*En recuerdo de Polo (14-04-13 / 12-04-18)
Y de todas esas amadas mascotas, que partieron de nuestras vidas, pero jamás de nuestros corazones.
Érase una vez un angelito de la guarda que tenía como misión cuidar a un niño desde su nacimiento hasta que cumpliera la mayoría de edad, tiempo en el que el angelito Saúl, como era llamado en el cielo, sería relevado por un ángel adulto. Así eran las leyes allá arriba y todos estaban contentos y conformes con sus misiones; pues de esta forma ganaban sus alas para ser ángeles consagrados.
El pequeño Saúl estaba muy encariñado con el niño que cuidaba en la tierra; lo quería como un hermanito, jugaba con él, vigilaba sus sueños, lo ayudaba a despertar para ir al colegio, aunque él tuviese sueño también. Lo acompañaba y cuidaba cada día y cada noche para alejarlo de los peligros y de las malas personas, salvarlo de caídas o accidentes, en fin, todo lo que un ángel de la guarda debe hacer. Solo que Saúl con su espiritu travieso, noble y juguetón se involucraba cada vez más con el pequeño niño en su diario vivir, al punto de no querer jugar más con otros ángeles del cielo, solo con el niño de la tierra.
El afortunado pequeño era muy buen estudiante, hijo y amigo, una niño feliz que a ratos hablaba solo..., eso decía su mamá sin preocuparse mucho: «Antonio se la pasa hablando con un amigo imaginario, debe ser un ángel porque mi niño es muy bueno y feliz».
Todo eran risas y felicidad, hasta un día, que el angelito Saúl fue llamado a la secretaría celestial, ¡había ganado sus alas!. Ya estaba listo para ser un ángel de verdad, solo que no podría cuidar más a Antonio, el niño de la tierra; a él le tocaría otro ángel más adulto y de mayor rango porque en siete días cumpliría la mayoría de edad. Ese era el tiempo que le quedaba a Saúl para despedirse de su amigo; siete días para aconsejarlo en sus sueños por última vez, para acompañarlo, ya en la universidad, solo siete días para escuchar por última vez las historias de aventuras y romances juveniles que él compartía al contarle a su ángel de la guarda, de sus compañeros de clases y de la chica que le gustaba.
Saúl estaba muy triste, no podía resignarse a no ver más a su amigo, su hermano mayor, como decía él en el cielo, pues ya Antonio tenía casi 18 años. «Como me hubiese gustado nacer en la tierra y haber sido su hermanito...».
Pidió audiencia con Dios para tratar el asunto, ya que solo quería seguir siendo el ángel de la guarda del niño, pero los arcángeles no le permitían hablarle, alegando que sus peticiones carecían de madurez y eran insensatas. El pequeño ángel custodio no era movido por un capricho, sino por su infinito amor y lealtad hacia su amigo que cuidaba desde su nacimiento.
Un día, Dios estaba en reunión con los ángeles y arcángeles, recibiendo reportes de la tierra y de sus protegidos. El pequeño Saúl vigiló y esperó hasta que salió el último de ellos. Notando que tras de sí se había colado un pequeño angelito a la gran oficina celestial...
—¿Y tú, cómo te llamas?
Saúl escondido detrás de unos altos pilares de mármol, se sorprendió y asustó al ser descubierto.
—No me respondas, se que eres Saúl..., ven, acércate y dime a que viniste.
—Eeh... perdón padre, es que no me han permitido entrar aquí para hablar con usted. —tembloroso, el pequeño ángel se asomó solo un poco con timidez.
—Si sabes cuales son las reglas ¿por qué no las cumples? —habló Dios en tono severo pero comprensivo.
—Padre, es que no quiero separarme del niño que cuido. Sí, ya se que va a cumplir la mayoría de edad, pero ¿quién lo conoce mejor que yo?, aparte de usted, claro... Sus gustos y disgustos, sus sueños y tristezas, sus ilusiones... Padre, hemos compartido toda una vida, somos así, vea, llave... —Explicaba Saúl con un gesto juntando los dedos índices de cada mano, aprendido de los niños de la tierra.
—Te entiendo Saúl, pero imagínate que todos me pidieran lo mismo...
—¡Quizás los humanos mejorarían! —Saúl se apresuró a responder. —Si padre, quizás no se sentirían perdidos ni solos en la adolescencia. Los acompañamos desde que nacen y luego les asignan unos ángeles que ni saben nada de ellos...
—¿Cuestionas mis decisiones?
— Para nada padre, imagínese... usted es el Altísimo. Pero... ¿quién puede cambiar las reglas? Yo solo le pido me permita continuar junto a el humano que protejo.
Dios suspiró pensativo...
—Déjame revisar las plazas disponibles... ¡Gabriél!—Llamó a uno de sus principales arcángeles, a través de un pequeño intercomunicador dorado. —Por favor Gabriel revisa qué tenemos disponible para un caso 707 con nuestro pequeño Saúl.
—¿707 con Saúl?
—Sí Gabriel... me temo que lo perdimos, se humanizó...
—Padre, es que por ahora para los desertores 707 solo tenemos disponibles... gatos...
—Ujum... —Dios suspiró un tanto preocupado, al cabo de unos minutos habló:
—Está bien Saúl, voy a concederte lo que me pides, pero... ¿estás seguro? ve que perderás tus alas y serás envíado a la tierra junto a el niño, ahora joven, para que continúes acompañándolo en su vida y protegiéndolo, pero no como ángel, ni siquiera como humano...
—¡Estoy cien por ciento seguro, padre!—exclamó el pequeño, girando sobre sí de la alegría.
—Pues bien, no quiero fastidiarte pero serás envíado a la tierra como su mascota... un gato. ¿Aceptas?
—¡Acepto!—respondió muy feliz. —Pero... Padre, una pregunta... ¿los gatos no viven muy poco?
—Depende... tu primera vida como gato junto a él será corta; solo cinco años, pero contigo aprenderá a amarlos y a respetarlos. Llevará un mensaje a la humanidad, como otros tantos que he de tocar para que ayuden a entender que tanto gatos como perros, demás animalitos indefensos y plantas, deben ser protegidos y cuidados por los humanos, no maltratados, ni abandonados. Porque todos son mi creación.
—Disculpe que le interrumpa Padre, pero... ¿solo cinco años?
—En la primera... Tan solo días después llegarás a su puerta como Lucky, para vivir el doble de Polo. Y... ¡ya jovencito! No puedo revelarte todos mis planes. Si estás conforme firma aquí, y anda, despídete de los angelitos, querubines, de Miguel, Gabriel, Rafaél... aunque ellos siempre estarán contigo y tu humano.
—¡Gracias padre! —exclamó Saúl muy feliz, antes de salir de la oficina del todopoderoso se volteó con lágrimas en los ojos y dijo:
—¡Bendición señor… !
—Je, je, je, je... Te bendigo Saúl. No llores, recuerda que estoy en todas partes; a donde vayas y a donde mires, siempre te acompañaré, y al joven Antonio, también.
Y así, llegó un día envíado por Dios, el pequeño Polo al hogar y a la vida de Antonio. Para acompañarlo, cuidarlo y quererlo por muchos años más…
FIN
Celi Rodz Landaeta
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