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El toque de Neruda

Llevaba ya tiempo sin dormir. Su familia estaba preocupada. Se pasaba toda la noche despierto, sentado en su escritorio con una pluma y papel. Escribía y escribía y escribía, y tiraba cada uno de los papeles a la basura al acabar de llenar toda su superficie con tinta.


Él solo quería poder escribir un poema, un poema que estuviera a la altura de los de Nervo, Poe y, como debía ser, de Neruda. Día y noche, se pasaba las horas en su escritorio, mientras intentaba acomodar las palabras de forma que pudieran competir con las del mejor poeta del mundo, pero cada linea que escribía y cada hoja que llenaba parecían fallarle.


Fue tal su esfuerzo que, una noche, a las doce horas exactas, hora en que los poetas salen a escribirle a la luna como los lobos salen a aullar a la misma, que el espíritu del mismísimo Ricardo Reyes Basoalto, mejor conocido como Pablo Neruda, se materializó frente a él, y, como si fuese una película, le ofreció poderes.


“He venido a ofrecerte poderes y dones que nadie más podrá tener; el poder de escribir los poemas más rebuscados, elocuentes, magistrales y asombrosos del mundo con el solo tacto. No tiene ningún costo ni precio, ni deberás darme nada a cambio. No hay truco ni trampa para esto. No hay letra chica, ni un contrato que debas firmar. Ahora, recibirás mi poder: el don de Neruda.”


El espíritu desapareció, pero él se sentía igual, sin cambio alguno. Se sintió frustrado y confundido al mismo tiempo. Por la rabia que sentía por creer que se había imaginado todo eso, decidió ir a la cocina por un vaso de agua. Tenía mucha sed, pues hacía días que no comía o bebía algo. estiró las piernas, sujetó la silla, se empujó hacia atrás con los pies contra la pared… y cayó al suelo de espaldas.


Confundido, miró a sus espaldas en busca de la silla, la cual ya no estaba. El asiento de madera había sido reemplazado con un pedazo de papel, cuyo cuerpo estaba manchado con tinta por toda su superficie, en formas específicas conocidas como letras. La hoja tenía escrita en ella un poema. Levantó el papel del suelo, lo leyó y quedó atónito por lo que acababa de sucederle.


Inmediatamente, se le ocurrió verificar si no era un sueño, y tocó la pluma que antes había utilizado. Esta, instantáneamente, se transformó en otra hoja de papel con un poema distinto escrito en ella.


No podía creer lo que estaba sucediendo. Todo aquello que tocaba se convertía en un poema prodigio. Tocó un par de cosas más para asegurarse de que no alucinaba por deshidratación. Agua. Eso era. Tan absorto estaba en los sucesos de los poemas que se le olvidó que estaba sediento. bajó a toda velocidad las escaleras hacia la cocina. Tomó uno de los vasos de cristal de una gaveta abierta, y este, al entrar en contacto con sus dedos, se convirtió en otra hoja de papel con un nuevo poema en ella.


Extrañado, intentó tomar otro vaso, pero lo mismo sucedió. Se dio cuenta de que su don funcionaba bien para diversión, pero no era nada práctico. No era nada tonto, así que tomó las dos hojas: una la enrolló para crear un palito y la dobló una y otra vez para formar un cono de papel. Con sus instrumentos listos, caminó hasta el dispensador de agua. Con ayuda del palito de papel, presionó la manija, y con el cono atrapó el líquido que caía de la boquilla. Prontamente, llevó el cono a sus labios para beber, y justo en el momento en que el agua entró en contacto con su boca, el fluido adquirió un color negro brillante.


Escupió lo que había en su boca apenas haberse dado cuenta de lo que era. Era tinta. Intentó abrir el refrigerador para sacar algo de comer con la ayuda de sus herramientas de papel, pero al dar un bocado y masticar, sintió pequeñas puntas agudas dentro de su boca. Al abrirla y sacar lo que tenía dentro, notó que era una hoja de papel arrugada en forma de pelota. Desesperado, corrió al baño a intentar quitarse la tinta restante de la boca, pero al tocar el pomo, convirtió la puerta entera en una hoja de papel con un poema nuevo y diferente.


Ignoró la falta de la puerta y corrió al lavabo. Con ayuda de su vara de papel, abrió la llave del agua fría y colocó su boca debajo del chorro de agua. Obtuvo como resultado el sabor y sensación de un chorro de tinta que entraba a su boca, para ensuciarla y mancharla aún más.


Pasaron las horas de angustia, y luego los días. Ya no podía más. Con hambre, sed y sueño, se quedó despierto, escondido en un rincón de su casa, angustiado y asustado, y rezaba para que el fantasma poeta apareciera de nuevo. Al final, lo hizo, y le dijo cómo acabar con el don.


El gran poeta muerto adivinó inmediatamente que el joven se había arrepentido de recibir aquel don. El muchacho confirmó las sospechas del fantasma y le pidió que lo devolviera a la normalidad, pero Neruda le dijo que, lamentablemente, no podía hacerlo, y que si quería deshacerse de aquella maldición disfrazada de don, debía bañarse en la tinta de mil tinteros juntos, y tocar todo aquello que había convertido para regresarlo a como era antes. El joven desesperado le preguntó cómo demonios iba a hacer eso, pues si tocaba algo lo convertía el un pedazo de papel con un poema escrito en él.


“Eso no lo sé. Ese es tu problema”.


Tras decir eso, el fantasma desapareció para no volver a ser visto.


Como pudo, consiguió reunir la tinta, y con prisa y ansiedad, comenzó a tallarse todo el cuerpo con aquel líquido negro. Cubrió las palmas de sus manos, sus brazos y antebrazos, sus piernas y pies, su cuerpo, su cabeza entera, su espalda completa, e incluso sus genitales.


Mojado, goteando tinta negra por todo el cuerpo, recorrió toda la casa y tocó todas y cada una de las hojas de papel. Cada una se convirtió de regreso en una cosa diferente: una se convirtió en su silla, otra en su cama, otra en un vaso de cristal, otra en un pedazo de comida masticada. Una incluso se convirtió en su perro.


Cansado, empapado en tinta, recorrió todo el camino hasta su escritorio, donde se sentó a descansar. Las gotas de sudor deslizaban por su frente, y este, con el dorso de su mano, se las secó el rostro, pero al hacerlo, algo más ocurrió. Él ni siquiera se dio cuenta de lo que pasó. No lo notó. No se enteró.


Al tocarse la frente con el dorso limpio de la mano, su cuerpo comenzó a transformarse en una hoja de papel, la cual lento y suave fue cayendo al suelo, balanceándose de lado a lado mientras descendía.


Esta también tenía algo escrito, pero esta vez no era un poema; era un nombre.


Joseph P. Midas

April 28, 2020, 4:55 p.m. 4 Report Embed Follow story
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The End

Meet the author

Riz Rhymer Poeta, escritor, una pizca de filósofo y gran amante de una buena historia. Si, suena muy ñoño, pero es cierto, y me apasiona la literatura, así como me gusta que a la gente le guste lo que escribo.

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Iván Selbor Iván Selbor
Te seguiré leyendo. Abrazo
May 15, 2020, 01:14

  • Riz Rhymer Riz Rhymer
    Igual haré yo, mi amigo, y espero seguir encontrándome con pequeñas joyas como "Cuento del que no sabía que era poeta". Una verdadera obra de arte. May 15, 2020, 01:39
Iván Selbor Iván Selbor
Se escapa poesía por el blanco de los renglones! Muy bueno.
May 14, 2020, 19:37

  • Riz Rhymer Riz Rhymer
    ¡Qué alegría que te haya gustado! Si así fue, no olvides dejar tu "me gusta". Comentarios como este son los que me alientan a seguir escribiendo. May 15, 2020, 00:52
~