wereyes W. E. Reyes

Escapar, la única opción.


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Escotilla 13

Después de mil años, por fin habíamos obtenido los datos. De solo pensar en las generaciones enteras que perdieron sus vidas, para que nosotros tuviéramos alguna posibilidad de obtener la información de los planos de la salida, me ponía la piel de gallina. Éramos un pequeño grupo de tres valientes desquiciados —héroes para nuestro pueblo—, que debíamos liberar del yugo de la esclavitud a los pocos que quedaban de la alicaída humanidad.

Los pasillos llenos de señales ensangrentadas nos recordaban el sacrificio de nuestra gente. Noreste y una flecha de sangre coagulada, pintados en una pared sobre un esqueleto sentado, indicaban la dirección a seguir.

—Capitana, señora, nos acercamos al módulo diez. Debemos seguir al noreste, luego veinte metros a la derecha, abrir la compuerta número tres e ingresar en la habitación cero cinco… —dijo nuestro experto en demoliciones, mientras leía el plano que llevaba en su mano. Me acerqué a él y le susurré al oído:

—Después de lo de anoche... creo que deberías llamarme solo Amanda.

Las sonrojadas mejillas de mi comando especial, Jürgen Jäger, brillaron sobre su tez blanca.

—No pudimos conseguir la llave —al pasar por el último círculo de contención, le arranqué el brazo al guardia para quitársela, pero el desgraciado la desintegró con su pistola de pulso—; no sé qué podremos hacer ahora... ¡Mierda!, solo nos queda seguir… —dije.

—Ju, ju, ju —dijo Lucas, dando pequeños saltos—. No se preocupe, bella princesa espacial, je, je, je, especial... tengo el código de acceso al arsenal —hincó su rodilla y estiró su índice, apuntando al techo.

—¡Ajá! ¡Solo necesito que derriben la puerta! Ju, ju, ju…

—¡Yo derribaré la estúpida puerta!, ¡engreído demente, cállate de una puta vez! —dijo el tanque humano.

Lucas, nuestro hacker más genial, pero un poco ido, era nuestra única esperanza. No teníamos opción, debíamos salir de esa ratonera… La perra de Susie nos había detectado y sus comandos de élite nos pisaban los talones.

Sirenas, que retumbaban por los túneles junto a las luces rojas y centelleantes de las balizas, anunciaban la pronta aparición del enemigo.

—¡Al piso!

De un puñetazo, el acorazado Jürgen reventó la puerta.

Lucas se abalanzó sobre la terminal.

—¡Bah!, cambiaron uno de los códigos… ja, ja, ja, mejor... así es más interesante.

—En un minuto llegan esos bastardos —dije—; no presumas, ¡apúrate!

—Et voilà, está lista la puerta. Al infinito…

Una explosión en la compuerta que unía los domos diez y once, que Lucas acababa de abrir, lo interrumpió.

No teníamos tiempo, vestí a Jürgen con la armadura de campo repulsivo, y agarró la zumbadora —una ametralladora de cadena tipo Gatling que disparaba miniproyectiles teledirigidos—; yo tomé algunas granadas de plasma y un par de pistolas de pulso; Lucas, un navegador digital de mano, al cual ingresó unos datos; luego un arma sónica que incorporó a su traje reforzado.

—¡Están muertos, malditos desertores! —gritó el líder del pelotón de acecho.

Nos metimos al pasillo, en dirección a la salida, hacia el domo once. Les arrojé una de mis granadas; desintegré a veinte por lo menos. La cara furiosa de Jäger, iluminada por la luz de las balizas, surgió —cual Leviatán airado alzándose desde las profundidades oceánicas entre la arremolinada bruma del mar— en medio del humo de la explosión… y activó la zumbadora. Los proyectiles trazaron rutas directas o sinuosas, dependiendo de dónde se encontrasen los enemigos y los eliminaron, dejándoles un hueco del tamaño de una cabeza en el pecho. Los restos de cuerpos y de sangre embadurnaron los muros.

Habíamos acordado, entre los representantes de los cien domos conocidos, intentar realizar un escape de manera simultánea; teníamos la esperanza de que al menos dos lo lograríamos.

Ingresamos al pasillo del círculo de contención del domo once.

—¡Mierda!, viene otra oleada…

—Mi pantallita dice que vienen alrededor de quinientos —dijo Lucas, quien se acercó al demoledor, e introdujo un código en su arma —; ahora sí.

—¡Qué haces, pedazo de tarado, deja en paz mi Gatling!

—Ahora estarás más a tono —reprodujo la pista de palomitas de maíz, a través de su arma sónica, a un volumen casi insoportable.

La zumbadora hacía mover los brazos de manera automática al comando; las descargas salían dirigidas a las cabezas de los atacantes. Cada vez que la melodía de la canción hacía un pop, se reventaba un cráneo enemigo.

—¡Me gusta, loco Lucas!, por fin acertaste —gritaba, carcajeándose y fuera de sí, Jürgen, que corría a toda velocidad con dirección a la salida, al domo doce. Lucas y yo nos refugiábamos detrás de él. Su coraza de repulsión todavía resistía, pero empezaba a agotarse.

Ríos de sangre enemiga —cien, doscientos, quinientos, mil… mostraba los aciertos en la centelleante pantalla de municiones del arma del gigantón— corrían por aquellos pasillos que conducían a la libertad; al desconfinamiento de esta maldita maldición maldita, a la cual nos condenaron los antiguos. Cada nueva nota de la canción indicaba un paso más hacia la luz. Pasamos por el domo doce, volando cabezas, como la peste sobre los cerdos, y entramos al domo trece.

—¡Estamos a cien metros del módulo trece…! —grité.

La canción había acabado, como también las municiones de la zumbadora.

“Yo no haría eso”, escuchamos a la asesina Susie decir por los parlantes.

—¡No, Jürgen! —grité.

Vi la cabeza de mi comando caer, rebanada por una trampa en la entrada del módulo trece.

—¡Al fin, capitana, ahí está la escotilla trece! —gritó Lucas, preso de pánico, y la abrió.

—¡¡¡No!!!

Su cuerpo subió enredado por tentáculos viscosos. Luego cayó, de vuelta, convertido en una bola de carne molida. Mi alma era un amasijo, al igual que Lucas, y estaba decapitada como mi amor muerto. Pero no tenía tiempo siquiera de llorar. Apreté los dientes. Tenía que hacerlo por todos...

Arrojé mi última granada de plasma por el agujero de la escotilla y subí disparando con mis pistolas. Una cegadora luz blanca me rodeó.

Swarm Unified Spectral Intelligence Embodiment (SUSIE). Era la unidad encargada del bienestar de las personas que sufrían de muerte clínica. En ese lugar, permanecían hasta que se encontrase una manera de despertarlos.

—¡Doctor, la paciente Amanda Leal está sufriendo de espasmos!

—¿¡Otra vez!?, adminístrele un sedante y ajuste su medicina antipsicótica.

«Hay un cierto placer en la locura, que solo el loco conoce», pensó el doctor Lester.



12 de Julio de 2020 a las 03:28 19 Reporte Insertar Seguir historia
17
Fin

Conoce al autor

W. E. Reyes Cuentacuentos compulsivo y escritor lavario. Destilando sueños para luego condensarlos en historias que valgan la pena ser escritas y así dar vida a los personajes que pueblan sus páginas al ser leídas. Fanático de la ciencia ficción - el chocolate, las aceitunas y el queso-, el Universo y sus secretos. Curioso por temas de: fantasía, humor, horror, romance sufrido... y admirador de los buenos cuentos. Con extraños desvaríos poéticos.

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José Mazzaro José Mazzaro
Me encantó!
November 26, 2020, 23:14
Nataly Calderón Nataly Calderón
Muy bueno, genial final. Saludos.
August 17, 2020, 14:58
Cris Torrez Cris Torrez
interesante sigue así!!!
July 31, 2020, 13:09

Roberto R. Roberto R.
Muy bueno. Felicitaciones.
July 27, 2020, 10:37

Nataly Calderón Nataly Calderón
¡Tremendo final!
July 14, 2020, 21:13

  • W. E. Reyes W. E. Reyes
    Gracias Nataly, busqué un giro y lo encontré. July 16, 2020, 04:14
Jancev Jancev
¡Qué interesante! me gustó mucho. ¡Saludos!
July 14, 2020, 01:46

  • W. E. Reyes W. E. Reyes
    Gracias, Jancev, que bueno que haya sido de tu agrado. July 16, 2020, 04:15
Natalia Reale Natalia Reale
Esta genial! No puedo esperar a seguir leyendo!! Definitivamente la lectura q andaba buscando
July 12, 2020, 09:16

  • Natalia Reale Natalia Reale
    :se fija que es un cuento y muere en el momento: July 12, 2020, 09:18
  • W. E. Reyes W. E. Reyes
    Gracias por sus comentarios, Natalia; y, sí, es un cuento corto para un reto de este sitio. Saludos :) July 12, 2020, 18:02
~