En el hospital San Mungo de enfermedades y heridas mágicas, en la cuarta planta, en la sala de daños provocados por hechizos, todos los sanadores estaban contentos con el último acontecimiento. Muchos años de tratamientos con hechizos sanadores por fin había surtido efecto en una pareja de hechiceros que había llegado hace varios años con un grave trastorno mental producido por la terrible maldición Cruciatos.
Un adolescente de cara redonda junto a una anciana de aspecto severo pero de gestos afables, conversaba alegremente con los pacientes.
—No puedo creer que estén bien, hijo mío. Estoy tan contenta —expresó la anciana al tiempo que besaba el rostro de Frank Longbottom.
—¡Ven aquí, mi niño! —pidió amablemente Alice a Neville que lloraba de felicidad.
—Sí que estás grande, muchacho —dijo su padre.
El sanador a cargo de la sala llegó en ese momento a hacerles algunos análisis protocolares y al encontrarlos en perfectas condiciones, decidió darles de alta aquella misma mañana. La familia Longbottom pensó que podrían comenzar de una vez a recuperar todo el tiempo perdido antes del inicio de las clases al final de aquel verano.
Frank y Alice echaron una última ojeada al lugar pero sin un ápice de nostalgia en la mirada. Observaron a un hombre en la cama próxima cuya cabeza era enorme y desproporcional a su diminuto cuerpo (Al parecer intentó hechizar sus plantas para que crecieran más rápido y el hechizo rebotó en su cabeza) En otra de las camas estaba una mujer cubierta de pelos y una apariencia felina, en otra estaba un chico cubierto de furúnculos, y al final de la habitación solo pudieron advertir a una persona que estaba acostada en su cama. No podían ver ni su cuerpo ni su rostro porque la cama estaba cubierta por cortinas. Sin embargo el sanador corrió las cortinas para tomarle el pulso, pero al hacerlo ocultó con su cuerpo el rostro del paciente, así que los Longbottom solo pudieron corroborar que aquella mano pertenecía a una mujer y que llevaba un brazalete en su muñeca.
Después de llenar un formulario abandonaron por fin las instalaciones de San Mungo y se fueron contentos a su casa.
Mientras tanto, en el hospital, se armaba un gran revuelo en ese momento. Todos los sanadores corrían de un lado a otro pues al parecer uno de los pacientes estaba despertando de un profundo y prolongado letargo.
—¿Ha vuelto en sí? —preguntó con estupefacción un miembro del grupo de sanadores en práctica que estaba en la sala.
La mujer que estaba inconsciente en la cama cubierta de cortinas comenzó a abrir los ojos, tratando de reconocer el lugar. Al pie de su cama había un rollo de pergamino que contenía un último informe de su estado de salud, pero no tenía ningún dato de identificación ya que cuando ella ingresó no pudo siquiera aportar algo coherente.
—Creo que hoy hemos sido bendecidos por Dios con estas recuperaciones tan milagrosas —comentó una de las sanadoras que rodeaba la cama de la mujer.
Ella se veía bastante desconcertada, se frotaba los ojos y miraba en todas direcciones, a los rostros de los sanadores en práctica y al sanador a cargo de la sala como si esperara reconocer a alguien familiar.
El director del hospital, un sanador de edad muy avanzada acababa de unirse al grupo en ese momento. Miraba un pisa papeles que tenía en las manos y que sujetaba un pergamino que contenía información sobre el diagnóstico de la mujer. Él observó el pergamino y luego a sus colegas.
—Entonces es cierto —dijo el director del hospital con alegría.
Todos asintieron.
—Ya no tiene ni rastros de catalepsia —dijo una sanadora en práctica—. Parece que el tratamiento que se le ha estado aplicando todo este tiempo, esas sesiones de fuertes hechizos reanimadores por fin surtieron efecto, como también lo hicieron los hechizos que se le aplicaron a la pareja que se acaba de ir. Pero también lo mandamos a llamar porque tenemos entendido que usted mismo fue quien la trajo aquí. Su informe solo revela su diagnóstico —dijo la mujer mientras pasaba el dedo índice sobre el pergamino leyendo lo que decía—: Catalepsia causada por hechizo —luego levantó la vista nuevamente para posarla en el anciano—, así que pensamos que tal vez usted podría proporcionarnos más detalles
—Bien —dijo este colocándose una mano en la barbilla—, así es, yo puedo contarles para que así formulen sus propias hipótesis al respecto.
Todos se apresuraron a prestarle atención, incluso el sanador a cargo de la sala.
—Ella fue encontrada en el valle de Godric —comenzó a narrar el anciano—. Bueno, yo la encontré caminando con dificultad: desorientada, cubierta de tierra. Estaba a punto de desvanecerse y al final lo hizo en mis brazos. Cuando la traje aquí, ella no respiraba y su piel estaba pálida pero nos dimos cuenta de que aún estaba viva y que sufría de Catalepsia (Una extraña enfermedad que se manifiesta brindándole al paciente todos los signos de la muerte, ejemplo: Rigidez, palidez y respiración casi imperceptible) Luego le aplicamos el hechizo que se utiliza para revelar si la persona ha sido atacada por una maldición y cual es —el hombre fijó la mirada en el pergamino que tenía en las manos y miró a sus colegas nuevamente—. Créanme que quedamos anonadados con lo que descubrimos. Le habían arrojado la maldición Avada Kedabra pues cuando posamos nuestras varitas sobre su cuerpo un destello de luz verde salió de él.
Eso fue por los tiempos en que el - que - no - debe ser - nombrado infundía terror matando a todo el que no estuviese de su lado y nos enteramos de que solo una persona había sobrevivido a la terrible maldición mortal: apenas un bebé, el pequeño Harry Potter. Ustedes lo saben, pero solo él había sido sobreviviente, nadie más, el resto de la familia Potter, es decir, sus padres, fueron asesinados.
La mujer que hasta ahora no prestaba atención a lo que el anciano decía, al oír aquel nombre pareció reaccionar y miró al sanador, ya no con la mirada perdida sino con atención mientras él continuaba su relato, ella parecía asimilar todo dentro de su cerebro.
—Después —continuó el hombre—, llegamos a la conclusión de que tal vez el mago que le arrojó la maldición no era muy diestro ejecutando la magia oscura y por eso le había salido mal. Sin embargo la había dejado muerta en vida. No despertó más hasta ahora y nadie vino a visitarla. ¡Pobrecita! Parece que no tiene familia.
La mujer reaccionó nuevamente al oír esta palabra y por primera vez la escucharon hablar:
—Familia —pronunció casi en un susurro—. Mi... Familia ¿Dónde está mi familia?
—Tranquilícese, Señora... —dijo uno de los sanadores mirando interrogativamente al que acababa de hacer el relato, como esperando que le proporcionara el nombre de su paciente, pero este solo se encogió de hombros.
—Potter —agregó ella en un susurro—, Lily Potter.
Los que la rodeaban la miraron con cara de asombro.
—¿Cómo ha dicho? —inquirió el anciano.
—Mi nombre es Lily Potter —repitió la mujer.
—Eso es imposible —respondió el hombre como para convencerse a sí mismo—. Los Potter murieron, a excepción de Harry.
—¡Harry! —repitió ella—. ¿Dónde está mi bebé? —preguntó con preocupación.
—Quizá los Potter no murieron después de todo —dijo otro sanador—. Bueno, a lo mejor alguien más sobrevivió —señaló a Lily.
El anciano tomó la mano de la mujer y le pidió que relatase lo que sabía de aquella noche.
—No recuerdo mucho —dijo ella con lágrimas en los ojos y la respiración un poco agitada, luego entrecerró los ojos y fijó la mirada en un solo punto, la almohada que apretaba entre sus temblorosas manos. Todos notaron que estaba haciendo un gran esfuerzo por recordar y de pronto comenzó a narrar—. Mi esposo y yo estábamos con nuestro hijo en la sala de estar, él jugaba con el bebé profiriendo colores con la varita...
Ella empezó a sollozar y el anciano le acarició la cabeza para tranquilizarla.
—Tome aire, no se preocupe ya usted está a salvo. ¿Cree que puede continuar?
Ella asintió.
—De pronto —continuó ella—. Mi esposo me dijo que él había llegado, El - que - no - debe - ser - nombrado. Me dijo que lo distraería. Yo corrí con mi bebé hacia su habitación, me encerré con él pero en menos de lo que imaginé él entró, diciéndome que quería matar a mi hijo pero yo no se lo iba a permitir por supuesto. Él me ordenó que me apartase ¿cómo pudo creer que lo haría? Desde luego que no lo hice así que me arrojó la maldición morta. Ya no recuerdo más —dijo la mujer rompiendo en llanto, haciendo un gesto de impotencia con la mano—. Por lo que veo la maldición no hizo efecto o no me impactó, pero ¿qué pasó con mi familia? ¿Dónde están? ¿Dónde está mi bebé? —preguntó con desesperación mirando a las demás camas de la habitación.
El grupo de sanadores que la rodeaban también tenían los ojos inundados debido a que Lily los había conmovido con su relato. Uno de ellos le pidió que se calmara, sabían que había pasado con el resto de su familia pero no querían soltárselo así tan de repente pues al parecer ella había perdido la noción del tiempo, algo muy normal para alguien que ha permanecido inconsciente durante quince años, de modo que el hombre le pidió a Lily que le nombrara a alguna persona que ella conociera y que pudiera ir a verla.
—Mi esposo —respondió ella secándose las lágrimas, con un brillo esperanzador en la mirada—. James Potter. Díganle que venga por mí y que traiga a mi pequeño, por favor.
Todos se miraron entre sí.
—¿Alguien más, señora Potter? —preguntó el sanador con un dejo de preocupación—. ¿Podría usted nombrarnos a alguien más que pueda venir por usted en caso de que el señor Potter no pueda?
—Claro que podrá —respondió ella con el ceño un poco fruncido como si la pregunta del sanador le hubiese resultado insultante, sin embargo le respondió—. Bueno, quizás Albus Dumbledore o Sirius Black.
—¿Sirius Black? ¿El asesino? —preguntó un sanador y el anciano le dio un codazo para que se callara.
—Asesino —repitió Lily—. ¿Qué asesino?
—Nadie, Señora Potter, es solo que mi colega se ha confundido de nombre—. El anciano trató de excusar a su colega—. Trate de tranquilizarse que ahora mismo avisaremos que usted se encuentra aquí —le dijo con una sonrisa en los labios.
—Gracias —murmuró ella—. Pero solo quiero saber si todos están bien.
—El - que - no - debe - ser nombrado ha desaparecido, solo puedo decirle eso, Señora Potter. El peligro ha pasado.
Y el anciano se retiró de la sala junto a sus colegas. Lily se recostó en la cama y abrazó su almohada, esperando con ansias volver a reunirse con su familia. No sabía cuánto tiempo había estado allí pero eso no le importaba, únicamente se concentraba en las últimas palabras del sanador, «El peligro ha pasado»
En Hogwarts, Albus Dumbledore se encontraba en su despacho. Pese a las vacaciones, él como muchos otros profesores no habían querido viajar así que allí estaba, en su oficina tomando el té mientras conversaba con la profesora McGonagall. De pronto dos lechuzas entraron por la ventana con sendas cartas en el pico, ambas formaron un alboroto y las plumas volaron por todos lados cuando forcejeaban por entregar sus encargos. McGonagall se asustó con el escándalo y se llevó una mano al pecho. Dumbledore se dio cuenta de que una de las aves venía de San Mungo porque tenía una cofia en la cabeza con el emblema del hospital (un fémur y una varita entrelazados) Tomó las dos cartas, les colocó un pedacito de pastel a cada una de las lechuzas en el pico y ambas se marcharon de nuevo.
McGonagall miró con enfado a las dos aves hasta que se perdieron de vista y Dumbledore observó los dos sobres. Uno de ellos tenía el mismo emblema que la cofia de la lechuza. Temiendo que algún amigo o conocido suyo estuviese enfermo y recluido en el hospital, quiso abrir ese primero pero luego el nombre del remitente del otro sobre le sorprendió muchísimo.
—Debe ser una broma de muy mal gusto —se dijo a sí mismo.
—¿Por qué lo dices, Albus?—. Quiso saber McGonagall.
—Porque supuestamente esta carta la envía nada más y nada menos que Frank Longbottom.
La mujer frunció los labios en señal de desaprobación mientras Dumbledore se apresuraba a abrir el sobre. Ella le dijo que se retiraría para darle privacidad, pero él le respondió que a él no le importaba que ella estuviese presente. Leyó la carta que era bastante corta.
Frank le comentaba que él y su esposa habían sido curados por fin y que se encontraban en el cuartel general de la Orden del Fénix junto a sus amigos para celebrar y que esperaban que él y la profesora McGonagall también se unieran a la celebración
—¡Fantástico! —exclamó.
—¿Es una buena noticia? —preguntó ella intrigada al ver la sonrisa que él tenía en los labios.
—Excelente diría yo —contestó el anciano—. No se trata de ninguna broma pesada. Alice y Frank Longbottom han recuperado la cordura.
—¡Eso es maravilloso! —expresó la mujer con una enorme sonrisa mientras aplaudía.
—Están en el cuartel general y esperan que vayamos allá.
—Será un placer —contestó ella levantándose de su asiento.
—Pero espera un momento —la detuvo levantando una mano para invitarla a que tomara asiento nuevamente—. Todavía no he leído esta carta que no debe tener buenas noticias, tomando en cuenta de donde viene.
—¡San Mungo! —expresó McGonagall al ver el emblema en el sobre.
Dumbledore se acomodó nuevamente en el sillón y abrió el sobre. Al principio de la lectura su expresión era bastante tensa, entrecerraba los ojos como tratando de entender lo que leía. Su colega estaba allí frente a él, atenta a todas sus expresiones. De pronto, los ojos azules del anciano se iluminaron y casi se saltan de sus órbitas, negaba con la cabeza, trataba de asimilar la información que estaba recibiendo.
—¡Esto no puede ser! —dijo casi en un susurro.
—¿Sucedió algo malo? —preguntó la mujer preocupada.
Él volvió a levantar la palma de la mano para pedirle que lo dejara continuar leyendo. Ella observó atenta como los ojos azules de él se movían compulsivamente detrás de sus gafas de media luna, recorriendo con avidez cada palabra, cada frase y hasta cada centímetro del pergamino que sostenían sus temblorosos dedos. Cuando al fin terminó la lectura una sonrisa aún más grande que la anterior se dibujaba en su rostro, lo que desconcertó aún más a su colega y amiga.
—¿Sabes qué es esto? —le preguntó.
Ella negó con la cabeza.
—Pues es un informe detallado de los sanadores de San Mungo donde revelan algo maravilloso —él se levantó del asiento y comenzó a recorrer su oficina lentamente mientras Minerva lo seguía con la mirada—. Alguien que creíamos muerto está en sus instalaciones y gozando de una excelente salud.
—¿A quién te refieres? —preguntó ella más contrariada.
El anciano tardó unos segundos en responder como si aún tratara de digerir la asombrosa noticia, parecía tan inverosímil.
—A Lily, Minerva. ¡Lily Potter está viva! —respondió al fin mientras sendas lágrimas de alegría resbalaban por su rostro.
—No... No juegues así conmigo, Albus —expresó McGonagall con los ojos húmedos—. Eso es imposible.
El viejo tomó la carta y se la entregó para que ella también la leyese.
En las mazmorras, específicamente en su despacho, se encontraba Severus Snape. Tampoco había querido salir de viaje de placer, no le encontraba ninguna gracia, y luego de haber pasado tres semanas en su casa en la calle de la Hilandera decidió retornar al colegio para ayudar a Dumbledore con los preparativos de un evento que se celebraba cada dos años en varios colegios de magia y hechicería del mundo y que por primera vez se realizarían en Hogwarts.
Allí estaba el profesor de pociones leyendo y llenando formularios, luego firmó al final de las hojas y solo faltaba la firma del director. Pensó que una vez que Dumbledore firmara dichos formularios los llevaría a la lechucería para enviarlos al ministerio, así que tomó todos los documentos, los metió en un sobre y se encaminó hacia el despacho del director.
—Esto es una maravilla —exclamó Minerva saltando de alegría, ¡Dios mío! Hoy debe ser el día más hermoso de todas nuestras vidas.
—Desde luego —confirmó Dumbledore—. Mira que recibir dos noticias tan maravillosas en un solo día.
Severus, después de decirle la contraseña a las gárgolas que custodiaban la entrada subió con pasos lentos por las escaleras de caracol.
—¿Pero cómo pudo ser posible? —preguntó McGonagall todavía con lágrimas en los ojos
Snape había llegado por fin a la puerta del despacho que encontró entreabierta, lo que le permitía escuchar perfectamente a Dumbledore que sostenía una eufórica y alegre conversación con McGonagall, a pesar de que sus voces se quebraban.
Severus estuvo a punto de tocar para anunciarse cuando escuchó a Dumbledore pronunciar aquellas palabras que le hicieron dar un vuelco a su corazón y casi lo hacen rodar escaleras abajo.
—¿Eso qué importancia tiene, Minerva? lo importante es que está viva, ¡Lily Potter está viva! Y me piden que vaya a verla.
Un ruido llamó la atención de los dos que conversaban. Ambos se volvieron y vieron a Severus que se había recargado de la puerta para no caer al piso pues sus piernas parecían no querer sostenerlo. El sobre que llevaba se le había caído, sus manos sudaban y temblaban. Sintió que le faltaba el aire pero aun así hizo acopio de todo su aliento para poder hablar.
—¿Qué... que has... dicho, Albus? —preguntó con voz entrecortada.
—¡Severus! —exclamó Dumbledore con sorpresa, luego se encaminó hacia él y le dio un abrazo tan fuerte que casi le retira el poco aliento que le quedaba—. Lo que escuchaste, hijo. ¡Lily está viva!
Luego le mostró la carta, la cual leyó tres veces para cerciorarse de que todo era cierto, que no iba a despertar como tantas otras veces comprobando así con decepción que todo había sido un sueño.
Gracias por leer!
Podemos mantener a Inkspired gratis al mostrar publicidad a nuestras visitas. Por favor, apóyanos poniendo en “lista blanca” o desactivando tu AdBlocker (bloqueador de publicidad).
Después de hacerlo, por favor recarga el sitio web para continuar utilizando Inkspired normalmente.