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Primer Capítulo

1

Mi hermano mayor se llama Eduardo Martínez, tiene el pelo oscuro, casi negro y está por cumplir los veintisiete años (aunque no los aparente). ¿Por qué les cuento esto? Porque hace más de tres semanas que desapareció, y esta vez, creo que no va a volver.


Esperen, vamos a ordenar un poco los hechos, porque si no, no van a entender nada.


Mi hermano está enfermo, aunque decir enfermo es abarcar mucho terreno. Más bien tiene, como le dicen ahora, capacidades diferentes. No es que sea una persona retrasada ni nada por el estilo, tampoco es lento o lerdo, solo que él, vive en “su mundo”.

Nosotros, y cuando digo nosotros, me refiero a su familia, siempre supimos que Eduardo era diferente. Vive a su tiempo y en su tiempo. Es como si tuviera algún tipo de autismo, pero su vez es más rápido, más despierto que cualquiera de su edad.


La primera vez que desapareció, lo hizo por casi ocho horas. En ese entonces él tendría unos diecisiete años, y mi mamá casi se muere de la desesperación. Yo tenía siete u ocho, y recuerdo el revuelo que se armó. Mi mamá lloraba, mi papá no paraba de llamar por teléfono, empezando por la policía e incluso a varios hospitales. Vinieron los vecinos, gente conocida y hasta algunos amigos de la familia para salir a buscarlo por la zona. En esa época, vivíamos en Saavedra, un pequeño barrio de Buenos Aires. Cualquiera que haya vivido ahí, sabe que es un lugar muy chico pero bastante unido por sus vecinos, (o por lo menos yo siempre lo sentí así).


Mientras todos estaban desesperados, yo tomaba la merienda en el comedor, mirando para afuera por el ventanal que está en el frente de la casa, cuando de repente lo vi venir caminando, como si nada.

-Mamaaaaa!- grité –Es Edu!-

Mi mamá, vino volando y al abrir la puerta, ahí estaba. Venía caminando por la vereda, mirando el cielo y silbando (siempre silbaba). Cuando mamá le preguntó dónde estuvo, él le contestó – Jugando a los vaqueros mami, jugando a los vaqueros. -

El tiempo pasó, y estas “escapadas” siguieron. Cada tanto Edu desaparecía, a veces por un par de horas, a veces más tiempo pero siempre volvía. Mi papá, intentó anticiparse a estas salidas vigilándolo sin que él lo supiera. Incluso llegó a colgar unas pequeñas campanas en la puerta para que hicieran ruido si alguien salía o entraba de la casa, pero Edu, siempre se las ingeniaba para escaparse igual.


Para cuando yo tenía doce años mi hermano se escapaba regularmente, casi una vez por semana, y la intriga por saber a dónde iba crecía poco a poco en mí. Recuerdo que una vez le pregunté si podía llevarme con él, pero Edu sencillamente dijo – Sos muy chico para jugar con nosotros, mejor quédate en casa mirando la TV – Y eso fue todo, tan simple como eso. Mi hermano el lento, el “retrasado” me había puesto en espera, y no hubo forma de que pudiera convencerlo de otra cosa. Lo que sí, pude hacerle prometer que me iba a contar de sus juegos y sus amigos. No le dejé alternativa, tuvo que aceptar. Tal vez yo fuera más pequeño, pero no por eso menos insistente.

Y así fue que con el correr de los meses, Eduardo se fue abriendo conmigo. A veces tardaba horas o días en contarme de sus escapadas, pero poco a poco, le iba costando cada vez menos. Al principio solo contestaba a mis preguntas, pero a medida que pasaba el tiempo se fue soltando más y más. Ya para cuando yo cumplí los doce, era él quien me buscaba para contarme. Pasábamos horas hablando, casi siempre de noche aprovechando que nuestros padres dormían. Él se pasaba a mi cuarto y hablábamos, hasta altas horas de la madrugada. Luego, mientras yo dormía, el volvía en silencio a su cuarto. Fueron buenos tiempos, ambos disfrutábamos mucho de nuestra mutua compañía e incluso a veces me daba la sensación que a veces se escapaba para luego venir y contarme.

En estas charlas nocturnas, él me contaba increíbles historias. Indios y vaqueros, peleando en alguna llanura perdida en el tiempo. Muchas veces me relataba épicas batallas, donde valientes soldados combatían en algún histórico campo de batalla. Otras veces, sus juegos se tornaban aún más fantásticos y los relatos abarcaban los más remotos confines del espacio donde naves espaciales y temibles extraterrestres libraban increíbles guerras. Yo, no podía más que quedarme embobado ante semejantes relatos, añorando el día en que decidiera que yo tuviera la edad suficiente para jugar con él y sus amigos.


Así, fue pasando el tiempo. Mis padres siguieron sin poder frenar estas escapadas, tanto que para cuando él cumplió los veintidós años, ya dejaron de intentarlo y simplemente lo tomaron como era, un chico que algunas veces salía por las tardes a jugar con sus amigos. Yo, simplemente me limité a seguir disfrutando de sus fantásticas historias. Era un pequeño bálsamo, lo sabía, pero de ninguna manera iba a perderme la oportunidad de que, cuando llegase, el momento pudiera unirme a su variopinto grupo de piratas espaciales y valientes vaqueros.

Semana a semana, mes a mes, las historias siempre eran distintas, los protagonistas rara vez se repetían y una vez que morían, era muy extraño que volvieran a ser nombrados, salvando algunas excepciones donde estos, fueran recordados por algún evento o hazaña extraordinaria. Esto siempre me pareció algo extraño, pero no dejaba de tener lógica. Imaginen un grupo de muchachos que jugaran alguna especie de juego de rol, donde no se necesitaran lápiz ni papel, tan solo bastaba con tener una vivaz imaginación.


2

A medida que el tiempo pasaba, los relatos empezaron a parecerme cada vez más sosos y lentamente comencé a perder interés en ellos. Para entonces yo ya había superado, por mucho, la barrera de los dieciséis años y mis propias historias fueron reemplazando a las suyas. Comencé a frecuentar mi propio grupo de amigos, con los cuales íbamos a la misma escuela. Compartíamos gustos musicales y, de vez en cuando salíamos por la noche a bailar o bien simplemente nos juntábamos a perder el tiempo. Sea cual fuere el motivo, yo era consciente que lentamente me iba distanciado cada vez más de mi hermano. Esta distancia, lentamente se iba haciendo cada vez más grande, y cuanto más tiempo pasara, más me iba a alejar de él. Fue por eso que decidí hacer algo al respecto. Ese mismo día lo iba a convencer que me llevara con él.


No sé si esta decisión fue por él o por mí, ya que la curiosidad por saber que era lo que hacía mi hermano cuando se escapaba seguía ahí. Recuerdo que esa mañana fui a despertar a Eduardo con su desayuno preferido, café con leche y panes con manteca. Yo sabía que iba a ser difícil de convencerlo por lo cual, (y lo digo un poco avergonzado), decidí utilizar cualquier ventaja que tuviera a mano, inclusive su propio estómago, para intentar convencerlo. El resultado resultó ser totalmente inesperado.

Mientras él comía el último pan remojado en el café con leche, le pregunto – ¿Edu, te gustaría que hoy por la tarde vos y yo vayamos a jugar con tus amigos? -

Él levantó la mirada del plato, y sin haber terminado de tragar me contesta – ¿Hoy, es martes? -

Intrigado, yo le contesto – Si, todo el día.-

- Entonces sí, juguemos.-

Y así fue. Sin un centímetro de duda, sin ponerse a pensarlo, mi hermano decidió (quién sabe cómo o por qué) llevarme con él.

Eduardo fue al baño, se cepilló los dientes (como todas las mañanas). Se preparó su ropa y se vistió. Por mi parte, creo que no tardé más de diez minutos en prepararme, y para cuando él aún no se había puesto ni los pantalones, yo ya estaba sentado en una silla al lado de la puerta de entrada esperándolo.

No quiero exagerar ni nada pero, me sentía como si tuviera doce años nuevamente y mi hermano mayor estuviera a punto de llevarme a mi primera cita. Más nervioso, imposible.

Creo que eran las nueve o diez de la mañana cuando Eduardo bajó por la escalera preparado para salir. Vestía una remera blanca y vieja con el logo de Star Wars, unos jeans gastados y unas zapatillas sin marca. Yo por mi parte, usaba una camisa a cuadros con una remera blanca impecable debajo, un jean y unas All Star. << Hermanos hasta la médula!>>, recuerdo haber pensado.

En un segundo, me levanté de un salto de la silla y fui a buscarlo. Parecía un perro desesperado, esperando a que lo sacaran a pasear. Edu, me miró y me dijo – Vamos, por acá. - y señaló la puerta que daba al patio de atrás. En ese momento entendí, riéndome para mis adentros, Eduardo jamás usó la puerta del frente para salir, si no que debía tener algún otro camino para salir por el fondo de la casa.

Al salir al patio, Eduardo comenzó a caminar directamente hacia la escalera que iba a la terraza. Esto me extrañó mucho, más aún cuando lo vi abrir en cuartito que tenemos arriba, donde se guardan herramientas y cosas que no suelen utilizarse con mucha frecuencia.

Yo me quedé parado en medio de la terraza sin saber bien cómo reaccionar. ¿Estaría buscando algo? ¿Para qué subir a la terraza si de acá no podíamos ir a ningún lado... o sí? Cuando este pensamiento surcó mi mente fui corriendo hasta el cuartito, y al abrir la puerta mi sorpresa no pudo ser más grande. Al fondo, detrás de todas las cajas repletas de herramientas y muebles sin usar estaba Edu, de espaldas a la puerta, sentado en el piso. Sin darse vuelta me dijo – Dale, vení! Cerrá la puerta que si no, no anda.

Más por intriga que por otra cosa, cerré la puerta y mientras esperaba que mis ojos se acostumbraran a la oscuridad caminé hacia donde había visto a mi hermano sentado. Al llegar a su lado le pregunto – ¿Edu, que hacemos acá? ¿Podemos bajar y salir a buscar tus amigos de una vez?

- Shhhhh, sentate acá adelante mío y callate. Yo te voy a enseñar.

Un poco fastidioso, me senté delante de mi hermano y le dije – Listo, ¿Y ahora qué?-

- Ahora cerrá bien fuerte los ojos- me dijo mientras me ponía las manos en los hombros - Y no los abras hasta que yo te diga.-

- Dale Eduardo, dejate de joder.- Le dije mientras intentaba levantarme en vano. Sus manos me tenían sujeto al piso.

- Shhhhh, quedate quieto. Que si te movés, no me sale. -

La verdad, que muchas opciones no tenía, o sí, pero la curiosidad me estaba matando.

Eduardo me tenía bien agarrado, empujando mis hombros hacia abajo, así que decidí seguirle el juego, un rato por lo menos.

- Dale. - Le dije en voz baja, - pero aflojá que me estás rompiendo la espalda. -

Eduardo relajó un poco sus brazos y yo, acomodándome un poco luego de sufrir su presa, cerré fuerte los ojos.


No sé si fue un segundo, un minuto o una hora pero pasado ese tiempo inestimable, mis oídos se taparon bruscamente, para luego destaparse con la misma rapidez. Eso me dejó un poco mareado, por lo cual decidí ignorar las instrucciones de mi hermano y abrir los ojos para ver si él se encontraba bien.

Seguía sentado frente a mí, pero con los ojos bien abiertos y media sonrisa en su rostro.

-Vamos- Me dijo, y se levantó rápidamente para dirigirse a la puerta del cuartito.

Yo, me quedé sentado unos segundos, esperando a que se me pasara el mareo. Lo vi abrir la puerta y salir, mientras pensaba en lo extraño de toda esta escena.

Me levanté, fui caminando lentamente hacia la puerta y salí.

8 de Septiembre de 2020 a las 21:27 0 Reporte Insertar Seguir historia
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