lucasgarcete Lucas Garcete

Isaac es un niño que padece de leucemia y se halla ingresado en el mismo hospital donde también está ingresado su abuelo. El espacio y tiempo de este cuento es breve como el destino que a ambos los deparará con un final fantástico. Es de advertir la suma importancia que tiene la lluvia y los gorriones en este cuento. El sol es la esperanza y a la vez el olvido. "Nadie se ha percatado de la desaparición, pero serán testigos la lluvia y la leucemia infantil inundando los recreos de la sangre y de la memoria" de esta manera queda resumida la poética y el fundamento de este cuento. "El ángel herido" es una pintura del pintor finlandés Hugo Simberg, del cual se ha inspirado el autor a la hora de escribir esta triste historia.



Cuento Todo público. © Lucas Garcete

#leucemia #Lucas-Garcete #cuento #343
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La desaparición del ángel

Hoy es el mismo día de ayer y de mañana, el mismo naufragio de sombras que nos acontecen. Los hombres y las mujeres se levantan a la hora del alba y advierten el trago de Venus ingiriendo las pastillas del amanecer. Venus es la alarma de los dioses, la perfecta conjunción junto a la Luna y sus hiedras enredadas en celosías matutinas. Un ignoto clamor de gorriones migratorios ha pernoctado en un sueño de desmayos sutiles. En Madrid, la tristeza flota en los vendavales; en el aire metafísico de los madrileños encerrados en brújulas de otras dimensiones. La lluvia anestesia los llantos de los hospitales, afuera los transeúntes desenfundan sus paraguas con la vaguedad de una nebulosa.

«—¿Tienes fuego? —Le pregunta una enfermera a Nuriel.

—Claro, ten, fumar mientras llueve es sintonizarse con el tedio de las cenizas. Me lo dijo el enfermo de la habitación n° 107. Apenas puede decir palabra —agrega Nuriel.

—¿El abuelo del niño de la habitación n°108? Pobres...»

La joven enfermera concluye la conversación con una calada y ve eclipsarse las nubes. Un grupo de donantes de sangre salen del ascensor, tras ellos sale Isaac y Nuriel lo llama, pero este la ignora. Isaac ha cumplido 8 años y sus amigos le han organizado una fiesta para celebrarlo, pero él va a contemplar la humedad del tiempo en los vidrios en el vestíbulo de la planta de abajo. A través del ventanal ve en trance un patio con piedras blancas bajo, más arriba están los gorriones dormidos en las antenas. La madre lo sorprende, le tapa los ojos con las manos interrumpiendo la musicalidad de su mirada sostenida en el piano del horizonte.

—¡Felicidades hijo! —le da un beso—. Deberíamos volver a la habitación para festejar tu cumpleaños. Pero debes quedarte con el abuelo, yo tengo que arreglar unos papeles». Isaac no aparta la mirada; al percatarse de su éxtasis le pregunta:

—Mamá ¿el cielo de qué está hecho? —a la vez que señala el parto de un trueno. —No sé lo digas a nadie, pero el cielo no está hecho, tú lo haces—contesta la madre empujando la silla de ruedas a la vez que mira con convicción a Nuriel. Isaac reflexiona sobre el primer año de lucha en este claustro poco sideral. Las líneas de sus párpados rebanan dos lágrimas tangentes, las despeja lejos de la concavidad de sus mejillas. Al llegar a su habitación todos los niños le felicitan con un aluvión de globos y con una tarta con velas a merced de su soplido.

«—¡Pide un deseo! —con alegría le dicen los niños que padecen de una salud frágil.

—El deseo es el mismo que del año pasado—responde Isaac con tono triste apagando las velas con un suspiro—, os quiero fuertes, no olvidéis a los débiles». En el transcurso del mediodía Isaac recorre los pasillos del hospital. Los niños del exterior lo miran con lástima y algunos lo señalan como quien señala la torpeza de los astros. A diferencia de otros niños de su entorno, él no lleva la cabeza oculta por un pañuelo oncológico, la ausencia de su cabello a causa de la quimioterapia es una manera de mostrarle al mundo el ciclo de su primavera; como el árbol que florece después de la quimioterapia del otoño. Al doblar la esquina del último pasillo ve las gotas de lluvia como ópalos que el viento atiza. La enfermera Nuriel lo encuentra y lo mira galileamente.

«—¡Hola grandullón! ¡Felicidades! —le da un fuerte beso en la mejilla—. Te estaba buscando, tu madre quiere que pases el día con tu abuelo.

—¿Pero —exclama Isaac—, adónde ha ido mi madre?

—Ha ido con un donante de médu... —se corrige y se percata del error—, digo, se ha ido a donar sangre...Vamos, tu abuelo está despierto».

Después de recoger un amuleto del baulito de su habitación n° 107, Isaac y Nuriel se dirigen a la n° 108. En el lecho el anciano respira pausadamente, Isaac se acerca, con fuerza se acuesta a su lado y le acaricia las venas de su brazo rodeado por la serpiente de la intravenosa. Isaac extiende los dedos de su abuelo para esconder en su mano dos plumas pardas de gorrión.

«—Hoy es mi cumpleaños, abuelo—con un nudo en la garganta prosigue—. Mamá dice que estamos bien, pero tú has perdido el habla y yo cada vez me siento más cansado».

Isaac se lamenta junto al pecho de su abuelo. En eternos sollozos se queda dormido, una lágrima mortal cae del anciano con el peso de las anclas de la eternidad. El electrocardiograma desciende sus picos y las plumas se transforman en dos ángeles que vuelan hacia la puerta anochecida. La muerte en sueños adelanta la noche, remueve la hojarasca en busca de ágatas dispersas, afuera, Nuriel regresa a casa. Nadie se ha percatado de la desaparición, pero serán testigos la lluvia y la leucemia infantil inundando los recreos de la sangre y de la memoria. Amanece y emigra de Madrid el último ángel guardián, los gorriones que al principio estaban dormidos, fueron despertados por el llanto de una madre. En los parques ya no están los niños, el viento empuja los columpios y el sol incendia los toboganes.

31 de Julio de 2020 a las 19:49 0 Reporte Insertar Seguir historia
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