Un día de invierno Seguir historia

Era uno de los días más frío de invierno por ahora, y que mejor lugar que internarse en la biblioteca, pensó Camila. Pasó por el Starbucks, se compró un Mocha café y una cookie y se fue felizmente a su lugar de escape de la vida real. La última vez que estuvo ahí, se había topado con un libro sobre leyendas celtas y sus dioses. Especialmente la atrajo la Diosa Danu. Era una primitiva deidad celta, diosa madre, ascendiente de todo el panteón céltico, cuyo epíteto significa “aguas del cielo”. Le interesaba todo lo relacionado con lo femenino y su influencia en la vida humana.

Caminó rápido las últimas cuadras y entró al calor. Las estufas estaban prendidas, pero por suerte no al máximo, sino uno se sofocaba ahí adentro. Saludó a la secretaria de recepción. Por lo menos una vez a la semana estaba encerrada ahí. Su madre ya se cansó decirle que nunca iba a encontrar un chico que si lo único le interesaba eran los libros y sus personajes ficticios. Pero para ser sincera, en ese mundo, ella no era la chica tímida y torpe que todos conocían, sino una heroína de su propia novela. Subió rápido las escaleras e iba a ir a su rincón favorito que consistía de dos sillones pequeños, pero que siempre los tenía para ella. Cuando giró la esquina para encaminarse hacía ahí, se quedó quieta. En su lugar se encontraba sentado un muchacho buen mozo metido profundamente en la lectura. Le habían usurpado el lugar.

En ese momento el chico levantó los ojos y la miró. Tenía unos ojos enormes de color verde, que la dejaron estupefacta. Respiró profundo y se acercó a su lugar y se sentó en el lugar vacío. Que incómodo que era esto. Estaba tan acostumbrada estar sola con su libro. Apoyó el café casi terminado en la mesita de a lado, la mochila a sus pies, se sacó la bufanda, el gorrito y la campera y se fue a buscar el libro que lo dejó por la mitad la semana pasada. Cuando volvió, el chico seguía en su lugar leyendo plácidamente. Por lo que pudo pispiar, se trataba de una novela policial, de las cuales a ella no le gustaban. Se sentó, abrió el libro en la sección de que hablaban del arte celta y sus símbolos, agarró el café y se sumergió en el mundo de la lectura. Estuvieron horas así sentados, cada uno en su mundo. Cuando ya se estaba poniendo el sol en el mundo exterior, el muchacho se levantó, miró a Camila y dijo - ¿Mañana a la misma hora? – Lo único que pudo hacer la muchacha fue asentir con la cabeza. Al rato también ella se volvió a su casa, y lo único que pensó a la noche que día extraño había sido ese.

Al día siguiente no sabía si volver ir a la biblioteca o no. Tenía miedo salir desilusionada, pero era una chica determinada y sin miedo y se encaminó a la tarde de nuevo a su sitio favorito. Esta vez pasó por la sección de novelas históricas románticas antes de sentarse. Cuando llegó a los sillones, lo esperaba el chico, con el libro en la mano. Levantó la vista cuando se acercó a él, le sonrió. Ni bien se sentó Camila, abrió el libro y se puso a leer. Ella hizo exactamente lo mismo. Estuvieron en silencio por un rato hasta que finalmente el muchacho cerró el libro y giró la cabeza.

- ¿Te apetece ir a tomar un café conmigo? –

Camila quedó muda. ¿Un chico la estaba invitando a salir? – Emm… bueno, dale – le contestó tímidamente.

El chico se levantó del sillón dejó el libro en la mesita y le extendió la mano. Camila la aceptó con gusto y con su ayuda se levantó. – Me llamó Joaquín, ¿y vos? - - Camila –

Salieron por la puerta y encaminaron a la confitería de la esquina. Se pidieron cafés y hablaron toda la tarde, sobre libros, personajes ficticios y de lugares que querían visitar. Todavía después de 30 años estando juntos, siguen yendo a ese lugar a tomar un café, recordando el día que Joaquín se animó invitarla a salir.