criseme Cris Eme

Cuando el desierto te rodea pero no puedes dejar de sentir el mar con cada uno de tus sentidos.


Cuento Todo público.

#mar #inspiración #música #desierto
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Mar

El sonido de unas olas restallar contra la dura y erosionada roca impacta con fuerza, extendiéndose por todas partes. Pero no lo veo. No lo encuentro.

El olor a salitre arde al invadir mi olfato y siento mis pulmones expandirse plenos, frescos, libres. Pero sólo desierto y vastas extensiones de abandono me rodean.

Sabor a mar y granos de arena húmeda cortan mis labios y forman grietas que escuecen al sanar en las comisuras. Pero es una ilusión, nada de ello se halla cerca de mí.

Mi piel, reseca y engañosa, experimenta la eterna contradicción del mar sobre ella, esa dicotomía entre la sequedad de la sal y la humedad que sólo conviven sobre la piel. Pero nada más. Mis sentidos se burlan de mí.

Mi mente, reacia, pugna por la razón. Mis sentidos, al contrario, claman por sus sensaciones. Confrontación que atormenta, que agota, que debilita.

De pronto, un respiro ante la tormenta. El sonido de unos acordes a guitarra se suceden sobre el ruido de las olas que nunca he dejado de escuchar. Parecen reales y me aferro a la melodía como un sediento a la última gota del desierto. Es real. Tiene que serlo.

Y efectivamente, lo es. Un chico sentado detrás de la duna hace vibrar las cuerdas de una vieja guitarra, no sigue un patrón de notas conocido, ni profundiza en estrofas o estribillo, sólo toca las cuerdas sin pensar, como perdido en las profundidades de su cabeza. El sonido es cálido e invita a cerrar los ojos, las sensaciones del mar se agudizan y, por primera vez, siento que estoy en él.

Cuando la melodía termina, la realidad sobreviene. El mar ha vuelto a desaparecer y vuelvo a encontrarme en este árido desierto. Pero ya no estoy sola.

Él me está mirando y siento que comprende todo. Se levanta de forma costosa por el peso añadido de la guitarra y se queda de pie a mi lado, elevándose unos centímetros por encima de mi cabeza. Juguetea con sus dedos sobre el instrumento en silencio y puedo percibir un sinfín de pensamientos a través de su mirada profunda, como si supiera bien lo que ocurre, pero no fuera capaz de expresarlo con palabras.

Noto de inmediato cómo se levanta la húmeda brisa del mar y cómo las gotas saladas de una ola al romperse encuentran mis mejillas provocando la fresca sensación que me recuerda al océano. Pero sigo sin comprender.

“El mar están poco más despierto”, su voz, grave y titubeante, llega por fin a mis oídos. Centro la mirada en él, pero en ese momento se encuentra concentrado en las miles de hectáreas de seca arena que nos rodean.

Quiero gritar, exigir mil explicaciones y, de una vez, encontrar ese añorado mar que no puedo ver. Pero no puedo hacerlo, él no me da esa oportunidad.

Toma otra vez la guitarra entre sus manos y comienza una nueva canción. Escucho, por fin, su voz entonando una melodía y permito que toda ella envuelva cada fibra de mi ser.

Está rota, rasgada y suena tan cálida, acogedora y suave que puedo sentir que el corazón se acelera y se arrastra con él.

De pronto, noto cómo el agua golpea mis piernas, empapándolas al instante, arrancándome por sorpresa de aquel golpe de guitarra que presentaba el estribillo.

No quiero mirar, no quiero volver a decepcionarme, pero él sonríe en ese momento y lo tengo claro. Esta vez no será una ilusión.

Ahí esta. Como si siempre hubiera estado allí, las frías aguas del mar cubrían mis pies rodeándolos de arena y espuma de mar. Pronto, otra ola nos alcanzó, repitiendo el mismo patrón que la anterior, como si nunca hubiera desaparecido.

Alcé la mirada y la dejé perderse en la inmensidad de aquel lugar que nunca debí dejar de ver.

Sentí la emoción rasgando mi interior y mis ojos arder que, incapaces de soportar más la alegría, permitieron derramar un única lágrima que se perdió entre las profundidades del mar. Una sensación plácida me embargó. Todo estaba bien.

Entonces la melodía dejó de sonar y volví a concentrarme en él; quien me arrancó la venda que me cegaba y me devolvió lo que más había anhelado.

Sonreí con el agradecimiento impregnando mis ojos y él sólo me extendió su mano, invitándome a continuar.

Su mano, cálida y firme, apretó la mía y nos dejamos acariciar por el tacto amable del sol y el cosquilleo del mar a nuestros pies, caminando por aquella playa que no tenía fin.


28 de Agosto de 2020 a las 08:37 0 Reporte Insertar Seguir historia
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Fin

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Cris Eme Madrileña. Escritora y opositora. A la deriva por la fina línea del mundo real y el mundo de los sueños

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