Siendo sincero, me encuentro algo nervioso, condición que viniendo de mi se podría considerar extraña, dado que no soy particularmente emocional. ¡Pero mírenme!, disfrutando de la fría noche, que acompañada de la paz que brinda el golpeteo de las gotas de lluvia sobre la ventana cerrada, endulzan aún más el aroma de su cabello.
Sobre la mesa, a la diestra de la cabecera de la cama, descansa el móvil de mi chica (si, desde hoy y hasta que nuestro "para siempre" termine, ella es mi chica), mientras se escucha en toda la habitación, y de seguro en gran parte del resto de la casa, aquella melodía. Configuré el reproductor musical de manera que su ... perdón, nuestra canción, se repita una y otra vez, mientras me alisto para ir a su encuentro.
No sabría decir si la letra de la tonada se puede tomar como romántica, trágica o como un conjunto de rimas cada cierto número de líneas, pero ella la tarareaba el día que la conocí, y eso me es suficiente para gozarla por igual.
Debo apresurarme, pero es curioso que, teniendo tan poco tiempo, abuso de él. He colocado sobre el lecho cuanta camisa y pantalón tengo disponible, con la toalla sujeta a mi cintura, el torso descubierto y el vapor de agua delatando mi recorrido desde el cuarto de baño hasta la posición actual.
Ella espera ansiosa en el comedor, pero de seguro comprende que, si demoro, es porque nuestra primera cita debe ser una velada para el recuerdo.
No sé cuántas veces me he colocado una camisa que luego de vérmela lucir ante el espejo, retiro, porque recuerdo que la que usé hace dos intentos sobresalía a la presente. Me regalo una sonrisa, pues sé que no me tomo tantas molestias por mí, lo hago por ella. Juego con las tonalidades de mis prendas con el propósito de combinar con el marrón de sus ojos, es que, es que, ¡no soy digno de mi chica !, pero la muchachita más hermosa de la facultad espera por mí, y eso es más de lo que cualquier tipo de la universidad lograría, en tan poco tiempo.
El continuo repetir de una palabra hace que el cerebro humano disocie significado, de sonido, y ya que nuestra canción es un conjunto de vocablos que insisto en escuchar, es cuando menos, lógico, suponer que las frases entre los acordes pierdan razón, pero: ¿desde cuándo el peso del amor es menor al de cualquier otra cosa que se ponga como contrapeso? Puedo doblegar mis sentidos a aquella balada por la eternidad, y sé que mi amada también. Frente al cristal comprendo, que no hay ajuar que me haga digno de una sola de sus miradas, pero el que he elegido me hace lucir elegante, por lo menos. Zapatos, calcetines, pantalón, cinturón y camisa, todas piezas de un rompecabezas negro, que a quien esté ajeno a mi situación, se le haría sencillo, hasta casi obvio de armar.
Mi chica respeta la intimidad del ritual que describo, no ha mencionado palabra alguna que a la distancia parezca entendible, pero estoy seguro que de cuando en cuando salmodia nuestro cántico. Por esta ocasión le he pedido, que ya estando en casa, demore cuanto demore, no venga a mi encuentro. La estancia es cómoda, el ambiente cálido y el replicar de las gotas de lluvia se antoja arrullador, no me sorprendería ir a ella, y descubrirla, perfecta ... dormida.
Doy media vuelta. A mis espaldas, el reflejo que imagino, hace que medite acerca de una realidad alterna en la que de seguro no me encuentro tan nervioso, mundo en el que no poseo aquel destello marrón de sus ojos, dimensión en la que detestaría vivir.
Inicio la marcha hacia el umbral, (¡vamos muchacho!, sin tropezar)
Mi mente es una maraña de reminiscencias y emociones que, de no ser por ella, no habría llegado a conocer. Desearía poseer la gracia y seguridad que mi chica demuestra al caminar.
Recuerdo aquel día de lluvia, tras terminar mi primera clase de Análisis Matemático (malditas asignaturas innecesarias), la vi venir a mi encuentro desde el costado contrario del pasillo, el aguacero que se había iniciado momentos antes arremetía violento contra los ventanales. Cualquier sonido ambiental dejó de tener efecto, las personas a mi alrededor, almas de todas las edades yendo y viniendo, son solo manchas sin gracia en el olvido.
Un paso, luego otro, su larguísimo cabello negro, los ojos cerrados denotando el éxtasis que imagino se vive cuando alcanzas el nirvana, la casi imperceptible sonrisa, aquellos audífonos blancos que pretendían volver misterio lo que el tarareo de sus labios delataba, entonces... ¡la escuché, juro por Dios que la escuché!
Eternidad o brevedad, los segundos son interpretados por quien los vive. Pueden apostar que experimenté ambas y ninguna, cuando con cada paso nos acercábamos.
¿Mi destino ?: un punto cualquiera en medio del pasillo a casi un metro de su elegante figura, asiento de primera, para verla pasar.
¿Su proceder ?: Abrir los ojos en el preciso momento en el que la tuve de frente, enfriar mi cálido pecho con aquella penetrante mirada marrón, y sonreír. Si disfrutar su caminar me cautivó, sonreírme (¡por amor de Dios!) me postró a sus pies.
He detenido mi marcha hacia el umbral del dormitorio. No es que pueda ver mi rostro, pero de seguro luzco tonto con la mueca que siempre me deja el pensar en mi chica.
¡Un momento! Casi olvido el celular. Me dirijo a recogerlo del lugar donde por minutos, horas, días o sabrá Jesucristo cuanto tiempo, estuvo reproduciendo nuestra melodía. ¡Vaya! Creo haber perdido varias llamadas, por usar toda mi concentración en alistarme.
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