fuukov Verónica FS

Desde que era pequeña Arlen ha sido capaz de ver los seres que se ocultan en las sombras, e incluso a los ángeles guardianes. Ha tenido que lidiar con fantasmas, demonios y seres extraños sin que nadie lo sepa. Lo que en realidad no sabe, es que su destino está enlazado a las llamas del Infierno, incluso antes de haber nacido, y que sus padres tienen algo qué ver. Su vida cambia aún más cuando conoce a Nys, un demonio álgido bastante peculiar y a Aaron.


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PRIMER ENCUENTRO

Ya están ahí otra vez.

Los veo a cada instante. A donde vaya. A cada hora, ya sea de día o de noche. Fantasmas que caminan de un lado a otro. Fantasmas que aparecen de entre los arbustos, en las ventanas de las casas, en los columpios... Siguen mis pasos con la mirada, ríen o sueltan algún gruñido. No es un cuento para niños. Lo que vemos en las películas o leemos en Internet es una realidad, aunque puede que solo para mí.

Al principio pensé que se trataba de personas extrañas o enfermas, y cuando tuve una idea de lo que eran, creí que los tendría a mi lado implorando que los ayudara; tal y como he visto en el cine y en la televisión. Por suerte no es así, y no tratan de hacerme ningún daño; ni siquiera se acercan o formulan alguna palabra que no sea sus lamentos. Podrían parecer personas como tú y como yo: No son transparentes, no flotan en el aire, ni llevan marcada su muerte en su cuerpo... Bueno, estos no. Los que aparecen en la noche sí son más aterradores; manchados de sangre, sin cabeza, con llagas... Son los que han tenido una muerte violenta. A estos ni siquiera puedo mirarlos; es más, si no quiero tener problemas es mejor hacer como que no los veo. A la más mínima que se sienten intimidados tratan de hacerte sentir su pena. Ya me pasó una vez.

La primera vez que vi a uno de estos tenía 12 años. Su espantosa cara mutilada me intimidó y me inmovilizó. Tenía la boca cosida y las lágrimas le caían rojas como la sangre. Era una mujer lánguida y con el cabello gris. Ella me vio. Yo la miré horrorizada. Entonces su boca se abrió para gritar tensando los hilos de sus labios y la sangre comenzó a salir a borbotones. Durante una semana la tuve en mis sueños, atormentándome, viendo su trágica muerte una y otra vez hasta que al final, simplemente se marchó. A partir de ese momento nunca miro a los de la noche.

Los de la noche son los peores. No sólo están estos fantasmas mutilados, sino que también veo extraños seres que parecen haber llegado del Infierno: Gigantescos, diminutos, con cuernos, con muchas cabezas… Son aún más terroríficos que los fantasmas. Estos sí atacan si me encuentran y no tengo escapatoria a no ser que tropiece con algún lugar donde poder refugiarme.

¿Por qué parece que soy la única que puede verlos? Mi vida es un caos. Nunca puedo estar relajada. No puedo salir por las noches, no puedo acercarme a locales nocturnos porque están plagados de los "otros"; esos que son más parecidos al hombre sin ser tan horrendos como las bestias. Algunos son tan atractivos que te embaucan con la mirada, y otros tan feos que sólo con mirarlos las piernas te tiritan. Además, huelen mal. No es que echen peste, sino que supongo que es ese olor a azufre que les caracteriza y que he leído en Internet.

Luego están los "buenos"; los ángeles de la guarda que acompañan a cada persona en su día a día. Todos son hermosos y de ojos claros. Cuando los veo me siento más relajada, pero no porque ellos estén dispuestos a ayudarme, sino porque desprenden buenas vibraciones.

No sé qué les pasa conmigo; si son los buenos, ¿por qué me tratan así? Me apartan del lado de su protegido. Me llaman "Condenada" y no sé por qué. Ni siquiera en las ocasiones que he sido atacada por una bestia, han venido a echarme una mano. A veces pienso que será porque puedo ver a estos seres desde que tengo uso de razón; Aunque, en mi opinión, no es un motivo justo para rechazarme. Por esto es que no tengo amigos; sus ángeles guardianes no lo permiten.

Acabo de salir de clase. Voy al instituto en el turno de tardes porque detesto madrugar, pero es la peor decisión que he tomado en toda mi vida. En verano los días son largos y las clases terminan aún siendo de día. Lo peor es cuando estamos en invierno, como ahora; la noche cae antes de acabar las clases y el camino de vuelta a casa resulta peligroso. Tengo que mirar por dónde piso, dónde miro, vigilar mis espaldas... Desde que cumplí 17 años los veo acechando en las sombras cada vez con más frecuencia.

¿Por qué debo tener una vida tan estresada? Quiero ser como las demás chicas de mi edad: Salir en grupo por las noches, conocer chicos, tener una cita, dar mi primer beso... Como he dicho, no puedo acercarme a los demás porque los guardianes me echan y, si son ellos los que se acercan, entonces tengo que fingir ser una persona antisocial para alejarlos de mí ya que su ángel guardián me mira como si los fuese matar o yo qué sé. El mote en mi instituto es "Marginada". O sea que los ángeles guardianes me llaman "Condenada" y mis compañeros, "Marginada"... A los únicos a los que parece que les intereso es a los "otros"; si no fuera porque lo que buscan es hacerme daño.

Después, otra de las cosas que me pregunto es, por qué no tengo un guardián como los demás que les diga a sus “amiguitos” que me dejen en paz. ¿Qué es lo que soy para ser tan rara? A mí ni siquiera me gusta poder verlos.

El autobús ya está aquí. Genial, porque no me apetece estar más tiempo sentada al lado de un anciano fantasma que no deja de repetir el nombre de su esposa. Son las 9pm y a estas horas el autobús va lleno de personas; de estudiantes y de trabajadores. En las multitudes apenas hay fantasmas, sólo ángeles guardianes. Permanecen quietos, al lado o detrás de su protegido. No hablan entre ellos ni se miran. Son muy fríos para desprender tanta calidez.

Justo se acaba de levantar una mujer para bajar en su parada y aprovecho para tomar asiento antes de que me lo quiten. Echo un vistazo a través de la ventanilla para ver cómo nos alejamos de los edificios y del tráfico de la ciudad. Mamá podría haberse quedado en el centro, en su pisito de soltera, y no trasladarse a vivir a la zona residencial de fuera. Yo estudiaría más cerca de casa y no sería una aventura llegar con vida atravesando calles solitarias rodeadas de huerta. Claro que, todo esto no lo sabe. Si se lo cuento seguro que pensará que tomo drogas o vete a saber tú. Hay un universo paralelo que nadie puede ver, y espero no ser la única. Si la mayoría de las personas fueran conscientes de todo lo que camina por nuestro alrededor, no habría habitaciones de sobra en los manicomios. Yo me he acostumbrado, me las ingenio día tras día para salir airosa. No les tengo miedo... Bueno, sólo un poco... A los de la noche.

De pronto siento que alguien me está observando. Noto su mirada clavada desde hace unos minutos. Los guardianes no suelen prestar atención a menos que sus protegidos estén involucrados, y a través del cristal no puedo verlo con tantas personas en pie. Justo cuando giro la cabeza para buscarlo, me tropiezo con la cálida mirada de un chico de cabello cobrizo. Está sentado a la misma altura, pero en la fila de enfrente del autobús. Nuestras miradas se acaban de cruzar y él no hace nada por disimular. Al contrario; me muestra una encantadora sonrisa. ¿Será verdad? ¿He ligado en el autobús? Es muy atractivo… Demasiado guapo para estar interesado en una chica tan sencilla como yo. Tiene unos profundos y cálidos ojos azules. Me abruma, y no puedo evitar apartar la mirada un momento. Pero cuando vuelvo a mirar, ya no está. Le busco con la mirada entre la multitud, aunque seguramente se acaba de bajar en esta parada. Qué lástima.

Bajo en mi parada de La Albatalía, el pueblo donde vivo. La Albatalía es un pueblecito de unos 2000 habitantes que está cerca del centro de la ciudad; todos nos conocemos y casi no hay secretos que guardar. La parada del autobús está en la carretera principal. Aquí hay casas y aún tienen las luces encendidas; el problema está cuando tengo que entrar en el carril sin asfaltar que hay a la derecha. Es un buen tramo solitario, sin casas, sólo en compañía de huerta y unas farolas que alumbran sólo un lado del carril. Tomo aire antes de entrar. Aquí me he cruzado con algunas bestias que me han atacado en más de una ocasión. Surgen de entre los naranjos sin que me lo espere e intentan apartarme de mi camino para que vaya hacia la oscuridad.

Valor. Tengo que hacer este camino todos los días. Puedo hacerlo. Me cuelgo bien la mochila en la espalda y echo a correr por el carril. Miro sólo al frente, nunca hacia los lados, y mucho menos hacia atrás. Escucho extraños sonidos que surgen del huerto, susurros que me llaman por mi nombre; a veces imitan la voz de mi madre para engañarme y tentarme a desviar la mirada del frente. Corro lo más rápido que puedo hasta llegar a casa y entonces, dejo de escucharlos. Por suerte mi casa es la primera que aparece al finalizar el carril. Si estuviera más lejos, me habrían atrapado. Saco las llaves de la mochila y abro la puerta de hierro de la verja. Cruzo el patio hasta llegar a la puerta de madera que da acceso a la casa.

—¡Ya estoy en casa!

Pongo las llaves encima del mueble recibidor y dejo caer la mochila sobre el sofá de cuero blanco. El parqué del suelo reluce de limpio; ha estado toda la tarde limpiando. Cruzo la puerta que da a la cocina y ahí está: con su cabello rojo recogido en una cola y su delantal estampado.

—Hola Arlen, ¿qué tal el día?

Tenemos visita. Bueno, nosotras ya no le consideramos visita porque pasa más tiempo aquí que en su casa. Es tío César; es el jefe de mamá en la joyería y también su mejor amigo.

—Bien —respondo sentándome a su lado en la mesa—. La profesora de inglés me ha puesto buena nota en la redacción.

—¡Eso es estupendo! —Aplaude Tío César

—Menos mal que te tiene a ti. Si fuese por mi inglés habría suspendido —alega mamá.

Tío César es mi única figura paterna. Nunca he conocido a mi padre, ni siquiera he visto fotografías de él por la casa (tampoco están escondidas. Ya intenté buscarlas hace mucho tiempo). Mi madre me contó que tuvo que marcharse a trabajar a Roma cuando yo era muy pequeña.

Simplemente, no la creo. Si fuese así podría telefonear de vez en cuando o escribir cartas, incluso hacer videollamadas por Skype o WhatsApp… Pero no es así. Ni una llamada, ni una carta. A mi madre la ha abandonado y no quiere quitarse la venda de los ojos. Le odio por ello. Nos ha abandonado. No entiendo cómo ella puede estar tan tranquila. Yo recuerdo haberlo pasado muy mal; recuerdo llorar por las noches o sentirme huérfana cuando veía a los padres de mis compañeros ir a las representaciones del colegio. Así que, para no sentirme intimidada por mis compañeros, les decía que tío César era mi padre. En realidad, es como si lo fuese. Él, y sólo él, ha estado en todos mis momentos importantes; ha estado para darme consejo, para ayudarme con los deberes y ha estado ahí jugando a lanzar a canasta.

César está casado, pero no tiene hijos; aunque en estos momentos se encuentra en trámites de divorcio. Su mujer, una ricachona bastante impertinente, ha llegado al límite de la tolerancia. Y es que, como he mencionado, él se pasa la mayor parte del tiempo metido en nuestra casa o en el trabajo. No puede ocultarlo; está loquito por mi madre desde hace mucho tiempo. Es una lástima que ella no quiera quitarse la venda y rehacer su vida con él.

Lo único que sé de mi padre es que es italiano y que se llama Angelo Carbone; y esto lo sé porque ella me lo ha contado, porque en la partida de mi nacimiento no figura su nombre. Mis abuelos, que en realidad no son los padres de mamá sino sus tíos, me han contado muchas veces que era un chico muy atractivo de ojos tan verdes que cautivaban. Que era una persona muy elegante, educada y que sólo le vieron un par de veces al lado de mamá. Yo no sé en qué me parezco a él. Me miro en el espejo y veo a mi madre reflejada en mí: Pelo rojo, ojos color almendra, bajita, nariz chata… Dice que tengo más cuerpo de mujer que ella con mi edad. Ni siquiera me considero una persona elegante como mis abuelos dicen que fue él. Más bien soy bastante terca y atrevida como lo es mi madre.

—Chicas, ya estamos en diciembre. ¿Cuáles son los planes para esta navidad? —Pregunta tío César.

—Seguramente en Nochebuena vayamos a cenar a casa de los abuelos. Ya sabes cómo son —responde mamá colocando la cena sobre la mesa. Esta noche ha preparado salmón a la plancha con patatas.

—Helena, ¿no te aburre todos los años lo mismo? ¿Por qué no nos vamos de viaje? ¿Qué tal a la nieve?

—¡Sí! —Grito entusiasmada— ¡Nunca he visto la nieve! —Pongo ojitos de cordero a mi madre— El pavo relleno de la abuela Margarita está buenísimo, pero nunca he visto la nieve. Peor. ¡Nunca hemos hecho un viaje!

Nos mira a uno y a otro tanteándonos, y finalmente, sentándose en la silla responde:

—No.

Vuelvo mi atención al plato y me centro en cenar y callar. Sé (y tío César también) que intentar convencerla es una pérdida de tiempo que sólo estimulará su enfado.

Después de cenar y despedir a tío César, subo a mi habitación a coger el pijama antes de meterme a la ducha. Quien entre en mi habitación jamás pensará que es de una adolescente: está llena de peluches y muñecas. Las estanterías, el escritorio, encima de la cama... Hay una diversidad de todos ellos. Mi madre siempre me da dinero para que me compre lo que quiera, tío César algo de su joyería, y los abuelos ropa de una tienda del pueblo… ¿Quién me regala tantas muñecas y peluches? No solo por mi cumpleaños y navidades, también los he visto en cualquier día. Llego a casa y me encuentro el muñeco sentado sobre el sofá. Cuando pregunto a mi madre me dice que son regalos de mi padre y de sus compañeros de trabajo. ¿En serio? ¿Mi padre no se digna a llamar y sí me compra muñecas? ¿Sabe la edad que tengo? Y sus compañeros de trabajo, ¿por qué? ¿De qué me conocen?

A este ritmo yo duermo en el pasillo y los peluches en mi cama.

Los quito de dos en dos y los voy dejando en el suelo. Por mucha rabia que le pueda tener a mi padre, ellos no tienen la culpa. No puedo tratarlos con desprecio.

Me despierto y miro el reloj analógico de la mesilla. Vuelvo a cerrar los ojos. Mirándolo por el lado bueno, puedo quedarme en la cama el tiempo que quiera bajo el calor de las mantas.

Después de ducharme y vestirme con mi suéter de lana rosa y calzarme las botas, toca volver a dejar los peluches en su sitio. Debería pedirle a mi madre una caja para guardar unos cuantos; con dejar dos sobre la cama ya estaría bien. Me preparo el desayuno con unas tostadas de mantequilla y mermelada de fresa. Y como estoy sola en casa porque mi madre está trabajando, aprovecho para desayunar en el comedor viendo la televisión. Ella no quiere que la caja tonta nos rompa el único momento donde podemos estar juntas, así que solemos comer en la cocina. Trabaja todo el día en la tienda (hasta media tarde) y se queda a comer con tío César. El único momento del día donde nos vemos es por la noche, durante la cena.

De pronto escucho un estruendo metálico que viene de la cocina. Me quedo en silencio esperando escuchar algo más, pero todo está completamente tranquilo. Recuerdo que la ventana y la puerta que da al jardín están cerradas; no puede haberse colado un gato. Me levanto, y tras quitar las flores de plástico, agarro el jarrón caminando a paso sigiloso hasta la cocina. Es extraño porque “ellos” nunca han intentado entrar en casa. Llego hasta la puerta, y muy despacio, la empujo mientras ruego que sea un gato. Y justo cuando termino por entrar en la cocina, respiro con tranquilidad: aquí no hay nada ni nadie. Más relajada, vuelvo a colocar el jarrón en su sitio confiada de que ha sido fruto de mi imaginación.

Subo a mi habitación para hacer las tareas de clase. No tengo gran cosa que hacer así que seguramente terminaré echando un vistazo a las redes sociales. Algo que también acabaré pronto porque tampoco es que tenga muchos amigos y seguidores. De nuevo un ruido me alerta cuando estoy sacando el libro de literatura de la mochila. Esta vez son murmullos de dos personas discutiendo en el comedor.

—¿Mamá?

No oigo respuesta. Esto no me gusta nada. Creo que mejor estudiaré en la biblioteca y comeré algo rápido por allí. No puedo permanecer aquí más tiempo escuchando extraños ruidos. Al final acabaré loca y este es el único lugar donde puedo estar tranquila. No quiero que eso cambie, así que mejor me marcho y espero que no vuelva a ocurrir.

Me pongo el abrigo de paño gris, me lío la bufanda al cuello y cuelgo la mochila en mi espalda. Bajo de nuevo las escaleras, pero esta vez concienciada de que podría haber alguien ahí abajo. Bajo con sigilo y casi pegada a la pared para evitar ser vista. No estoy segura de que sea un fantasma o una bestia. Mejor que no me vean. Llego hasta la puerta y abro con cuidado intentando que el chasquido de la cerradura haga el mínimo ruido. Cuando estoy fuera, cierro con llave y cruzo el patio deprisa hasta llegar a la puerta metálica. Aquí ya no me importa hacer ruido; estoy fuera y ellos dentro. Cierro a toda prisa y corro por el carril hasta llegar a la parada de autobús. Miro a mi alrededor: todo está bien.

Otra de las cosas que tengo que esquivar y llevar cuidado de no cruzarme en su camino, es una especie de campo o dimensión que me aísla de lo que me rodea y me lleva a un lugar más oscuro. No sé qué son ni qué nombre tienen, pero cuando aparecen, es mejor correr por otro camino para alejarse. Cuando era pequeña me atrapó una cosa de estas; fue la primera vez. No podía ver nada porque había mucha bruma gris que impedía ver lo que me rodeaba. Aunque otras veces he permanecido en el mismo sitio, en la calle o jardín, sin ser vista ni escuchar nada de lo que me rodea. La peor parte es cuando estás en la bruma, porque puede aparecer cualquier cosa. Esa primera vez me siguió una bestia con dos cabezas, alas de águila y pezuñas en lugar de pies. No sabía hacia dónde correr porque no veía nada. Era muy pequeña y estaba aterrada. Lo único que alcanzaba a hacer era llorar y gritar a mi madre para que viniera a por mí. Entonces vi una estela blanca justo en frente de mis ojos. La tenía todo el tiempo ahí, pero por el miedo no me había dado cuenta. Seguí a la estela y me condujo hacia una puerta blanca con un pomo dorado. Cuando la abrí, salí al mundo real. Desde entonces cada vez que entro en alguna sin darme cuenta, sigo a la estela hasta la puerta blanca; siempre intentando pasar desapercibida de lo que hay dentro. Con el tiempo he aprendido a detectarlas. Cuando se aproxima alguna se puede ver una imagen cristalizada. Es como si ahí hubiera un cristal tan transparente que, si te fijas bien, puedes ver que está formado por un montón de cristales en forma triangular que emiten un reflejo de colores como el arco iris. No sé si a las demás personas les influyen, pero creo que no. He estado en una calle repleta de gente y sin darme cuenta he entrado en una: Sólo yo y nadie más de la calle.

Con tanta cosa que vigilar, esquivar y ver… ¿Cómo me voy a aburrir? Mi día a día es una aventura lo quiera o no desde que era niña. He aprendido a sobrellevarlo todo, a ocultar mis emociones y a salir airosa de cada uno de los problemas en los que me meto. No necesito ayuda… Bueno, si soy sincera, me gustaría encontrar a alguien como yo. Alguien que tenga estos mismos problemas y pueda explicarme qué es lo que está pasando. ¿Es mucho pedir una sola persona tan rara como yo?

La tarde en clase ha transcurrido con total normalidad. En mi instituto nunca he visto fantasmas por los pasillos ni en las aulas. Tampoco he sentido la presencia de los “otros”, así que se podría decir que, además de casa, este es el segundo lugar donde puedo estar relajada.

—¡Arlen! ¡Espera un minuto!

Dos compañeras de clase me han detenido en mitad del pasillo. Son Ana y Rebeca. Un par de falsas que se las dan de buenas chicas y después te apuñalan por la espalda. Siempre sacan buenas notas en los trabajos porque seducen al delegado de clase para que les haga el trabajo. En lugar de llevar guardianes, deberían estar escoltadas por demonios.

Ahí están, sus dos ángeles guardianes; dos chicas de cabellos rubios. Ya me han puesto mala cara y no he sido yo quien se ha acercado a ellas.

—Estamos preparando los carteles para la fiesta de Navidad del instituto —Rebeca comienza a hablar—. Deberíamos quedarnos después de clase para terminar, pero tenemos natación en el club y no podemos saltarnos la clase. ¿Te importa ir tú en nuestro lugar?

“¿Por qué no dejáis de mirarme con esa cara?”, Pienso como si esas guardianas pudieran leer mis pensamientos; “Han sido ellas quienes se han acercado a mí. No sé qué os pensáis qué soy. Ellas son más maliciosas. Estáis defendiendo al demonio por si no os habéis dado cuenta…”. Estoy cansada de que me miren de este modo y no me dejen hacer una vida normal con mis compañeros de instituto. Ni que fuese a traer problemas si están a mi lado.

—¡Arlen! ¿Me estás escuchando?

—¿A quién miras? —Ana gira hacia atrás para mirar.

—¡A nadie! —Vuelvo en mí— Sí, vale.

—¡Oh, gracias! —Rebeca coge mis manos entre las suyas y las agita agradecida.

Después de recapacitar mi respuesta, me pregunto por qué he dicho que sí. Creo que tendré que mandar un mensaje a mi madre para decirle que llegaré tarde a casa. Es capaz de llamar a la policía si ve que me demoro demasiado en llegar a casa.

No han pasado ni cinco minutos cuando recibo su respuesta; “De acuerdo. Irá César a recogerte a la salida del instituto. Cuando hayas acabado dale un tono”. Ya sabía que iba a responder así.

Después de las clases, y a pesar de tener que estar rodeada de ángeles guardianes que no me quitaban ojo de encima, hemos conseguido acabar los carteles para la fiesta de Navidad. Han quedado muy bien y ha sido gratificante escuchar los halagos de mis compañeros. Según ellos, Ana y Rebeca se dedican a leer revistas del corazón en lugar de ayudar. Me siento satisfecha. Quiero más de esto: estar con mis compañeros, hablando, estudiando, riendo… Creo que al final optaré por pasar de esos estúpidos ángeles guardianes y de sus objeciones. De todos modos, no pueden hacerme daño. No creo que, en su santa naturaleza, les permita poner un dedo encima a una inocente porque no les cae bien. ¿Qué me intimidan con la mirada? Pues que lo hagan. Yo pasaré de ellos como lo hago con los de la noche.

Saco el móvil de la mochila y le doy un tono a tío César. Esta noche hace mucho frío. El frío de Murcia es demasiado húmedo y a pesar de las capas de ropa que lleves encima, pasas frío. Espero que tío César no tarde mucho en llegar.

Desde donde estoy, veo por la acera de enfrente a un gatito blanco con manchas marrones. Va de un lado a otro entre el asfalto de la carretera y la acera. Un par de coches han estado a punto de pisarlo, y acabará bajo la rueda de alguno si no deja de hacer eso. Cruzo la carretera con cautela y cuando lo tengo cerca, lo agarro con ambas manos. El gato debe de estar acostumbrado al hombre porque no se ha encrespado ni ha intentado arañarme.

En más de una ocasión le he pedido a mi madre una mascota, pero su respuesta siempre ha sido un no rotundo. Tío César es alérgico al pelo de los animales, y como siempre está metido en nuestra casa no quiere arriesgarse. Él ha insistido en que no lo hagamos por él, pero ella es más testaruda que yo. De lo único que la he podido persuadir es para tener una pecera.

Dejo el gato dentro del parque que hay frente al instituto. Espero que corretee por aquí y no vuelva a intentar salir hacia la carretera. Justo cuando me vuelvo para regresar a la entrada del instituto, escucho una voz de mujer pidiendo ayuda. No debería acercarme; seguro que es algún fantasma, pero mis pies han comenzado a caminar hacia el interior del parque antes de ni siquiera pensarlo. Me escondo detrás de un árbol: una estudiante está siendo intimidada por tres chicos que llevan cazadoras de cuero, piercings, y uno de ellos lleva tatuada toda la cabeza. Si me meto puedo acabar en un lío, pero no puedo irme tan ancha sabiendo que he sido testigo y no he hecho nada por ayudar. ¿Y su guardián? No sé hasta qué punto un guardián puede inmiscuirse en los asuntos de sus protegidos. Quizás es nuestra voz de la conciencia: esa que escuchamos en nuestra cabeza y decidimos si hacer caso o no. Si es así, un ángel guardián poco podrá ayudar. ¿Y de qué modo puedo ayudarla sin salir también perjudicada? Llamando a la policía. Es lo más sensato.

El ruido al pisar una botella de plástico me sobresalta. Miro hacia mis pies y me doy cuenta que acabo de pisar una botella que hay tirada en el suelo. Vuelvo a levantar la vista hacia ellos preocupada por el repentino silencio: se han dado cuenta que estoy aquí. Yo solita me he dado al descubierto.

—¡Vosotros tres! ¡Dejad a la chica en paz! —Grito señalando mi móvil— Acabo de llamar a la policía. No tardarán en llegar —Miento, y espero que eso les asuste.

Para mi asombro, la chica aprovecha que han puesto su atención en mí para huir. ¿Me acaba de dejar sola con estos tios?

—¿Has dicho, “vosotros tres”? —Habla el más bajito— ¿Puedes verlos?

¿Qué si puedo verlos?

Mierda…

Son demonios, y los otros dos seguramente estaban ocultos para la humana. Ya podrían llevar cuernos y rabo como en las películas. Los que son muy similares a los humanos me confunden mucho a la hora de diferenciarlos si no me llega su característico olor.

Echo a correr con ellos siguiéndome los pasos. Da igual que corra por la carretera principal o que ataje por las calles; la gente no me ayudará porque no los ve. Sólo ven a una loca gritar. Tengo que llegar cuanto antes a la iglesia que hay en este barrio; es el único sitio donde ellos no se atreven a entrar. Corro todo lo que puedo sin hacer caso a sus voces que me atraviesan la cabeza. No tengo que confirmar que me siguen porque, aunque no los vea detrás de mí, me rastrean.

Atajo por un callejón para darles esquinazo y así llegar antes a la iglesia, y justo cuando doblo la esquina para salir, topo contra alguien. Dejo escapar un grito de sorpresa y caigo al suelo de culo. Me quejo del dolor en el trasero, y cuando levanto la mirada para disculparme con la persona con la que he topado, me encuentro con un chico de mi edad que va en manga corta a pesar de que esta noche estamos a 9° de temperatura. Lleva un fino chaleco acolchado en color azul marino y unos estrechos pantalones negros con unas botas del mismo color. Se pone en pie y se limpia los pantalones irritado por la suciedad. No es su modo de vestir lo que me ha impresionado (en parte sí, ¡va en manga corta!), sino que lleva teñido el cabello en color blanco.

—Oye, ¿por qué no llevas cuidado?

Cuando trato de disculparme, advierto que su cara ha cambiado de expresión. Observa cauteloso a nuestro alrededor y entonces, abre los ojos de par en par y grita antes de salir huyendo.

—¿¡Por qué te están siguiendo?!

Me vuelvo hacia atrás preocupada y me doy cuenta de que esos tres demonios acaban de encontrarme y están ahí, en el callejón. Pero, un momento, ¿este chico los ha visto? ¿En serio? ¿He encontrado a alguien que es como yo?

—¡Espera! —Grito poniéndome en pie para ir detrás de él.

—¡No me sigas! ¡No me metas en tus líos! —Gruñe al advertir que lo estoy siguiendo.

—¿Tú también los ves? ¡Sé que en estos momentos no son visibles! ¡No te hagas el tonto! ¡Ayúdame a darles esquinazo!

—¿Por qué debería? ¡No te conozco! ¡No me sigas, joder!

No hago caso a sus palabras. Primero porque el miedo no me deja cambiar de dirección: he decidido seguirle y mis pies acometen el plan. Y después, la seguridad de que es un chico "especial" como yo. Estoy convencida: no huele como ellos, ni siquiera aprecio la sombra de temor que suelen producir. No tiene marcas ni deformaciones en su cuerpo (que haya podido apreciar). Ha visto a los que me persiguen, eso es un hecho. No voy a perderlo de vista.

Tropiezo con una baldosa y caigo al suelo de morros. Cuando me pongo en pie a toda prisa, haciendo caso omiso al dolor, me doy cuenta de que lo he perdido. ¡No! ¿Por qué? ¡¡Se supone que no lo iba a perder de vista!! Echo a correr de nuevo hacia el frente. Parece que el miedo de ser perseguida por unos demonios se ha evaporado dejando paso a la ansiedad. He perdido a la única persona que podría ser capaz de entenderme.

No daré mi brazo a torcer, así que sigo buscándole por las calles. Ni siquiera estoy pensando en ir hacia la iglesia, incluso teniéndola tan cerca. De pronto alguien tira de la capucha de mi abrigo y me arrastra hasta un callejón. Me estampa de espaldas contra la pared y noto una fría mano que cubre mi boca para callarme. Asustada, presto atención a mi agresor: es el chico de antes. Me hace un gesto con su dedo apoyado sobre sus labios para que guarde silencio mientras se asoma sigiloso. Aguarda alertado con todos los sentidos como si pudiera sentir la presencia de ellos. Ahora que puedo prestar atención, reparo en que es bastante guapo. Su espeso cabello blanco se le ondula levemente a la altura del cuello. Y no es un color teñido, ¡es natural! Sus pestañas son también tan claras como su cabello, del mismo modo que sus ojos. Son tan claros que si no es el azul más pálido que pueda haber, son de un color grisáceo.

—Parece que ya no te siguen…

Señalo que su mano aún sigue apoyada sobre mi boca. Rápidamente, al darse cuenta, la aparta.

—Bueno, me marcho. Regresa a casa antes de que te encuentren.

—¡Espera! —Agarro su chaleco para detenerlo— Acompáñame de nuevo al instituto, por favor. ¿Y si me topo con ellos?

—¡Ese no es mi problema! —Hace un giro brusco para soltarse— Ya te he ayudado, ahora déjame en paz.

—¡Pero tú y yo somos iguales!

Me mira sorprendido y después ríe. No sé qué le ha hecho gracia, pero es como si hubiera escuchado un chiste realmente bueno. Después de desahogarse, vuelve a observarme con curiosidad. Borra la sonrisa de su rostro y dice:

—Estás hablando en serio.

—¿Qué te resulta tan gracioso?

—Nada, nada. Mejor así —Guarda sus manos en los bolsillos de su chaleco—. Escucha, no me gustan los problemas. Y estar a tu lado es una maraña de problemas.

—¿Por qué dices eso? Oye, ¿no tienes frío?

— No —Deja caer un soplido y echa a caminar—. ¡Venga! A ver si llegamos pronto al instituto y puedo perderte de vista.

—¿Siempre eres tan simpático? —Corro hasta ponerme a su altura.

Supongo que será un hueso duro de roer, pero no voy a perder esta oportunidad. La oportunidad de estar con alguien que es como yo y que puede ver lo que se oculta en las sombras. Quizás él tenga muchas de las respuestas que estoy buscando, o podemos buscarlas juntos si tampoco las conoce. Conozco esa actitud tajante a relacionarse con las personas. Voy a destruir ese muro y a conseguir que confíe en mí.

Feb. 27, 2020, 8:46 p.m. 0 Report Embed Follow story
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