Todo se hallaba sumido en la más intensa de las penumbras. El cielo se encontraba cubierto por una densa capa de nubes negras, impidiendo el paso de la luz estelar. Una corriente de aire arrastró una pequeña ráfaga de arena, que se deslizó sobre el ennegrecido suelo.
Interno en el bosque, un oscuro rincón estaba ocupado por dos figuras en la noche. Una de las dos criaturas permanecía sentada con aspecto firme. Miraba con atención al ser que tenía delante. Este permanecía inmóvil. Completamente inmóvil. Su pecho ni subía ni bajaba por la respiración, carecía de aliento, y cualquiera que hubiera acercado la oreja a su pecho, no habría podido escuchar latido alguno. Sin duda, estaba muerto…
Sin embargo, a pesar de todo eso, el otro animal que estaba allí no dejaba de observarlo mientras esperaba. No le quitaba ojo de encima. Entonces, llegó una pequeña figura de movimientos algo torpes. Se trataba de un cachorro, de la misma especie que los otros dos. Miró interrogante a aquel que lo había llamado, quien lo ignoró. Resignado, el cachorro se sentó a su lado y se dedicó también a contemplar a la enorme bestia que tenía delante.
En torno a esta enorme criatura, había una marca terrorífica en el suelo, sin duda señal de alguna catástrofe en el pasado. Era una quemazón más negra que el carbón, y estaba algo más hundida que la superficie del suelo. Parecía como si algo hubiese impactado allí con una fuerza devastadora.
El golpe resonó con mucha fuerza por toda la zona del bosque. Fue tan repentino que las dos criaturas dieron un gran sobresalto. Irguieron todavía más las orejas, en espera. Un tiempo después, se escuchó otro golpe, pero esta vez los dos estaban preparados y pudieron distinguir una especie de eco, un segundo golpeteo.
Poco a poco, el doble golpeteo fue repitiéndose cada vez más seguido, hasta alcanzar un ritmo continuo, pero lento. El cachorro se removió en su sitio, inquieto, expectante. Se le escapó un leve gemido de nerviosismo cuando la enorme criatura que tenían delante se infló con un sonido sibilante pero grave. Contó varios latidos de su pequeño y acelerado corazón hasta que, con un suspiro, el ser expulsó el aire contenido por sus fosas nasales.
Y, de pronto, después de que la respiración se hubiese controlado, un enorme ojo se abrió al tiempo que todo el cuerpo daba un ligero espasmo. Pero no era un ojo normal. Era completamente rojo, y brillaba con un aire de lo más siniestro. Sin pupilas, parecía que esos ojos no pudiesen ver. Pero la increíble criatura podía ver en aquella eterna oscuridad, y lo hacía mejor que nadie.
Agitó las orejas levemente, movió la larga y peluda cola, sacó y recogió las afiladas garras, olisqueó el aire. Hacía mucho, muchísimo tiempo que no movía ni un músculo, y los sentía débiles y agarrotados. Lentamente y con esfuerzo, empezó a erguirse. Le costó bastante hasta que fue capaz de incorporarse y mantenerse sentado. Después, levantó los cuartos traseros, sosteniéndose completamente en pie, aunque le temblaban las patas peligrosamente.
Al intentar dar el primer paso, un brazo le flaqueó y cayó al suelo originando un fuerte estruendo. Los dos observadores se levantaron entonces preocupados con intención de ayudarlo, pero un gruñido tan grave y feroz que a cualquiera le habría puesto todos los pelos de punta los hizo detenerse. Él no necesitaba ayuda. Jamás la había necesitado.
Bufó al incorporarse de nuevo, y esta vez no vaciló a la hora de caminar. Se sentía muy pesado, pero solo su fuerza de voluntad lo hizo capaz de caminar un largo trecho y ascender por un pedregoso camino. Se colocó en la punta más alta de aquella extraña formación rocosa circular. Se encontraba tan al borde que daba la sensación, con aquella enorme bestia encima, que la roca podría ceder en cualquier momento. Pero él mismo sabía que resistiría, y ahora se encontraba bien firme sobre sus cuatro patas.
Con el pecho erguido, echó un vistazo a las vastas tierras negras que lo rodeaban, cubiertas de árboles. No parecía haber cambiado demasiado desde la última vez, desde su último recuerdo. Infló hasta el límite de capacidad de sus pulmones... y emitió un largo aullido, sonoro y grave. Un aullido aterrador, con el que ponía sobre aviso a todo el mundo.
El Rey de la Oscuridad había regresado. Era el Fin del Letargo Oscuro.
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