horaciopuissegur Horacio Puissegur

El Reflexionario desenmascara los más profundos sentimientos y las reflexiones más despiadadas que seamos capaces de concebir, a través de cuentos de lectura ágil y sencilla. Va desde lo real a lo fantástico, desde lo meramente cotidiano a lo onírico, desde lo trivial a lo profundo; directo e irónico, novedoso, excéntrico y conciso. De humor ácido y desopilante. Permítete soñar, analizar y ver la realidad desde otro lugar con esta colección de cuentos.



Cuento Todo público.

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Papeles

Nunca pensó que iba a ser tan fácil cometer un crimen, y por supuesto que lo fue; acusado y sentenciado a 25 años de prisión por varios motivos casi al unísono, como un diabólico dominó; que se desataron en una apacible tarde de agosto. Romero Gamarra, paraguayo nacionalizado finlandés, se encontraba trabajando, arreglando la acera en un barrio muy paquete de Helsinki, bien en la esquina de Ratakatu intersección Fredikinkatu, cerquita de la iglesia luterana de Johameksenkirkko, donde hacía muy poquitos días había bautizado a su primogénito, al que llamó Valkoinen Romero Gamarra. Al principio Romero no hablaba muy bien el idioma, todavía no lo hace, pero él había ido para otra cosa; la idea era juntarse unos pesitos para volver a Brasilia y casarse con su novia Mirna, una morena deslumbrante y cautivadora, pero nunca más volvió… Una mañana, haciendo la cola en un maxikiosco intentando hacer una carga virtual al teléfono para poder llamar a su garota, se bajaron de un patrullero tres policías fuertemente armados con macanas y pistolitas eléctricas, él supo casi enseguida que eran de inmigración; intentó esconder su morena cabellera entre la muchedumbre de gente blanca, blanca como la nieve y rubia, rubia como pequeños querubines alados, pero no tuvo chance, lo detuvieron, alguien lo había denunciado a las autoridades. Lo llevaron raudamente a la comisaria y fue allí que se encontró con ella; una señorita que se había acercado a esta terminal policíaca para denunciar que sus vecinos sacaban fuera de horario la basura a la calle, mientras Romero, sentadito y esposado (esperando que lo llamaran para hablar e intentar aclarar la situación que lo aquejaba con algún uniformado de mayor rango que en ese momento estaba ocupado con otros quehaceres más rutilantes) escuchaba, aunque no entendía un corno de lo que estaba reclamando la señorita en cuestión al oficial receptor casi a los gritos; pero pensó que realmente sería algo muy grave por las lágrimas de la fémina, lágrimas de ira e impotencia. En ese momento dos policías lo levantaron sin dirigirle la palabra, para llevarlo Dios sabe dónde. Pasó junto a ella casi sin tocar el suelo y a una velocidad al mejor estilo onda verde y emanando un olorcito a rancio del julepe que tenía, mientras se preguntaba por qué motivo se había dejado llevar por las habladurías de René, su primo segundo; que le había asegurado que en el viejo continente el que ponía el lomo hacia una diferencia y tenia más oportunidades de salir adelante. Fue casualidad que terminara en Finlandia; una tormenta de nieve obligó a la nave a desviarse y aterrizar ahí, su destino era Madrid, España. Fue allí que Jaakkina primero lo olió; al girarse para saber de dónde venia el hedor lo vio y se enamoró casi al instante de ese ser tan distinto a ella: moreno, bajito, robusto y ahora mismo con un terrible olor agrio. Repentinamente dejó de lado su reclamo y le preguntó al comisario de la seccional el motivo de la detención del susodicho; el cual le respondió en tono “confidencial” que se trataba de un ilegal que iba a ser deportado. Después de un rato tratando de disuadir al comisario, se ofreció a pagar la fianza y llevarlo derechito al aeropuerto para que se tome el primer avión que saliera a Sudamérica. El hombre accedió a regañadientes, pero todos conocían a Jaakkina, devota y cumplidora de la ley; Romero Gamarra estaba en buenas manos, pensó el comisario, seguramente esa misma tarde partiría a su destino. Pagó los 88 euros de la fianza y se lo llevó. De camino a la calle, ella hablaba y hablaba, a lo que Romero sólo asentía y sonreía, o ponía gesto adusto si ameritaba la cara de ella mientras decía cosas para él, incongruentes. Y así fue que tres meses después se casaron y al año nació su pequeño hijo, pesando cinco kilos y medio; morenito morenito, ya que los genes oscuros suelen ser preponderantes. Por supuesto, él obtuvo su ciudadanía y era un tipo feliz como pocos. Hacía trabajos que los autóctonos repelían con holgura y cobraba muy bien, amaba lo que hacía. Y así llegamos a esa tarde fatídica de Agosto… Él recuerda estar de espaldas a la calle perfeccionando, retocando el cordón, cuando en un instante todo sucedió… La noche anterior se había guardado en el bolsillo trasero de sus jeans la dirección del lugar donde tenía que ir, en una hoja tamaño oficio que dobló en varias partes; al inclinarse casi por completo para terminar el trabajo, esa hoja cayó al pavimento y ahí empezó el problema. Un muchachito que pasaba en bicicleta vio el papel en el suelo (ahí esas cosas no se permiten), la audacia e inconciencia del niño, más como un juego que otra cosa, hizo que quisiera agarrarlo al vuelo sin frenar, para arrojarlo al primer cesto cual basquetbolista avezado. En ese momento Romero Gamarra estiró su pierna para elongarla, porque se le había agarrotado de estar en cuclillas tanto tiempo; obviamente no vio al pequeño ciclista, y niño, bicicleta y papel volaron hacia un auto que venía por la otra mano. Se estamparon contra el parabrisas del vehículo que intentó frenar, con la lamentable consecuencia de que el rodado empezara a dar trompos y golpeara un carrito de compras en manos de una joven pareja que salía del supermercado, arrojándolo contra la vidriera del mismo haciéndola añicos, en el momento justo en que una familia tipo traspasaba los umbrales de las puertas corredizas. Los fragmentos de cristal volaron hacia ellos, con la fortuna de que a los pequeños no los alcanzó ninguna esquirla, aunque los padres no corrieron con la misma suerte y tuvieron que ser llevados por precaución y control por la ambulancia que llegó como si hubiese estado prácticamente a la vuelta del supermercado. Cuando llegó la policía, a los 28 segundos, había un desparramo increíble de personas, aunque ninguna de gravedad, y muchos objetos que bañaban las impolutas calles y veredas de Helsinki. Todos los testigos coincidieron en una sola cosa: La culpa fue del morocho que arreglaba el cordón y que había tirado a propósito un papel en la calle, generando total anarquía. La culpa era de Romero Gamarra por ser distinto; eso era seguro. Le tocaron 25 años no excarcelables por daños y “prejuicios”. Ahora desde el patio de la prisión reflexiona: Papel pintado, papel reciclado, milimetrado o de regalo; nunca pero nunca va a dejar de ser papel.

30 de Agosto de 2020 a las 00:02 0 Reporte Insertar Seguir historia
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