Su mata uniforme de cabello se pega como el velcro a la parte baja de su nuca, la enfermera le palmea el hombro y la anima a continuar. Como si no hubiera estado esforzándose al máximo.
El sudor se vuelve una manta perlada de gotas irregulares sobre su frente, no puede acercarse, pero en la palma de su mano le cosquillea el deseo de al menos aliviarle el dolor que el mismo le causo, desea escucharla reír.
Nunca se culpó de la crueldad que ocasionan sus palabras en la mente de los humanos, pero no puede evitar el manojo de primitivas emociones cuando todo lo que ella es, lo rodea.
Reconoce que estar en una misma habitación con su cuerpo flotando a su alrededor lo anula casi por completo.
— ¡Es niña! — Resuelve la afroamericana que le palmea el trasero rosa con un buen azote.
— ¡Doctor!
El saco pálido cubierto de grasa se aleja en brazos de la enfermera, parece un capullo en tierra oscura.
—Lo siento. — Se abstiene de palmearle el hombro, seca sus manos en la parte baja de su ambo.
Abandona la habitación seguido de dos humanos que no se toman el tiempo de observa.
—Kan…— Tiembla su voz ahogada de sangre.
No necesita que alguien más se lo diga, sabe de sobra que está muriendo.
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