"Finalmente... ha llegado el día" pensó Agnes, mientras observaba con los ojos brillantes, la posada que por fin terminó, junto con su padre y hermano.
Ambos se acercaron a cada lado de ella, y se miraron sonrientes.
— Tu madre estaría orgullosa de ti — le susurró el padre, con un dejo de melancolía en la voz.
— Gracias, padre — su voz afloró algo temblorosa, cuando el recuerdo de su madre, vino a la mente.
En parte estaba triste por su partida, pero como su hermano le decía siempre, todos debían hacer el esfuerzo, por seguir adelante.
— Este es un nuevo comienzo, para ti — agregó su hermano mayor, el cual era alto y pelirrojo como ella.
— Para todos — le corrigió Agnes, con una mirada intensa en sus ojos marrones.
Los dos hombres, asintieron y la abrazaron hasta dejarla lívida.
— ¡Casi muero asfixiada, par de brutos! — rezongó, mientras el señor Ajax y Emory, reían a carcajadas.
— Bueno, basta de payasadas... Entremos — les pidió el padre a sus hijos.
Pese a que por fuera se veía acogedora, hasta el punto de resultar un tanto pequeña, su interior revelaba su verdadero potencial.
— Bien... repasemos — el señor Ajax carraspeó y sacó una lista apergaminada, de su pantalón — En el primer piso tenemos la entrada directa hacia el bar. Hay diez mesas y cuarenta sillas. En este espacio se servirán bebidas y comida.
Agnes y Emory, asintieron con la cabeza.
— Aquí, ustedes dos deben repartirse las tareas — les recordó el hombre, apartando por un instante la mirada, hacia sus apuntes, para ver a sus hijos — Estamos recién comenzando... y hemos gastado todos nuestros ahorros para construir la posada... Así que, por el momento, no podemos contratar más personal.
— Sí, sí, padre... relájate — le pidió Agnes, al ver que sus labios temblaban, debido a la pena.
Era bastante recurrente que él, recordara a su esposa y que de pronto, lo invadiera una pena que apenas podía controlar.
Mas sus hijos sentían que no podían reprocharle aquella actitud.
La pérdida había sido muy reciente. A lo más, había pasado una semana, desde que la señora Ajax partió definitivamente de este mundo... Así que lo único que podían hacer los chicos, era comprender a su padre y apoyarlo, durante el duelo.
— Las letrinas... — la voz de Emory, fue capaz de espabilar tanto a Agnes, como su padre — ¿Cuántas tenemos y dónde están ubicados?
— Afuera a veinte pasos de la posada — respondió Agnes, rápidamente, como si fuese una pregunta de vida o muerte — Hay cuatro cubículos, instalados en una hilera.
— Perfecto... ¿Qué encontraremos en el segundo y tercer piso? — les preguntó el señor Ajax, recuperando los ánimos, al ver a sus hijos.
— ¡Habitaciones! — respondieron ambos, al unísono.
— En total, son diez habitaciones.
— ¿Qué hay en cada habitación?
— Una cama, una mesita de noche, tocador, ropero y un candelabro_ enumeraba Agnes, con sus dedos.
— Te faltó la tina.
— ¡Ah! Sí... También.
— Bien... Entonces, tenemos todo en orden. Agnes, tú te encargarás de las habitaciones del segundo piso y Emory del tercero.
— ¡Pero soy muy malo, haciendo camas! — saltó el chico, apuntándose el pecho con un pulgar.
— Ahora aprenderás hacer las cosas bien — se mofó el señor Ajax, haciendo que su hijo se ruborizara.
— ¿Y tú qué harás, padre? — le preguntó Agnes, con curiosidad.
— Algo se me ocurrirá — respondió, con tono despreocupado.
Al escucharlo, Agnes y Emory se miraron, con una ceja arqueada.
— Para la comida, tendrán que ir muy temprano al mercado y elegir los productos más frescos. Lo mismo va, para mantener la chimenea prendida, en la mañana y en la noche.
— ¡Yo me encargaré de la leña! — se ofreció Emory, rápidamente, haciendo sobresaltar a su hermana.
— ¡Oh, no! Entonces, ¿yo tengo que ir al mercado? — preguntó, espantada. Y ante la afirmación de su padre, ella soltó un quejido — ¡No quiero levantarme tan temprano...!
— Oye, la idea de la posada es tuya... Así que debes hacer algunos sacrificios_ se burló su hermano, encogiéndose de hombros.
— Tú no deberías sonreír tanto... A ti te toca traer los barriles de cerveza, cada medianoche — lo cortó su padre, causando que el chico lo mirara boquiabierto.
— ¡¡¡Pero, papá...!!! ¡No me digas que tengo que ir...!
— Sí.
Emory se estremeció ligeramente, mientras su hermana se reía a mandíbula batiente.
— ¡Oh, vamos! No es para tanto... — lo calmaba su padre, al tiempo que le daba algunos codazos en el brazo — Es una buena tipa, sólo que es algo extraña...
— Ajá... Como a ti no te manosea cuando puede... — gruñó el chico, de mal humor.
— Si quieres... intercambiamos tareas — le sugirió Agnes, al ver que su hermano no estaba cómodo con el asunto.
— Estaré bien — la calmó, rápidamente, ruborizándose al darse cuenta de que lo había dicho en voz alta — Prefiero ir yo... Su hermano es mucho más raro que ella... y esa taberna pasa llena de puros hombres. No quisiera que algo malo te pase.
Agnes se acercó hacia él, para mirarlo con ternura.
— Eso es tan lindo... ¡Te preocupas por mí!
— Más o menos.
El señor Ajax sonrió. Y mientras sus hijos discutían por algo que ya no le interesaba en lo absoluto, agarró un letrero que decía "ABIERTO", se subió a una escalera, y lo colgó por encima de la puerta.
"Ya es hora" pensaba, mientras admiraba el cielo soleado, con la esperanza de que todo saldría a la perfección.
*
— ¡ME ABUUUUUUUUUUUUUUUUUUUURROOOOOO! — cantaba Emory, quien se había acostado sobre la barra, mientras balanceaba una pierna, perezosamente.
— ¿Por qué no viene nadie? — se preguntaba el señor Ajax, mientras lanzaba un par de cartas, a la pila de pares que había hecho con su hija.
— Porque tal vez... llegarán después — le respondió, intentando mantener la calma. Aunque la actitud infantil de su hermano que supuestamente, era el mayor y el descenso repentino del entusiasmo en su padre, comenzaban a exasperarla — Esto requiere de tiempo y paciencia.
— Han pasado exactamente... — Emory observó el reloj de péndulo que se encontraba en una esquina y resopló — tres horas y no pasa nada de nada...
— Pasó una planta rodadora hace una hora atrás...
— Muy graciosa — refunfuñó, mientras su hermana reía. Luego se levantó y con las manos en los bolsillos, se dirigió hacia la puerta principal.
— ¿Adónde vas? — le preguntó Agnes, levantándose de la silla, también.
— Iré a hacer algo productivo.
— ¿Cómo jugar a ese estúpido juego de cartas, por ejemplo? — bromeó ella, pero su hermano chasqueó la lengua.
— No te burles. ¡Hay toda una mecánica para jugar Los Cuatro Reinos!
— Sí, sí, como sea — Agnes hizo un ademán despectivo con la mano, al recordar que aquel juego había adquirido mucha popularidad, durante este tiempo. Incluso Emory, quien siempre se rehusaba a jugar cosas de ese estilo, apareció un día, con un mazo de cartas bastante llamativos, mientras le contaba a cualquiera que tuviese la mala fortuna de oírlo, las instrucciones del juego y hasta la historia de cada personaje ilustrado en las cartas.
— ¿Quién diablos te enseñó ese ridículo juego? — Se burló Agnes, sin poder contenerse, saliendo de la posada para tomar algo de aire.
— Ya sabes... tu futuro prometido.
Al escuchar aquello, la chica dio un salto, cerró los puños y se inclinó hacia su hermano para gritarle tan roja como su cabello.
— ¡ÉL NO ES MI FUTURO PROMETIDO! — vociferó, despeinando a su hermano y de paso, dejándolo momentáneamente sordo.
— Pero a él le gustas... — le dijo Emory, encogiéndose de hombros.
— ¡PERO A MÍ, NO!
— ¿Y por qué no se lo dices...?
— Se lo he dicho en todas las formas posibles — refunfuñaba, al tiempo que se cruzaba de brazos — Pero es tan duro de cabeza, como tú.
— ¡Oye!
— ¡Vamos! Tenía que decirlo... ¿Cuánto te tardaste en entender, que a Nala no le interesas?
Emory se quedó con la boca entreabierta, como si quisiese debatir. Sin embargo, al escuchar ese nombre, inmediatamente se quedó sin aliento.
— Nala… — se dejó caer en un tronco que hacía de banca y se quedó con la mirada perdida, por unos segundos — Las mujeres son despiadadas — logró articular, con dolor.
— Lo somos cuando son muy insistentes — le dio la razón su hermana, con los brazos en jarras — Y en serio... realmente lucías patético.
El muchacho levantó la vista, con la intención de fulminarla con la mirada; mas algo detrás de ella, logró captar su atención.
— Oye... Agnes... — se levantó de un salto, para adelantarse unos pasos y con sorpresa, ella se volteó para verlo.
— ¿Qué te sucede?
— Mira — él indicó el edificio que tenían al frente y el alma se le cayó a los pies, cuando se percató de que otra posada también se había instalado, a las afueras de la ciudad.
— ¿Cuándo apareció esto? — se preguntó Agnes, horrorizada — ¿Por qué no lo había visto antes?
— Tal vez, no reparamos en ello_ respondió Emory, sin alterarse — Puede que esa posada estaba antes... — se encogió de hombros.
— Sólo hay una forma de averiguarlo...
— ¿Cóm…? — antes de que pudiese terminar de preguntar, su hermana lo agarró de un brazo y lo arrastró hacia la competencia, con una fuerza que hasta Emory le sorprendió.
Agnes abrió la pesada puerta de madera y al entrar con su hermano, la algarabía que reinaba en el lugar, calló abruptamente, para identificar a los sujetos.
— ¡NO SON GUARDIAS! — avisó una voz y todos volvieron a gritar y a celebrar con las jarras chorreando cerveza, por todas partes.
— Está muy lleno... — comentaba Agnes, impresionada por tanto bullicio y tantas personas disfrutando de la música que había, gracias a la orquesta.
— ¡Oh! ¿Están jugando Los Cuatro Reinos? — para el horror de la chica, vio que Emory se alejaba de ella, para acercarse a una mesa ocupada por cuatro fornidos hombres, que sostenía en sus gruesas manos, siete cartas.
— Sí... Esta partida ha sido reñida — comentó un hombre con barba rizada y voz gruesa.
— ¡Ya lo creo!... Oh... ¡Oh! ¡No puede ser! — exclamó Emory, dando brinquitos como un niño, mientras sacaba de la mesa, una carta dorada — ¡Oh, Dios tienes al Rey Einar en versión épico! ¡É-P-I-C-O! — chilló, alucinado.
— Ah, sí... Muy buena carta — comentó, el hombre, con aire distraído.
— ¿Qué importa que sea épico o lo que se te ocurra? — saltó Agnes, mirando a su hermano haciendo el ridículo, entre desdeñosa y avergonzada.
— Las cartas épicas, contienen habilidades especiales — le contó un hombre con un yelmo de acero puesto — Por ejemplo, la que tiene tu novio...
— No es mi novio — lo cortó Agnes, malhumorada — Es mi hermano.
— ¡Ah! Por eso el pelo rojo...
— Aunque he visto hermanos emparejados — comentó el hombre de la barba rizada y todos los que estaban sentados en aquella mesa, asintieron.
— Bueno, bueno... da igual — los apaciguaba Emory, sonriente — Tenía entendido que la carta del rey kaldjordiano, aumentaba los puntos de poder, mientras más daño le causan...
— Sí, sí. Es bien hijo de puta — opinó el hombre del yelmo, haciendo reír al resto — Una vez, esa misma puta carta, me violó la carta épica del Dragón de dos cabezas. Un fiasco de carta épica... Con lo prometedora, que se veía...
— ¿Has intentado deshacerte del Rey Einar, con Consejo de Magia? — le sugirió otro grandulón, con una cicatriz que le cruzaba el puente de la nariz.
— ¿Qué mierda de carta es esa?
— Es una especial... Puede anular la habilidad especial de una carta épica durante todo el juego.
— ¡Oh! ¡No lo sabía! ¡Debo conseguirla! — el tipo del yelmo, alucinado por la información, levantó un puño y lo estrelló en la mesa, haciendo saltar las cartas y jarras de cerveza.
— Ah... ¡Quisiera tenerla! — exclamó Emory, ajeno a la conversación de los sujetos; apretando la carta, que aún sostenía en sus manos, contra su pecho, con una cara de éxtasis, que jamás había visto Agnes, en su hermano.
Bueno, sí.
Cuando veía a Nala.
— Sí. Pero es mía_ al ver que ya estaba por babearla, el hombre de la barba rizada, le arrebató la carta dorada, despiadadamente — Búscate la tuya.
— ¿No la vendes?
— Esta carta me costó un ojo de la cara... literalmente — se giró, para revelar un parche en el ojo izquierdo — Así que no.
— ¿Todo eso, para una estúpida carta? — chilló Agnes, sin poder contenerse.
— No es cualquier carta... Es épica...
— Sí, sí, sí... Todo es ridículamente épico y poderoso, en ese mundo de cartitas... En fin, ¿dónde encuentro a los dueños de esta posada?
— Pues en la barra, ¿adónde más, cariño? — le preguntó un hombre con la cabeza rapada y la muchacha suspiró.
— ¿Qué pretendes? — le preguntó Emory, al verla decidida a encarar al dueño de la posada.
— Quiero saber algunas cosas...
— ¿Cómo qué? Agnes... Él está en todo su derecho de colocar su negocio, por donde se le cante el culo — razonó, dejando de lado por unos instantes, el fanatismo por el juego de cartas.
— Ya sé — masculló Agnes, chasqueando la lengua — Pero sólo quisiera saber... cómo lo hace para atraer a esta gente.
— Créeme. Es mejor que el dueño de esta posada tenga este tipo de clientes — le susurró Emory, en el oído, apartándola suavemente de la mesa de los jugadores.
Agnes al escucharlo, levantó la cabeza, sorprendida.
— ¿Por qué dices eso?
— ¿No notas nada extraño, en ellos?
La joven recorrió el lugar, con la mirada.
Habían hombres muy gruesos, con fuertes brazos y espaldas tan grandes, que al encorvarse, parecían toros u osos malhumorados.
Escupían el suelo, se limpiaban la nariz con la mano, para después con la misma, agarrar un trozo de carne.
Al engrasarse las manos, se limpiaban en sus camisas y seguían comiendo y esparciendo todo con trozos y migas de pan.
A simple vista, lucían como cavernícolas y quizás algo retrasados. Pero, por otro lado, sus aspectos daban miedo. Y sobre todo cuando logró ver espadas y cachiporras en el cinturón que portaba cada uno de los presentes.
Agnes volvió a mirar a su hermano, sintiendo un escalofrío recorrer su cuerpo.
— Es... ¿una posada para bandidos?
— Algo así — respondió Emory, sonando completamente distinto, a como actuó anteriormente — Vámonos de aquí, ¿sí? Ya vendrán clientes a nuestra posada.
— ¿Lo crees así?
— Pues... Sí — respondió su hermano, finalmente — Sólo hay que esperar — en ese momento, él le sonrió, mientras la arrastraba hacia la salida.
— ¿Por qué no te comportas así, más seguido? — le susurró Agnes, con los ojos bien abiertos.
— ¿Así cómo?
— Como un hermano mayor.
Emory resopló, haciéndola reír.
— A veces es algo cansino. Pero supongo que ahora debo cumplir ese rol. Así que vámonos de aquí.
Se retiraron antes de que el posadero o alguien más pudiese notar su presencia. Y cuando volvieron a la posada, Agnes tenía la vista clavada en sus zapatos.
Al notarla retraída, Emory se volteó para verla.
— ¿Qué te ocurre? — le preguntó, parpadeando.
— ¿Qué pasa, si esto no resulta? — preguntó a la vez, agarrándose el vestido con frustración — ¿Habremos perdido el dinero, en vano? Intento ser positiva, pero... Esta fue mi idea. Si resulta que... no tenemos éxito...
— Agnes. Ni siquiera ha pasado un día y ya sepultas nuestro negocio — reía su hermano, al tiempo que le revolvía el pelo — Tienes que tener fe. Las cosas, no siempre resultan de la manera que uno quiere. Pero a veces, eso significa que ocurrirá algo mejor.
— ¿De dónde sacaste eso?
— ¿Qué?
— Esa frase.
— De mamá — respondió, con cariño.
Y Agnes no pudo evitar sonreír.
— Eh... Perdonen... — una voz hizo que voltearan sus cabezas y vieron a un hombre encorvado; el cual parecía muy ansioso — ¿Esto... mmm... tienen baño?
— ¡Claro que sí! — exclamó Agnes, repentinamente entusiasmada — ¡Y también tenemos cerveza, comida y...!
— So... Sólo quería saber si puedo... puedo usar el baño — balbuceó el hombre, cruzándose de piernas.
Emory vio por el rabillo del ojo, que su hermana temblaba como una olla hirviendo y su cara se había puesto roja.
— ¡Es sólo para clientes! — ladró su hermana, de mal humor, mientras se cruzaba de brazos.
— ¡Agnes! — la reprendió su hermano, ceñudo — ¡El tipo está por cagarse!
— No era necesario que lo dijera... en voz tan alta... — susurró el hombre, ruborizándose de la vergüenza.
— Sí, sí... Pasa — hizo un ademán vago con la mano y el hombre lo miró profundamente agradecido — Detrás de la posada, encontrará las letrinas.
— ¡Gracias! ¡Dios lo bendiga!
— Espero que algún día, Dios me bendiga con dinero — refunfuñó Emory, siguiéndolo con la mirada, con los brazos en jarras.
— ¡¿POR QUÉ LO DEJASTE PASAR?! — bramó Agnes, fuera de sí — ¡HABÍA QUE EXTORCIONARLO UN POCO MÁS!
— ¡AGNES! — la voz de su hermano tronó inesperadamente, haciéndola saltar.
Eran raras las veces que Emory perdía la paciencia. Y este era una de aquellas veces, donde tendría que soportar su reprimenda.
Sin embargo, la chica lo conocía bastante bien. Y sabía perfectamente, cómo reprimir sus gritos.
— Lo siento... Lo... Lo siento... — balbuceó, levantando la vista, para observarlo con los ojos llorosos.
— Oh, no... Oh, no... ¡Ya, bueno! — Emory se cubrió la cara con los brazos, para no mirarla_ ¡Odio cuando muestras esa cara!
— Sé que no soportas ver llorar a tu hermanita...
— No te atrevas...
— Ya... Ya lo hago... — comenzó a sollozar, mientras las lágrimas resbalaban por su rostro y su hermano la miró fugazmente, para después lanzar un quejido.
— ¡NO! — se cubrió otra vez la cara y agitó una mano, con desesperación — ¡Ya basta! ¡No te gritaré, así que no sigas llorando!
— ¡De acuerdo! — Agnes se limpió las lágrimas con el dorso de la mano y le sonrió maliciosamente.
— Eres perversa — le reprochó Emory, cruzándose de brazos — Pobre del chico que se enamore de ti. O del que se case contigo...
— ¡Ja! Para que eso ocurra, debe ser un hombre bastante tonto, pero con mucho dinero — le decía, mientras entraban a la posada.
— ¿Qué? ¿Para qué quieres a un hombre tonto, como esposo? — le preguntó Emory, atolondrado.
— Porque lo seduciré hasta enamorarlo. Y cuando me deje en su testamento, toda la herencia, lo mataré y me quedaré con toda su fortuna — respondió Agnes, animadamente — ¡Luego me compraré todas las posadas del país y la gente no tendrá más alternativa que usar cualquiera de mis posadas! — luego se echó a reír siniestramente, mientras su hermano la miraba con los ojos entornados.
— ¿De verdad piensas eso? — le preguntó, aturdido.
— No. Sólo quería inspirarte algo de miedo.
— Lo has conseguido — admitió, haciéndola reír.
**
"Querido diario:
Hoy fue mi primer día, atendiendo la posada.
O se suponía, que eso debía hacer...
No hubo clientes en todo el día... Y en la noche, tampoco.
Así que no hubo celebración, por la inauguración... Aunque, el tonto de Emory se embriagó tomando cuatro jarras de cerveza y bailó sobre la barra. Lo bueno es que mi papá lo sacó de una oreja y le dio un par de varillazos. ¡Todavía me rio de eso! ¡Fue tan divertido!
Diría que este día, no fue del todo un desperdicio.
Y que, aunque no resultó como yo lo esperaba... Mi hermano tiene razón.
Quizás, debemos esperar un poco más.
Tengo fe, en que pronto nos irá muy bien. Lo presiento..."
Agnes se detuvo al escribir y se estiró.
La punta de la pluma goteó algo de tinta y cayó sobre su coronilla, mas ni se dio por enterada.
Cuando estaba por levantarse de la silla y dejar su diario en el cajón del escritorio, unos gritos la sobresaltaron.
— ¡AGNES! ¡AGNES! — la puerta de su habitación se abrió de golpe y apareció Emory jadeante y con los ojos bien abiertos.
— ¿Qué te sucede? — le preguntó la chica, mirándolo sorprendida — ¿Subiste el tercer piso, corriendo?
— Tienes... Tienes que ver esto — jadeante, agarró a su hermana y se la llevó, casi volando.
Al llegar afuera, su hermano se acercó con tensión hacia un cubículo y la miró.
— ¿Te acuerdas del hombre que estaba por hacerse en los pantalones?
Agnes asintió con vigor.
_ Pues... — abrió la puerta y la chica soltó un grito, escandalizada.
_ ¡¿Pero qué mierda...?! Yo no limpiaré esa porquería... ¡Parece como si hubiese explotado!
— No... Luce como si hubiese pasado el culo, por toda la pared — agarró a su hermana y le prestó una lámpara — ¡Ni creas que limpiaré esa cagada, por ti! ¡Es de proporciones épicas!
— ¿Puedes dejar de decir esa estúpida palabra? — rezongó Agnes, ceñuda.
— Lo siento, estaba pensando en la carta que vi en la mañana — reconoció, con tono soñador — Pero, bueno... — arrojó a su hermana en el interior del cubículo y trabó la puerta con un trozo de madera — ¡No saldrás hasta que tengas todo limpio!
— ¡NOOO! ¡EMORY! ¡TE MATARÉ CUANDO SALGA!
— ¡Si es que lo logras! — rio su hermano, de buen humor, mientras se dirigía hacia su habitación, a zancadas.
— ¡¿ADÓNDE VAS?! ¡EMORY! ¡EMORYYYYYYY! ¡VOY A MORIR! ¡ME INTOXICOOO! ¡HERMANITOOOOO!
— Emory… ¿Y Agnes? — le preguntó su padre, cuando entró a la posada.
— Está limpiando el baño — respondió, reprimiendo la risa.
— Qué buena chica — comentó el señor Ajax, agradecido de tener una hija tan eficiente.
— Sí... Lo fue — se burló Emory, riendo.
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