Amanda estaba escribiendo frenéticamente en el chat.
Era increíble. Desde las ocho de la mañana llevaban acosándola.
Sobre sus piernas desnudas, apoyadas en la suave tela recién lavada de las sábanas, color satén, de su cama de matrimonio, estaba el portátil plateado. Un regalo.
La pantalla brillaba en tonos azules y blancos, que parpadeaban según iba apareciendo las singulares conversaciones. Sonaban pitidos intermitentes cada vez que una ventana nueva se le abría. Ya había cerrado más de veinte en cuestión de cinco minutos. El sonido estaba tan bajo, que solo ella podía escuchar los pitidos.
—¡Cariñooo! Me voy a trabajar —La voz masculina pilló por sorpresa a la mujer de treinta años, que llevaba puesta solo una bata, sin ningún tipo de ropa interior debajo.
Cerró con un golpe seco el aparato. Los pitidos aun siguieron sonando durante unos segundos más.
—Te noto tensa. Tal vez podría… quedarme unos minutos más en casa…
—¡No! —El hombre de la camisa blanca a rayas se quedó bloqueado en el sitio, como su anterior sonrisa. La chica suspiró —. Quiero decir… que no quiero que llegues tarde de nuevo. Ya sabes que tu jefa está vigilando cada cosa que haces, y … no será bueno que… el aliento te huela a mí.
—Serás… Tal vez hoy debiera tocarte a ti tener ese… aliento.
—Carlos, cariño, luego a la noche discutimos sobre nuestras bocas y olores y ahondamos más en cómo hacer que ambos salgamos ganando… —Amanda se desembarazó del abrazo de su hombre y lo empujó suavemente hacia el borde del colchón que había prácticamente invadido. El ordenador se había deslizado hacia el lado seguro de la cama. Se despreocupó, ahí no corría ningún riesgo.
La bata se le había abierto ligeramente cuando se levantó de forma lenta y seductora y abrazó a Carlos, que había sido echado de la cama definitivamente. Lo rodeó con ambos brazos. Colocó sus labios sobre los de él.
El beso fue apenas un roce, pero aun así, levantó algo más que una mera sonrisa en el hombre de la camisa a rayas, diez años mayor que ella.
—Siempre me haces lo mismo, ¿cómo quieres que vaya así a trabajar
—La vida es dura. —Amanda le guiñó un ojo.
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