Las sirenas lloran al no poder hipnotizarme con sus voces, pues yo solo grito tu nombre.

Nadie parecía estar en su sano juicio, ni cuando se dirigieron a la orilla ni al desembarcar de manera abrupta sin echar el ancla siquiera. El grupo buscó desesperadamente el origen del canto que les llamaba hasta que uno se asomó a un pequeño charco desde el que se veía la figura de una mujer que lo llamaba sólo para agarrarlo y ahogarle en uno de los muchos pozos repartidos por la isla. Pronto todos fueron arrastrados a las trampas de las sirenas hasta que la isla volvió a quedar desierta.

A pesar de conocer tan bien las leyendas que rodeaban a las sirenas, el pirata seguía confiando en aquella belleza de ojos de cerúleos cuya cola dorada y reluciente era lo único que podía ver gracias a la luz de la luna, nadando hacia, probablemente, el fin de sus días, mas no le importaba morir si lo hacía en manos de lo único por lo que quería seguir viviendo.

Con sumo cuidado se quedó mirando a través de la puerta, delante de ella, a unos metros se encontraba el capitán del barco y el nuevo maestre. frunció el seño al verles tan juntos, con su agudo sentido de el oido decidió espiar la conversación. –Entonces ¿usted quería llamarme aquí para decirme que le gustó?– pregunto el más bajo –Exactamente maestre, me atrevería a decir que incluso lo amo– Ninguno de ellos se dió cuenta de que en aquel preciso momento el corazón de la sirena se había roto.

La sirena ancestral sostuvo el fragmento del alma del pantano con asombro y gratitud. Durante siglos, había cargado con la corrupción que envolvía su hogar. Ahora, ante la pureza de ese fragmento, encontró redención. Sus pensamientos se llenaron de esperanza mientras el poder de la magia fluía a través de ella. La oscuridad retrocedió, y emergió como una nueva sirena, lista para restaurar la belleza en el Pantano Corrupto.

Era un hermoso canto el que escuché, provenía del océano. Era de noche, así que solo pude divisar sus figuras, pero supe que eran sirenas, porque nada se compara con sus angelicales voces. Aunque quizás no sean tan angelicales. Lo pensé cundo mis pies se despegaron del piso del muelle, y lo próximo que sentí fue frío y que me hundía. A pesar de eso, no pude dejar de pensar, mientras las aguas me tragaban, cuán hermosas eran ellas y sus cantos.