Aún espero que el director de la orquesta me convoque para la sinfónica del sábado, estoy seguro de que el teatro estará completo de amantes de la música. Sueño despierto con dicho evento cuando unos resonantes aplausos me despabilan y vuelvo a tierra.

- ¡Un sonido maravilloso Javier! – me felicita Raúl, el personal de seguridad de mi edificio.

- Gracias, supongo, pero necesita ser perfecto - suspiro dándole una última mirada a las cuerdas del instrumento para enfocarme en mi compañero – aún fallo en una nota y debo estar listo para la prueba de pasado mañana.

- Oye, tranquilo, quizá tu melodía sea otra, sólo debes encontrarla o quizá ella te encuentre a ti – dijo estas últimas palabras mirando hacia el cielo nocturno por unos segundos antes de volver a fijarse en mi – Debes dejar la azotea libre. Ya pasa la medianoche y no quiero que el resto de los inquilinos se queje por la hora – y haciéndole caso me dispuse a ordenar todo.

- Ya termino, gracias Raúl – y levantando su mano en señal de saludo se despidió de mí.

Guarde el instrumento en su estuche y abandone el escenario de cielorraso estrellado. Baje por las escaleras hasta llegar a mi piso, entré a mi departamento y luego de una relajante ducha me fui a dormir.

Unos cinco años después de aquella noche acepté que mi destino era otro y que mi tiempo de tocar en una orquesta había pasado. Tanto esfuerzo y práctica hizo que los tendones de mi mano derecha se dañaran, impidiéndome tocar más de 40 minutos seguidos. Tuve que renunciar a un sueño, y aunque me dolía en lo más profundo de mi corazón, algo en mí resonaba, aunque no sabía bien el qué.

- ¿Javier? – alguien por detrás toca mi hombro llamando mi atención. Al girar noto un rostro conocido.

- ¡Raúl! ¡Tanto tiempo! ¿Cómo estás? – hacía 2 años que no lo veía ya que me mudé a una zona residencial, a las afueras de la ciudad.

- Acá ando, yendo a buscar a mi hija de su clase de piano, está practicando para las pruebas de verano – mencionar a su hija hace que brille su mirada llena de orgullo – Y usted ¿Sigue tocando? ¿Encontró esa perfecta melodía que tanto buscaba?

- No, lamentablemente no la encontré – le conté que renuncié a la música debido al problema de mi mano y él sólo atino a sacudir su cabeza de un lado a otro.

- No me mal entienda Javier, usted es, o fue, un gran músico, pero la melodía que busca no está en ese instrumento – pude notar en su miraba un destello de luz que me hipnotizó – Recuerde lo que le dije una vez, si usted no la encuentra entonces ella lo va a encontrar a usted.

Un tiempo después conocí a Paola. Recuerdo que salí a tomar un poco de aire a una plaza cerca de casa una tarde de verano. Ella vestía un vestido blanco de fibrana, parecía un ángel flotando, la luz del sol penetraba entre las hojas de los árboles produciendo destellos de luz en su caminar. Fue irresistible para mí, caí bajo su encantamiento, no dudé y caminé hacia ella. No sé si tartamudee ni tampoco lo que dije, pero si recuerdo lo que sentí en ese momento: ella sería la madre de mis hijos. Hoy cumplimos 1 año de casados.

- ¡Javier! – Paola grita mi nombre con un tono desesperado desde la cocina.

- ¿Qué pasa? – le pregunto mientras me dirijo hacia ella.

- ¡Javier! – su segundo grito denotaba un temblor en su voz – tengo miedo, creo ya viene – toca su panza y unas lágrimas asoman en sus ojos.

- ¿Estás segura? – digo sin poder creer que el momento ya llegó.

- Creo que si – sus ojos se agrandan - ¡AY! – eso lo confirmó.

Busqué el bolso con la ropa que habíamos preparado días atrás, agarré las llaves, tomé a Paola por la cintura y nos fuimos al hospital.

Habían pasado 3 horas y nada nuevo sucedía. Paola no quería calmantes asique sus gritos quedaron marcados en la almohada y sus uñas en mis brazos. Cuando vino el Doctor a revisarla dijo que la dilatación estaba bien pero que debían hacer una cesárea, el cordón umbilical estaba rodeando el cuello del bebé. Sin demoras prepararon todo y llevaron a Paola hacia la sala de partos. No me dejaron estar presente asique no sabía que estaba pasando. Llegaron mis padres y mis suegros. Ellos eran mi compañía en la sala de espera, aunque sin Paola me sentía solo. Ella es el pilar de mi vida, sin ella mi mundo caería al vacío.

- Felicitaciones al nuevo papá – me dijo la enfermera con una amplia y cansada sonrisa – puede pasar por la habitación 214.

Sentí palmadas de felicitaciones en mi espalda y al girar vi los rostros de los nuevos abuelos. Mis manos temblaban, mis piernas apenas se mantenían rectas, sentía que iba a desvanecerme en cualquier momento. Respiré hondo y caminé con valor hacia la habitación. La puerta estaba semi abierta y pude distinguir la silueta de mi esposa recostada sobre una cama con los ojos cerrados. Entré sin hacer ruido para no despertarla pero el sonido chirriante de la puerta lo hizo por mí, sus ojos se abrieron y como intensos faroles celestes se posaron en mí. Pestañeó cansada y una lágrima acompañada de una feliz sonrisa corrió por su rostro. Di un paso en su dirección pero el llanto de un bebé atrajo mi atención frenando cada movimiento de mi cuerpo. Era el llanto de mi hija, Sofía. La acurruque entre mis brazos y comencé a mecerla. Era igual a su mamá, era perfecta en todos los sentidos.

Mi pequeña abrió sus delicados ojitos esperando ver las maravillas que este mundo le iba a otorgar y en cambio fui yo el que se llevó la mayor sorpresa. Al fin comprendí lo que Raúl intentaba decirme. Al fin encontré mi perfecta melodía.

21 de Septiembre de 2020 a las 22:13 0 Reporte Insertar Seguir historia
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Fin

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Erica Lepre Escritora a medio tiempo

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