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Dos hermanos, cuyo nombre no quiero revelar, fueron amigos míos en los lejanos tiempos del bachillerato; luego de separarnos, con el paso de los años, acabé por perder su pista. Días atrás me entere casualmente de que uno de ellos se encontraba muy enfermo; de regreso a mi pueblo, di un rodeo para ir a visitarles, pero sólo encontré al mayor, quien me dijo que el que había estado enfermo era su hermano. No veía inconveniente alguno en que un viejo amigo tuviera acceso a su diario. Así que me lo llevé y nada más leerlo he sabido que la enfermedad de mi amigo no era otra que la llamada «manía persecutoria». Autor: Nikolai Gogol Portada por @iamtaty Traído a la plataforma por @iamtaty


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3 de Octubre

Hoy ha tenido lugar un acontecimiento extraordinario. Me levanté bastante

tarde, y cuando Marva me trajo las botas relucientes, le pregunté la hora. Al

enterarme de que eran las diez pasadas, me apresuré a vestirme. Reconozco que

de buena gana no hubiera ido a la oficina, al pensar en la cara tan larga que me

iba a poner el jefe de la sección. Ya desde hace tiempo me viene diciendo: "Pero,

amigo, ¿qué barullo tienes en la cabeza? Ya no es la primera vez que te

precipitas como un loco y enredas el asunto de tal forma que ni el mismo

demonio sería capaz de ponerlo en orden. Ni siquiera pones mayúsculas al

encabezar los documentos, te olvidas de la fecha y del número. ¡Habráse

visto!… "

¡Ah! ¡Condenado jefe! Con toda seguridad que me tiene envidia por estar yo

en el despacho del director, sacando punta a las plumas de su excelencia. En una

palabra, no hubiera ido a la oficina a no ser porque esperaba sacarle a ese judío

de cajero un anticipo sobre mi sueldo. ¡También ése es un caso! ¡Antes de

adelantarme algún dinero sobrevendrá el Juicio Final! ¡Jesús, qué hombre! Ya

puede uno asegurarle que se encuentra en la miseria y rogarle y amenazarle; es

lo mismo: no dará ni un solo centavo. Y, sin embargo, en su casa, hasta la

cocinera le da bofetadas. Eso todo el mundo lo sabe.

No comprendo qué ventajas se tiene al trabajar en un departamento

ministerial. Ni siquiera dispone uno de recursos. Pero no sucede así en la

Administración Provincial, ni en el Ministerio de Hacienda, ni en el Tribunal

Civil. Allí ves a un empleado cualquiera sentado humildemente en un rincón

escribiendo. Lleva un frac gastado y su aspecto es tal que ni siquiera merece que

se le escupa encima. Sin embargo, fíjate en la villa que alquila durante el verano.

No se te ocurra regalarle una taza de porcelana dorada, pues te dirá que eso es

digno de un médico. Él se conforma tan sólo con un coche de lujo o unos drojkas

o una piel de visón de 300 rublos. Y, no obstante, por su aspecto parece tan

modesto, y al hablar es tan fino. Te pide, por ejemplo, que le prestes la navaja

para sacar punta a su pluma, y si te descuidas un poco, te despluma de tal forma,

que ni siquiera te deja la camisa.

Pero reconozco que nuestra oficina es diferente, y en toda ella reinan una

limpieza de conducta y una honradez tales, que ni por soñación puede haberlas

en la Administración Provincial. Además, todos los jefes se tratan de usted.

Confieso que, a no ser por la honradez y el buen tono de mi oficina, hace ya

mucho tiempo que hubiera dejado el departamento ministerial.

Me puse el viejo capote y cogí el paraguas, pues llovía a cántaros. En la calle

no había nadie. Sólo tropecé con mujeres de pueblo que se arropaban con los

faldones de sus abrigos, comerciantes que caminaban resguardándose de la

lluvia bajo sus paraguas, y cocheros. Gente bien no se veía por ningún sitio, a

excepción de nuestra modesta persona, que caminaba bajo la lluvia. En cuanto la

vi en un cruce, pensé en seguida: "¡Eh, amiguito! Tú no vas a la oficina. Tú estás

dispuesto a seguir a ésa que va delante de ti y cuyas piernas estás mirando. ¡Qué

locuras son ésas! La verdad es que eres peor que un oficial. Basta con que pase

cualquier modistilla para que te dejes engatusar".

Precisamente en el momento en que estaba pensando esto vi cómo una carroza

se detenía ante un almacén junto al que yo me encontraba. En seguida reconocí

la carroza: era la de nuestro director. Me supuse que debería de ser de su hija,

pues él no tenía por qué ir a estas horas a un almacén. El lacayo abrió la

portezuela, y la joven saltó del coche, como un pajarito. Echó unas miradas en

torno suyo, y al alzar sus ojos sentí que mi corazón quedaba herido… ¡Dios mío,

estoy perdido! ¡Estoy perdido irremediablemente!

Y ¿por qué habrá salido ella con este mal tiempo? Después de esto nadie se

atrevería a decir que las mujeres no se vuelven locas por los trapos.

Ella no me reconoció y yo procuré ocultarme y pasar inadvertido, pues llevaba

un capote muy manchado y cuyo corte, además, estaba pasado de moda. Ahora

se llevan las capas con cuellos muy largos, y el mío era muy corto; además, el

paño de mi capote distaba mucho de ser elegante. Su perrita no tuvo tiempo de

entrar y se quedó en la calle. Yo la conozco, se llama Medji. No había

transcurrido ni un minuto, cuando oí de repente una vocecilla que decía:

-¡Hola, Medji!

Vaya. ¿Quién será el que habla? Miré y vi a dos señoras que caminaban

debajo de un paraguas. Una de ellas era ya anciana; la otra, muy jovencita. Pero

ellas ya habían pasado, y nuevamente volví a oír la misma voz a mi lado.

-¡Debería darte vergüenza, Medji!

¡Qué diablos! Vi que Medji estaba olfateando al perro que iba con las dos

señoras. "¡Vaya! ¿No estaré borracho? -pensé para mis adentros-. ¡Menos mal

que esto no me ocurre a menudo!"

-No, Fidele; estás equivocado. Yo estuve… Hau, hau… Yo estuve muy

enferma.

¡Vaya con la perrita! Confieso que me quedé muy sorprendido al oírle hablar

como una persona; pero después de reflexionarlo bien, no hallé en ello nada

extraño. En efecto, en el mundo se dan muchos ejemplos de la misma índole.

Cuentan que en Inglaterra emergió un pez y dijo dos palabras en un idioma

extraño, tan raro, que desde hace dos o tres años los sabios hacen investigaciones

acerca de él y aún no han logrado clasificarlo. También leí en los periódicos que

dos vacas entraron en una tienda y pidieron medio kilo de té. Pero reconozco que

me quedé aún mucho más sorprendido al oírle decir a Medji:

-¡Es verdad que te escribí, Fidele! Seguramente Polkan no te llevaría la carta.

Aunque me juegue el sueldo, apostaría que nunca se ha dado el caso de un

perro que escriba. Sólo los nobles pueden escribir. Claro que también algunos

comerciantes, oficinistas y, a veces, hasta la gente del pueblo sabe escribir un

poco; pero lo hace de un modo mecánico, sin poner ni comas, ni puntos, y, claro

está, sin ningún estilo.

Esto me dejó muy sorprendido. He de confesar que desde hace algún tiempo a

veces oigo y veo unas cosas que nadie vio ni oyó jamás.

"Voy a seguir a esta perrita, y así me enteraré de quién es y de lo que piensa",

resolví para mí. Abrí el paraguas y me puse a seguir a las dos señoras. Cruzamos

la calle Gorojovaia y nos dirigimos a la calle Meschanskaia, y desde allí a la de

Stoliar, y, finalmente, llegamos al puente de Kokuchkin, deteniéndonos ante una

casa de grandes dimensiones. "Conozco esta casa -pensé para mí-: es la de

Zverkov. ¡Un verdadero hormiguero! Pues sí que viven allí pocos cocineros y

viajantes. En cuanto a los empleados, abundan como chinches. Allí vive un

amigo mío que toca muy bien la trompeta."

Las señoras subieron al quinto piso. "Bueno -pensé- ahora me voy a ir, pero

antes he de fijarme bien en el sitio, para aprovecharlo en la primera ocasión que

se me presente."

4 de octubre

Hoy es miércoles, y por eso estuve en el despacho de nuestro director. Vine a

propósito un poco antes. Me senté y me puse a sacar punta a todas las plumas.

Nuestro director debe de ser un hombre muy inteligente; tiene el despacho lleno

de armarios con libros. Leí los títulos de algunos libros, y todos son científicos;

así que ni por soñación son asequibles a nosotros, los empleados; además, todos

están o en francés o en alemán. Cuando se mira a nuestro director, sorprende a

uno por su aspecto imponente y por la seriedad que refleja toda su persona.

Todavía no he oído nunca que haya dicho una palabra de más. Sólo cuando se le

entregan los documentos suele preguntar:

-¿Qué tiempo hace fuera?

-Hace mucha humedad, excelencia.

La verdad es que las personas, como nosotros, no se pueden comparar con él.

Es lo que se dice un verdadero hombre de Estado. He notado, sin embargo, que

me tiene especial cariño. ¡Ah, si su hija… ! ¡No, eso es una canallada!… Me

entretuve leyendo La Abeja. ¡Qué gente tan estúpida son los franceses! ¿Qué es

lo que pretenden? ¡De buena gana los hubiera cogido a todos y les hubiera dado

una buena paliza!

Allí también leí la descripción de un baile hecha por un terrateniente de la

provincia de Kurck. Los terratenientes de Kurck suelen escribir muy bien.

Después me di cuenta de que eran ya las doce y media y que nuestro director aún

no había salido de su dormitorio. Pero a eso de la una y media tuvo lugar un

acontecimiento que ninguna pluma sería capaz de relatar. Se abrió la puerta, yo

me levanté de un salto con los papeles en la mano, pensando que sería el

director; pero cuál fue mi sorpresa cuando vi que era ella. ¡Jesús, cómo iba

vestida! Llevaba un traje blanco y vaporoso como un cisne. ¡Y qué vaporoso! Y

al alzar los ojos creí que me alcanzaban los rayos del sol. Me saludó y dijo con

una voz semejante a la de un canario:

-¿No ha venido papá?

"Excelencia -quise decirle-, ¿quiere usted castigarme? Pues si tal es su deseo,

que lo haga su excelencia con su propia manita." Pero ¡qué demonios! La lengua

se me trabó; así es que sólo pude decir:

-No, no estuvo.

Ella me echó una mirada y miró también los libros y… dejó caer su pañuelo.

Yo me precipité en seguida para recogerlo, pero resbalé sobre ese maldito

entarimado y poco me faltó para caerme; sin embargo, logré conservar el

equilibrio y alcancé el pañuelo. ¡Señor, qué pañuelo! Era de batista finísima.

Ella me dio las gracias y sus labios esbozaron una sonrisa un tanto irónica;

luego se fue. Yo me quedé una hora hasta que el criado vino y me dijo:

-Márchese a casa, Aksenti Ivanovich. El señor ya salió.

No puedo soportar a los criados; siempre están tumbados en el vestíbulo, y ni

por casualidad saludan a uno. Y no sólo eso, sino que un día, a una de estas

bestias se le ocurrió ofrecerme un poco de tabaco sin levantarse de su sitio.

¡Como si no supiera el muy tonto que yo soy un funcionario de familia noble!

No obstante, cogí yo mismo mi sombrero y mi capote y me los puse, pues sería

inútil esperar ayuda de esa gente. Salí a la calle. Al llegar a casa me pasé un

buen rato tumbado en la cama. Después copié unos versos muy bonitos:

¡Mi almita! En tu ausencia, una hora,

un año completo parece pasado sin ti.

¡Odiosa es la vida, ya solo, señora!

Por eso yo pienso: "Si tú no vinieses, mejor es morir"

Deben de ser de Pushkin. Por la tarde, arropándome bien con mi capote, fui a

casa de su excelencia, en donde estuve esperando para ver si la veía salir al subir

en coche; pero ella no salió.

6 de noviembre

El jefe de personal me ha puesto fuera de mí. Hoy, cuando llegué a la oficina, me

hizo llamar y me dijo lo siguiente:

-Pero dime: ¿qué es lo que estás haciendo?

-¡Cómo! Yo no hago nada -le respondí.

-Bueno. Reflexiona un poco. Ya has pasado de los cuarenta; me parece que es

hora de que te vuelvas un poco más inteligente. ¿Crees acaso que no estoy

enterado de todas tus andanzas? ¡Sé muy bien que andas detrás de la hija del

director! Pero, hombre, ¡mírate al espejo! ¡Piensa en lo que eres! ¡No eres más

que un cero, que es menos que nada! ¡Si no tienes ni un centavo! Pero ¡mírate…

, mírate la cara en el espejo! ¡Cómo puedes tú pensar en esas cosas!

¡Demonios! ¿Qué se habrá creído él? Si tiene cara de bola de billar con cuatro

pelos en la cabeza que se unta de pomada y lleva rizados que es una irrisión. Y

se cree que a él todo le está permitido. Ya comprendo por qué está furioso: es

que me tiene envidia. Seguramente habrá visto que soy objeto de sus marcadas

preferencias. ¡Pero ya puede decir cuanto quiera, que me tiene sin cuidado!

¡Pues tampoco tiene tanta importancia un consejero de la Corte! ¡Por llevar una

cadena de oro en su reloj y encargarse unas botas de 30 rublos se cree alguien!

¡Que se vaya al diablo! ¿Acaso se cree que soy hijo de un plebeyo o de un sastre

o de un sargento? Soy noble. También yo puedo llegar a obtener el mismo cargo

que él. Sólo tengo cuarenta y dos años, que en realidad es la edad cuando

precisamente se empieza a trabajar. ¡Espera, amigo: también yo llegaré a ser

coronel, y con la ayuda de Dios quizás algo más! También yo gozaré de una

reputación mejor que la tuya. ¿Qué te crees, que en el mundo no hay hombre

más formal que tú? Espera un poco: cuando yo tenga un frac cortado a la moda y

una corbata como la tuya, entonces no me llegarás ni a la punta de los zapatos.

Lo malo es que no dispongo de medios.

8 de noviembre

Estuve en el teatro. Ponían Filatka, el tonto ruso. Me reí mucho. Daban también

un vaudeville con unos cuplés muy graciosos sobre los jueces, particularmente

uno que se refería a un consejero de registro, y que era tan fuerte, que me

extrañó que le hubiera dejado pasar la censura. En cuanto a los comerciantes se

decía que abiertamente engañaban al pueblo, y que sus hijos armaban unas

juergas terribles y se esforzaban por llegar a ser nobles. También había un cuplé

muy gracioso sobre los periodistas y la pasión que tienen de criticarlo todo; de

modo que los autores de hoy en día escriben unas piezas muy entretenidas. A mí

me gusta mucho ir al teatro. En cuanto tengo algún dinero en el bolsillo no

puedo contenerme y voy. Pero entre nosotros los empleados hay muchos que no

van, aunque se les regale el billete. También cantó muy bien una artista. Me

acordé de aquello… , ¡bueno, es una canallada!… ; así es que no digo nada…

9 de noviembre

A las ocho fui a la oficina. El jefe de la sección hizo así como si no reparara en

mí y en que había llegado. Yo también hice como si entre nosotros nada hubiera

ocurrido. Me entretuve ojeando los anuncios y luego comparándolos. Salí a las

cuatro y pasé delante del piso del director, pero no vi a nadie. Después de comer

estuve casi todo el tiempo echado en la cama.

11 de noviembre

Hoy estuve en el despacho de nuestro director y saqué punta a veinticuatro

plumas de su excelencia y a cuatro de su hija. A él le gusta y encanta que haya

muchas plumas. ¡Ah, qué cerebro el suyo! Siempre está callado, pero su cabeza

debe de estar siempre reflexionando. Me hubiera gustado saber en qué suele

pensar y qué es lo que encierra aquella cabeza. Me interesaría observar de cerca

la vida de estos señores, conocer todas las intimidades y las intrigas de la Corte,

saber cómo piensan y lo que suelen hacer entre ellos. Muchas veces pensé

entablar conversación con su excelencia, pero el caso es que mi lengua se niega

a obedecerme. Sólo consigue pronunciar: "Afuera hace frío o calor", y de allí no

pasa. Me hubiera gustado echar una mirada al salón cuya puerta a veces está

abierta, y también a las otras habitaciones. ¡Qué lujo y qué riqueza hay allí! ¡Qué

espejos y qué porcelanas! ¡Cuánto me alegraría echar una mirada a aquella parte

del piso donde se encuentra la hija de su excelencia! ¡Ah, esto sí que me

gustaría!… Estar allí en el tocador, donde hay todos esos tarritos y cajitas, esas

flores tan delicadas que da miedo tocarlas; ver su vestido, más ligero que el aire,

por allí tirado. Me encantaría ver su dormitorio… Debe de ser un sueño, un

verdadero paraíso de ésos que ni en el cielo existen. Si pudiera ver el taburetito

sobre el cual pone el pie al levantarse de la cama y cómo se pone una media

blanca como la nieve sobre aquella pierna… ¡Ay, Señor!… No. Mejor es que me

calle y no diga nada…

Sin embargo, hoy parece ser que el cielo me ha iluminado, pues de repente me

acordé de la conversación que oí en el Nevski a los dos perros. "Está bien -pensé

para mis adentros- ahora lo averiguaré todo. Es preciso que intercepte la

correspondencia de estos dos perros, pues ella me procurará muchos datos." He

de confesar que una vez llamé a Medji y le dije:

-Escúchame, Medji: ahora estamos solos; si quieres, hasta puedo cerrar la

puerta para que nadie nos vea. Anda, cuéntame todo lo que sepas sobre tu

señorita: dime cómo es, y yo te juro que no se lo diré a nadie.

Pero la muy tuna encogió el rabo entre las patas y se escabulló

silenciosamente por la puerta como si no hubiera oído nada. Sospeché desde

hace tiempo que los perros son mucho más inteligentes que las personas, y que

incluso pueden hablar; sólo que son bastante tercos. El perro es un verdadero

político: todo lo nota, no se le escapa ni un paso del hombre. Mañana sin falta he

de ir a casa de Zverkov. Interrogaré a Fidele, y si puedo, le cogeré todas las

cartas que le escribe Medji.

12 de noviembre

Al día siguiente salí a las dos, con la firme intención de ver a Fidele y de

interrogarla. El olor a repollo que sale de todas las tiendas de la calle

Meschanskaia me pone enfermo, y además, las alcantarillas de las casas tienen

un olor tal, que no tuve más remedio que taparme la nariz con el pañuelo y echar

a correr. Aquí es imposible pasear, pues toda esa gente que trabaja en oficios

llena la calle de humo y hollín.

Al tocar la campanilla, vino a abrirme una joven bastante mona, con la cara

salpicada de pecas; era la misma que acompañaba a la anciana. Se ruborizó un

poco al verme, y yo comprendí en seguida que ansiaba tener novio.

-¿Qué desea? -me preguntó.

-Necesito hablar con su perrita -le respondí. La joven era tonta y yo lo noté en

seguida. Mientras tanto, la perrita se precipitó ladrando; yo quise cogerla, pero la

muy bribona por poco me muerde la nariz. Pero yo ya había visto su nido o

camita, y era justamente lo que buscaba. Me acerqué a él y revolví la paja que

había en un cajón; con sumo placer vi un paquete con pequeños papelitos. Esa

maldita, al ver lo que hacía, me mordió primero en la pantorrilla, y después, al

darse cuenta de que yo cogía los papeles, empezó a ladrar con ademán de

acariciarme; pero yo le dije: "No, guapa; no hay nada que hacer". Me parece que

la joven debió de tomarme por un loco, pues se asustó terriblemente. Al llegar a

casa quise ponerme en seguida a descifrar esos papeles, porque no veo muy bien

a la luz de las velas. Pero a Marva se le ocurrió fregar el suelo. Estas estúpidas

finlandesas siempre son de lo más inoportunas. Así es que no me quedó otro

remedio que el de ponerme a pasear reflexionando sobre lo ocurrido. Ahora, por

fin, iba a enterarme de todo; las cartas me lo revelarían todo. Los perros son muy

inteligentes y no ignoran todas las relaciones íntimas; por eso seguramente en

ellas hallaré la descripción del marido y de sus asuntos. De seguro que

encontraré allí algo referente a ella… ¡No, más vale callarse! Al atardecer llegué

a casa y estuve la mayor parte del tiempo acostado en la cama.

13 de noviembre

Bueno; vamos a ver. La carta parece bastante clara; sin embargo, la letra pone en

evidencia al perro.

Leamos:

"Querida Fidele: Aún no puedo acostumbrarme a un nombre tan mezquino

como el tuyo. ¡Como si no hubieran podido ponerte otro mejor! Fidele, Rosa,

todos esos nombres son de un cursi subido. Pero dejemos esto a un lado. Estoy

muy contento de que se nos haya ocurrido entrar en correspondencia… "

La carta estaba redactada muy correctamente en cuanto a la puntuación y

ortografía. Ni nuestro jefe de sección sería capaz de hacer otro tanto, aunque

asegura haber estado estudiando en una universidad. Veamos más adelante:

"Me parece que uno de los mayores placeres en el mundo está en cambiar

pensamientos, impresiones y sentimientos con los demás… "

¡Bueno! Éste es un pensamiento cogido de una obra traducida del alemán y

cuyo título no recuerdo ahora.

"Lo digo por experiencia, aunque no haya corrido mucho mundo, pues no he

pasado la verja de nuestra casa. Pero ¿acaso mi vida no transcurre felizmente?

Mi señorita Sofía, así la llama papá, me quiere con locura… "

¡No está mal! ¡No está mal! ¡Pero callémonos!…

"Papá también me acaricia a menudo. Además me dan café con nata. ¡Ah, ma

chère! He de decirte que no encuentro nada en los grandes huesos, bien pelados,

que come Polkan en la cocina. Los huesos sólo son buenos cuando provienen de

alguna cacería y a condición de que no hayan chupado ya el tuétano. También

está muy bien mezclar algunas salsas, pero sin verduras ni especias. Pero no hay

cosa peor que esa costumbre que tiene la gente de dar a los perros migas de pan

hechas bolitas. Siempre, durante las comidas, algún señor empieza a triturar las

migas de pan con sus manos, que Dios sabe qué porquerías habrán tocado antes,

y te llama después para meterte entre los dientes esa dichosa bolita. Rechazarlo

resultaría descortés; así es que no tienes más remedio que comértela a pesar del

asco que te infunde… "

¡Voto a mil diablos, qué tontería! ¡Como si no hubiera nada mejor sobre qué

escribir! Veamos si en la otra carilla hay algo más interesante.

"Me place mucho informarte de todo cuanto ocurre en nuestra casa. Creo que

ya te hablé del señor más importante de la casa, al cual Sofía llama papá. Es un

hombre muy raro… "

¡Ah, por fin! Ya sabía yo que los perros tienen opiniones políticas sobre todas

las cosas. Veamos lo que dice sobre papá…

"… Un hombre muy raro. Permanece la mayoría del tiempo callado. Rara vez

habla; pero la semana pasada hablaba sin cesar consigo mismo. No hacía más

que preguntarse: '¿Lo recibiré o no?' Cogía un papel en una mano, mientras la

otra permanecía vacía, y volvía a repetir: '¿Lo recibiré o no?' Una vez hasta se

dirigió a mí con la siguiente pregunta: 'Tú qué crees, Medji, ¿lo recibiré o no?'

Yo no pude comprender lo que quería decirme con eso; sólo olfateé su zapato y

me fui. Una semana después, ma chère, papá estaba loco de alegría. Toda la

mañana recibió visitas de unos señores vestidos de uniforme que lo felicitaron

por algo. Durante la comida estuvo tan alegre como nunca le viera; no paraba de

contar chistes. Después de comer, me levantó en sus brazos y me acercó a su

cuello, diciéndome: '¡Mira, Medji, lo que llevo!' Yo vi sólo una cinta, la olfateé,

pero no hallé en ella ni el menor aroma; finalmente, la lamí con cuidado, estaba

algo salada."

¡Bueno! Me parece que este perro es un poco demasiado atrevido. Haría falta

darle una buena paliza. ¡Así, pues, nuestro hombre es ambicioso! Habrá que

tenerlo en cuenta.

"Adiós, ma chère. Me marcho corriendo… Mañana acabaré la carta.

"¡Hola, otra vez estoy contigo! Hoy, con Sofía, mi señorita… "

¡Ah, veamos lo que pasa con Sofía! ¡Es una canallada! Bueno, no importa, no

importa; vamos a continuar…

"… Sofía, mi señorita, estuvo todo el día sumamente agitada. Se preparaba a

asistir a un baile, y yo me alegré, pues aprovecharía su ausencia para escribirte.

Mi Sofía está siempre muy contenta cuando va a un baile, aunque mientras se

arregla siempre está enfadada. No logro comprender, ma chère, el placer que

encuentra la gente yendo a un baile. Sofía vuelve a casa a las seis de la mañana.

Y siempre veo, por su aspecto cansado y su cara pálida, que a la pobrecilla no le

han dado de comer. Confieso que jamás podría vivir de este modo. Si no me

dieran perdices con salsa o alas de pollo fritas, no sé lo que sería de mí. También

es muy bueno un poco de salsa con kacha. Pero las zanahorias, las alcachofas y

los nabos nunca serán buenos… "

Tiene un estilo irregular. En seguida se ve que esta carta no ha sido escrita por

una persona. Empieza bien, pero acaba de cualquier forma. Veamos otra carta;

parece demasiado larga; además, no lleva ni fecha.

"¡Ay, querida mía! Cómo siente una la proximidad de la primavera. Mi

corazón palpita como si aguardara algo. Me zumban los oídos. Así es que a

menudo tengo que levantar la pata y me apoyo y acerco a una puerta para

escuchar. He de decirte que tengo muchos admiradores. A menudo los

contemplo sentada en la ventana. ¡Ay, si supieras qué feos son algunos! Uno de

ellos es de lo más vulgar, es un perro callejero de lo más estúpido y creído;

camina por la calle dándose aires de importancia. Y cree que todos han de

mirarle. Pero ¡qué va, yo ni siquiera me he fijado en él! También un dogo, de

aspecto terrible, suele pararse ante mi ventana. Si se levantara sobre las patas

traseras, lo que de seguro el muy tonto no sabrá hacer, le llevaría la cabeza al

papá de Sofía, no obstante ser éste un hombre bastante alto y corpulento. Debe

de ser de lo más insolente. Yo gruñí un poco en dirección suya; pero él, como si

nada. Podría haberme hecho un guiño, pero es un bruto, no tiene modales. Se

está mirando mi ventana, con sus orejas largas y su lengua al aire. ¿Y crees acaso

que mi corazón permanece insensible a todas estas ofertas? No, te equivocas, ma

chère… ¡Si hubieras visto a uno de mis admiradores, llamado Trésor, cuando

salta la verja de la casa vecina!… ¡Ay ma chère, qué carita tiene!"

¡Bah! ¡Qué asco! ¡Qué demonios! ¿Cómo es posible llenar las páginas con

semejantes tonterías? Ya no quiero saber nada de perros; quiero a una persona.

Sí, eso es, una persona para que pueda enriquecer el caudal de mi alma… , y en

vez de ello, ¡qué es lo que encuentro! ¡Tonterías, sólo tonterías! Demos la vuelta

a la página, a ver si hay algo mejor.

"Sofía estaba sentada junto a una mesita cosiendo; yo miraba por la ventana a

los paseantes, pues me gusta mucho observarlos, cuando entró el lacayo y

anunció:

"-El señor Teplov.

"-Que pase -exclamó Sofía, y se abalanzó sobre mí para besarme-. ¡Ay, Medji!

¡Si supieras quién es! Es un gentilhombre de la Cámara, moreno, con ojos

negros y brillantes como el fuego.

"Sofía se marchó corriendo a su habitación. Un minuto después entraba el

joven gentilhombre de la Cámara, que gastaba patillas. Se acercó al espejo y se

atusó el cabello, luego inspeccionó la habitación. Yo dejé oír un gruñido y me

senté en mi sitio. Sofía no tardó en venir y respondió alegremente a su saludo, y

yo, como si no reparase en nada, continuaba mirando por la ventana, no obstante

haber inclinado la cabeza en dirección a ellos para oír lo que decían. ¡Ay ma

chère! ¡De qué tonterías hablaban! Hablaban de una señora que durante el baile

se equivocó e hizo una figura en vez de otra; de un tal Bobov, que llevaba

charretera y se parecía mucho a una cigüeña, y que por poco se cae. También

contaron que una tal Lidina se imaginaba tener los ojos azules, cuando en

realidad los tenía verdes, y otras tonterías por el estilo. '¡Qué diferencia tan

grande hay entre el gentilhombre y Trésor!', pensé para mí. Ante todo, el

gentilhombre tiene una cara ancha y completamente plana, con unas patillas

alrededor, como si se las hubiera atado con un pañuelo negro. Trésor, sin

embargo, tiene una carita fina y en la frente una pequeña calva blanca. ¡En

cuanto al talle de Trésor, ni se le puede comparar con el de Teplov! ¡Y no

hablemos ya de los ojos y de los modales! ¡Jesús, qué diferencia! ¡No sé, ma

chère, lo que ha podido encontrar en su Teplov y por qué se muestra tan

entusiasmada!… "

A mí también me parece eso un poco extraño. No puede ser que Teplov la

haya seducido hasta tal punto. Veamos más adelante.

"Me parece que, si le gusta este gentilhombre, le ha de gustar también ese

funcionario que está en el despacho de papá. ¡Ay ma chère, si vieras qué feo es!

Se parece a una tortuga vestida con un saco…

"¿Quién será este funcionario?… Tiene un apellido rarísimo. Siempre está

sentado sacando punta a las plumas. Su pelo es como el heno y papá lo manda

siempre en lugar del criado… "

Me parece que esta perra maldita hace alusiones sobre mí. ¡Pero qué voy a tener yo el pelo como el heno!

"Sofía no puede menos que reírse cada vez que lo ve… "

¡Mientes, perra maldita! ¡Se habrá visto qué lengua de víbora! ¡Como si yo no

supiera que todo ello es pura envidia! Acaso se figura que ignoro que son cosas

del jefe de sección. Ya sé que me tiene un odio feroz y que hace cuanto está en

sus manos para fastidiarme. Pero voy a mirar otra carta. Puede que encuentre allí

la clave de todo.

"Mi querida Fidele, perdóname por no haberte escrito en tanto tiempo, pero es

que estaba completamente hechizada. Ha dicho un escritor que el amor es una

segunda vida, y esto es muy exacto. Además, en casa han sucedido grandes

cambios. El gentilhombre viene ahora todos los días, y Sofía está perdidamente

enamorada de él. Papá está muy contento. Hasta le oí decir a Gregorio, que es el

que nos barre el suelo y que casi siempre habla consigo mismo solo, que pronto

habrá boda, porque papá quiere casar a Sofía, o con un general, o con un

gentilhombre de Cámara, o con un coronel… "

¡Qué diablos! No puedo seguir leyendo… Todo lo mejor ha de ser siempre, o

para un gentilhombre de Cámara o para un general. ¡Parece que has encontrado

un pobre tesoro y crees que podrás conseguirlo, pero te lo arrebata un general o

un gentilhombre de Cámara! ¡Qué demonios! Quisiera ser general, no para

obtener su mano y las demás cosas, sino para ver con qué consideración iban a

tratarme y cuántos miramientos me dedicarían. Después podría decirles en pleno

rostro que me importaban un bledo.

¡Demonios, qué pena! Rompí en mil pedazos las cartas de la estúpida perra.

3 de diciembre

No puede ser. Es mentira. ¡La boda no se efectuará! ¡Qué más da que sea un

gentilhombre de Cámara! Esto no es más que un cargo de dignidad, no es

ninguna cosa visible que se pueda coger con las manos. Por ser él un

gentilhombre de Cámara no le va a salir otro ojo en la frente ni va a tener una

nariz de oro, sino que la tiene igual que yo y que todos los demás mortales; pero

no come ni tose con ella, sino que huele y estornuda como todos. Ya en diversas

ocasiones quise averiguar de dónde provenían semejantes diferencias. ¿Por qué

he de ser yo un consejero titular y con qué motivo? Puede que yo sea algún

conde o algún general, y que sólo así paso por un consejero titular. Quizás ignore

yo mismo quién soy. ¡Cuántos ejemplos hay en la historia! Se ha dado el caso de

que un sencillo villano, no digamos ya un noble, o un vulgar campesino de

repente descubre que es todo un personaje e incluso, a veces, un rey. ¡Y si un

sencillo mujik llega a estas alturas, qué será entonces de un noble! Si, por

ejemplo, de repente entrase yo vestido con el uniforme de general, llevando una

charretera en el hombro derecho y otra en el izquierdo, y con una cinta azul en el

pecho, ¿qué pasaría entonces? ¿Qué diría mi hermosa ninfa? ¿Se opondría su

papá, nuestro director? ¡Oh! Él es muy vanidoso. Es un masón, no cabe duda de

que es masón, aunque aparente ser tan pronto una cosa como otra. Pero yo en

seguida me di cuenta de que era masón, y si le tiende la mano a uno, sólo le da

los dos dedos. ¿Acaso no puedo ser nombrado ahora mismo general, gobernador

o intendente, o recibir cualquier cargo importante? ¿Me gustaría saber por qué

soy consejero titular? ¿Sí, por qué he de ser precisamente consejero titular?

5 de diciembre

Hoy estuve toda la mañana leyendo periódicos. ¡Qué cosas tan raras suceden en

España! ¡Hasta me fue imposible comprenderlo del todo! Se dice que el trono se

halla vacante y que los altos dignatarios están en una situación muy difícil

respecto a la elección del heredero, y que de allí proviene la indignación general.

Esto me parece sumamente extraño. ¿Cómo puede estar el trono vacante? Dicen

también que cierta doña ha de subir al trono. Pero una doña no puede subir al

trono, eso es imposible, pues el trono debe ser ocupado por un rey. Pero dicen

que no hay rey, mas es inadmisible que no haya un rey. Un Estado no puede estar

sin un rey. Este debe de existir, pero seguramente está de incógnito. A lo mejor,

se encuentra allí mismo; pero por razones de índole familiar o por temor a las

potencias vecinas, como Francia y los demás países, se ve obligado a

esconderse. También puede ser por otros motivos.

8 de diciembre

Ya estaba dispuesto a ir a la oficina, pero me detuvieron diferentes motivos y en

particular mis reflexiones. No puedo dejar de pensar en los asuntos de España.

¿Cómo puede ser que una doña sea reina? No lo permitirían. Inglaterra, sobre

todo, no lo permitiría, y, además, los asuntos políticos de toda Europa. También

se opondrán a ello el emperador de Austria y nuestro zar… Confieso que estos

acontecimientos obraron con tanta fuerza sobre mí, que fui incapaz de hacer

nada durante todo el día. Marva me hizo observar que durante la comida estuve

muy agitado. En efecto, al parecer, dejé caer dos platos al suelo, que se hicieron

añicos; tan distraído me hallaba. Después de comer, salí; pero no pude sacar

nada en limpio. Después, estuve la mayor parte del tiempo tumbado en la cama,

reflexionando sobre los asuntos de España.

Año 2000, 43 de abril

¡Hoy es un gran día! ¡En España hay un rey! ¡Por fin ha sido encontrado! Y este

rey soy yo. Reconozco que al parecer me ha iluminado un rayo. No comprendo

cómo pude pensar e imaginarme que era un consejero titular. ¿Cómo pudo

ocurrírseme una idea tan loca? Menos mal que entonces no se le antojó a nadie

meterme en una casa de locos. Ahora me ha sido revelado todo, ahora lo veo

todo con claridad. Antes no comprendía, antes diríase que todo lo que veía

estaba sumido en la niebla. Todo esto sucede, creo yo, porque la gente se

imagina que el cerebro de una persona está en su cabeza; pero no es así, es el

viento quien lo trae del mar Caspio. Primero declaré a Marva quién era yo. Al

enterarse de que se hallaba ante el rey de España, alzó los brazos al cielo y por

poco se muere del susto. Ella es tonta y jamás habrá visto al rey de España. Sin

embargo, procuré calmarla y le aseguré con palabras indulgentes que estaba

lleno de benevolencia para con ella y que no le guardaba rencor por haberme

limpiado mal los zapatos algunas veces. Hace falta tener en cuenta que la pobre

forma parte del pueblo y que no se le puede hablar de temas elevados. Se asustó

porque está convencida de que todos los reyes de España son como Felipe II.

Pero yo le expliqué que entre Felipe II y yo no había el menor parecido, y que yo

no tenía capuchinos. No fui a la oficina. ¡Que se vaya al diablo! ¡No, ya no me

cogerán más, amigos! ¡Se acabó, ya no copiaré más sus odiosos documentos!

86 de martubre. Entre el día y la noche.

Hoy vino a verme el ejecutor con el propósito de que fuera a la oficina, pues

hacía más de tres semanas que no aparecía por allí. Yo fui a la oficina por pura

broma. El jefe de sección pensaba seguramente que yo iba a saludarlo y pedirle

excusas; pero yo sólo le eché una mirada indiferente, que no era ni demasiado

colérica ni demasiado familiar o benévola. Miré a todos esos bribones que

estaban en la cancillería, y pensé: "¿Qué pasaría si supieran quién está entre

ustedes?… " ¡Dios mío! ¡Qué jaleo se armaría! El jefe de la sección en persona

vendría a saludarme, haciéndome un profundo saludo, igual que hace ahora con

nuestro director. Pusieron delante de mí unos documentos para que hiciera un

resumen de ellos. Pero yo ni siquiera moví un dedo. Unos cuantos minutos

después todos se hallaban sumamente agitados; al parecer, iba a venir el director.

Muchos empleados se precipitarían a su encuentro. Pero yo no me moví de mi

sitio. Cuando el director pasó por nuestra sección, todos se abrocharon el frac;

mas yo no hice nada. ¡Venía el director! Bueno, ¿y qué? ¡Jamás iba a levantarme

delante de él! ¡Qué era un director! (¡Era un corcho y no un director! Un corcho

de lo más corriente y nada más.) Uno de esos corchos con los que se tapan las

botellas. Lo que más me hizo gracia fue cuando me trajeron un documento para

que lo firmase. Ellos se figuraban que iba a firmar humildemente en el bajo de la

página, pero yo escribí en el sitio principal, allí donde firma el director, Fernando

VIII. Hacía falta ver qué silencio tan religioso reinó en la sala. Yo sólo hice un

ademán con la mano y dije: "No son necesarios juramentos de fidelidad".

Después de lo cual salí. Me fui directamente al piso del director, que no estaba

en casa. El criado no quería dejarme pasar; pero yo le dije unas cuantas palabras,

y su efecto fue tal, que se quedó helado con los brazos caídos. Me dirigí sin

cavilar al gabinete. La hallé sentada ante el espejo. Al entrar yo, dio un salto

atrás. Yo, sin embargo, no le dije que era el rey de España; sólo le declaré que le

esperaba una felicidad tal, que ni siquiera podía imaginársela, y que, a pesar de

todas las intrigas de nuestros enemigos, estaríamos juntos. No quise decirle más,

y salí. ¡Oh, qué ser más pérfido es la mujer! Sólo ahora he comprendido lo que

son las mujeres. Hasta ahora nadie sabía de quién estaba enamorada la mujer. Yo

fui el primero en descubrirlo. La mujer está enamorada del demonio. Sí, y esto

no es ninguna broma. Los fisiólogos escriben tonterías acerca de ella; pero ella

sólo ama al demonio. Mire, desde el palco pasea sus gemelos. ¿Cree usted que

mira a ese señor gordo con una condecoración? Nada de eso, mira al demonio

que tiene detrás de su espalda. ¡Mírele, se ha escondido en la condecoración!

¡Mire ahora cómo le hace señas con el dedo! Y ella se casará con él.

Sí, se casará. Y todos esos funcionarios padres de familia, todos esos que se

insinúan en todos los sitios procurando introducirse en la Corte, y dicen que son

patriotas y esto y aquello, todos esos patriotas no aspiran más que a conseguir

arrendamientos. Serían, por dinero, capaces de vender a su madre, a su padre e

incluso a Dios.

Todo esto no es más que vanidad, y eso se explica, porque debajo de la lengua

hay una pequeña ampolla, y dentro de ella, un gusanillo del tamaño de un alfiler,

y todo esto lo hace cierto barbero que vive en la calle Gorojovaia. No me

acuerdo cómo se llama; pero todo el mundo sabe que quiere predicar el

mahometismo por el mundo entero, junto con una comadrona. Por eso dicen que

en Francia la mayoría de las personas se convierten al mahometismo.

Cierta fecha. Un día sin fecha

Me paseé de incógnito por el Nevski. Pasó el coche del zar, y toda la gente se

quitó el sombrero; yo también lo hice y me comporté como si no fuera rey de

España. Encontré poco adecuado descubrir mi personalidad, así, delante de

todos. Ante todo, he de presentarme en la Corte. Lo único que me retiene hasta

ahora es que no tengo ningún traje de rey. Si por lo menos pudiera conseguir

algún manto… Pensé encargárselo al sastre; pero esta gente es tan burra, y,

además, no cuidan de su trabajo desde que se han dedicado a los asuntos, y se

están la mayoría del tiempo en la calle. Decidí hacer el manto de mi nuevo

uniforme de gala, que sólo me puse dos veces; pero temiendo que estos granujas

fueran a estropeármelo, resolví hacerlo yo mismo. Cerré la puerta de mi cuarto

para que nadie me viera, y emprendí la labor. Lo desarmé todo con ayuda de las

tijeras, pues su corte ha de ser totalmente distinto.

No recuerdo la fecha ni el mes. El diablo sabrá qué mes era.

El manto ya está acabado. Marva dio un grito cuando me lo vio puesto. Sin

embargo, no me atrevo aún a presentarme en la Corte. Hasta ahora no ha llegado

la diputación de España. Y sin la diputación resultaría incorrecto. Rebajaría con

ello mi dignidad. La estoy esperando a cada momento.

Día 1º

Me extraña que los diputados tarden tanto. ¿Qué motivos pudieron retenerlos?

¿Acaso Francia? Sí, es el reino más desfavorable a todo. Fui a Correos para

informarme de si habían llegado los diputados españoles. Pero el empleado de

allí es completamente estúpido y no sabe nada. Sólo me dijo: "No; aquí no hay

ningún diputado español; pero si quiere mandar una carta, puede hacerlo y

nosotros la certificaremos según la tarifa indicada". ¡Voto a mil diablos! ¡Quién

habla de cartas! Eso son tonterías. Las cartas sólo las escriben los

farmacéuticos…

Madrid, 30 de febrero

Y heme aquí en España. Esto ha sucedido con tanta rapidez, que apenas si puedo

volver de mi asombro. Esta mañana se presentaron en casa los diputados

españoles, y yo me fui con ellos en una carroza. Me extrañó la extraordinaria

rapidez del viaje, íbamos con tanta velocidad, que en menos de media hora

llegamos a la frontera de España. Claro está que ahora en toda Europa los

caminos de hierro colado son muy buenos y el servicio de barcos está muy

organizado. ¡Qué país tan extraño es España! Al entrar en la primera habitación,

vi a muchas personas con el pelo cortado al rape, y en seguida me figuré que

debían de ser dominicos o capuchinos, pues tienen el hábito de afeitarse la

cabeza. El comportamiento del canciller de Estado conmigo me pareció de lo

más extraño: me llevó de la mano y me condujo a un cuarto, a cuyo interior me

empujó, diciéndome:

-Quédate aquí. Y si persistes en pasar por el rey Fernando, ya te quitaré yo las

ganas de seguir haciéndolo.

Pero yo sabía que esto no era más que una prueba, y protesté enérgicamente,

lo que me valió por parte del canciller dos golpes en la espalda. Fueron tan

dolorosos, que me faltó poco para gritar; pero me contuve al pensar que esto era

sólo una costumbre caballeresca que siempre tenía lugar en los grandes

acontecimientos, ya que en España se conservaban aún las tradiciones

caballerescas. Al quedarme solo decidí ocuparme de los asuntos de Estado.

Descubrí que la China y España eran el mismo país, y que sólo por ignorancia se

consideran como estados diferentes. Aconsejo a todo el mundo que escriba en un

papel la palabra España, y verá como sale China.

Pero me está disgustando sumamente un acontecimiento que tendrá lugar

mañana. Mañana, a las siete, se producirá un fenómeno terrible. La Tierra va a

sentarse sobre la Luna. Acerca de esto ha escrito el célebre químico inglés

Wellington. Confieso que sentí cómo mi corazón empezaba a latir de inquietud

al pensar en la delicadeza y falta de resistencia de la Luna. Todos sabemos que la

Luna se fabrica generalmente en Hamburgo, y, además, muy mal. Me sorprende

cómo Inglaterra no presta atención a ello. La fabrica un tonelero cojo, y es

evidente que el muy tonto no tiene el menor conocimiento de la Luna. Ha puesto

una cuerda de alquitrán y el resto es de aceite de madera, y por eso huele tan mal

por toda la Tierra, de tal forma que tiene uno que taparse las narices. Pero la

Luna es un globo tan delicado, que es imposible que la gente viva allí, y ahora

sólo viven las narices. Ésta es la razón por la cual no podemos ver nuestras

narices, ya que todas están en la Luna. Al pensar que la Tierra, materia pesada y

potente, iba a sentarse sobre la Luna, y al imaginarme el tormento que sufrirían

nuestras narices, se apoderó de mí una inquietud tal, que me puse los calcetines y

me calcé en el acto para correr a la sala del Consejo de Estado y dar órdenes, con

el fin de que la policía no permitiese a la Tierra sentarse sobre la Luna. Los

numerosos capuchinos que hallé en la sala del Consejo de Estado eran personas

muy inteligentes, y cuando les dije: "Caballeros, salvemos a la Luna, porque la

Tierra quiere sentarse encima de ella", todos en el acto se precipitaron para

cumplir mi real deseo. Algunos treparon por las paredes con el fin de alcanzar la

Luna; pero en aquel momento entró el gran canciller. Al verle, todos echaron a

correr y yo, como rey, me quedé solo. Pero, con gran sorpresa por mi parte, me

golpeó con un palo y me echó a mi cuarto. Tal es el poder de las costumbres

populares y tradicionales en España.

Enero del mismo año, que tuvo lugar después de febrero

Hasta ahora no puedo comprender qué país tan raro es España. Las costumbres

populares y el ceremonial de la Corte son completamente extraordinarios. No

comprendo, decididamente no comprendo nada. Hoy me han afeitado la cabeza,

a pesar de que grité como un condenado, diciendo que no quería ser un monje.

Pero ya soy incapaz de recordar lo que me pasó cuando empezaron a verterme

agua fría sobre la cabeza. ¡Jamás experimenté un infierno semejante! Estaba a

punto de volverme rabioso, y apenas pudieron retenerme. No comprendo el

significado de esta extraña costumbre. ¡Es una costumbre estúpida, absurda! Me

niego a comprender la insensatez de los reyes, que hasta ahora no han sabido

deshacerse de estas costumbres. A juzgar por todo, me figuro que habré caído en

manos de la Inquisición, y seguramente aquel a quien tomé por el canciller no es

más que el gran inquisidor. Pero lo único que aún no logro comprender es cómo

un rey puede someterse a la Inquisición. Claro que de esto pueden tener la culpa

Francia y Polignac. ¡Ah, este Polignac! ¡Qué bestia! ¡Juró oponerse a mí hasta la

muerte! Y por eso me persiguen todo el tiempo; pero ya sé, amigo mío, que

obras bajo la presión de Inglaterra. Los ingleses son unos grandes políticos que

siempre se insinúan en todos los sitios. Y sabe el mundo entero que cuando

Inglaterra aspira rapé, Francia estornuda.

Día 25

Hoy el gran inquisidor vino a mi habitación. Pero yo, en cuanto oí sus pasos

desde lejos, me escondí debajo de la silla. Él, al ver que no estaba empezó a

llamarme. Al principio gritó:

-¡Poprischew!

Yo permanecí callado.

Después dijo:

-¡Aksanti Ivanovich, consejero titular, noble!

Pero yo permanecía callado.

-¡Fernando VIII, rey de España!

Yo quise sacar la cabeza, pero pensé: "No, amigo, ya no me engañas. Otra vez

me vas a echar agua fría sobre la cabeza". Pero debió de verme, y me hizo salir

con su palo de debajo de la silla. ¡Qué daño hace ese maldito palo! Sin embargo,

fui recompensado de todo con el hallazgo que hice hoy. Descubrí que cada gallo

tiene una España y que la lleva debajo de las plumas. Pero el gran inquisidor se

fue muy enfadado, amenazándome con terribles castigos. Yo no hice caso de su

ira impotente, ya que obra sólo como una máquina, como un instrumento en

mano de los ingleses.

Día 34 de febrero de 343

¡No, ya no tengo fuerzas para aguantar más! ¡Dios mío!, ¿qué es lo que están

haciendo conmigo? Me echan agua sobre la cabeza. No me hacen caso, no me

miran ni me escuchan. ¿Qué les he hecho yo, Señor? ¿Por qué me atormentan?

¿Qué es lo que esperan de mí? ¡Ay, infeliz de mí! ¿Qué les puedo dar yo? Yo no

tengo nada. No tengo fuerzas, no puedo aguantar más todos los martirios que me

hacen. Tengo la cabeza ardiendo, y todo da vueltas en torno mío. ¡Sálvenme,

llévenme de aquí! ¡Que me den una troika con caballos veloces! ¡Siéntate,

cochero, para llevarme lejos de este mundo! ¡Más lejos, más lejos, para que no

se vea nada!… ¡Cómo ondea el cielo delante de mí! A lo lejos centelleaba una

estrella, el bosque de árboles sombríos desfila ante mis ojos, y por encima de él

asoma la luna nueva. Bajo mis pies se extiende una niebla azul oscura; oigo una

cuerda que sueña en la niebla; de un lado está el mar, y del otro, Italia; allí, a lo

lejos, se ven las chozas rusas. ¿Quizá sea mi casa la que se vislumbra allá a lo

lejos? ¿Es mi madre la que está sentada a la ventana? ¡Madrecita, salva a tu

pobre hijo! ¡Vierte unas cuantas lágrimas sobre su cabeza enferma! ¡Mira cómo

lo martirizan! ¡Ampara en tu pecho a tu pobre huérfano! En el mundo no hay

sitio para él. ¡Lo persiguen! ¡Madrecita, ten piedad de tu niño enfermo!… ¡Ah!

¿Sabe usted que el bey de Argel tiene una verruga debajo de la nariz?


July 6, 2019, 3:20 p.m. 1 Report Embed Follow story
7
The End

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Obras SC ¡Bienvenidxs! En este perfil encontrarás una gran colección de libros clásicos, cada uno escogido por el grupo de #EmbajadoresInkspired. Siéntete libre de volver a recorrer lugares ya conocidos y fantásticos, con personajes entrañables y las más grandes historias universales que aun cautivan nuestras tardes de lecturas.

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Post!
ana hoy ana hoy
Felicitaciones! Muy bueno!
August 24, 2019, 16:08
~