Short tale
0
4.4k VIEWS
Completed
reading time
AA Share

La muerte es el comienzo a la eternidad

oOo


El pervertido del señor Pichai Cohen gozaba tranquilamente de un deleitable y aromático cigarro de tabaco copaneco; colgaba sus pies en el escritorio de su oficina, mientras yo redactaba las últimas noticias sobre la peste que abatía a Europa y Estados Unidos, la que, inmisericorde, se había cobrado al menos unos tres mil muertos en una sola y aciaga noche. Una tragedia, sin duda. Muchos, incluso yo, habíamos tenido al menos una perdida irreparable. Al señor Cohen aquello lo tenía sin cuidado. Su patrimonio se incrementaba. Por supuesto, el muy ávaro hijo de puta tenía que agradecerle por ello al embajador Akram, cuya alianza fraternal y diplomática, finalmente producía grandes frutos: como socios, se habían hecho de algunas imprentas en los otrora poderosos centros editoriales del centro de Lombardía y de algunos edificios comerciales en Madrid. Incluso, se compraron una fábrica agrícola que pertenecía a unos americanos que la explotaban en la bella provincia de Hubei, al sur de China, conocida por ser la tierra del arroz y el pescado. Estaba inaguantable con su estúpido “ni hao” que empleaba como su nueva muletilla lingüística.

Un hombre trigueño y barbudo cruzó el pasillo de la oficina. Abrió la puerta y se sentó de frente a su escritorio en un absoluto silencio. Al parecer era un creyente musulmán, inferí, ya que podía ver el kufi de su cabeza sobresalir al ras del durmiente de la ventana. Enseguida habló unas cuantas palabras con el puto señor Cohen y este se levantó, dio dos pasos hacia las cortinas, me apuntó con su dedo siniestro y, haciendo una seña con la palma encombada, me llamó.

Abandoné el escritorio y recorrí el espacio comunal del departamento de redacción. Cuando llegué, espumajeó:

–Querido Bergámo –se sentó con la seguridad de un hombre consumado–, mi señor. Es necesario que escuché al enviado del embajador Akram.

–Oh –exclamé sin ningún asombro–. ¿Diga? –le pregunté al invitado dejando a un lado las formalidades.

Éste se levantó con bastante gravedad de la silla; se tocó la frente en un gesto de respeto.

–Mi nombre es Abdel y vengo de parte del excelentísimo y prudente delegado diplomático Akram Buyja.

–¿Qué es lo que necesita de mí? –volví a preguntar un poco molesto, pero, en el fondo, muy consciente de la situación.

–Por favor, acompáñeme –me pidió–. Mi amo necesita escuchar más de su evangelio.
Pronto deambulamos por el ahora desértico centro de la ciudad, bastante burdo y lleno de horribles edificios; nos dirigíamos por la acostumbrada calle que nos conduciría a la casa ubicada en los ricos suburbios de la flamante y corrupta burguesía reinante.

El palacete qatarí nos esperaba jubiloso. Ya adentro de las puertas, el embajador me recibió:

–Mi amado profeta –dijo–: por favor, a sus pies me pongo, puesto que mi espíritu está necesitado de su palabra y dedicación.

Le toqué las mejillas en un verdadero sentimiento de amor hacia su abnegada alma y lo besé con toda la pasión que nace del corazón de un comprensivo maestro.

–Pero, ¿ cómo es posible? –exclamé aterrado–. ¡Su piel hierve! Su respiración falla.

–Una simple calentura, profeta; el clima es cálido en esta parte de la ciudad.

No era cierto.

Al instante se abrieron las puertas del fondo y apareció un harem de jóvenes hermosos que danzaban el “dabke” con delicada gracia, tomados de las manos, moviendo salvajemente sus apetecibles caderas y sus musculosos vientres. De entre ellos salió un joven moreno de pelo negrísimo, muy sonriente, que se acurrucó bajo las piernas del embajador

–Él es Faisal –dijo sobándole la testa–. Lo tengo desde hace tres años, desde que tenía quince. Lo traje de Afganistán. Lo amo más que a mi esposa. Lo visto con ropa de mujer y duerme a mi lado. Lo disfruto y él es mi vida. Se puede decir que es un joven virgen.

Eché una mirada dulce a los ojos pícaros de Faisal.

–Amado embajador – dije luego–, ¿por qué me mandó a traer?

Pronto el delegado Akram se levantó la suriyah o túnica árabe y dejó al descubierto su gordo y potentado miembro. El bello y pasivo de Faisal lo tomó con donosura desde la base y empujó con su puño la piel hasta el fondo de la pelvis, lo que lo hizo sobresalir unos cuantos centímetros más; empezó a mamar como un tierno y grácil cordero. De vez en cuando le lanzaba unos cuantos gargajos a la punta del bálano, lo que me excitó sobremanera.

Quise igualmente tocar aquel portento, pero el embajador me detuvo:

–No soy digno –exclamó con inusitada humildad.

Aplaudió con fuerza y al instante aquel ejército de jóvenes guapos y deseables se me abalanzaron. Uno tras otros se disputaban el turno para hacer sus sentones. Luego me pusieron de pie; en tanto que algunos me mamaban imparables el pene bien erecto, por atrás otros me hacían víctima de las más atroces de las violaciones.

Pero algo iba mal.

El embajador Akram comenzó a toser con una terrible y asesina secuencia, una y otra vez, mientras Faisal seguía pegado a su verga. Pude ver que su rostro adquiría un color sonrosado y luego uno ennegrecido. Me aterré. La peste lo había atrapado.

–Mi querido profeta –dijo finalmente–. Usted es mi testigo. Quiero que sea Faisal su discípulo más intimo y amado. Es lo único que tengo.

–¿Qué sucede? –dije esta vez con gran temor temiendo lo inevitable–. ¿Por qué la petición?

El embajador Akram se volteó para verme con lágrimas en los ojos en el momento en que pegaba una densa y voluminosa acabada que le bañó el rostro al angelical Faisal; apenas alcanzó a lanzar esta solicitud, cuando su cuerpo cayó inerte sobre el sofá turco:

–Profeta, dígame unas palabras de aliento para el camino.

Jalé a Faisal a mi lado, lo hinqué en cuatro patas y le inserté sin piedad el largo de mi gruesa pija; masturbaba a dos manos sendas vergas apolíneas y otra me agujereaba el ano.
Entonces la Palabra llegó a mí y bendije al querido embajador Akram en su viaje; voluptuosas, las cuatro vergas eyacularon con la fuerza de las olas del Mar de Omán; en paz conmigo mismo, pronuncié el siguiente sermón de despedida:

–La paz te dejo, mi paz te doy; yo no te la doy como el mundo la da. Ve sin miedo, amigo mío. La muerte es el comienzo a la eternidad.

May 6, 2020, 6:29 p.m. 0 Report Embed Follow story
1
The End

Meet the author

Valentino - Al principio fue el Verbo.

Comment something

Post!
No comments yet. Be the first to say something!
~