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La web oscura


Mariano abrió los ojos y examinó el reloj sobre la mesa de luz; las 8 de la mañana. No había dormido en toda la noche.

Y ya iban tres noches.

Se despegó de la cama, dejando tras de sí una mancha de humedad en el colchón; tenía la piel pegajosa por el sudor. Se sentó con el rostro mirando al suelo y se masajeó las sienes; le dolía la cabeza. Eso estaba bien, el dolor evitaba su presencia. Acompañado por el crujido de todos los huesos de su cuerpo, se levantó. Con pasos inestables se dirigió hasta el baño. En el trayecto golpeó un vaso y derramó su contenido; el líquido transparente se deslizó sobre el suelo. Mariano no lo notó. Junto a una de las patas de la cama había una botella vacía; en la etiqueta se leía Vodka. El olor a alcohol inundaba la habitación. Eso tampoco lo notó; o no le importaba.

Nada le importaba.

Al segundo intento consiguió encender el foco del baño. La luz le quemó en los ojos, parpadeó hasta poder mantenerlos abiertos. Pequeñas manchas rojizas flotaron en su campo de visión como psicodélicas luciérnagas y desaparecieron. El baño se hallaba descuidado. Pequeños frascos de plástico convertían el suelo en un campo minado; VENTA BAJO RECETA, rezaban las etiquetas. Mariano no les prestó atención; tampoco a la ducha, iban cinco días sin ducharse. Si alguien lo oliera, sentiría nauseas. Se apoyó sobre el lavamanos. El óxido corroía las canillas y el grifo goteaba. Se inclinó hacia el espejo. El pelo se le apelmazaba en la frente; más que nunca necesitado de una visita a la peluquería; el tinte azul se había descolorido y las raíces asomaban enseñando su negro natural. Estaba pálido como un cadáver. Las arrugas que le surcaban el rostro eran las de un anciano; tenía veinticinco años. La piel se le adherida a los huesos. Y los ojos se hallaban perdidos en sus cuencas. Si se presentara a un cásting para una película de zombis, sin duda conseguiría un papel; viendo la hora, El amanecer de los muertos sería la más adecuada. Se acercó un poco más a su propio reflejo; su aliento opacó la superficie del espejo. Se llevó una mano al rostro. El cristal reflejaba cinco dedos amarillentos por efecto de la nicotina. Utilizando dos de los dedos como pinzas, se abrió los párpados. ¿Había perdido color en los iris? La semana anterior eran azules, ahora grises. No le extrañó; el color de sus ojos representaba a la perfección su vida en ese momento.

Ya nada le parecía extraño.

Estremecido, dio un paso atrás; había sentido que le susurraban desde lo más profundo de su mente.

Se tapó los oídos con las manos y apretó los dientes con ahínco. Los músculos de la mandíbula se le tensaron como cuerdas de guitarra. Volvió a sentirlo. En un arrebato de desesperación, Mariano golpeó el espejo con la cabeza.

Una, dos, tres, cuatro veces.

El cristal se resquebrajó deformando su imagen. Un hilo de sangre le brotó de la frente y chorreó por su rostro. De inmediato se relajó; el susurro había desaparecido. Pero pronto regresaría. Mariano sabía que ya no había vuelta atrás. Debía hacer algo.

Y lo haría, vaya que lo haría.

Abandonó el baño sin ni siquiera limpiarse. Salió de la habitación y fue derecho a la cocina; en el camino dejó tras de sí un rastro de migajas sangrientas.

De nuevo tuvo que habituarse a la luz; otra vez las machas rojizas flotaron ante sus ojos y desaparecieron. Se sentía como un animal nocturno. Ese simple pensamiento le estimuló un escalofrío. En el fregadero los platos sucios se mantenían en un frágil equilibrio. El cesto de basura rebosaba de desperdicios y las moscas, gordas y verdosas, revoloteaban alrededor dándose un festín. Abrió el refrigerador; sin comida a la vista. El estómago le rugió en protesta. Mariano daba la bienvenida a cualquier dolor, pero el hambre no era suficiente. Reparó en un pack de cervezas Quilmes con la leyenda EL SABOR DEL ENCUENTRO. Extendió el brazo, pero se detuvo. La situación requería algo más potente y que actuara con mayor rapidez; Mariano deseaba evitar un encuentro. En su lugar, agarró una botella de vodka. Sin dudarlo un segundo, se la acercó a la boca y la empinó. Al mismo tiempo que su nuez de adán subía y bajaba, el nivel de líquido bajó poco a poco hasta que la botella fue sólo un cascaron vacío. Mariano eructó y arrojó la botella al suelo; rebotó tres veces antes de romperse. El alcohol le incendió la garganta y las vísceras le ardieron como a una hoguera que le echan combustible. Cerró los ojos y esperó el efecto colateral.

No lo hubo.

Se echó contra la pared a esperar. Bajó la vista; a sus pies había una caja de arena. Las piedras estaban impecables, sin rastro de excrementos. Su gato, LEÓN, ya no estaba en este mundo. El animal había sido el primero en sentir el peligro.

Si tan sólo él hubiera visto las señalas


—2—


El paquete no parecía para nada extraño.

Era una simple caja de cartón. Igual a la anterior. La única diferencia era el logo perteneciente a alguna clase de golosinas extranjeras que no había visto o probado en su vida; normal, teniendo en cuenta el sitio de dónde provenía; Belgrado, Serbia. Pero a partir del momento en que cortó la cinta de embalar con el cuchillo, las cosas se tornaron un poco extrañas.

Al abrir la caja, los vellos de los brazos se le erizaron. Se le puso piel de gallina. Mariano quedó paralizado con la vista fija en el interior del paquete.

Hasta que un bufido le hizo dar un respingo.

León se hallaba a su lado. El pelaje del gato, de un castaño claro con alguna que otra franja blanca en la espalda, estaba crispado. Enseñaba los filosos dientes y bufaba. Mariano quiso acariciarlo para que se calmara, pero retrocedió sin dejar de maullar amenazas. Decidió ignorarlo y se concentró en el objeto dentro de la caja. Esperaba que fuera algo bueno, y vaya que lo fue.

Una puta maravilla, pensaría más tarde, su caja de pandora.

Antes de sacarlo, algo captó su atención. Un papel. ¿Una nota de su dueño? Genial, mientras más real mejor. El papel parecía viejo, con ese tono amarillento del paso del tiempo; como un pergamino antiguo. Lo sujetó de una de las puntas con ayuda de dos dedos en forma de pinzas; no quería arriesgarse, quién sabe en manos de qué bicho raro estuvo. Había algo escrito. Mariano no conocía el idioma, pero le resultaba familiar. Las letras estaban en cursiva y la tinta, reseca, era de un color cobrizo (pobre iluso).

“ET ERITIS MIHI CARNEM ET ANIMAM MEAM”

Mariano dudó, se lamió los labios, y tragó.

Lo leyó en voz alta.

No ocurrió nada.

Se rió de sí mismo, sintiéndose un estúpido por ponerse nervioso y dejó la extraña nota a un lado. Por su parte, el objeto que había recibido no le resultó para nada amenazador, es más, era una puta mierda. Se había imaginado algo terrorífico, o por lo menos tétrico. O, aunque sea, inquietante. No una vasija de barro con un tapón de madera; ni siquiera estaba decorada con dibujos extravagantes.

Con una inspiración profunda, retuvo el mal humor que amenazaba con apoderarse de él. Intentó ser positivo; en su interior podría descubrir un tesoro. Sostuvo la vasija entre las manos sopesando su contenido.

Suspiró, el peso la declaraba vacía.

—Me pudieran haber mandado un poco de sangre de carnero —protestó.

Tuvo ganas de arrojarla, pero de nuevo se contuvo; una mierda o no, le había costado dinero. La dejó sobre la mesa y buscó la nota. El gato merodeaba alrededor de la sala de estar endemoniado; gracias a su pelaje, se asemejaba a una leona al acecho. Aunque el ambiente minimalista dictaba mucho de ser una selva; Mariano tenía los muebles básicos. Pero de alguna manera León se las ingenió para enredarse en los cables del televisor; el aparato se tambaleó. Por un segundo, a Mariano casi se le escapa el corazón por la garganta. Eso fue suficiente. Sujetó al gato por el lomo, y bajo maullidos de protesta, lo encerró en la habitación. ¿Qué diablos le sucedía? El veterinario le aseguró que al castrarlo se tranquilizaría. Parecía más excitado que nunca.

Mariano se acomodó en el sillón y miró sobre la mesa dubitativo. Pensó en buscar la cámara, pero ¿para qué? La nota le daba curiosidad, pero solo eso. La vasija era inútil, y la caja era una caja; duraría unos días como juguete de León y después iría a parar a la basura. Lo único notable en el paquete eran los tres idiomas en su embalaje; inglés, castellano y serbio. Cómo un paquete de Serbia llegaba hasta la Argentina implicaba un misterio; a la aduana no debía interesarle impedir el paso de un adorno de barro.

Se llevó las manos a las sienes; tenía un problema.

No contaba con material suficiente para un vídeo. Había tirado dinero a la basura. Tendría que inventarse un montón de cosas para crear un contenido espeluznante para su audiencia; Y arriesgarme a que me señalen como un fraude, pensó, y se rascó la cabeza con fuerza. El pelo se le alborotó, dándole el aspecto de un científico loco.

En un arrebato de frustración, dio un manotazo a la caja. Ésta salió disparada, pero no aterrizó muy lejos. Mariano escuchó un repiqueteo; plástico golpeando el suelo. Investigó los alrededores de la caja con la mirada.

Se irguió de un salto.

Los ojos se le iluminaron. Se acercó cauteloso, con miedo de que se tratara sólo de una ilusión creada por su cerebro; debido al fuerte deseo de poseer un golpe de fortuna.

—¡Genial! —exclamó, seguro de la veracidad del objeto.

Ya era hora de que su suerte cambiara.

Se agachó y la sostuvo en la palma de la mano; el tacto no podía ser ficticio. La pequeña memoria USB era real. Mariano casi sale corriendo hacia la computadora, ansioso por descubrir el contenido. Pero tuvo un presentimiento:

Si se me escapó una memoria, aun puedo tener suerte y tropezar con algo interesante dentro de la jarra.

Se guardó la memoria en el bolsillo del pantalón y regresó al sillón. Decidió que más tarde investigaría el contenido. Y dándole la razón a sus padres; eres demasiado impulsivo y siempre terminas estrellándote la cabeza contra un muro, Mariano se apresuró a destapar la vasija.

En veinticinco años de decisiones aceleradas y poco precavidas, esa fue sin dudas la peor de todas…


—3—


Pegó un oído a la vasija; lo pegó, literal, porque sintió la áspera superficie en la oreja. Y, con cierta delicadeza, la sacudió arriba abajo. Nada. Ni un simple repiqueteo. ¿Y si hay otro mensaje dentro? Un mensaje dentro de una botella, muy original. La afirmó sobre la mesa. El interior de la vasija era resguardado por un sencillo tapón de madera. Mariano la sostuvo por el cuello y aferró el corcho con ayuda del dedo índice y el pulgar.

La sala de estar comenzó a dar vueltas.

Mariano se hundió en el sillón como si su cuerpo fuera devorado por arenas movedizas. Se le nubló la visión. La mesa, junto con todo lo demás, se convirtió en un lienzo abstracto. Se tambaleó y sus manos soltaron la vasija. Entonces, poco a poco el mundo regresó a la normalidad. Mariano notó algo extraño; el brazo derecho se le había entumecido. El cosquilleo, como una débil corriente eléctrica, despareció al cabo de unos segundos.

¿Qué diablos acababa de suceder?

¿Había algo en el corcho? Tiene veneno, burundanga, la droga de los violadores, juzgó al instante. Lo descartó, era sólo su paranoia. Debía existir una explicación racional para lo ocurrido. Uno no se marea como en una borrachera monumental porque sí. Mariano tuvo una idea. Tres días atrás había concurrido a una fiesta privada, y para decirlo de una manera delicada, la pasó bomba. Se recordaba bebiendo, pero más importante, fumando marihuana. Fumó como si no hubiera un mañana. Esa era la causa. Jamás le había sucedido, pero amigos le contaron que el efecto de la marihuana podía regresar un breve momento días después de su consumo. Mariano opinaba que se trataba de una leyenda urbana, pero no podía negar que acababa de tener un episodio; algo de que hablar en la próxima fiesta a la que asistiera.

Habiéndole otorgado una explicación satisfactoria a aquel suceso, de nuevo se enfocó en la vasija: sin dinero no habría otra fiesta en el horizonte cercano, y para el dinero necesitaba grabar un vídeo.

Volvió a aferrar el tapón.

Sintió las garras de una bestia luchando por escapar de su encierro.

—¡Ya voy, espera un segundo! —le gritó al gato. León arañaba la puerta de la habitación, y a juzgar por el estrépito del picaporte, saltaba con intención de abrirla.

No salía. El corcho estaba bien apretado y se le resbalaba de la punta de los dedos. Tensó la mandíbula, y oprimió con ímpetu hasta que los dedos se le tornaron blancos. Y tiró.

La destapó.

Una voluta de polvo le abofeteó el rostro.

Un alma impura lo agredió.

Mariano alejó la cara y sacudió una mano para diseminar la polvareda. A pesar del esfuerzo, no pudo impedir que se le adentrara por la boca y las fosas nasales.

Su cuerpo fue corrompido.

Carraspeó. Los ojos se le enrojecieron como cuando se drogaba y el ardor le robó unas lágrimas. Sintió que las vías respiratorias se le helaban; el aire viciado parecía refrigerante.

Se levantó para alejarse del cúmulo de suciedad.

Los restos del miasma de la infame entidad.

Rodeó la mesa ratona y se acercó a la ventana balcón. Al recibir un poco de aire limpio, respiró aliviado. Sus pulmones volvían a estar despejados.

Había conseguido alojarse.

Mariano quiso regresar al sillón, pero quedó paralizado.

Una fuerte jaqueca le aporreó el cráneo. El dolor era intenso; jamás había sentido nada similar. De la sorpresa se mordió la lengua, y el sabor metálico de la sangre le bañó la boca.

En ese momento, pensó en su nombre; MARIANO.

Le susurró a su portador.

Era como si le apuñalaran la cabeza con un millar de alfileres. Insultó al aire y comenzó a gemir de dolor. Y el gato continuaba arañando la puerta. Mariano oía su nombre una y otra vez, cada vez más rápido, más intenso, más enloquecedor. El picaporte de la puerta chillaba y se mecía; León trataba de salir. Con la cabeza inclinada como un jorobado, y deslizándose por la pared, Mariano consiguió llegar hasta la habitación y liberó al gato.

El animal salió disparado como alma que la lleva el Diablo.

El Diablo atormentaba a su amo.

A Mariano la voz en su mente le recordaba al idioma de las serpientes en Harry Potter, pero distorsionada. La voz le hacía chirriar los dientes. Y no se detenía. Ahora eso en su cabeza, sea lo que fuese, le gritaba. El gato bufaba desde alguna parte, pero Mariano no lo escuchaba. Buscó el sillón tanteando con las manos; el dolor no le permitía abrir los ojos. León se anticipó subiendo al sillón de un salto y enfrentó a Mariano. El pelaje se le había crispado por completo y enseñaba los dientes. Un zarpazo cruzó el espacio entre ambos y le desgarró el cuello al Bart Simpson estampado en la remera de Mariano.

No conseguía pensar, cada idea era opacada y machacada por la voz infernal. A penas percibía al gato, pero su inquietud le ponía aún más nervioso. Mariano se dirigió a la ventana que daba al balcón. En el camino se golpeó la pierna con la mesa. El dolor fue intenso, pero por un ínfimo lapso la voz en su cabeza despareció. Con un esfuerzo descomunal, logró elevar las persianas. El murmullo de Buenos Aires invadió el departamento. Mariano se desplomó en el sillón rezando para que todos se callaran. El rostro se le había perlado de sudor y la frente le ardía febril. La cabeza le palpitaba como un tambor.

Cuando creyó que no lograría resistir más, se desmayó.

Si Mariano hubiera tenido una cámara de seguridad en la sala de estar, podría haber visto lo que sucedió segundos después de que perdiera el conocimiento:

León corría y brincaba hasta casi trepar por las paredes. El pobre animal deseaba escapar, sus sentidos de supervivencia estaban en alerta roja. Cada fibra de su ser salvaje temblaba, agitado por el miedo; se hallaba a pocos metros de una criatura peligrosa, sumamente peligrosa. En pocas palabras; el gato estaba desesperado. En el momento en que vislumbró el balcón a su disposición, sus patas no dudaron en dispararlo hacia la libertad. Con un corazón desbordado y sus sentidos aturdidos por el terror, no pudo detenerse.

Y se precipitó al vacío.

Para su desgracia, el departamento se ubicaba en el octavo piso del edificio.

El murmullo incesante de la ciudad fue roto por el grito de sorpresa y horror de una mujer que caminaba por la acera, y que presenció la muerte del animal. Para afirmar la destreza de su especie, León cayó de pie, pero la gravedad lo adhirió al suelo como en un dibujo animado.

Cuando Mariano recuperó la conciencia, despertó conmocionado, como si hubiera tenido una pesadilla. Descubrió la muerte de su mascota varias horas más tarde. Una mujer que vivía en el edificio, y había visto en varias ocasiones al gato tomando el sol en el balcón del departamento de Mariano, se tomó la molestia de llamarlo por el portero y contarle la tragedia.

Y aunque quería a León y la noticia le cayó como un baldazo de agua fría, otro problema lo atormentaba por dentro.


—4—


El susurro regresó.

Mariano se llevó las manos al cuello y comenzó a rascarse. ¿El vodka ya no le emborrachaba?, ¿era posible hacerse alcohólico en una semana? A Mariano le constaba que sí. Oía la voz con mayor claridad. Las uñas se le clavaban en la carne como las garras de un animal salvaje. La sangre le manchó los dedos y se escurrió hasta el pecho. La voz adquirió un volumen insoportable.

Mariano cayó de rodillas.

Necesitaba opacarlo, necesitaba dolor. Miró su antebrazo; las marcas no habían cicatrizado. Algunas estaban infectadas y supuraban una sustancia amarillenta y nauseabunda. Tenía que volver al baño y buscar las hojas de afeitar. Debía cortarse.

Se irguió. Dio un paso y trastabilló. Se sostuvo apoyándose contra la pared. Mariano sonrió, aliviado. El mareo apareció justo a tiempo; estaba borracho. El alcohol nubló sus pensamientos, pero también enterró la voz en lo profundo de su mente; ahogando la pesadilla.

Sin abandonar la seguridad de la pared, fue hasta el living. Allí se encontró con más de lo mismo; el departamento era un basurero. Las persianas de la ventana balcón estaban cerradas a cal y canto. Los estridentes rumores de la ciudad eran casi imperceptibles. La oscuridad lo calmaba. Se separó de la pared, y a trompicones, se depositó en el sillón. Frente a él, la mesa ratona se hallaba desbordada de papeles, platos, y colillas de cigarrillo. Rebuscó entre una pila de hojas hasta encontrar un paquete de tabaco Marlboro. Tomó uno de los cigarros, lo colocó entre sus labios y, sosteniendo el encendedor con una mano temblorosa, lo prendió. La primera calada fue profunda y le provocó dolor de cabeza; una verdadera maravilla. Se recostó y contempló la mesa. Junto a los platos repletos de colillas también había inciensos ya consumidos.

Masculló un insulto.

Se suponía que los inciensos purificaban el ambiente de las malas vibras. Y una mierda. Fueron completamente inútiles. Y qué decir del agua bendita; la botella, en una esquina de la mesa, había sido otra decepción. Primero se lavó el rostro, después rezó (rezo que buscó en google) y al final la terminó bebiendo. Había hecho todo el procedimiento acompañado por un gran escepticismo (a pesar de la situación), pero cuando no surtió efecto, se llevó una gran decepción; se le terminaban las opciones. En las pilas de hojas impresas había escritas docenas de soluciones que investigó en la computadora cuando el problema recién empezaba; y su cerebro funcionaba por más de un minuto. Como siempre, intentó solucionar el problema por su cuenta; ahora era demasiado tarde para llamar a un sacerdote.

Todavía le quedaba un último as bajo la manga.

Al otro lado de la mesa, el televisor de pantalla plana Sony estaba apagado. Debajo, cubierta de polvo, pero lista para ser usada, la PlayStation 4. Mariano soñaba con poseer una, pero no contaba con el dinero suficiente para comprarla. Al final, la obtuvo de la forma menos pensada. Lo que emprendió como una manera de matar el aburrimiento, terminó siendo un trabajo sumamente redituable. La placa dorada de YouTube colgaba en la pared como un recordatorio de su suerte. En el nombre del canal se leía, EXPLORADOROSCURO666.

El día que colgó su primer vídeo, con la temática de exploración urbana, no se esperaba lograr tanta repercusión. Los suscriptores y los likes no se hicieron esperar. Al parecer, grabarse en una fábrica abandonada a las dos de la mañana, cautivaba a las personas. Que las paredes estuvieran repletas de pintadas satánicas ayudaba mucho. Y qué decir de la rata que se cruzó de imprevisto; dio un susto mortal a quienes lo vieron. Y para ser fieles a la realidad, a él también.

De inmediato, se vio quebrantando la ley y colándose en los lugares más lúgubres que pudo encontrar; cementerios, hospitales, fabricas, y todo sitio abandonado digno de una película de terror de serie B. No siempre conseguía un buen vídeo, pero se las ingenió; con un poco de ayuda de Photoshop y otros programas de edición; una falsa voz espectral elevaba el contenido (y las visitas). No se sentía del todo bien al engañar a sus suscriptores, pero no podía darse el lujo de que sus ingresos bajaran y verse de regreso en la casa de sus padres. Padres que no tuvieron pelos en la lengua a la hora de señalar su disgusto a con su hijo y su elección de vida.

Mariano siempre se mantuvo en un frágil equilibrio entre la suficiencia financiera y el terminar en la calle. Pero eso cambió en poco tiempo; con el boom de la Deep Web y las cajas misteriosas. Su canal era perfecto para ese tipo de contenidos, y sin pensarlo, se vio adquiriendo una de esas cajas. El vídeo simplemente había sido fantástico. Recibió un paquete desde algún lugar de Europa del este que no era capaz de pronunciar; dentro le esperaba una muñeca grotesca, fotos de una niña, y mechones de cabello. Mariano se armó un guion y creó una historia horripilante sobre una niña asesinada y convertida en un muñeco maldito. Como resultado, el canal creció como nunca antes. Y lo normal era continuar con la misma temática; comprar otra caja misteriosa.

Y bienvenido al infierno, nuestra oferta de hoy; un demonio profanador de mentes a domicilio.

Mariano se inclinó hasta alcanzar una hoja. Entrecerró los ojos para que las letras cesaran de moverse y poder leer. Era la traducción de la nota, de la maldita frase que leyó en voz alta.

“TE ENTREGO MI CARNE Y MI ALMA”

Y no te olvides de mí cordura, hijo de puta, se dijo. Hizo un bollo con la hoja y la arrojó. Se puso de pie; quería observar el vídeo por última vez. Quizás podría visualizar algún detalle que se hubiera saltado y que le ayudara a salvarse.

Del otro lado de la sala había una puerta. Tenía un cartel pegado con la advertencia, PROHIBIDO PASAR, ZONA RESTRINGIDA. Era su cuarto de edición; una habitación de dos por dos, con paredes abarrotadas de hueveras para el sonido y una potente computadora con todos los programas de edición.

—MARIANO, deja de resistirte y déjame salir a jugar.

Mariano recibió las palabras como un martillazo en las sientes. Se tumbó en el sillón y apretó los puños hasta que le empalidecieron. No había tiempo para el vídeo.

Había llegado la hora.


—5—


Se arrastró por la sala de estar como un animal moribundo; los ojos cerrados y la frente rozando el suelo. A cada paso sentía que un martillazo le rajaba la frente. Ya no había dolor que lo distrajera. La voz creció en volumen hasta convertirse en un pitido constante y enloquecedor.

Entonces lo tocó.

Las puntas de sus dedos se toparon con una superficie rugosa. Se sentó en una pose de meditación y depositó el objeto entre sus piernas. Abrir los ojos conllevó un esfuerzo sobrehumano para Mariano, como si le hubiesen pegado los párpados, pero la vista fue gratificante; si todo hubo comenzado con un paquete, terminaría con uno. La caja no había sido enviada de Europa, sino de Argentina. Aún conservaba el recuerdo de cuando recibió el envío. ¿Cómo olvidarlo? La cara del repartidor del correo cuando Mariano lo atendió lo decía todo; parecía que el pobre desgraciado había visto un monstruo (casi se le cae la caja del susto).

En cierto aspecto, sí había visto un monstruo.

Mariano se valió de uñas y dientes para abrirla. Y aferró su pedido con anhelo. Arrojó la caja a un lado y se concentró en el objeto; un oso de peluche. Mariano rió al verlo, pero de inmediato la risa se transformó en agonía.

—Se terminó el tiempo, es hora de acabar con esto.

—Ya lo creo, es hora de acabar —susurró Mariano —. Llegó el final.

Se puso de pie y dio vuelta al oso entre sus manos. Deslizó la cremallera oculta en la espalda del animal de juguete y rebuscó en su interior.

Encontró lo que necesitaba.

—No seas estúpido Mariano, ya nada puede ayudarte. En unos segundos desparecerás y tu cuerpo será mío.

—¡Cállate! —gritó con una sonrisa en los labios.

Mariano sentía su peso en la mano. Era aterrador lo que uno podía conseguir por la Deep Web. Por ejemplo, demonios a domicilio. Más que la web profunda, deberían llamarla la web oscura. Pero también se podían adquirir otro tipo de objetos peligrosos. Cualquier arma que te imagines; incluso una 9mm con el cargador lleno y silenciador incluido. La solución definitiva.

Mariano dejó el oso en el suelo y ensambló el silenciador. Mientras lo enroscaba, meditó sobre cuánto tiempo tardaría en que alguien se preocupara por su desaparición. ¿Un día, una semana, o un mes? Teniendo en cuenta la falta de mensajes en su celular desde que él mismo dejó de mandarlos, mínimo un mes. Los de la inmobiliaria se pegarían un buen susto cuando vinieran a cobrarle el alquiler.

Mariano buscó en el bolsillo del pantalón y sacó un pedazo de papel amarillento. Miró la nota en latín. La oprimió con furia.

Se llevó la pistola a la cara y la introdujo en la boca.

Un escalofrío le recorrió el cuerpo y le estrujó el estómago cuando el cañón le acarició los labios. La muerte poseía un gusto metálico. Dudó. Cerró los ojos como trampas y sacudió la cabeza de lado a lado hasta despejarse las dudas. El tormento debía terminar, cualquier cosa que hallara al morir, sin duda sería mucho mejor que el tormento de la última semana.

—No te atrevas.

Una lágrima solitaria se deslizó por su mejilla.

—Hicimos un pacto, tu cuerpo es mío.

Mariano apretó el gatillo.

La pistola se disparó con un estruendo sordo.

La voz demoníaca se esfumó.

El estallido le abrió la parte de atrás de la cabeza y la sangre salpicó el piso.

La oscuridad lo envolvió y Mariano se sintió aliviado; todo era muy silencioso.

Se dice que uno ve pasar toda su vida ante sus ojos cuando te encuentras a punto de morir. En este caso Mariano tuvo solo un último recuerdo; el contenido de la memoria USB que tendría que haber examinado antes de leer la nota que dictaría su trágico desenlace.


—6—


Mariano se acomodó frente a la computadora para investigar el contenido de la memoria. Los ojos se le abrieron de forma desmesurada y su cuerpo se encorvó hasta permitir que su rostro casi se pegara al monitor. Había un archivo de vídeo. El temor de Mariano se reflejaba en el lento avance de la flecha del mouse hacia el icono del archivo. Mordiéndose el labio para darse valor, hizo doble clic. El vídeo se ejecutó a pantalla completa.

La cámara estaba desenfocada, pero la imagen mejoró al cabo de unos segundos, revelando una estancia oscura, tenuemente iluminada por el fulgor de pequeñas velas puestas en cada recoveco. Las paredes eran mohosas y descuidadas. No había sonido; el silencio era sepulcral. En el suelo se vislumbraba un pentagrama satánico trazado con pintura cobriza. No se observaba a nadie, hasta que una figura entró en escena. Parecía ser un hombre envuelto en una túnica negra. Llevaba algo entre las manos, pero no se distinguía. Se arrodilló en el centro del circulo y a continuación se alejó.

Una vasija, eso es lo que depositó en el suelo.

La imagen se amplió.

Hombres o mujeres, las túnicas no revelaban sus facciones, rodearon el círculo en silencio. Silencio que se rompió por un murmullo. Éste creció hasta transformarse en gemidos, y luego los gritos de terror no se hicieron esperar.

Apareció una mujer.

Se sacudía y luchaba por liberarse de los dos hombres que la arrastraban a través de la sala. Su piel se resguardaba bajo un simple camisón blanco. Los agudos chillidos de desesperación distorsionaban el sonido del vídeo. Sus captores la arrastraron hasta la pared frente a la cámara. La pusieron de pie a la fuerza y le extendieron brazos y piernas. La ataron con grilletes a la pared y quedó inmovilizada. Los encapuchados se retiraron y Mariano la pudo observar mejor. No es una mujer, es una niña, de largos cabellos rubios y tez pálida. Los hombres se unieron a sus compañeros. Todos agacharon la cabeza y se tomaron las manos, en un círculo de paz trastornada.

Una nueva figura se hizo presente. Era diferente a los demás; sostenía en sus manos un grueso libro; la cubierta era roja como la sangre. Se detuvo junto a la niña, que lloraba y se retorcía en inútil esfuerzo. Abrió el libro y comenzó a leer. El latín brotó de su boca. A cada oración, se interrumpía y esperaba a que sus acólitos repitieran lo dicho.

Los versos se extendieron por varios minutos. El sacerdote del terror cerró el libro y lo sostuvo con una mano. Con la otra rebuscó dentro de la túnica; los demás continuaban con sus oraciones. De pronto, algo brilló en su mano. Lo elevó sobre su cabeza. El acero de una daga resplandeció a luz de las velas. La hoja era extraña; poseía una forma serpenteante. Empuñó el arma en dirección a la niña. Los ojos de la pequeña se abrieron como platos al entender lo que le esperaba. La intensidad de sus alaridos era desgarradora. Intentaba alejarse fundiéndose con la pared, pero era inútil, no tenía escapatoria.

En un ágil movimiento, la daga desapareció en su vientre.

El hombre la extirpó con la misma rapidez. En el blanco camisón nació una flor rojiza, se deterioró, perdió la forma, y se deslizó por debajo de la cintura. La sangre salpicó el suelo al mismo tiempo que la chica cerraba los ojos. Las sacudidas y gritos cesaron cuando la cabeza se derrumbó inerte sobre su pecho.

El hombre que empuñaba la daga ensangrentada entró al círculo y se paró junto a la vasija. Volvió a elevar la daga y pronunció unas palabras. A continuación, apuntó a la vasija; del filo se desprendió una gota de sangre, y con una precisión milimétrica, cayó dentro.

El hombre se retiró y abrió el libro. Las oraciones cambiaron y aumentaron en volumen. Los encapuchados recitaban y se sacudían con la exaltación de un poseído. Al cabo de unos minutos nada sucedía, pero en ese momento, la imagen se tornó negra; las velas se apagaron como con un soplido. Los hombres enmudecieron.

La imagen regresó.

Las velas ardieron con un fulgor azulado. Algunos de los encapuchados se sobresaltaron. El silencio se rasgó. Una voz extraña susurró palabras en un idioma irreconocible. Una estela de polvo descendió en espiral desde el techo. Los hombres de las túnicas se arrodillaron y pegaron las frentes al suelo. El polvo danzó lentamente hasta la vasija. Y se deslizó dentro. El hombre del libro se acercó y predicó unas palabras; parecía apremiado por terminar. Con sumo cuidado colocó el tapón de madera. Las azules llamas se extinguieron y las velas regresaron a la normalidad. El hombre depositó el libro en el suelo y sujetó la vasija.

Se dio la vuelta en dirección a la cámara; en la oscuridad de la capucha se vislumbró el brillo de una sonrisa macabra.

El vídeo se cortó con esa última imagen.


—7—


Mariano perdió su propia apuesta.

Tres días después de su muerte la policía derribó la puerta del departamento. Mejor dicho, el casero del edificio les abrió la puerta a los agentes con la llave de repuesto.

Se podría suponer que los padres de Mariano, al no recibir señales de vida por parte de su hijo, se preocuparan y denunciaran su desaparición. No fue así. Ellos se enteraron horas más tarde, cuando fueron visitados por un oficial en su domicilio; en búsqueda de Mariano o información de su paradero.

Quien denunció a las autoridades la desaparición de Mariano fue DARKMEME999. Mejor conocido por su mamá como Manuel; un niño de trece años. Él mismo se definía como fanático de las películas de terror y ferviente seguidor de DROSS (otro youtuber con contenido de terror) y EXPLORADOROSCURO666 (Mariano).

Manuel había conocido a Mariano una tarde mientras saltaba de un vídeo de YouTube a otro sin nada mejor que hacer (la pila de tareas escolares no contaba como algo para hacer). De inmediato se enganchó con los vídeos de exploración urbana. Tardó un segundo en hacerse suscriptor del canal. Esperaba cada viernes con anhelo, expectante por el contenido de un nuevo vídeo. La nueva temática de las cajas misteriosas de la Deep Web lo había enganchado como una droga.

Al pasar dos viernes seguidos sin su droga diaria, a lo primero se había enojado, pero después el enojo dio paso a la preocupación. Sentado en la mesa de la cocina (y sin nada mejor que hacer) comenzó a imaginar teorías perturbadoras sobre por qué desapareció Mariano. Cada escenario resultaba peor que el anterior; desde que se había topado con un psicópata en un hospital abandonado, hasta que de la Deep Web había recibido una bomba de algún terrorista con un retorcido sentido del humor (jamás sabría lo cerca que estuvo de la realidad). Manuel, que se parecía a Mariano (no pensaba en las consecuencias de sus actos), robó el móvil de la cartera de su mamá y llamó a las autoridades; como buen fan, y con ayuda de Google, conocía el nombre verdadero y la dirección de EXPLORADOROSCURO666.

Al final, no sólo había sido duramente castigado por su madre, sino que también, fue visitado por dos oficiales que se aseguraron de que el chico aprendiera la lección. De todas maneras, Manuel tuvo razón; nadie sabía nada de Mariano en las últimas semanas.

El hedor a muerte golpeó a los policías en cuanto pusieron un pie dentro del departamento. Tuvieron que cubrirse la boca para no vomitar. En la sala de estar, los oficiales hallaron al desaparecido; estaba tendido en el suelo con un orificio en la cabeza y rodeado por un charco de su propia sangre. El arma homicida aún estaba sujeta entre sus dedos.

Uno de los policías, Gonzalo Moreno, se arrodilló junto al cadáver y lo escudriñó con la mirada. Su compañero, Guerra, dio un repaso al departamento sin tocar nada y regresó junto a él. Los oficiales dieron aviso a la central y esperaron al arribo de los especialistas.

—¿Qué piensas, drogas? —indagó Guerra desde el respaldo del sillón, donde había tomado asiento y observaba de brazos cruzados.

No le importaba si el muerto se suicidara por culpa de las drogas o porque se había olvidado de respirar, pero se divertía siguiéndole la corriente a su compañero. El tonto se creía un agente de la FBI.

—Tiene toda la pinta —contestó Moreno aun arrodillado junto al muerto.

Moreno, quien había ingresado al cuerpo policial unos pocos meses atrás, escudriñaba el cadáver con fascinación. Toda su vida había sido fan de las películas de detectives y series de televisión norteamericanas. Como casi siempre sucede, la realidad no tardó mucho tiempo en decepcionarlo. Pero cada vez que tenía la suerte (para él) de verse frente a un muerto, no perdía oportunidad de poner a prueba sus dotes detectivescos. Por ese sencillo motivo, fue capaz de verlo.

—¿Qué tenemos aquí? —preguntó curioso.

Contempló la mano cerrada del muerto; apenas se atinaba a ver el pedazo de un papel amarillento. Moreno, utilizando un bolígrafo para no dañar la escena, abrió los inertes dedos uno a uno. El papel quedó al descubierto, y el policía vio lo que estaba escrito.

—¿Una nota de suicidio? —preguntó Guerra y abandonó la comodidad del sillón cautivado por la curiosidad. Se situó detrás de Moreno y asomó la cara sobre el hombro de éste.

—No tengo ni idea. Parece escrito con sangre.

Ambos compartieron un escalofrío. Moreno no conocía el idioma en el papel y pensó que serían los delirios de un loco. Concibió una brillante idea (para él), tal vez si leyera las palabras en voz alta las comprendería mejor. Se aclaró la garganta, y, palabra a palabra, recitó la oración.

Tuvo un extraño presentimiento y las gélidas garras del miedo apresaron su corazón.

Dio un respingo.

De inmediato se calmó.

Era Guerra quien le apretaba el hombro con una de sus descomunales manos. Éste lo miró a los ojos, y rompiendo el silencio, le dijo:

—No entendí un carajo.

Ambos soltaron una estruendosa carcajada. A Moreno el corazón le volvió a latir con normalidad.


—8—


Horas más tarde, los verdaderos investigadores se habían hecho cargo de la situación, y una ambulancia retiraba el cadáver de Mariano en una bolsa plástica.

Los oficiales Moreno y Guerra, dada por finalizada su labor, abandonaron el departamento. Al caminar hasta el final del pasillo para subir al ascensor, Gonzalo se sentía decepcionado. No había logrado descubrir nada esclarecedor en la escena, y para colmo los investigadores, al examinar la computadora del muerto, hallaron un extraño vídeo que guardaron como prueba. Y claro que no se habían dignado en enseñárselo a los dos policías. A Moreno le hubiese encantado poder echarle un vistazo (o no tanto).

El ruidoso aparato llegó a su piso y abrieron sus puertas. Guerra entró primero. Con sus dos metros y cien kilos de peso, casi ocupó todo el espacio por completo. Moreno se acomodó como pudo, aun extraviado en su fracaso, y apretó el botón de la planta baja.

GONZALO.

El oficial Moreno se estremeció. Dio media vuelta y elevó la vista para mirar a su compañero.

—¿Qué sucede? —preguntó.

—Nada, ¿por qué? —Guerra, de brazos cruzados, arqueó una ceja.

—Acabas de llamarme por mi nombre.

—Yo no dije nada. El cadáver debe haberte contagiado la locura —respondió Guerra y lanzó una carcajada. Le encantaba meterse con el nuevo.

Gonzalo Moreno rió junto a su compañero, para encubrir los nervios que le brotaban por todo el cuerpo como un molesto sarpullido. Podía jurar por su madre, que una seseante voz había susurrado su nombre al oído.

El dueño de aquella escalofriante voz había encontrado un nuevo huésped. Y no pensaba dejar que se le escapara. Pronto sería libre de divertirse a sus anchas…

March 9, 2024, 10:59 p.m. 25 Report Embed Follow story
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The End

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Luca Domina Escritor de horror y suspenso. Te invito a leer y comentar :) A writer of horror and suspense. I invite you to read and comment :)

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Rodrigo Hernandez Rodrigo Hernandez
Acabo de leer tu historia y está super buena !! Te felicito es muy retorcida y me encanta la descripcion del personaje y las situaciones que se generan 👍
April 04, 2021, 22:24
Tania R. Zúñiga Tania R. Zúñiga
Demasiado buena, me perturbo la mente y en el fondo no quería ese final para... no lo digo porque no quiero spoilear jajaja. Excelente historia y escritura.
October 17, 2020, 06:22

  • Luca Domina Luca Domina
    Muchas gracias, Tania! Me alegra que te gustara y aprecio que te tomarás el tiempo de leer y comentar! Te mando saludos :) October 18, 2020, 13:41
© Esel Queen © Esel Queen
OMG :o <3 Excelente
September 24, 2020, 12:39

  • Luca Domina Luca Domina
    Muchas gracias, Esel! Aprecio la lectura y el comentario! Saludos! :) September 24, 2020, 14:57
JR Jetzabel Rodriguez
Joder... que cuentazo, se me iba a salir el alma del suspenso... 😲😲
August 28, 2020, 01:11

  • Luca Domina Luca Domina
    Muchas Gracias, Jetzabel!! Me alegra mucho que te gustara! y gracias por todo tu apoyo! Te mando saludos! :) August 28, 2020, 02:38
  • J R Jetzabel Rodriguez
    Un placer leerte, mucho talento que tienes, cuídate... un abrazo para ti también!!! August 28, 2020, 03:07
CirKº ·. CirKº ·.
Excelente, Luca!! Me mantuviste atrapado durante todo el relato. Destaco que tenga lenguaje y acontecimientos de nuestro tiempo, cosa que a veces se complica en el arte... Te sigo!!
August 27, 2020, 16:52

  • Luca Domina Luca Domina
    Muchas gracias, Cirkodello!! Aprecio tu comentario y me alegra que te gustara! Saludos! :) August 27, 2020, 22:16
Nataly Calderón Nataly Calderón
Hola, tu historia es muy interesante, me ha dejado intrigada. Muy buena, saludos.
June 27, 2020, 16:00

  • Luca Domina Luca Domina
    Muchas gracias, Nataly!! Me alegra que te gustara :) Saludos!! June 27, 2020, 17:13
Juan Bello Juan Bello
Me pareció un relato muy interesante, como bonaerense estuve al tanto de muchos guiños. Lo único cliché es la temática de las cajas de la deep web, ya que rompen el realismo ya que las mismas no existen. Pero como es un relato paranormal, no tiene que ser necesariamente 100% realista. En resumen, es una obra disfrutable y muy bien redactada.
May 31, 2020, 22:43

  • Luca Domina Luca Domina
    Muchas gracias por comentar, Juan! Me alegra que la disfrutaras! Seguro? yo he visto un par de vídeos en youtube de gente que las compran y vienen con cada cosa... jajaja May 31, 2020, 22:53
María Ramìrez María Ramìrez
Oye muchacho que envidia! De la sana LO JURO. De más está decir que lo adoré. Es precioso en su estilo espelusnante...
May 15, 2020, 18:13

  • Luca Domina Luca Domina
    Gracias, María, es todo un halago! Me alegra mucho que lo disfrutaras. Saludos!! May 15, 2020, 18:20
Is Bel Is Bel
No pude evitar recordar historias como "El cementerio de animales" al leerlo. Espero llegar a leer tus relatos en papel algún día. Son geniales. Solo una duda ¿Por qué siempre todo lo malo viene de Europa del este? -pregunto como persona de Europa del este- Aunque, he de decir que, a pesar de haber acalarado después que provenía de Argentina, aquella frase de ¨sacerdote del terror¨ si me suena a algún paisano jajaja. ¡Nos leemos!
May 11, 2020, 14:16

  • Is Bel Is Bel
    ¡Y por cierto! La historia me parece tremendamente original y me encanta que introduzcas pizcas de humor e ironía, me recuerda mucho a nuestro amigo King. May 11, 2020, 14:26
  • Luca Domina Luca Domina
    Wow muchas gracias! Ojalá, escribo para conseguir eso! jajaja Porque soy de las época de la película Hostel! y que Drácula sea rumano no ayuda jajaja De nuevo, gracias! King tiene mi narrativa preferida (espero ir logrando una propia con el paso del tiempo) Saludos! Nos leemos! May 11, 2020, 14:57
Andrés Oscura Andrés Oscura
Es un relato muy entretenido y bien logrado. El suspenso se siente de inicio a fin. El desenlace es algo cliché pero sirve bastante bien porque no deja de abonar a la historia. Me sentí identificado como seguidor de canales con material "paranormal". Eso se agradece. Es una historia que juega con un poco de todo. Sigo leyendo tus escritos, se nota que hay mucho en ti para hacer obras increíbles de terror. Te hago amistosas observaciones: hay pequeños errores de redacción a lo largo del texto, desde escasas letras faltantes, nombre propios escritos con minúscula, comas sobrantes, algunos usos inadecuados de la raya de diálogo — Son minucias que se corrigen con una lectura pausada y atenta, nada de qué preocuparse. Saludos desde México! Te invito a leernos!
March 31, 2020, 21:18

  • Luca Domina Luca Domina
    Hola, gracias por comentar! Me alegra que te gustara! Aprecio las observaciones, son la mejor forma de mejorar. Las tendré en cuenta. Saludos!! March 31, 2020, 21:43
Francisco Rivera Francisco Rivera
Amigo Luca Domina, interesante, denso de suspenso y pasajes de horror derivando en terror sostenido; se agradecen como lector y se disfrutan desde tu narración como escritor. A no dudarlo, estás en el camino y seguiré tus escritos. Adelante y encuentro elementos de posible guión cinematográfico, aunque, aclaro, hay además, escritor en ascenso: ¡Felicidades!
March 17, 2020, 00:01

  • Luca Domina Luca Domina
    Muchas gracias, Francisco! Confío en continuar mejorando como escritor hasta alcanzar mis objetivos. Aprecio tu comentario! Saludos!! March 17, 2020, 02:37
Sebastian Silvestri Sebastian Silvestri
Gran historia! Muy buena la estructura, la trama y la narrativa. Felicitaciones!
March 05, 2020, 13:54

  • Luca Domina Luca Domina
    Hola, muchas gracias por comentar! Me alegra que te gustara! Saludos. March 05, 2020, 15:11
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