Pasa la patrulla y nadie voltea siquiera a verla. Mis amigos y yo jugamos en unas divertidas maquinitas de pelotas, intentando ganarle unas monedas al aparato.
En casa me esperan mi esposa y mi hijo. Luego de trabajar toda la mañana y la tarde en la tortillería, mi patrón me deja retirarme y paso a la tienda a tomarme una cerveza y distraerme antes de llegar al hogar.
El "Wafles" me da un codazo para que esconda mi cheve, pero me vale pepino. Las patrullas rara vez nos dicen algo y si acaso los "polis" se acercan, les invitamos una lata o de plano los ignoramos hasta que se aburren y se van.
Miro al rededor y veo a algunas personas credulas con su bozal y su disque sana distancia. Lucen ridículos y tontos con sus cubrebocas. Me río y les hago un gesto a los demás para que los vean. Alguno comenta a modo que lo escuchen los idiotas esos:
–¡Ahí viene el coronavirus! ¡Uy, qué pinchi miedo ese "coví" que nos quiere chingar –y reímos a carcajadas.
Una tos seca me impide seguir disfrutando de la sana mofa y me retiro a descansar.
Me despido de los camaradas, de mano y abrazo con golpe en la espalda cual debe, como un macho pecho peludo lomo plateado descendiente de Huitzilopochtli. Si los españoles nos la pelaron, si los tacos de muerte lenta del Metro Pantitlán nos hacen los mandados, ¿qué chingaos nos va a hacer un pinchurriento virus? ¡Y luego "Made in China"! Ay, que pendejos son mis vecinos.
Llego a casa un poco agitado, el día estuvo movido. Saludo de beso a mi hijo que será un cabrón como su padre; luego manoseo y besuqueo a su madre... y la neta me voy a jetear. Quería "pelea" pero me siento un poco agitado y mejor me duermo para darle duro mañana a otro día más.
Gracias por leer!