Vengo a contar mi historia: Me trajeron al mundo, yo no pedí venir.
Desperté en una probeta en Wuhan, creo que mis papás probaban la fecundación in vitrio, pero yo no quería nacer. La modernidad es así, crea todo lo que quiere, la ciencia y la tecnología al servicio del deseo humano.
Me sacudí, no quería estar allí y caí como líquido derramado en una mesa fría, donde alguien posó su mano. Así hui de mi primera cárcel.
Rápidamente me alejé de esa persona que me había servido como transporte para salir del frío laboratorio. Exploré las calles de la ciudad y me topé con personas que solo parecían ignorarme, apenas me rozaban. Viajé en ferrocarril y pude notar que cada persona estaba ocupada en lo suyo, atendiendo llamadas por teléfono o revisando redes sociales.
Me detuve a ver a cada persona con la que me crucé, pero no me sentía conectado con nadie, ¿de dónde vengo yo?, ¿cuál será mi familia?...
Era invierno y esos 5° de la ciudad me provocaron un frío tan intenso que me recordó a la mesa del laboratorio, y yo quería dejar de pensar en ese lugar, así que mi primera parada fue un lugar de comidas. Pediría alguna sopa, algo caliente y picante, quizás una de raíz de loto o una de murciélago.
En el lugar, pude ver el noticiero local anunciando la pronta celebración del año nuevo. Mi primer año nuevo, decidí no celebrarlo en un lugar tan atareado con Wuhan, así que escapé hacia Japón.
Bonenkai o la fiesta del olvido es celebrada para cerrar el año despidiéndose de las preocupaciones, problemas y estrés. Casas bellas decoradas con bambú y pinos, además de unas campanas que sonaron para anunciar la despedida del 2019. El ambiente hogareño y las costumbres me hicieron añorar más el tener una familia, no disfrutaba sentirme solo.
Viajé por todo Asia buscando donde encajar: China occidental, Japón y Tailandia, pero no encontré con quién resonar, quién complemente mi vida, creo que eso sería una familia. Y más doloroso aún, no escuché que nadie me estuviera buscando.
Las personas son extrañas. Ahora ya no iban observando el celular en todos lados, sino que cubrieron sus manos con guantes y sus bocas con mascarillas. Ese nuevo disfraz me recordaba a los científicos de Wuhan.
Estoy cansado de buscar, de divagar y no sentirme parte de ningún lugar. Te dejo Asia, porque no quiero más dolor. Me siento fuerte, quizás esto sea la madurez o quizás solo una ataque de rabia, pero me voy.
Me trasladé hasta el aeropuerto y había mucha gente y maletas grandes, carteles con palabras iluminadas que indicaban lugares de destino. Entonces pensé que ningún lugar me haría sentirme tan libre como Europa, allí debía ir. Vuelo 613 en Air Europa.
En el avión, escuché comentar de un virus, decían que sean cuidadosos, porque mataba mucha gente. Me acerqué para escuchar mejor la conversación, parecían un par de médicos, apenas entendía entre tantas palabras técnicas. La forma física en la que lo describieron era muy parecida a la mía y que también había nacido en Wuhan.
“Como yo” pensé en voz alta y me paré del asiento creyendo podía tener un hermano perdido. Es que hui tan rápido del laboratorio que no vi si habían otras probetas. Pero entonces, el posible médico dijo “es único”. La mente me dio vueltas, hablaban de mí. “Es llamado COVID-19”.
Un nombre, me habían puesto un nombre, pero no me querían cerca. Caí nuevamente sobre mi asiento y afirmé que el viaje a Europa era mi mejor decisión.
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