(Inglaterra, 1925)
I
Lucy había llegado a las puertas de la majestuosa residencia en las inmediaciones de un frondoso bosque.
Su largo viaje desde Rusia la había dejado exhausta. Sin fuerzas se liberó del peso de las maletas y aguardó en el vestíbulo del que sería su hospedaje por un par de semanas.
De pronto vio llegar a un elegante señor de capa y sombrero del brazo de una bella dama con tapado negro hasta los pies.
—Bienvenida Señorita Brown a la Residencia Evans —El señor de buen porte la invitó a pasar —Usted estará a cargo de nuestra casa durante nuestra ausencia —Le indicó mientras recogía su equipaje y la acompañaba a la gran sala.
Todo estaba en perfecta armonía. Todo allí era fino y delicado. Un lujo que ella no había visto jamás.
—Encantada de conocerlos—dijo Lucy, en tono cohibido.
La actitud formal de aquellas personas le ocasionaba un inevitable nerviosismo a la modesta muchacha.
La mujer que la observaba de arriba a abajo giró hacia su marido y le susurró al oído, ignorando por completo su presencia.
—Aquí es la habitación de huéspedes. —El señor Evans sacó de su bolsillo una llave y se la entregó —Ah...una última cosa — añadió— Por favor...bajo ningún motivo debes ingresar a la última habitación al final del pasillo. Sé que no lo harás —Esbozó una perturbadora sonrisa.
Lucy asintió con la cabeza. Aquellas palabras le habían provocado un enorme desconcierto. Pero tan solo debía adaptarse a las reglas.
Sin más los vio partir.
II
El aire se tornaba denso. Toda esa amplitud en vez de proporcionarle oxígeno, la estaba ahogando.
En la penumbra de su cuarto, Lucy había perdido la cuenta del tiempo que llevaba durmiendo. Su fatiga se acrecentaba cada minuto.
Contempló a través de la ventana como el fuerte viento sacudía las ramas de los árboles. Sin apenas fuerzas intentó abrirla, pero se encontraba tan atascada que tan solo logró rasgar una pequeña rendija que le fue suficiente para aspirar un poco de aire.
—¿Qué me está sucediendo?—Se preguntó mientras intentaba ponerse en pie. Confundida y somnolienta caminó con paso inestable en dirección al oscuro pasadizo. No quedaban candelabros encendidos. Las llamas de las velas que iluminaban el corredor se habían apagado. Lucy desplegó sus manos y avanzó a ciegas.
Un olor fétido invadía el ambiente. Sintió náuseas, la podredumbre provenía de muy cerca. Siguió adelante tanteando el camino hasta que se topó con una puerta. Supo que había llegado al final del pasillo, entonces recordó la advertencia del Señor Evans, esa puerta daba a la habitación prohibida, la que tenía terminantemente prohibido entrar. Una incontrolable curiosidad se apoderó de ella.
¿Qué era lo que le estaban ocultando los Evans?. Se cuestionaba, con la convicción de averiguar la verdad.
III
Sintió el leve crujido de la puerta al abrirse. El hedor putrefacto la recibió tras cruzar el umbral.
Con el estómago revuelto y absorta de energía, Lucy estaba decidida a conocer el origen de aquel inmundo olor.
La luz tenue de dos farolas alumbraban el tétrico ambiente. Lucy tomó una de las lámparas y se adentró en la polvorienta recámara iluminando así cada rincón de oscuridad.
Las paredes repletas de moho y humedad daban la sensación de años de abandono y encierro. Como si durante mucho tiempo, nadie hubiese estado allí, ni siquiera los Evans.
Se dirigió hacia el otro lado de la habitación y de pronto un frío gélido sintió a sus espaldas. La idea de no encontrarse sola la espeluznaba.
Fue entonces que vislumbró la silueta de un cuerpo bajo las sábanas justo encima de la cama.
— ¿Quién está ahí?... —preguntó con terror en su voz.
Entonces las sábanas comenzaron a deslizarse hasta dejar al descubierto el cuerpo de una anciana en un estado total de descomposición.
Asustada quiso escapar pero la puerta se cerró con furia.
Gritó pero ya era tarde; un enorme círculo de fuego comenzó a rodearla formando una estrella de cinco puntas invertida, bajo sus pies.
La entidad se levantó de su lecho y levitó hacia ella. Cayó de rodillas y entre sollozos imploró piedad. Pero el rostro horrendo de la vieja bruja ya rozaba el suyo y en un instante consumió su alma y dejó en cenizas su cuerpo.
Junto al alba...
—Lucy.... — Con tono inseguro el Señor Evans se dirigió a ella.
Una mirada siniestra y oscura como la noche penetró en sus ojos. Sus labios dibujaron una inquietante sonrisa. Había regresado de un sueño profundo.
— Bienvenida abuela — dijo y sonrió también.
PORTADA: CORTESÍA DE BALTAZAR RUIZ
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