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Juan Manuel Botero Arias


Un joven termina en prisión por un crimen que no cometió, ¿Su mayor error? Ser idéntico a un criminal que anda libre


Cuento Todo público.

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El peso de la justicia

Son las 5 y media de la mañana y me despierta el estrepitoso sonido de las trompetas del general Marsoville. Mide 1,80, rubio de ojos azules, con ligeras arrugas en su rostro, con un aire tosco y mirada penetrante; su carácter fuerte lograba tenernos a todos bajo control. Se dedica a gritar en una pose estrictamente recta sin considerar la salud auditiva de los presos. A las ocho de la mañana nos hacían cargar unas piedras pesadas y organizarlas en una especie de pirámide. En fin, acciones repetitivas y monótonas que nos volcaban en un absurdo. El peso de todas esas piedras se sumaba a uno de los mayores pesos con los que puede cargar un ser humano: El peso de la injusticia.

Un desagradable peso existencial es la injusticia. Ser una víctima de la ilegalidad de las leyes. Si fuera un criminal entendería perfectamente porque estoy acá, incluso toda esta pena a la que estoy obligado a cumplir seria la cotidianidad a la que me he condenado, pero no, irónicamente solo soy un abogado que ha luchado incesantemente durante casi cinco años por establecer la justicia, y termine siendo esclavo de un fallo judicial, ¿Mi gran delito?, simple, ser parecido a un gran criminal que anda libre. Estas facciones finas y delgadas, que acompañan una piel morena con una contextura musculosa, sin ignorar la barba prominente y los ojos tan azules como el mar, han sido las características y casualidades que me trajeron a la prisión más rigurosa de la provincia. Mi aspecto físico me ha condenado.

La ironía en su máximo esplendor: Un abogado que lucha por la justicia termina en la cárcel por parecerse a un criminal. Me preguntaran, ¿En los documentos de ese delincuente no hay conocimiento de que nuestros nombres son diferentes?, pero para que lo terminen de digerir, a ese delincuente nunca lo atraparon, simplemente lograron captarlo en una cámara de seguridad al salir de un supermercado y en su motocicleta salió disparado hasta perder el rastro. Varias chicas víctimas de abuso sexual, personas que residían cerca de las cámaras que lo lograron captar, y algunos desafortunados citadinos victimas de atraco con arma blanca, lo describieron con lujo de detalle. Los investigadores procedieron a realizar la búsqueda con sus características físicas, y aquí termine culpado. Ni una sola diferencia. Soy el espejo andante de ese criminal.

La justicia debería ser algo objetivo, como lo es su símbolo: Una mujer vendada la cual con una balanza se deja llevar por la imparcialidad del peso, para saber por qué lado dirigirse, pero no, vemos que los países más subdesarrollados tienen una justicia basada en la subjetividad, en lo emotivo, en lo escandaloso, y sobre todo, en una variedad de intereses políticos y económicos. En mi caso particular, termino siendo víctima de una desafortunada impresión.

Personas que me gritaban: ¡Asesino¡ Asesino¡ ¡Delincuente¡, ¡Delincuente¡. Estaban inmersas en una emotividad que paralizaba la supuesta neutralidad de la justicia, ¿Estaban estas personas siendo dictadores de la verdad o simplemente esclavos de sus impulsos?, yo entiendo los sentimientos de indignación, pero hasta cuando se van a dictaminar delincuentes escandalosamente y por medio de impulsividades donde falta una rigurosa verificación.

Una persona alazar, está en su vida como cualquiera, casualmente tiene el nombre y apellido o apariencia física exacta del que cometió un delito, a esa persona le cae todo el peso de la justicia. Justicia que termina cayendo ante las garras impredecibles de una imprevista casualidad. Con esto, no se hace esperar la pérdida del esfuerzo de estar en la continua labor de revisar las pruebas y solo unos pequeños indicios que nos van esclareciendo una verdad, ya toman el camino de ser la decisión justiciera definitoria.

Tener libertad es angustiante, por la incertidumbre que esta misma conlleva. Sin ella, todas mis acciones estarían predeterminadas. Suena bien, ¿verdad?, pues no. Así termine viviendo en estas cuatro paredes que me tienen esclavizado.

Termina mi hora de extensas reflexiones de celda y se escuchan los pasos del general Marsoville, pasos escuchados desde el fondo del pasillo, hasta irse escuchando lenta y pausadamente hasta mis celdas más cercanas. No llego hasta la mía, pero no se puede negar que la vigilancia y el control de la prisión son exhaustivos, no cuentan con muchas equipaciones de seguridad, más bien es escasa, pero sí que están armados de un gran número de guardias y personal de seguridad. Duermo unas 7 horas para levantarme en la madrugada a seguir cumpliendo con las obligaciones de prisión y una vez terminadas las labores de la mañana me dirijo de nuevo a la celda. Todos mis planes de escape, quedan obstaculizados por el control inminente de este sistema carcelario, por lo que quedo frustrado al no reconocer una forma eficaz de cumplir con mis deseos. A pesar de que yo estaba sin control especial, por ser sumamente obediente con las labores del general, y no causar en él, una inconveniente sospecha. Después de caminar de un lugar a otro, escucho un chasquido de la celda del frente y mientras los guardias se dirigen al fondo del pasillo a darle continuidad a su labor vigilando otros sectores de la prisión, el tipo que estaba en la celda de enfrente me dice en un tono de voz bajo y pícaro:

- Oye, se perfectamente que quieres escapar, no estás solo, te indicaremos junto a nuestros compañeros que están planeando el escape, la manera en la que saldremos de este basurero, solo tienes que seguir un plan bien diseñado, que tiene como objetivo engañar a los guardias. Fingiremos una pelea que desoriente el sistema de seguridad. La cuestión es hacerlo de una forma en la que podamos salir de este infierno.

El hombre presumía de una vejez que sencillamente lo hacía parecer estar a minutos de la muerte, no sé porque ese afán tan precipitado de salir de la cárcel. Sin embargo, entre su barba delgada y canosa, y sus arrugas prominentes con su figura esquelética, se escondía un ingenio y seguridad recalcitrante, que persuadía hasta el más incrédulo sobre su deseo de libertad y el plan elaborado que estaba diseñando para burlar el sistema de seguridad de la prisión.

La idea sonaba tentadora, pero en la firmeza de mis convicciones tuve que rechazar su oferta, y seguir con la solución de encargarme de mi propio destino.

-Lo siento, pero como podrá ver, quiero un escape, pero no ese que significa salir de las rejas y ver la luz del mundo, quiero un escape de los sentidos, un escape donde los recuerdos y las esperanzas ya no existan, una salida donde lo más irreal solo quede como concepto. Estoy planeando mi muerte.

-No hace falta, piénselo bien, si salimos de acá podrá ver a su familia, volver a la vida que quiere y si ya está identificado por las autoridades, puede ir a otro país por la aventura de vivir una nueva vida.

-No me entiende, así este libre, los recuerdos de esta inmerecida prisión han penetrado los motivos de mi existencia, estoy marcado de por vida con una injusticia que acabara lentamente con los suspiros y mis impulsos de vivir. No quiero esa libertad terrenal si ya está pigmentada por las aborrecibles vivencias de la prisión, solo quiero rematar mi condena.

-Como quiera, pero recuerde, los que se suicidan no entran al reino de los cielos.

Me quede callado y respire profundamente para no continuar la discusión, de manera que al dejar ignorado al viejo continúe con mis reflexiones y llegue a la idea de que otra vida como castigo seria la injusticia en su máxima capacidad, pongámonos a pensar, un joven que ha sido metido a la cárcel de manera injusta, está sufriendo de forma abrumadora, se suicida y tiene que pagar la eternidad en el infierno, esto a parte de no tener sentido, se escucha aterrador. Dios debería entender, que ni el pudo lograr desmanchar mi existencia de esta implacable condena. La sola idea de la libertad terrenal ya me aborrece. Una libertad cargada de pasado, cargada de incertidumbre, donde la vida que me costó establecer durante 27 años, probablemente se reducirá a la nada. Una libertad reducida en un complejo sinsabor de despojo de lo que antes fue mi vida. Solo me he quedado marcado por unos laberintos inenarrables de injusticia que me encierran en una esclavitud de todas mis vivencias.

Todas estas ideas pesimistas me atormentaron durante toda la noche, y solamente cuando llego de nuevo la hora del almuerzo, sucedió lo que sacudiría mis sufrimientos. De repente empieza un pleito entre dos prisioneros fortachones que comienzan con unos leves estrujones entre sí, al punto de que el tipo de piel morena y con un piercing en la nariz golpea en el estómago al tipo pelirrojo de barba abundante, de manera que se tiran a la mesa donde estaban almorzando. Los demás presos comienzan a tirar las sillas, a sacar armas blancas y a generar desorden dentro de los planteles de la cárcel. Varios prisioneros se tomaron muy enserio el papel de generar desorden, se golpeaban en la cara, y se lanzaban eufóricamente hacia los corpulentos uniformes de los guardias, donde estos propinaban disparos ante la emergencia de mantener el orden. Al parecer, el desorden planificado se había salido de control. El desespero y la locura en la que habían caído muchos prisioneros, eran mucho más fuertes que sus deseos de tener libertad. Por eso el caos se acrecentó y ya no existía una lucha por la liberación, sino una desatada montaña de locura en la que la mayoría de prisioneros arriesgaban su vida.

Mi único propósito se mantenía firme en la idea de acabar con todo rastro de mi vida. Mis sentidos se fijaban en esa ventana que estaba al fondo del pasillo a mano izquierda, saliendo de la zona de comidas. El caos había provocado que muchos de los prisioneros rompieran esa ventana, donde en forcejeos y disturbios trataban de lanzar a los guardias sin llegar a tener éxito.

Se había desprendido el desorden, solo se escuchaban gritos, peleas, sangre, y prisioneros muertos y malheridos. A pesar del desconcierto, mi concentración solo estaba inmersa en aquella ventana. La salida. El escape del peso de mis dolores. Sentía la libertad respirándome en cada poro de mi piel, mientras corría presuroso a lanzarme y volar cual ave cual ave de rapiña desprende su cuerpo por los cielos.

Ahora no soy un hombre completamente libre, pero me siento mucho más satisfecho siendo el que le escribe cuentos al diablo en las llamas del infierno, después de haber quedado fascinado con la historia que le conté de mi pasadía en prisión.

30 de Agosto de 2020 a las 18:09 0 Reporte Insertar Seguir historia
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