Aún recuerdo el día que me pediste que fuéramos novios. Me pareció tan insólita tu propuesta que en acto solo atiné a sonreírte mientras me preguntabas, con tu sorprendida mirada azul celeste, el porqué de mi extraña reacción.
Caminábamos juntos por las hermosas calles de Madrid, en silencio, tratando de hallar alguna respuesta coherente sin conseguirlo; ahora , sin tu luminosa presencia, tu cautivadora sonrisa, ni tu portentosa y sensual voz nublando mis pensamientos, te contestaré:
Desde el primer momento en que nos conocimos supe que no eras hombre de una sola mujer. ¿Me molestó? En absoluto. Tu enigmática personalidad, aunada a tu inmenso atractivo, resulta irresistible para todo mundo. Lo acepté desde un principio como una verdad inalterable, incuestionable. ¿Intenté acaso hacerte cambiar? Desde luego que no. Tu has sido un enamorado de la belleza y el amor desde siempre, ya sea en la forma de un lienzo o de la compañía de alguna hermosa dama, compañía que jamás te ha faltado por supuesto.
Pero no te engañes: me duele la certeza de que, si acepto tu propuesta, sería cortarle las alas al más bello de los ángeles para después colgarlas en alguna pared de mi casa como un vil adorno. En resumen: dejarías de ser tú.
Me recuerdas mucho un viejo poema que reza lo siguiente:
“No intentes posar tus manos sobre su inocente
cuello (hasta la más suave caricia le parecería el
brutal manejo del verdugo).
No intentes susurrarle tu amor o tus penas
(tu voz lo asustaría como un trueno en mitad
de la noche).
No remuevas el agua de la laguna no respires.
Para ser tuyo tendría que morir.
Confórmate con su salvaje lejanía,
con su ajena belleza
(si vuelve la cabeza escóndete en la hierba).
No rompas el hechizo de esta tarde de verano.
Trágate tu amor imposible.
Ámalo libre.
Ama el modo en que ignora que tú existes.
Ama al cisne salvaje”.
Eso eres para mí, cariño mío, amado mío. Y así te quiero. Te prefiero libre como las gaviotas que tantas veces contemplamos juntos sobre el mar agitado. Antes libre que esclavo de un amor asfixiante y celoso como lo sería el de una mujer que te querría en exclusiva para ella sola.
Para ser mío tendrías que morir… y no pienso permitir que así sea.
Así que está decidido. Renuncio antes a tu amor de hombre que al de amigo. Seguiré amando a ese maravilloso cisne salvaje del que me enamoré, en la cercanía y a la distancia.
Tuya, ahora y siempre…
Thank you for reading!
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