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Hay un mundo allá fuera. Es lo que siempre me dicen.

Lo cierto, es que me agrada estar aquí. No siento la necesidad de salir de mi zona de confort ni descubrir lo que el mundo me puede ofrecer.

Hay un sin número de variables, las posibilidades son infinitas, me dijo alguien menor que yo. Y le creo.

Pero simplemente no puedo abandonarlos. Si, a ellos, a esos chicos que están expuestos en esa sala blanca y sin muebles, solo con la temperatura adecuada y las condiciones óptimas según dicen sus padres.

Hubo un tiempo, en que mi trabajo lo realizaban hombres, pero aunque los chicos no los rechazaban, si había algo de resistencia a sus métodos. Yo siempre creí que les faltaba solo un pequeño detalle para que ellos los aceptasen. Pero era tan sencillo y normal, que hasta ellos mismos dudaban de esa opción.

Una simple caricia reconfortante habría hecho mucho por esa relación, y aunque muchos lo consiguieron eventualmente, los padres decidieron que quienes los cuidaran, fueran mujeres o personas andróginas con sensibilidad y empatía comprobada, superior o igual a sus compañeras.

Es necesario para mantener equilibrados y tranquilos a esos chicos. Padres y madres tienen la misma capacidad de cuidarlos, pero la naturaleza inevitablemente ha dado preferencia al género que los protege desde su concepción. Esa relación sirve para que ellos, se sientan acogidos, confortados y contenidos.

Y la contención en este trabajo es de vital importancia.

Es por eso que yo estoy aquí. No soy su madre, pero actuó como tal, por lo menos para ellos. Pase muchísimas pruebas para estar en donde estoy. Debí comprobarles que era capaz emocional y psicológicamente de cuidarlos.

Lo cierto es que no dan demasiado trabajo, son chicos tranquilos siempre y cuando se les mantenga ocupados.

Es importante que sus mentes estén trabajando todo el tiempo en actividades creativas y recreativas, después de todo, siguen siendo niños. Si no, pueden llegar a asustarte.

Pero he aprendido a entenderlos. A veces son traviesos, les gusta jugarte bromas, pero todo se soluciona si les das un poco de amor.

Después de todo no es culpa de ellos estar aquí.

El destino si es que existe algo como eso, es lo que los trajo aquí. Y si, quizás también un poco de buena o mala suerte. En realidad, depende del cristal con qué se mire.

Me dijeron que no me involucrara con ellos. Que no debía influirlos, que debían permanecer puros y que mi trabajo en esto era solo mantenerlos en paz para que no sintieran carencia en sus emociones.

Con sus emociones en paz, son fácilmente controlables.

Los padres los necesitan así.

Ellos son muy importantes. Lo controlan todo. Pueden salvar o destruir el mundo.

No han sido los primeros ni los únicos, ha habido muchos, pero algo siempre falla y terminan enloqueciendo y destruyéndolo todo. Literal, todo. Incluidos a sus padres, cuidadores y su hogar.

Claro, si es que a esto se le puede llamar hogar.

Insisto, ellos solo necesitaban un poco de amor.

Sé que es difícil hacerlo debido a sus circunstancias. Al principio es un poco chocante, hay que acostumbrarse a sus apariencias. No son chicos comunes y corrientes. Posiblemente tienen las mismas inquietudes que cualquier ser humano a esa edad, pero es complicado hacerles entender por qué ellos son diferentes.

Cada vez que se comunican conmigo, me hacen la misma pregunta y ha empezado a afectarme.

—¿Por qué? ¿por qué estamos aquí? ¿por qué nos han hecho esto? – repiten cada uno de ellos cada que sienten mi presencia a su alrededor.

¿Qué les puedo decir para pacificarlos? pienso entristecida.

No me agrada que puedan pensar que les tengo lastima. Creo que ningún ser humano merece una emoción como esa, aunque su vida sea terrible. Y creo que por eso les simpatizo. Es por eso, que no me han hecho nada y solo buscan refugio en mí y en mi mente.

Porque sus padres nunca los han dejado salir. O, mejor dicho, nunca tuvieron la posibilidad de salir. Toda su vida ha transcurrido en esta habitación.

Lo curioso de todo, es que han sido ellos quienes me han dicho que debería dejarlos e ir al mundo exterior. Tener una vida, esa que ellos no tendrán.

Si alguna vez han salido de aquí, ha sido solo con sus mentes.

Porque ellos están en otro nivel. Si bien existen en este mundo, la humanidad que queda en ellos fue reducida a su mínima expresión. La única que a sus padres les importa.

Y en realidad, es la que les motiva, el poder de esas mentes.

Esas que son capaces de aplastar tu cabeza con solo desearlo, enloquecerte con una alucinación tan terrible que destroce tu mente o inclusive manipularte para que tu mismo tomes tu vida de propia mano.

Si, son peligrosos, demasiado quizás.

Hay que temerles me dijeron cuando empecé como su cuidadora y sus padres lo hacen. Soy la única que entra a este cuarto.

Los demás los observan tras la seguridad de un muro blindado.

Tengo un excelente sueldo por arriesgar mi vida así, pero en mi fuero interno, siento cariño por ellos. No creo que quieran hacerme daño. He sentido el influjo de sus poderes e inclusive, cuando invaden mi mente, ellos pueden captar lo que estoy sintiendo y descubrir sin esfuerzo si estoy mintiendo.

Los respeto, acompaño, les doy un poco de amor con una simple caricia que nunca llega a tocarlos en realidad, pero que al rozar el cristal de la capsula en el que cada uno de sus cerebros vivientes son conservados, les hace comprender lo que es el tacto de un ser humano.

Se han convertido en mis chicos, los cuido con dedicación, con voluntad y con amor maternal. Ellos lo comprenden y lo agradecen. Me lo han dicho.

Siento su cariño cuando el odio e instinto asesino se dirige hacia los científicos que los esclavizaron y los condenaron a estar aquí.

Morirán.

Ya lo decidieron, enviaron su mensaje directo a mi cerebro.

Estoy orgullosa de ellos.